El mal menor.
"El principio moral de
que es lícito elegir un mal menor vale en determinados casos, por ejemplo el de
la “legítima defensa”, “servato moderamine inculpatae tutelae”, como dicen. No
vale en todos. En el caso de conciencia propuesto por el film El mar no perdona,
por ejemplo, el capitán del bote salvavidas que da muerte directamente a
algunos de los náufragos para salvar al resto, procede inmoralmente.
En el caso de error, no
se puede elegir el “menor error”. ¿Cuál es el menor error? ¿Por ventura el
error mezclado con verdades? Esos suelen ser los más perniciosos…El liberalismo
es un error. ¿Puedo elegir el liberalismo para alejar al comunismo? No. Debo
rechazarlos ambos. El error es el mal
más grande del hombre. El liberalismo es pecado, escribió Sardá y Salvany,
un librito muy útil para la Argentina que habría que proponerle a Emecé.
Si hay una discusión
entre siete hombres, uno de los cuales dice que dos más dos son cuatro, otros
tres dicen que dos más dos son cinco, y los tres restantes que dos y dos son
cuatrocientos, ¿deberá el primero ponerse de parte de los del cinco porque es
un error menor? Aquí en la Argentina muchísimos se pondrían de inmediato, sobre
todo si les dan a ellos 5 por cada 2 y 2”.
(Castellani,
“El mal menor” febrero de 1958).
Veamos:
“El liberalismo es un error. ¿Puedo
elegir el liberalismo para alejar al comunismo? No”. Tampoco se puede
elegir el liberalismo para favorecer el Tradicionalismo, evidentemente. Bueno, no
tan evidentemente, porque en esa transacción se metió la FSSPX. ¿Qué otra cosa
fue sino aceptar el Motu Proprio
sobre la Misa –que sirvió para glorificar la Misa Nueva- o pedir el retiro del
decreto de las excomuniones y aceptar el levantamiento de las excomuniones? ¡El
mal menor!
“Si hay una discusión entre siete hombres,
uno de los cuales dice que dos más dos son cuatro, otros tres dicen que dos más
dos son cinco, y los tres restantes que dos y dos son cuatrocientos, ¿deberá el
primero ponerse de parte de los del cinco porque es un error menor? Aquí en la
Argentina”…aquí hasta pueden decir que dos más dos es 30.000 (siguiendo a
Mons. Williamson, que habla tan claro como lo hacía nuestro incomprendido Castellani).
El trigo y la cizaña.
Y
hablando del Padre Castellani:
“La Iglesia que ha sido
conmigo falsa e inmisericorde NO ES LA MISMA que la Iglesia en la cual
permanezco. Yo permanezco en el ideal evangélico, en comunión por tanto con
todos los que hoy día abrazan de hecho el Evangelio. También me ha hecho
grandes bienes la Iglesia; sí, la Compañía de Jesús.
La Iglesia que se
equivocó conmigo (aun humanamente hablando) es la burocracia impersonal de los
malos pastores; la Iglesia a la cual sigo amando y perteneciendo es la Iglesia
personal y viviente de los que aún tienen fe, y viven su fe en la caridad. Las
dos están unidas (siempre lo han estado, trigo y cizaña) pero son opuestas en
sí mismas; mas no podemos separarlas nosotros, pues según Nuestro Señor, las
separarán los “Segadores”, en el tiempo de la “Siega”, que opino no está ya muy
lejos.
El comunismo puede ser
el instrumento de esa separación.
El mismo caso de Cristo
con la Sinagoga. Cristo no se salió de la Sinagoga (la Sinagoga lo arrojó)
porque ella era la depositaria no practicante de la Fe y de la Ley verdadera.
Luchó dentro de ella hasta la muerte contra los abusadores de la Ley –los
fariseos-. Si Cristo por despecho se hubiese hecho saduceo, herodiano o gentil,
les hubiese dado un placer fantástico a sus encarnizados enemigos.
Creo que yo les daría
una alegría a algunos malos jesuitas, (los hay buenos, quiero decir, hay gente
buena no poca, incluso dentro de los jesuitas) si ahora agarro y me vuelvo
protestante, como el difunto Padre Anzoátegui, escandalizado por su conducta y
resentido por los daños que me han infligido. Esa es justamente mi más grave
tentación –y el mayor daño que me han infligido-. Pero yo conozco que es
TENTACIÓN.
Hay que “sufrir
tentación” en esta vida (…) no solamente por la Iglesia sino también por parte
de la Iglesia.
