¿Por
qué los fieles de la Fraternidad ya no reaccionan ante el avance del mal, por
qué se callan, por qué ya no pelean? Recibo esa pregunta y una vez más parece
necesario decirlo: la FSSPX oficialmente declinó el combate y se aprestó a
simular que batallaba mediante el diálogo, la negociación, los intercambios
diplomáticos con los modernistas romanos, desde hace más de diez años. Su
prédica se fue haciendo cada vez más -si no errónea en lo doctrinal en los
comienzos- sí cada vez más vacua, “comprensiva”, conciliadora, ambigua y
alambicada. A través de sus obispos y sacerdotes, se dejó de lado o se olvidó
de la guerra en la que estábamos inmersos. Las críticas realizadas hacia los
errores y herejías de Roma fueron cada vez más débiles, medrosas, con un cierto
temor a ofender pues de ese modo podían ponerse en riesgo las negociaciones que
buscaban la “regularización” de la Fraternidad, el ansiado lugar bajo la
confortable Prelatura romana.
Por
lo tanto, el lenguaje modificado se debió a que había que cambiar la posición
de la Fraternidad con respecto a Roma, como dijo Mons. Fellay en el escandaloso
Cor Unum de marzo de 2012, que no
escandalizó a casi nadie de los que hoy siguen dentro de la Fraternidad. Si
hasta había amigos –según el optimismo de Mons. Fellay- allí dentro y había una
ola que se había levantado contra el modernismo, que, según el ahora
heretizante Padre Bouchacourt, sería el canto del cisne del Vaticano II, que se
estaba despidiendo. ¡Todas buenas noticias!
Así
es que ya no se habló más en términos de pelear una guerra contra los enemigos
de Dios, los enemigos de la Iglesia, los herejes y apóstatas modernistas. Eso
mismo puede observarse en el resumen crítico que realizó recientemente el Padre
F. Schmidberger sobre la última exhortación apostólica de Francisco, Evangelii Gaudium. Pues si bien P. Schmidberger
la rechaza, no la coloca en su debido contexto y por lo tanto no la incluye en
una explícita condena hacia Francisco. No habla en ningún momento de enemigos, la
exhortación le produce angustia y dolor, ciertamente, pero nada más: no la
decisión de pelear contra estos enemigos y declarar con toda claridad que no se
tendrá parte alguna con ellos. Lógicamente, no puede comprometer la nueva
“cruzada” de rosarios lanzada por Mons. Fellay por “el regreso de la Tradición
a la Iglesia”, es decir, de la FSSPX a esta Roma.
Lejos
está el director del Seminario alemán de las duras y claras palabras de San Pío
X (a quien cita un par de veces), sino que más bien se dedica a censurar –por
momentos muy bien- pero también a hacer el elogio de los puntos “positivos” del
documento, en un tono más bien frío y profesoral, sin explicar que esos “puntos
positivos” son parte habitual de la táctica modernista, y no afirmaciones
inconexas entre sí con los puntos negativos, que más que negativos hay que
llamarlos heréticos y escandalizantes. Pero, P. Schmidberger, a diferencia de
San Pío X, no ubica este documento de Francisco en el contexto que le
corresponde: el de un modernista que es enemigo de la Iglesia Católica.
San
Pío X, por ejemplo, habla en su gran encíclica Pascendi con inusual dureza y sin temores de los modernistas:
“hombres que enseñan doctrinas
perversas”, “charlatanes de novedades y seductores”, “metidos en el error y que
arrastran al error”; “a todos ellos los incluimos entre los enemigos aun cuando
ellos mismos se asombren; pero –dejando aparte sus intenciones que sólo Dios
puede juzgar- nadie que conozca sus doctrinas y su modo de hablar y de actuar
podrá extrañarse de lo que decimos. Y no exageraría si los incluyese entre los
peores adversarios de la Iglesia. Pues, como hemos dicho, no desde fuera, sino
dentro mismo de la Iglesia llevan a cabo su perversa actividad”; “emplean tales
tácticas para hacer daño, que no se encuentran otras más malvadas ni más
insidiosas”, etc.
Veamos
algunos párrafos de la crítica del P. Schmidberger. Empieza diciendo lo
siguiente:
Para concluir el año de
la Fe, el Santo Padre, el Papa Francisco, publicó la Exhortación apostólica
“Evangelii Gaudium” sobre la predicación del Evangelio en el mundo de hoy.
Nos
preguntamos, si al decir “el Santo Padre” se entiende que habla del Papa
Francisco, ¿para qué se le hace necesario aclararlo a continuación? ¿Acaso
porque hay “dos Santos Padres” y debe aclarar que no se refiere a Benedicto? En
ese caso, tal sorprendente y desusada situación, ¿le permite tener la seguridad
de que el “Santo Padre” verdadero es Francisco y no Benedicto? Como sea, P.
