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jueves, 31 de octubre de 2013

REVELAN DOCUMENTO CLAVE DEL CAPÍTULO DE JULIO DE 2012.




LA TRAICIÓN DE MONS. FELLAY CADA VEZ MÁS AL DESCUBIERTO

Esta declaración, por lo tanto, es profundamente ambigua y peca por omisión contra la denuncia clara y nítida de los principales errores que proliferan en el interior de la Iglesia y que destruyen la fe de los fieles. Esta declaración, tal cual se presenta, deja suponer que nosotros aceptaríamos el presupuesto de la hermenéutica de la continuidad. Tal documento, principio de un acuerdo, volvería a este equívoco desde el comienzo y favorecería todas las desviaciones subsecuentes. 

P. de Jorna


CRÍTICA DE LA DECLARACIÓN DE MONS. FELLAY POR EL PADRE DE JORNA


El documento que vamos a leer ha sido distribuido a todos los miembros del Capítulo de julio de 2012.

Su exposición no provocó ninguna objeción de ningún miembro.

El Padre de Jorna [Nota del Blog: este Sacerdote es director del Seminario de Ecône y uno de los mejores teólogos de la FSSPX] demuestra aquí que la Declaración de Monseñor Fellay no es otra cosa que “la hermenéutica de la continuidad” de Benedicto XVI.

Además, este documento manifiesta dos cosas: La podredumbre intelectual de Monseñor Fellay, retomando una expresión del Padre de La Rocque, al mismo tiempo que su deshonestidad, como nos fue revelado por el Padre Faure, testigo de los hechos:

Después de la exposición del Padre de Jorna, el Padre Pagliarani se levantó (probablemente de acuerdo con la Casa General) y rompió el silencio favoreciendo a Monseñor Fellay en estos términos: “¡Queridos cofrades! No vamos a infligir una bofetada a nuestro superior exigiéndole una retractación, esta se hará de forma implícita en la Declaración final del Capítulo”.  Después se pasó a otro tema… el asunto estaba cerrado.


Acababan de manipular el Capítulo. La Casa General acababa de engañar a los capitulares haciéndoles creer que la Declaración había sido retirada con una desaprobación implícita de su autor. Monseñor Tissier fue engañado como los otros. En una carta del 29 de marzo de 2013, cuenta que él “había concluido tácitamente que no había por qué insistir sobre este asunto, visto que era evidente que el Superior General lamentaba su paso en falso y estaba resuelto a no volverlo a hacer” (B.O. n° 251, anexo a la carta circular n° 2013-04).

Los capitulares creyeron entonces, en razón del silencio de la Casa General, que Monseñor Fellay había comprendido la malicia intrínseca de su Declaración y que reprobaba tácitamente su forma de pensar. Pero no fue así. Desde entonces, Monseñor Fellay no ha dejado de asumir el contenido de su declaración sediciosa. Para hacerlo, tuvo que abusar del juramento de los capitulares. Monseñor Fellay pensó que, como los miembros juraron guardar silencio, nadie se atrevería a contradecir la versión oficial de la Casa General que es mentirosa y profundamente deshonesta.

En efecto, este discurso oficial presenta la Declaración doctrinal como “un texto minimalista que pudo causar confusión entre nosotros” (Monseñor Fellay, Cor Unum 102). Un “texto suficientemente claro” (Monseñor Fellay, Ecône, 7 de septiembre de 2012). Una Declaración doctrinal dondetoda ambigüedad estaba descartada en cuanto a nuestro juicio sobre el concilio, comprendiendo la famosa hermenéutica de la continuidad”.  Una Declaración “que no fue comprendida por algunos miembros eminentes de la Fraternidad, que vieron una ambigüedad, una adhesión a la tesis de la hermenéutica de la continuidad” (Monseñor Fellay, Cor Unum 104, “Nota sobre la declaración doctrinal del 15 de abril de 2012”).

Si Monseñor Fellay juzgó su texto como no ambiguo, ¿por qué no combatió la exposición del Padre Jorna? ¿Por qué, durante el Capítulo, no ayudó a losmiembros eminentes de la Fraternidad a comprender bien su Declaración? ¿Por qué dejó que el Padre Pagliarani tomara su defensa para evitarle una“bofetada”, prefiriendo una retractación implícita, pues él dijo oficialmente que su Declaración era irreprochable como la de Monseñor Lefebvre?