Pero esta es una
respuesta escrita en “protestante”; es también una respuesta “prepotenta”, y un
si es no es sublime. ¡Compararse con Jesucristo! Sin embargo, el Evangelio, San
Pablo y Tomás de Kempis, nos imponen la obligación de compararnos
constantemente con Jesucristo; y en eso consiste el ser cristiano. ¡Tremenda
obligación! No me extraña que tantos la hayan abnegado hoy día, continuando
llamándose y creyéndose cristianos, pero sin compararse con Jesucristo, poco o
nada”.
(Castellani,
“Ideal comunista o ideal cristiano”, “Las ideas de mi tío el cura”).
¿Qué
significa entre nosotros, el no hacer esa separación del trigo y la cizaña? No
quiere decir que se debe entrar en la Roma modernista, en ser parte de esa
estructura maligna del Vaticano II, no; sino que significa seguir en la Iglesia
no cayendo en el sedevacantismo, no decir “no hay Papa” y por lo tanto “no hay
Iglesia” lo que es lo mismo que decir - a la manera protestante- “yo soy mi
propio Papa” y “este grupito es la Iglesia”.
Lo
mismo ocurre con la Fraternidad. A Mons. Williamson, como a Cristo los fariseos
y a Mons. Lefebvre los modernistas, lo arrojaron de allí. Él luchó –bien o mal-
contra los abusos y errores hasta que pudo. El sigue estando dentro de la
Fraternidad como Mons. Lefebvre siguió estando dentro de la Iglesia, pese a la “excomunión”.
Y por eso sigue combatiendo.
Ahora
bien, no se puede quitar la cizaña, pero sí se puede evitar que el trigo se
convierta en cizaña. Es decir, es necesario ello porque la cizaña del error, de
la herejía puede infectar al católico tradicional. Ese es el combate al que quieren
abandonar muchos o pretenden hacer pidiéndole a la cizaña de Roma que tolere
que el trigo la corrija. Pero, como se ha visto ahora con la carta que Mons. Di
Noia ha dirigido a las autoridades y sacerdotes de la Fraternidad, la cizaña no
tolera al trigo, mientras éste siga siendo trigo.
Acuerdistas y sedevacantistas.
“La mayoría de
los errores de los hombres proceden menos de que éstos razonen mal partiendo de
principios verdaderos, que de que razonen bien partiendo de juicios inexactos o
de principios falsos” (Sainte-Beuve, cit. por Ploncard d’Assac en “La
Iglesia ocupada”).
En efecto, puede decirse que, por ejemplo, los
acuerdistas o liberales de la Tradición parten de un juicio inexacto o falso: “El
Papa ha iniciado una restauración; en Roma tenemos amigos; Roma está débil y
nosotros fuertes; tenemos una protección especial que hará que no nos pase lo
mismo que a Campos y los otros tradicionalistas; el Papa quiere arreglar
nuestra situación; debemos volver a Roma porque desde allí se ampliará nuestro
campo de apostolado y lograremos restaurar la Tradición en la Iglesia”,
etcétera. Luego de estos principios, se deduce que todos los que se oponen a
esto son extremistas, fanáticos, tienen un juicio fuera de la realidad,
dominados por el celo amargo, son francotiradores, no confían en la divina Providencia,
etc.
Del mismo modo, los sedevacantistas parten de un
principio indemostrable pero que juzgan ser objetivamente verdadero: “El Papa
es un impostor, un anti-papa, no hay Papa desde la muerte de Pío XII”. El
razonamiento siguiente sigue su buena lógica: todos los que reconocen al Papa –y
a los otros Papas- son herejes, son malos tradicionalistas, están en el error,
contaminados y todo lo que hacen sirve para los herejes que están en Roma donde
reside el Anticristo.
De tal manera, aceptado el primer principio –en desacuerdo
con la realidad- y viendo los que esto siguen que los razonamientos lógicos que
se suceden parecen llegar a conclusiones coherentes, se produce luego una serie
interminable de razonamientos que construyen un edificio al parecer sólido,
pero en verdad completamente falso, porque sus cimientos lo son.
Puede que los que habitan estos edificios nunca –hasta
recién al final- adviertan dónde viven. Pero puede ser también que los edificios
se vengan abajo como las Torres Gemelas de Nueva York.
En uno u otro caso, no faltará quien desde afuera dará
a tiempo la voz de alarma. Esperamos que la mayoría sea capaz de escucharla.
Diálogo de la iglesia conciliar.
El diálogo es el disfraz del error que quiere hacer
caer a la verdad –porque la odia.
“El
error al cual no se resiste, queda aprobado; y la verdad que no está defendida,
está oprimida” (San Félix III, Papa).
