“Sólo la verdad es tolerante y no persigue jamás a
nadie, ella se limita a impedir hacer el mal. El error es esencialmente
intolerante, y desde el momento en que se siente fuerte, una escuela, un
partido o una secta tiende a manifestar su poder suprimiendo a sus adversarios,
injuriándolos, sobre todo impidiéndoles hablar. El derecho a hablar,
alabadísimo por los liberales —al
punto que lo consignan en la constitución y lo hacen el elemento privilegiado
del parlamentarismo— no les parece aceptable mientras no les
asegure las inmunidades del monólogo e impida toda crítica. Su mayor
aspiración, lo que más les gusta, es el incensario para
ellos y, para los adversarios, las cadenas y la mordaza”.
Mons.
Fèvre, “Histoire critique du
catholicisme liberal”.