Rafael
Gambra
"Cristianismo contra Democracia",
Revista Roma Nº 75 (1982)
Si
en materia política, hay algo claro en la Sagrada Escritura y en la doctrina
del Magisterio eclesiástico es la verdad de que el cristianismo es contrario a
la democracia. Nada en la historia del pueblo de Dios ni en la Historia de la
Iglesia induce a creer que en la vida pública haya de hacerse la voluntad del
pueblo —lo democrático—; y, por el contrario, todo induce a creer que en la
vida pública ha de hacerse la voluntad de Dios. Es claro que si, en la mente de
Dios, el mejor régimen fuera la democracia. Dios hubiera propuesto a Moisés y
Jesucristo hubiera propuesto a su Iglesia el régimen democrático. Y por lo que
toca al régimen de las órdenes religiosas, en el que algunos quisieran ver el
inicio de la democracia moderna, como se ve por "Le principe de la
majorité" de C. Leclerq, inicialmente, en las órdenes religiosas y en los
monasterios decidía la "sanior pars" —la parte más sana o selecta—,
no la "maior pars" —la mayoría—. Sólo se llegó en la organización
religiosa a la democracia "frailuna", como diría Menéndez Pelayo,
cuando "la parte más sana" coincidía con "la mayoría": la
mayoría en una comunidad religiosa es buena; lo malo en una comunidad religiosa
es la minoría, lo que es equivalente, cuando la voluntad de la mayoría de una
colectividad —religiosa o civil— coincide de hecho con la voluntad de Dios, no
es inconveniente, sino conveniente al régimen democrático. Por el contrario,
cuando la voluntad de la mayoría de los ciudadanos es distinta y contraria de
la voluntad de Dios, disconforme de la Ley de Dios, es mala la democracia, no
es conveniente la democracia, en tanto en cuanto contraría a la Ley natural, al
derecho natural. Por eso, el régimen democrático es bueno para una colectividad
de verdaderos cristianos, de católicos que piensan y quieren y actúan conforme
a la voluntad de Dios, en la misma medida que es un régimen malo en una
sociedad pluralista, en una sociedad donde los ciudadanos hacen caso omiso del
saber y del querer de Dios.
Hay
otro discurso perfectamente claro y concluyente: la democracia liberal, lo que
vulgar y comúnmente se llama democracia se funda sobre el liberalismo
filosófico, es decir, sobre el racionalismo —la creencia de que nada hay válido
si no es racional— y sobre el naturalismo —la creencia de que ha de rechazarse
todo aquello que se presente con pretensiones de sobrenatural. En efecto, la
democracia española actual, igual que la francesa, la británica, la sueca, la
estadounidense, la italiana, etc., están fundadas en principios puramente
racionalistas y naturalistas, ateos o, lo que es equivalente en la práctica,
laicistas, laicos. Es así que el liberalismo filosófico (como se ve por la
encíclica "Libertas", de León XIII, y por el "Syllabus", de
Pío IX) es contrario a la fe y a la filosofía y teología políticas del
catolicismo; luego la democracia liberal es contraria e incompatible con el
catolicismo, con el cristianismo auténtico. Quiere decirse que aquél que sea
substantivamente católico sólo puede ser demócrata adjetivamente,
secundariamente, accesoriamente, es decir, falsamente. Y viceversa. Lo vemos ya
en la Ley mosaica: "No te dejes arrastrar al mal por la muchedumbre"
(Ex. 23, 2), el fiel a Dios no puede aceptar la ley que le imponga
democráticamente la muchedumbre, si es contraria a la Ley de Dios. Y en la
misma Ley mosaica se considera la posibilidad de que sea "la asamblea toda
del pueblo" la que hiciera "algo que los mandamientos de Yahvé
prohiben", dado que en la Biblia, "la voz del pueblo no es la voz de
Dios". Allí se dice cuál debe ser el sacrificio que el pueblo debe ofrecer
"por el pecado de la asamblea" (Ley. 4, 13-21). De aquí que el hijo
de Dios debe ser un resistente y un objetor de conciencia constante en la
democracia laica. Y, por eso, Pío XII, en su Radiomensaje navideño de 1944 acepta
sólo la "democracia sana", la respetuosa de la Ley de Dios. Luis M
Ansón director general de la agencia de noticias EFE tiene publicado en ABC de
Madrid (13-X-59), un precioso artículo titulado "Pío XII y la
democracia" con textos de varios Papas demostrativos de que el
cristianismo es contrario a la democracia.
Por
eso, los que se declaran prodemócratas, "ipso facto" se ponen en
contradicción con la doctrina católica enseñada por la Tradición, las
Escrituras y los Papas.