El
hombre se aleja de a poco de la verdad dejando de odiar de a poco el error. No
velando sobre sí mismo, ese error penetra en él. La verdad está continuamente
acechada. ¿Y por qué logra el error penetrar en nosotros? Porque confiamos en
nosotros mismos. Olvidamos el pecado original. Todo lo que el mundo moderno ha
construido –para derribar al Cristianismo- es producto de la negación del
Pecado Original. Todas las herejías se basan en eso. El liberalismo postula la
“inmaculada concepción” del hombre. Por eso lo mejor que podemos hacer es
hacernos verdaderos devotos de la Santísima Virgen, de la Inmaculada Concepción
de María. Si somos suyos entonces nos contagiaremos de su celo por el honor de
Dios. Y así no aceptaremos ni la más pequeña mancha del error o la soberbia que
puedan intentar disminuir la Majestad de Dios. Toda transacción con el error,
toda disminución de la verdad, así vengan revestidas de la “caridad”, serán
rechazadas. Porque la primera caridad es hacia Dios, y en Dios no hay error.
Esa intransigencia no significa olvidarnos de su Misericordia y su Justicia.
Por eso no podemos “imponer” a nadie la verdad sino que nuestro camino es
hacernos “verdad” en la imitación de María: ser los últimos de todo, pero sin
temor de defender y decir la verdad, y combatir el error y la falsedad porque
esa es también una forma de amar a Dios y al prójimo, y si no amamos la verdad,
¿cómo podemos decir que amamos a Dios?
Ni lo uno ni lo otro.
Ni integrismo sin inteligencia, ni pusilanimidad bajo
el disfraz de “prudencia”. Amor a la cruz y paciencia; amor a la verdad y
aceptar sus consecuencias.
Hablar con caridad es hablar “sí, sí, no, no”;
hablar con diplomacia es invento del diablo, que envió de embajador a la
serpiente para engañar a los humanos.
Los políticos y los obispos liberales son diplomáticos,
esto es, diluyentes de la verdad, que es cosa de Dios.
Acostumbramiento.
Decía
el Marqués de Sade: “Acostúmbrate al mal
y éste se te hará cotidiano”.
Traduzcamos
para nosotros en la Fraternidad San Pío X: “Acostúmbrate a la ambigüedad y ésta
terminará siendo tu forma de hablar y de pensar”.
Dejando de lado la verdad, se puede dialogar con
todos. El error se lleva bien con todos…menos con la verdad.
Adán y Eva, en su diálogo con la serpiente,
disminuyeron la verdad de Dios. Entonces Dios los castigó permitiendo se
engañaran. Por no custodiar la verdad en su integridad. Porque lo que dice Dios
basta.
"Verdades".
El diálogo ya no es un intercambio en la verdad, sino un intercambio de
“verdades”.
Palabras de clausura.
Probablemente no haya leído palabras tan rastreras e
irrespetables como estas del discurso de clausura del Concilio Vaticano II por
Pablo VI:
“El Concilio ha
enviado al mundo contemporáneo, en lugar de deprimentes diagnósticos, remedios
alentadores; en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza”.
¡Oh, Cristo, ese Concilio te hubiese crucificado!
(Bueno, eso resulta muy demostrativo para el mundo moderno, tal vez sólo lo
hubiese excomulgado, para empezar)
Chesterton.
Esto también me hace acordar a Chesterton, cuando
le hace decir al Padre Brown: “Si alguna
vez me hubiera yo atrevido a matar a alguien, hubiera sido a un optimista”.
El Concilio y la Fraternidad.
“El Concilio ha
retomado el diálogo de Eva con la serpiente, que pone en entredicho la
veracidad de Dios” (Padre Calderón, “Prometeo”).
El diálogo doctrinal o las conversaciones infinitas de
la FSSPX con Roma ES LO MISMO presentado de otra manera.
Escarmientos.
¿Por qué llega la Fraternidad a esta situación?
“Todos los
escarmientos que nos has enviado, oh Señor, con verdadera justicia los has
enviado: porque hemos pecado contra Ti, y no hemos obedecido a tus mandatos;
eso no obstante, da gloria a tu nombre, y pórtate con nosotros según tu gran
misericordia”.
Introito, Misa XX después de Pentecostés.
Ámame.
“El nuevo
fundamento que Juan (XXIII) deseaba establecer fue resumido en una frase
acuñada por su íntimo colaborador, el cardenal Agustín Bea: ver la verdad con amor. Esto es, que
cada parte que deseara dialogar se aproximara a la otra doblemente predispuesta: predispuesta al amor y al deseo de saber. Esto era todo,
pero implicaba en sí un nuevo concepto sobre libertad religiosa: el derecho de
todo ser humano a adorar a Dios en la forma dictada por su conciencia, y el
derecho a ser respetado por los demás en el camino elegido”. Esto dice un
artículo titulado “El concilio ecuménico y los judíos” en una publicación judía
(“Comentario”), muy satisfecha, perteneciente al Instituto Judío Argentino de Cultura
e Información, allá por abril-junio de 1965, cuando todavía el Concilio estaba
en funciones.