El hecho que Monseñor Fellay no se atreviera a defender su Declaración ante el Capítulo, muestra no solamente que él la sabía indefendible sino también que no quería cambiar de forma de pensar. Cuando se reconoce tácitamente haber dado un mal paso, ¡no se acusa a los otros en el Boletín oficial! ¡Cuando uno reconoce haberse equivocado, no pretende haber sido engañado por Roma e incomprendido por eminentes cofrades! Tampoco pretende en una conferencia que este texto era “extremadamente delicado”, y que él “no tenía la unanimidad en la Fraternidad”, “así que le dije a Roma: lo retiro, no sirve de nada si no ha sido comprendido entre nosotros, pues, porque probablemente era demasiado sutil, bueno, tanto peor, lo retiramos” (Monseñor Fellay, Lille, 7 de mayo de 2013); no pretende “que era demasiado sutil y no suficientemente claro tal cual fue escrito”Mons Fellay – Family Catholic News, oct 2013 en Kansas City) »

¿Qué pensar de tales declaraciones y de tal manera de actuar? ¿Qué pensar de un hombre que es capaz de decir: “los indicios son suficientemente variados y numerosos para que podamos afirmar que este nuevo movimiento de reforma o de restauración es muy real (en la iglesia). (Carta a los amigos y benefactores n°76, 7 de mayo de 2010); y decir después: La situación de la Iglesia es una verdadera catástrofe” (Angelus, Kansas City, octubre de 2013)? ¿Qué pensar de un hombre que juzga que “en sus sermones, vemos que Francisco tiene la fe… no vemos todavía aplicación concreta, pero los sermones no están mal… vemos que tiene la fe…” (Lille, 7 de mayo de 2013) pero que por respuesta de Francisco concluye: “no es verdaderamente católico!...  ¡Nos enfrentamos con un verdadero modernista”  (Angelus, Kansas City, octubre de 2013)?
¡Francisco es un verdadero modernista  que tiene la fe! ¿Sutil, muy sutil o demasiado sutil? ¿Deshonestidad voluntaria o ceguera intelectual? ¿Traición consciente o agitación de un hombre incapaz de gobernar una sociedad antiliberal en un mundo envenenado de liberalismo?

Ahora el texto del Padre de Jorna:

