Páginas

domingo, 21 de julio de 2013

LA AUTORIDAD Y LA GLORIA DE DIOS.- POR EL PADRE PATRICK GIROUARD.




La Autoridad y la Gloria de Dios.
Por el Padre P. Girouard
De la antigua FSSPX.



Queridos hermanos y hermanas en Cristo Nuestro Rey:

Mucho se ha dicho ya sobre la Declaración del pasado 27 de junio de los tres obispos de la Nueva FSSPX. Permítanme dar mi pequeña contribución…Primeramente, déjenme decirles que hay algo de casi cómico que rodea la publicación de este texto. Efectivamente, esta semana no hubo una, sino tres Declaraciones que fueron publicadas. ¡Sí, es verdad! Veamos:

NÚMERO UNO : El 27 de junio, tuvimos la Declaración de los tres obispos (para leerla, click aquí). Cuando se lee rápidamente, ella parece bastante buena, aunque no podemos dejar de ver que el párrafo 11 es muy problemático. Pero cuando la releemos, nos damos cuenta que hay varios otros párrafos que tienen problema. Solo tienen que escuchar el análisis del documento hecho por el Padre Pfeiffer (en inglés). Diríjanse al minuto 9:30 y asegúrense de tener en la mano una copia de la Declaración. Para acceder a la transcripción (en inglés, clic aquí).

NÚMERO DOS: El pasado 28 de junio, el único obispo que permanece en la Antigua FSSPX, Monseñor Williamson, rodeado de 12 sacerdotes y dos Hermanos Benedictinos, trabajaron en su propia Declaración. Yo estuve presente en esta reunión en el presbiterio del Padre Ringrose en Vienna, Virginia. Nosotros ya habíamos decidido hacer una Declaración cuando la noticia de la Declaración de los tres obispos nos llegó.  Debimos entonces estudiar ésta y decir algo respecto al párrafo 11. Otros sacerdotes, que no pudieron estar físicamente en la reunión, aprobaron nuestro documento y tuvimos 20 firmas. (Pueden ver nuestra Declaración aquí)

NÚMERO TRES: El 30 de junio, una “Declaración de Fidelidad Católica” redactada por un laico fue presentada a las autoridades de la Nueva FSSPPX. Para leerla, clic aquí. Aunque su autor reveló su nombre a Menzingen, decidió conservar el anonimato para el gran público. En resumen, su Declaración retoma la Declaración de Monseñor Lefebvre del 21 de noviembre de 1974, agregando elementos pertinentes. Yo estoy de acuerdo con este texto, aunque pienso que no llega suficientemente lejos en sus conclusiones. Los que han leído nuestro pronunciamiento de misión comprenderán lo que quiero decir: En resumen, queremos que Roma se deshaga de toda la “Reforma”. (Si quieren leer nuestro pronunciamiento, clic aquí). Para la Nueva FSSPX, esta exigencia es irreal. Yo responderé solamente que esperamos que Roma se convierta, aunque tal esperanza sea “irreal”. En efecto, no debemos abandonar nuestros principios simplemente porque tal conversión necesitaría un milagro de Dios.

Creo que todos estaremos de acuerdo en decir que, desde el 14 de septiembre de 2011, fecha en que el Cardenal Levada le envió el primer Preámbulo a Monseñor Fellay, hubo una cantidad impresionante de Declaraciones Solemnes, tanto por parte de Roma como del movimiento tradicional. Incluso yo hice la mía el 28 de marzo pasado. ¿Qué más podemos hacer? Parece que publicar Declaraciones se ha convertido en el deporte nacional del pequeño mundo de la Tradición. Para aquellos de fuera que llegan por azar a nuestros sitios tradicionales, todas estas proclamaciones solemnes deben ser una fuente de asombro, sobre todo cuando hubo ¡tres en cuatro días! Los pobres deben decir tres cosas: 1. Los Tradicionalistas adoran “declarar” y “proclamar”; 2. Los tradicionalistas están divididos; 3. Los Tradicionalistas parecen más o menos enfermos del cerebro. Yo creo que no podemos negar seriamente los dos primeros puntos, y creo que estamos en camino de realizar el tercero…

Pero la causa, queridos amigos, ¿cuál es la causa de este frenesí de Declaraciones, de esta profunda división, de este peligro de daño irreversible del cerebro? La respuesta está en una palabra: ¡Autoridad! Sí, es verdad: ¡La Autoridad! Cuando ésta es mal utilizada, produce efectos contrarios a su objetivo. Efectivamente, la autoridad debería aportar el orden y la unidad a una comunidad, grande o pequeña. Cuando es mal utilizada, es causa de caos y divisiones. Pero ¿cómo saber si la autoridad es bien o mal utilizada?

En todas las cosas, hay que considerar el fin, la causa final, la meta. La autoridad viene de Dios y, como el hombre, como la sociedad de los hombres, ella es una creatura.  Se le ha dado a los hombres para que puedan lograr el objetivo de la sociedad, que es ofrecer al hombre las mejores condiciones posibles para lograr su propósito, el propósito para el que fue creado. Pero ¿cuál es este fin del hombre y, por extensión, de la sociedad y de la autoridad? ¿Cuál es el fin de toda creatura, sin excepción? ¡Es glorificar a Dios! Cuando una creatura racional ignora, olvida, o traiciona deliberadamente este propósito de la creación, no puede más que provocar el desorden y la confusión. Y esto es lo que sucede cuando la autoridad es mal utilizada.