El 5 de octubre de 1962, apenas 6 días antes de que
diera comienzo el Vaticano II (el
día 11, fecha kabalística), Los Beatles
sacaron al mercado su primer disco simple, llamado “Love me do”, Ámame (“Amar a alguien a quien no conozca”, dice la
letrilla). Por entonces, en esa maldita década, se instalaría la famosa frase
“Haz el amor y no la guerra”, lema de la contracultura y en especial de los
“hippies”. “Todo lo que necesitas es amor”,
dirían luego otra vez los Beatles en una canción que daría la vuelta al mundo.
Hasta los comunistas asesinos hablaban de “amor” (“Déjenme decirles, a riesgo de parecer
ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos
de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad.
Quizá sea uno de los grandes dramas del dirigente; éste debe unir a un espíritu
apasionado, una mente fría y tomar decisiones dolorosas sin que se contraiga un
músculo. Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a
los pueblos. No puede descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia
los lugares donde el hombre común lo ejercita.”, Che Guevara).
Y he aquí que el Vaticano lanza su propia canción: “ver la verdad con amor”, “estar predispuesto al amor”, o, entre
paréntesis, “Haz el amor y no la guerra”. Nada de condenaciones al comunismo o
las herejías, sino “misericordia”, sólo “amor”. “Sonríe, Dios te ama” decía una
frase muy famosa, dicha bobaliconamente por los modernistas, sin entrever el
sentido real de la expresión.
Sabemos lo que querían decir los jipis y los
flequiyudos de Liverpool cuando decían “amor”: “sexo, drogas y rock’n’roll”, y mucho dinero, por supuesto. Sexo y
guita. Amor a sí mismo. Amor abstracto a la humanidad e idolatría de sí mismo.
La Roma modernista le propuso “hacer el amor” a los
herejes y pecadores del mundo: “hablemos de amor”. Y entonces la “acostaron”.
Esta apostasía es la que llama el Evangelio:
“fornicación”.
Desde entonces se usa la palabra amor para decir
cualquier cosa, cualquier estupidez o canallada, menos lo que Cristo nos enseñó,
menos lo que los santos practicaron, menos lo que la Virgen María simboliza, menos lo que Dios es.
Ahora el Vaticano II, a través de uno de sus agentes,
el Cardenal Di Noia, le habla de caridad a la FSSPX.
Como dice Gómez Dávila: “El amor al prójimo ha sido patentado como la mejor disculpa para
apostatar”.
“Todo lo que sé
lo he leído en los diarios. Esa es la coartada que tengo para justificar mi
ignorancia” (Will Rogers).
El feligrés de la FSSPX podría decir exactamente lo
mismo: “Todo lo que sé lo leí en las revistas y sitios oficiales de la
Fraternidad. Esa es la coartada que tengo para justificar mi ignorancia”.
“Los individuos
tienen un objetivo personal que obtener; fin que les es propio y que aporta una
contribución al bien común. Es función especial de la autoridad el perseguir
este bien común y el agrupar las voluntades, que sin esta coordinación estarían
dispersas” (Monseñor Lefebvre).
La autoridad le es dada a quien la ejerce por Dios
para conducir a sus subordinados al bien común de la sociedad, que incluye el
bien propio de cada individuo. La autoridad no le es dada al Superior para apartar
a los inferiores de ese fin. No es dada al Superior para la ruina de los
inferiores. La autoridad se pierde cuando no se ejerce para la persecución de
este bien común.
Perdida la autoridad del Superior, el deber del
súbdito de obedecerlo se lesiona y se pierde porque en tal caso de obedecer
estaría atentando contra el bien común y contra su propio bien.
Si quiero conservar la fe y salvar mi alma no puedo
obedecer a quien puede conducirme a perder la fe y el alma.
La autoridad no es un fin en sí mismo, sino un medio creado por Dios para que los Superiores ayuden a los inferiores a
conseguir ese bien propio y común.
Cuando el Superior se desvía del camino y ya no
conduce a los inferiores al bien al que debía conducirlos, los inferiores pierden
la confianza en el Superior, porque éste ya no tiene la autoridad, porque ha
abandonado su misión.
Al no haber autoridad, ya no hay verdadera sociedad.