Schmidberger debe hacer la aclaración por las dudas.
Luego
explica que
Debido a su extensión
–289 puntos–, este documento requiere de parte del lector y del teólogo un gran
esfuerzo para estudiarlo correctamente.
¿Es
sólo debido a su extensión que solicita un gran esfuerzo del lector, o también
y sobre todo por el lenguaje rebuscado y contradictorio propio de los
modernistas, amén de una serie de neologismos bergoglianos que complican aún
más el padecimiento del lector? De entrada debería dejarse claro que se trata
de un documento de un modernista, aunque podría complicarse luego para
determinar –si no quiere de entrada confundir más al lector- si es cierto o no
lo que dijo Mons. Fellay, de que Francisco sólo es modernista práctico y no
teórico, o algo así.
De
modo que P. Schmidberger dice que
La ocasión del
documento es el Sínodo de los obispos que se llevó a cabo el año pasado desde
el 7 hasta el 28 de octubre, sobre el tema de la nueva evangelización: “Acepté
con gusto el pedido de los Padres sinodales de redactar esta Exhortación” (nº
16). Al mismo tiempo este documento fue presentado por el nuevo pontífice como
una suerte de directorio. Esta doble finalidad y la prolijidad del Papa tienen
por consecuencia que este documento no presenta estructuras claras. Le falta
precisión, rigor y claridad
Pero
no explica que esa falta de precisión o claridad es consecuencia del modernismo
que tiene en la cabeza Francisco. Aquí nos recordamos a San Pío X: “Como los
modernistas (…) utilizan la táctica insidiosa de no exponer sus doctrinas
orgánicamente estructuradas, sino desarticuladas, para que parezcan inconexas y
poco concretas cuando en realidad son firmes y consistentes, lo primero que hay
que hacer es presentar esas doctrinas en su conjunto…etc”.
Dice
bien más adelante P. Schmidberger que
El documento, además, no está
desprovisto de contradicciones:
El uso de la primera
persona del singular (yo) se encuentra nada menos que 184 veces en el
documento, y no se cuentan las palabras “mi” o “mí”. La palabra de Dios en el
Apocalipsis se presenta casi automáticamente a nuestra mente: “Ecce nova facio
omnia: He aquí que yo renuevo todas las cosas” (Apoc. 21, 5).
Pero
otra vez debemos recurrir al gran Papa Santo Pío X, que dice las cosas con mayor
claridad: “Nos referimos, venerables Hermanos, a tantos seglares y, lo que es
más lastimoso, a tantos sacerdotes que, con un falso amor a la Iglesia, sin
ningún sólido fundamento filosófico ni teológico, incluso impregnados de
doctrinas envenenadas, que inoculan hasta la médula de los huesos de la
Iglesia, se alzan como reformadores, con una absoluta falta de humildad; como
ejército compacto arremeten contra lo que de más santo hay en la obra de
Cristo, y ni siquiera respetan la persona del Redentor divino: con sacrílega
osadía la reducen a la categoría de puro y simple hombre” (Pascendi,
Introducción).
Entonces,
P. Schmidberger, en vez de advertir al lector de la insidiosa táctica empleada
por los modernistas, emplea unos cuantos párrafos para destacar que
El documento encierra
sin duda varias consideraciones positivas, que no se pueden silenciar.
Como
si tales consideraciones positivas pudieran ser provechosas para el católico,
cuando las mismas están sumergidas en el nauseabundo error que corroe e
inutiliza esos puntos que tanto agradan a los que se alimentan de falsas
esperanzas. Aquí nuevamente vale tener presente a San Pío X: “Emplean tales
tácticas para hacer daño, que no se encuentran otras más malvadas ni más
insidiosas: son una mezcla de racionalista y católico, tan hábilmente
presentada, que con facilidad engañan a los incautos; y son hasta tal punto
osados, que no hay consecuencia que les detenga o que no mantengan con firme
obstinación. Además suelen llevar una vida llena de actividad, con gran dedicación
al estudio, y unas costumbres intachables que les atrae la estima de todos, lo
cual es muy adecuado para engañarles.
Dice
P. Schmidberger al iniciar su análisis de los puntos negativos del documento:
El bien proviene de
cierta integridad, mientras que, por el contrario, si alguna parte esencial de
una cosa es mala, el conjunto es malo. Las hermosas partes del documento papal,
que nos alegraron, no pueden impedirnos comprobar la firme voluntad de realizar
el Concilio Vaticano II no sólo según la letra, sino también según el espíritu.
La trilogía Libertad religiosa – Colegialidad – Ecumenismo que, según las
palabras de Mons. Lefebvre, corresponde al lema de la Revolución francesa:
Libertad – Igualdad – Fraternidad, se encuentra desarrollada de una manera
sistemática.