Crítica de la declaración doctrinal del 15 de abril de 2012
II. Habría que hacer distinciones absolutamente necesarias sobre el magisterio. Nosotros aceptamos todo el magisterio de la Iglesia hasta el Vaticano II. Pero después hay un nuevo magisterio, y una buena parte de éste es opuesto al magisterio anterior. No podemos declarar que aceptamos este nuevo magisterio como magisterio de la Iglesia. “O bien estamos con sus predecesores que han proclamado la verdad de siempre, que están en concordancia con la Iglesia desde los Apóstoles hasta Pío XII. O estamos con el concilio y entonces estamos en contra de los predecesores de los Papas actuales. Hay que escoger, hay una elección que hacer. Es evidente que la Tradición se encuentra con los 250 papas que han precedido al papa Juan XXIII y al concilio Vaticano II. Está claro. O entonces la Iglesia siempre se ha equivocado. He aquí la situación en la cual nos encontramos. Hay que ser firmes, claros, decididos y no dudar”  (Monseñor Lefebvre, 14 de mayo de 1989 en Vue de haut n° 13, pág. 70). Esta distinción es tan importante que Benedicto XVI declaró su intención: “Los problemas a tratar ahora son esencialmente de naturaleza doctrinal, en particular aquellos que conciernen la aceptación del Vaticano II y el magisterio posconciliar de los papas… No se puede congelar la autoridad del magisterio de la Iglesia en 1962 y eso debe estar claro para la Fraternidad”  (10 de marzo de 2009, en DC 2421, pág. 319-320). Por otra parte la profesión de fe de 1989 siempre fue rechazada por nuestro Fundador porque impone la adhesión al Vaticano II.
III, 1. Nosotros no podemos aceptar la doctrina de LG III. Incluso comprendida a la luz de la Nota prævia, el n° 22 de LG conserva toda su ambigüedad porque da a entender que hay en la Iglesia un doble sujeto del primado y abre así la puerta a la negación de la enseñanza del Vaticano I (DS 3054). Monseñor Lefebvre insistió sobre este error con ocasión de la publicación del nuevo código de 1983 (14 de mayo de 1989, Vue de haut n° 13 pág. 69-70) Este § III, 1 no evita una gran ambigüedad en el hecho que declara aceptar a la vez la enseñanza del Vaticano I sobre el primado del Papa y la del del Vaticano II sobre la colegialidad, entonces es por lo menos seriamente discutible que esto sea posible. Y la santa sede no dejará de ver la posibilidad e incluso el deber de interpretar el Vaticano I en función del Vaticano II. Monseñor Lefebvre jamás hubiera firmado las afirmaciones contenidas en este número. En el protocolo de 1988 no encontramos ninguna alusión al cap. II de LG.
III, 2 y 3. La tradición puede entenderse en tres sentidos (el sujeto, el acto y el objeto) y los modernos juegan con la ambigüedad de esta pluralidad de sentidos. Solamente la tradición en el sentido del sujeto y del acto puede ser llamada viviente, no la Tradición en el sentido del objeto. Esta es inmutable en su significado. Más hubiera valido retomar las expresiones de nuestras discusiones doctrinales y no hablar más que de la Tradición constante. El juramento anti modernista (DS 3548-3549) rechaza claramente la falsa noción de la nueva tradición viviente evocando “la verdad absoluta e inmutable” de la Tradición divina. Estas aclaraciones son todavía más importantes pues Benedicto XVI desarrolla una idea falsa de la Tradición en el sentido evolucionista. Por otra parte, decir que “la Iglesia perpetúa y transmite todo lo que ella es y todo lo que ella cree” no carece de ambigüedad. Por una parte porque para Benedicto XVI y el Vaticano II, el sujeto fundamental que transmite la Tradición es la Iglesia en el sentido de Pueblo de Dios completo, sujeto vivo que camina a través de la historia; por otra parte porque el magisterio de la Iglesia no transmita lo que la Iglesia es y cree, sino que transmite, conserva y defiende el depósito objetivo de la fe, recibido de Cristo por los Apóstoles, el conjunto de verdades reveladas por Dios, conservando siempre el mismo sentido. Para Benedicto XVI, la Iglesia pueblo de Dios transmite su creencia y hay que entender por eso una experiencia en el sentido inmanentista. Más valdría decir que el magisterio de la Iglesia enseña con autoridad, en el nombre de Dios, el significado definitivo e inmutable de la verdad revelada, recurriendo a expresiones normativas que son los dogmas. Nosotros, (Mons. Fellay…) no podemos decir sin más precisión que el Vaticano II aclara, profundiza y explica ciertos aspectos de la vida y de la doctrina de la Iglesia. Porque en el espíritu de Benedicto XVI, el Vaticano II ha querido redefinir la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno. Esto ha conducido a contradecir o cuestionar la enseñanza constante de la Tradición católica sobre algunos puntos esenciales. La libertad religiosa está en contradicción con la Tradición. El ecumenismo y la colegialidad están también en ruptura con la Tradición. Recordemos lo que dijo Monseñor Lefebvre en 1978:« Nosotros profesamos la fe católica íntegra y totalmente… Nosotros rechazamos y anatemizamos todo lo que ha sido rechazado y anatemizado por la Iglesia… En la medida que los textos del concilio Vaticano II y las reformas posconciliares se opongan a la doctrina expuesta por estos Papas anteriores al Vaticano II, y dejan libre curso a los errores que ellos han condenado, que nosotros nos sentimos en conciencia obligados a tener graves reservas sobre esos textos y sobre estas reformas ». (en Itinéraires n° 233, mayo 19 pág. 108-109). Hay que repetir lo que nuestro Fundador repitió siempre: “decir que vemos, que juzgamos los documentos del concilio a la luz de la Tradición, eso significa evidentemente que rechazamos aquellos que son contrarios a la Tradición, que  interpretamos según la Tradición los que son ambiguos y que aceptamos los que son conformes a la Tradición”  (en Vue de haut n. 13, p. 57). Precisiones que son tanto más necesarias pues las autoridades romanas juegan con la palabra tradición. “En el pensamiento del Santo Padre y en el pensamiento del Cardenal Ratzinger, si he comprendido bien, habría que llegar a integrar los decretos del concilio en la Tradición, arreglarse para hacerlos entrar a cualquier precio. Es una empresa imposible”. (en Vue de haut, n. 13, p. 57). Nosotros no podemos dejar suponer que sería posible y necesario conciliar el Vaticano II y la Tradición; nosotros perderíamos la libertad de denunciar los errores y estaríamos metidos en la jaula de oro de los “espacios de libertad teológica” de los cuales habla Monseñor Ocariz.
/ III, 7.No podemos conformarnos con afirmar que el NOM es válido. La nueva misa es mala en sí misma. Ella representa una ocasión de pecado de infidelidad. Este es el por qué ella no puede constituir materia de obligación para santificar el domingo. En el tiempo en que Roma reconoce los dos ritos, es necesario recordar: “respecto a la nueva misa, destruyamos inmediatamente esta idea absurda: si la nueva misa es válida, se puede participar en ella. La Iglesia siempre ha prohibido asistir a las misas de los cismáticos y herejes, aunque sean válidas. Es evidente que no se puede participar en misas sacrílegas, ni en las misas que ponen nuestra fe en peligro” (en Troadec, Clovis 2005 p. 391).
/ III, 8. Nosotros siempre hemos rechazado el nuevo código de 1983. “Está imbuido de ecumenismo y personalismo, él peca gravemente contra la finalidad misma de la ley” (Mons. Lefebvre, Ordenanzas de la FSSPX p. 4). Además, este nuevo código es el vehículo del espíritu de la nueva eclesiología, democrática y colegialista.
Conclusión. Esta declaración, por lo tanto, es profundamente ambigua y peca por omisión contra la denuncia clara y nítida de los principales errores que proliferan en el interior de la Iglesia y que destruyen la fe de los fieles. Esta declaración, tal cual se presenta, deja suponer que nosotros aceptaríamos el presupuesto de la hermenéutica de la continuidad. Tal documento, principio de un acuerdo, volvería a este equívoco desde el comienzo y favorecería todas las desviaciones subsecuentes.