No hay sociedad sin unidad. Entonces quien ejerce la
Superioridad sin tener autoridad, recurre a medios coactivos e injustos y despóticos
para intentar recuperar la autoridad perdida y volver a la unidad de la
sociedad.
Pero no puede haber verdadera unidad en el error.
¿No es éste el drama que estamos viviendo hoy, en esta
época, en la Sociedad, en las familias, en la Iglesia, en la Fraternidad
Sacerdotal San Pío X?
Ausente la autoridad, se lesiona la obediencia, y la
forma de obtener el bien común se vuelve anárquica. Los Superiores se vuelven
inferiores y los Inferiores quieren ser superiores.
A Dios gracias queda un Obispo íntegramente católico,
quedan sacerdotes íntegramente católicos y quedan fieles católicos que quieren
seguir siendo católicos integristas, esto es, no liberales, dispuestos a cumplir cada uno su deber, a
partir de la restauración de la Autoridad (o la Paternidad, como dice Mons. Williamson) que, siendo fiel a Dios, ha de guiar
a aquellos que orientan su vida hacia Dios, a la obtención de este bien
particular y bien común.
Por supuesto que es más fácil para los gobernados
obedecer con los ojos cerrados al Superior. Pero si Monseñor Lefebvre hubiera
hecho eso, ¡la FSSPX no existiría!
¿Se dan cuenta de esto los que se niegan a discutir o
a ver la situación actual de la Fraternidad? Luego de años de escuchar un
lenguaje ambiguo y contradictorio son incapaces de tener la actitud que San
Pablo ponderaba en los primeros cristianos, que examinaban el Evangelio que
recibían de él a la luz de las Escrituras que conocían (o como mandaba San Juan en su primera carta, capítulo 4, "no creáis a todo espíritu, sino poned a prueba los espíritus si son de Dios").
No son los inferiores los que hacen a los superiores.
Pero los inferiores cuentan con las gracias suficientes para entender si lo que
hacen los superiores se corresponde con el fin para el que fueron dotados de la
autoridad.
La custodia de la fe no es sólo obra de los
Superiores, pues cada inferior es responsable de sí mismo y debe custodiar el
tesoro que guarda y que le ha sido dado a través de los Superiores pero que
éstos pueden lesionar o incluso hacérselos perder.
Si el mismo Satanás se transforma en ángel de luz para
intentar engañar a los cristianos, ¿cómo no hemos de estar despiertos y
examinando siempre lo que se nos predica e informa o se nos deja de predicar e
informar?
Y si habrá, como dice el Apóstol, “falsos profetas”
con apariencia de piedad, o “lobos con piel de cordero”, ¿cómo entonces no
examinar lo recibido a la luz de la Tradición? ¿Cómo entonces no esperar de los
Superiores la verdad en su claridad y pureza, sin contradicción ni doblez?
“La verdad no es condescendiente sino intransigente”,
dice Monseñor Straubinger, cuando comenta el famoso pasaje de San Pablo que
dice así: “Pero aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo, os predique
un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea maldito. Os lo
he dicho, y os lo repito: Cualquiera que os anuncie un Evangelio diferente del
que habéis recibido, sea maldito” (Gal. I, 8-9).
Y dice en otro lado Mons. Straubinger: “Las Escritura
nos enseña ciertamente a desconfiar de nosotros mismos en nuestras
determinaciones y buscar el consejo del prudente, pero con la libertad del hombre espiritual”.
Los que obedecen ciegamente ponen la letra sobre el
espíritu; los medios sobre los fines; las estructuras eclesiales sobre la
verdad; las buenas intenciones sobre las acciones.
Reniegan de su libertad espiritual y se aproximan a la
estrechez protestante de la “sola Escritura”.
Ser católico significa tener libertad porque se está
en la verdad. Y la libertad que tenemos es la que nos permite juzgar la
realidad a la luz de esa verdad.
Al perder parte de la verdad se pierde parte de la
libertad. Entonces la obediencia se tuerce. Y se obedece cuando no se debe,
porque ya no puede juzgarse la realidad.
El combate de nuestros días es no dejarse capturar por
ninguna fantasía o ilusión liberal que nos saque de la realidad. El combate consiste en
permanecer en la verdad sin faltar a la caridad.
Si, como decía Santa Teresa, que la humildad es la
verdad, entonces he allí un programa a seguir.
Y ese programa tiene un modelo: María.