¿Por
qué alegrarse de “las hermosas partes del documento papal” si corresponden a
algo que en su conjunto es malo? Por el contrario, si el documento en su parte
esencial es malo y por lo tanto debe desecharse entero, con sus partes que serían
buenas, eso no alegra, sino que más bien produce tristeza. La verdad mezclada
con la mentira es la peor de las mentiras, y eso no puede alegrar a quien ama
la verdad porque ésta debe estar sin comunión con su enemiga la mentira.
Cuando
Francisco
Primero en los nº 94 y 95, se
reprimenda (sic)
a los fieles de la Tradición, y hasta se los acusa de neo-pelagianismo (…)
El
P. Schmidberger se pregunta:
¿Cómo puede el Papa pensar esto?
¿Acaso
puede ser sorprendido alguien como él, realizando esa pregunta, cuando sabemos
que Bergoglio siempre ha sido modernista y enemigo de la Tradición? ¿Acaso la
pregunta del P. Schmidberger es un lamento o una especie de disculpa? ¿No sabe
acaso la respuesta?
Dice
luego muy bien en su crítica lo siguiente:
Resulta muy extraña la
observación hecha en el nº 129, según la cual no se debe pensar que “el anuncio
evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o
con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable.” Esto
nos recuerda inevitablemente la doctrina de la evolución de los dogmas, tal
como la defienden los modernistas y tal como ha sido expresamente condenada por
el Papa San Pío X en el juramento antimodernista.
Dicha actitud
evolucionista se revela también a propósito de la Iglesia y de sus estructuras.
La primera parte del capítulo 1 del documento lleva como título “la
transformación misionera de la Iglesia”. Se presenta al Concilio Vaticano II
como el garante de la apertura de la Iglesia a una reforma permanente, puesto
que “hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo
evangelizador” (nº 26).
Y
se escandaliza por única vez aquí:
Este párrafo termina
con una afirmación falsa y escandalosa: “Frente a episodios de fundamentalismo
violento que nos inquietan, el afecto hacia los verdaderos creyentes del Islam
debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y
una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia.” ¿El Santo
Padre habrá leído el Corán alguna vez?
Pero
sin embargo ¡no duda en citar a un modernista para sustentar una de sus
críticas a Francisco!:
Nada hizo tanto daño al
cuidado y a la transmisión de la fe durante los últimos cincuenta años como
este ecumenismo desbordante, que no es sino “la dictadura del relativismo”
religioso (Cardenal Ratzinger).
Recientemente
el mismo Benedicto ratificó que Francisco continúa su misma línea teológica.
Entonces, ¿qué sentido tiene adherir a una afirmación correcta de un
modernista, cuando se sabe que su línea general es incorrecta? ¿Acaso eso no lo
habilitaría a P. Schmidberger a citar ejemplarmente a Francisco de aquí en
adelante en alguno de sus “puntos positivos”? ¿Ello no traería confusión a los
fieles?
Interesante
es esta afirmación del ex superior de la Fraternidad:
En el contexto de tal
ecumenismo, llamar a la Iglesia a la alegría del Evangelio y querer
transformarla en una Iglesia misionera es bastante trágico-cómico. ¿Cómo puede
ella pensar y obrar de una manera misionera mientras no cree en su propia
identidad y en su misión?
Interesante
porque tales palabras podrían aplicársele a la misma FSSPX, que ha dejado de
lado su identidad y su misión, y ahora su pretensión de ante el descontento
general transformarse en una congregación combativa ha resultado tragicómico,
¿o no se vio recientemente en el episodio ultra-combativo-cruzado de la
catedral de Bs.As. (kristallnacht) que luego fue contrariado por el Superior
que antes lo había autorizado, a través de una entrevista con un periódico filo-judaico?
Nos
parece que el escrito de P. Schmidberger sólo logrará adormecer a los que ya
están cómodos en su modorra, pensando que la FSSPX sigue siendo la misma de siempre.
Pero, sin embargo, no se ha cerrado de ningún modo las puertas a las
negociaciones para un posible acuerdo que permita a la FSSPX “recuperar su
estatus canónico” dentro de la Roma modernista, como recientemente expresara el
vocero de la Fraternidad en USA. El escrito de P. Schmidberger de ningún modo
se aparta de esa línea capaz de conciliación con los modernistas romanos, pues
no hace explícita esa imposibilidad de acuerdo y se da el gusto de citar
autoritativamente a un modernista como Benedicto XVI, cómplice de todo lo que
la Iglesia hoy está sufriendo. Al fin y al cabo, podría pensar P. Schmidberger,
el “dolor de los fieles” podría atemperarse si la FSSPX es reconocida
oficialmente por Roma.