Permítanme citarles a Dom Columba Marmion, OSB: Cuando queremos juzgar el valor absoluto de una cosa o de una obra, debemos hacerlo adoptando el punto de vista de Dios. Solo Dios es la verdad; la verdad es la luz en la cual Dios, Sabiduría eterna, ve todas las cosas; el valor de todas las cosas depende de cómo Dios las valora. Este es el único criterio infalible para juzgar. (…)  Pues es una verdad capital que Dios nos hizo conocer respecto a sus designios, y es que Él creó e hizo todo para su gloria (Proverbios, 16:4). Dios nos da todo; incluso se da a sí mismo en la persona de su Hijo bien amado Jesucristo y, con Él, nos da todos los bienes, nos prepara para la eternidad, una bienaventuranza infinita en la sociedad de su adorable Trinidad. Pero hay una cosa que se reserva celosamente, que no quiere ni puede darnos: es su gloria (Isaías 47,8). Por lo tanto, las cosas no tienen valor más que en la medida que procuran esta gloria a Dios” (Cf. « Le Christ idéal du Moine », Maredsous, edición de 1960, pp. 390-391).

Queridos amigos, la causa de la confusión, del desorden y del caos, es que nosotros vemos en la Iglesia, desde el Vaticano II y en la Fraternidad San Pío X actualmente, el abandono, en la práctica, de esta visión sobrenatural de las cosas y de los hombres. Las autoridades, en todos los niveles de la Iglesia y de la Fraternidad, parecen haber olvidado que su fin es el de glorificar a Dios.

En efecto, la Roma conciliar, a través del Vaticano II y sus “reformas”, continúa en el camino de la glorificación del hombre en lugar de Dios. Recordemos el terrible discurso de clausura del Papa Paulo VI al final del concilio Vaticano II, el 7 de septiembre de 1965: “al menos reconozcan su mérito (de la espiritualidad del Concilio), ustedes, los humanistas modernos, que renuncian a la trascendencia de las Cosas Supremas, y reconozcan nuestro nuevo humanismo: Nosotros, más que cualquiera, tenemos el culto del hombre”. Desde los últimos 48 años, hemos sido testigos de esta mala utilización de la autoridad por la jerarquía romana. ¡Ellos ciertamente no glorifican a Dios! Y se puede decir lo mismo de las autoridades de la FSSPX.

Efectivamente, como lo demuestran los textos oficiales de la Fraternidad desde el 2012, los Superiores ahora aceptan el principio de un acuerdo con la Roma conciliar sin exigir de ésta que se convierta. No tienen más que leer la escandalosa Declaración del 15 de abril de 2012 de Monseñor Fellay, también la vergonzosa Declaración del Capítulo General del 14 de julio de 2012, así como el texto de las seis condiciones “cosméticas”.

¡Y no vengan a decirme que estos textos ya no tienen valor! Sepan que ellos siguen siendo la posición oficial y legal de la Fraternidad, ¡y esto a pesar de la multitud de sermones, conferencias y Declaraciones afirmando lo contrario! En efecto, ninguna de estas intervenciones tiene valor legal en la Fraternidad, y todas ellas no representan más que la opinión personal de sus autores.

Es por eso que la Declaración de los 3 obispos del pasado 27 de junio, aunque no tuviera errores y fuera perfecta, no cambiaría ni una iota. Para que la posición legal y oficial de la Fraternidad cambie, habría que reunir un nuevo Capítulo general y que repudiara estos malos documentos y los escribiera de nuevo. ¡No hay modo de escapar a esta realidad! Incluso si un nuevo Capítulo general declarara oficialmente los documentos del 2012 como nulos y sin valor, y que se contentara con decir que la Fraternidad aceptaría recibir de Roma el permiso de “continuar tal como ella es”, tal aceptación constituiría igualmente un grave abandono de su deber, una terrible y perversa utilización de la autoridad. En efecto, todo católico digno de ese nombre, (mucho más los Superiores de la Fraternidad), deberían tener tan gran dolor y tan gran horror respecto a la doctrina y acciones de la Iglesia conciliar, que debería erizarse con el pensamiento de recibir cualquier aprobación que sea por parte de estos traidores y enemigos de las almas y de Cristo. Es por eso que los Superiores de la Fraternidad no glorifican a Dios y hacen mal uso de su autoridad, causando así el caos y el desorden que vemos en todas partes dentro del movimiento tradicional.

Si ya estamos cansados de la multiplicación de Declaraciones y Pronunciamientos; si queremos reencontrar nuestra unidad; si deseamos ser preservados de los daños irremediables al cerebro, debemos orar para que los Superiores de la FSSPX se despierten de su prolongado episodio de sonambulismo y que, deseosos de glorificar a Dios y hacer buen uso de su autoridad, hagan una Declaración FINAL Y CORTA a la Roma conciliar: « Nullam Partem! » - “¡No tendremos parte con ustedes!”.