“Oh tú, que te ves inmerso en el diluvio del siglo,
más luchando contra tormentas y tempestades que andando por tierra firme: No
apartes tus ojos del resplandor de esta estrella si no quieres ser anegado en
las tormentas. Si surgen los vientos de las tentaciones, si incurres en los
escollos de las tribulaciones, ¡MIRA A LA ESTRELLA, INVOCA A MARÍA! Si te ves
sumergido en las olas de la soberbia, de la ambición, de las calumnias, de la
envidia, MIRA A LA ESTRELLA, INVOCA A MARÍA. Si la ira, o la avaricia, o las
tentaciones carnales baten la navecilla de tu alma, MIRA A LA ESTRELLA, INVOCA
A MARÍA. Si te turba el recuerdo de tus pecados, o te deprime la podredumbre de
la conciencia, si te sientes aterrado por el horror del juicio por el que
pasarás, si la sima de la tristeza te absorbe, y te ves caer en el abismo de la
desesperación ¡ PIENSA EN MARÍA!” (San Bernardo).
Castellani.
Otro poco de Castellani, sobre varios temas de los que ya no se habla:
“La Iglesia Católica posee una Jerarquía
legal y visible, la cual debe ser obedecida en todo caso; si no por obediencia
propiamente tal, por disciplina; excepto en el caso de pecado o absurdo, por
supuesto. En el caso posible de corrupción de esa jerarquía legal y visible
(que se ha visto) la Iglesia de Cristo pasa a través de esa corrupción, a
manera de cisne o de paloma…paloma degollada. Pero las naciones no pasan; las
naciones se hunden. Es lo que le dije al Nuncio, incluso por escrito e impreso.
La Iglesia como sociedad espiritual atraviesa la corrupción de sus
autoridades legales en virtud de los hombres espirituales; es decir, de los que
tienen en ella autoridad real. Algunos de
ellos pagan esa autoridad con la vida: Juana de Arco, Savonarola, Bartolomé Carranza,
el cardenal Petrucci, San Anastasio, San Policarpo, San Juan Francisco de Régis…sin
nombrar al primero de los mártires de nuestra religión, cuyo nombre sea loado.
San Basilio decía: “A mí
me persiguen, pero no puedo decirlo a nadie, porque los que me persiguen llevan
mi mismo nombre…”; que es una graciosa manera de no decirlo a nadie.
El fariseísmo es la más grave de todas las corrupciones humanas, y el
fariseísmo siempre reclama víctimas, y generalmente no puede ser afrontado sino
con mártires.
La autoridad se divide en
legal y real; por ejemplo, un médico que no cura, como “curador” tiene
autoridad legal pero no real; un curandero que cura tiene autoridad real como “curador”.
La autoridad, ¿qué es, en
definitiva? La autoridad es que le crean
a uno, decía el canónigo don Claudio del Rey. Cuanto más altas y difíciles son
las cosas creídas, más sube el grado de la autoridad; y a esto se llama ”Jerarquía”.
Las verdades supremas se le creen al Apóstol y al Testigo, presuponiendo que no
todos son Apóstoles los que se llaman “apóstoles…y no son”, como dice San Juan”.
(La ausencia de poder, 1 de marzo de 1957).
Lunáticos.
Siempre viene bien recordar esta frase
del Padre Garrigou-Lagrange: “La Iglesia
es intolerante en los principios, porque cree; es tolerante en la práctica, porque
ama. Los enemigos de la Iglesia son tolerantes en los principios, porque no
creen, y son intolerantes en la práctica, porque no aman”.
Viene bien sobre todo con respecto a los lunáticos (expresión de la Ortodoxia
chestertoniana), porque esos son intolerantes en los principios, pero también lo
son y tal vez más en la práctica. Hablamos de los de cierta Radio internáutica
y su pequeño grupo de seguidores –sacerdotes y seglares- que a pesar de sus
ideas tradicionales, espantan a los tradicionales. ¿Por qué?
Por su prepotencia, sus burlas
hirientes, su intemperancia. Porque ven mala intención siempre y en todos
aquellos que no comulgan con sus ideas. De esta manera han venido a ser útiles
al liberalismo católico, porque todos aquellos que en su momento pudieron
haberse enterado de ciertas cosas importantes respecto de los errores de la
Fraternidad, al acudir a ellos se veían expulsados por esas sus
características. Características propias de un Lutero, que se fue de la Iglesia
y se volvió “protestante”.
Estos son los protestantes de la
Tradición católica.
El lunático no admite matices en las personas: el
que no piensa como yo es mi enemigo.
Para concluir tan simplemente, infiere tanto en el examen del otro, de lo que dijo o dejó de decir, que todo le causa
sospecha.
Porque el lunático ya decidió que el
que no piensa como él, no sirve.
El que no piensa como él, no es como
él.
Y como él es único, nadie puede pensar
como él.
Así encuentra fácilmente motivos para
condenar y despreciar al “otro”.
Para el lunático los demás son “otros”.
“Otros” que no son como él.
El lunático piensa: "fuera de lo que
pienso no hay salvación".
"Yo estoy en eso, soy eso, estoy
salvado".
"Los otros amenazan mi salvación. Mi
pureza. No puedo dejarme contaminar".
El lunático es intransigente en los
principios. Pero asocia los principios a su persona.
Debido a su presunta “pureza” y “razón”,
el lunático encuentra “impuros” e “irrazonables” a todos los demás. Desconfía
de todos.
Uno de sus principios es: “Piensa mal y
acertarás”.
Nada le conforma.
Al revés que el tonto optimista, que el
liberal y el progresista, que cree o se hace creer que todo va o irá mejor, el
lunático siempre ve el lado malo de las cosas. Lleva puestos lentes oscuros.
Como los ciegos.
Pero, a diferencia de los ciegos, se
niega a llevar un lazarillo o ni siquiera un bastón.
Llevar lazarillo o bastón significa ser
humilde. Pero no se puede ser humilde mientras se está despellejando a los demás.
Tiene razón
Chesterton cuando dice: “El hombre que comienza a pensar sin la base
de un primer principio adecuado, enloquece; porque empieza por el mal lado”.
Lo vemos todo el tiempo ¡cuántos caen a nuestro lado! ¡Qué peligro tenemos de
caer!
Ese primer principio adecuado debe ser la humildad, porque “la humildad
es la verdad” (Sta. Teresa) y Dios da la sabiduría a los pequeños y humildes y
se la niega a los soberbios.
Por eso aunque los lunáticos puedan tener en sí muchas verdades, no
tienen la Verdad.
Y si no la tienen es por aquello que sublimemente dice San Pablo en la primera
epístola a los Corintios, capítulo XIII, en su Himno a la caridad.
Y por esto que admirablemente nos dice San Gregorio Magno:
“Al escuchar los preceptos de Dios
los discípulos de Emmaus no fueron iluminados, pero sí lo fueron al cumplirlos,
porque escrito está: “No son justos delante de Dios los oyentes de la Ley, sino
que serán justificados los que la observaren”. Por tanto, todo el que quiera
entender lo que ha oído, apresúrese a poner por obra todo lo que ya ha podido oír.
He aquí que el Señor no es conocido mientras habla, y se digna ser reconocido
cuando lo sustentan”.
Fanáticos.
Pero el
lunático también es un fanático. Y ¿qué es el fanatismo? “El fanatismo –define el Padre Castellani- consiste en poner arriba de todo los valores religiosos –lo cual está
bien- y después suprimir o despreciar todos los otros valores, lo cual está
mal. Los valores religiosos son ciertamente los más altos de todos, son la cúspide
de la pirámide de los valores, pero la pirámide no es pura cúspide; la cúspide
tiene que estar sustentada por la falda. Si Ud. Se sube a la cúspide y después
retira la falda, se cae usted y la cúspide; y ésta deja de ser cúspide. El fanático es muy religioso o cree serlo;
pero da en despreciar todo el resto, la ciencia, el arte, la nobleza e
incluso las virtudes naturales, el talento, el genio, el espíritu de empresa.
Su religión se desboca, como si dijéramos. Hay
religiosos que son buenos religiosos (o lo creen) y desprecian a medio mundo”.
(“Domingueras prédicas” II, pág. 103). Esto me hace acordar de cuando la famosa
Radio Cristiandad criticaba duramente a Monseñor Williamson porque en su
columna semanal hablaba de cine o de arte o literatura. Es claro: los tipos
viven en la cúspide, y todo lo demás está allá abajo, pequeño, despreciable.
Línea media.
Línea Media. Andan por el medio del
camino. Por eso no son “ni chicha ni limonada”. Ni modernistas ni tradicionalistas.
Ni derecha ni izquierda. Y con eso creen estar en el buen camino. Pero en
definitiva su 2 + 2 nunca da 4. Da 3. A veces 3 y ½. Están más cerca que el que
suma 2 + 2 y le da 6, o 50 o 30.000. Están más cerca, siempre se acercan…pero
nunca llegan. Nunca dicen que 2 + 2 da 4. Porque piensan que el 3 es un 4. ¿Tal
vez porque temen ser asociados a los que responden que 2 + 2 es 4, esto es, a los
“lefebvristas”? Es muy probable. Y es más cómodo lo suyo, porque nadie ha de
etiquetarlos con epítetos infamantes como “cismáticos”, “ultracatólicos”, “lefebvristas”
u otros semejantes. Por eso en sus librerías y en sus bibliotecas conviven sin
problemas Castellani y Juan Pablo II, San Pío X y el Cardenal Ratzinger. La
ortodoxia junto a la herejía. La Biblia junto al calefón.
Vemos dos ejemplos de esta incoherencia
en dos personas que escriben cosas buenas, aparentemente lúcidas y que ven la
crisis grave de la Iglesia, pero que sacan conclusiones erradas, por lo menos
en un tema clave, como es el de la Misa.
En su libro reciente “El Anticristo”, Federico Mihura Seeber,
luego de ver muy bien que en las misas del Novus Ordo se tiende a sustituir a
Dios por el Hombre, y encima por éste en su peor versión, como un sub-hombre; y
que es bueno que esta liturgia les choque a los verdaderos fieles y que debe
dudarse de la fe de aquellos a quienes no les choca o incluso les agrada; luego
de decir que esta misa prepara a la masa religiosa para lo que será el culto
del Anticristo, luego de esto asegura infaliblemente que Cristo se hace
presente en ella, y que cuando no tiene más remedio,…acude a dichas misas y
comulga en ellas. Dice: “No estoy de
acuerdo, en esto, con ‘lefebvristas’ y ‘sede-vacantistas’. Sostengo que, si
Cristo está presente en estas misas –como, creo, reconocen los primeros-, no
debemos abandonarlo, sino acompañarlo en la ignominia” (ob. cit., pág 155).
Su razonamiento parte de un buen
corazón, pero es completamente errado. Porque participar de una liturgia
semejante –sabiendo que ofende a Dios, que no es el culto querido por Dios, que
es un culto que se centra en el hombre- es hacerse cómplice de quienes ultrajan
a Jesucristo. Participar activamente de ese culto, rezando sus oraciones y
comulgando en él, es como sumarse a quienes en su Pasión lapidaron a Nuestro
señor, lo burlaron y escarnecieron. No es acompañarlo piadosamente, como fue el
caso de Nuestra Señora y las otras
mujeres que estaban allí. Porque su acompañamiento en la ignominia era
com-pasivo. Si se quiere hacer reparación por estas injurias y ofensas contra
Nuestro Señor que realiza la Iglesia conciliar en la Misa nueva, lo que se debe
hacer, además de la oración y penitencia, es participar del verdadero culto
divino, aquel que da gloria a Dios y que el mismo Cristo instituyó, es decir,
la Misa tridentina. Si hay un culto desagradable a Dios, participar de ese
culto también desagrada a Dios. Mucho más si uno sabe que ese culto es malo o
no es el culto que el propio Dios instituyó. Acompañar a Jesús en la Misa Nueva
parece más bien una piadosa coartada para no abandonar del todo la Iglesia
modernista y apóstata.
Otro autor que coincide con el citado es
Sebastián Randle, cuando en su biografía del Padre Castellani dice lo siguiente
(le agregamos algunos comentarios nuestros): “Y gracias a todo esto resulta más difícil el fariseísmo para quienes
creen de veras. (Ahora vamos a Misa con el corazón pesado; sabemos que nos
espera una ‘paraliturgia’ perfectamente abominable, con esas maestras de
ceremonia que nos espetan no sé qué locuciones de un lenguaje a miles de
kilómetros del Evangelio, con sus ‘caminos vocacionales’, ‘comunidades
pastorales’, ‘peregrinaciones’, y ‘signos de la historia’. Pero vamos igual,
fíjense. Porque, al revés de lo que sucede con el fariseísmo, donde una
exterioridad rumbosa esconde gusanos y cuerpos descompuestos, ahora se invirtió
la cosa: detrás de la fachada de una liturgia mundanizada, detrás de las
palabras de predicadores imbecilizados e imbecilizantes, detrás de las
rastreras cancioncitas con guitarra y pandereta y la bamboleante locutora que
acompaña los vulgares compases de moda…detrás de todo eso está Cristo [parece una canción de
Serrat, “Detrás está la gente”; pero, ¿no está más bien el diablo, detrás de
todo eso? ¿Los frutos malos no proceden de un mal árbol?], escondido en la eucaristía, más callado que nunca, más difícil de
reconocer que en ningún otro tiempo. Pero está [¿cómo lo sabe?] y a Él vamos, porque creemos que está ahí [subjetivismo:
está porque yo creo que está] a pesar de
todo. Así, en este contexto, donde la exterioridad resulta repugnante
escondiendo realidades divinas, resulta más difícil ser fariseo [pero más
fácil volverse protestante o modernista]” (pág. 755).
De manera que para este autor, que
piensa que él cree de verdad, la lex orandi ya no significa la lex credendi, y
con total soberbia se cree inmune de los efectos malsanos de esa nueva fe que
se vierte en el Novus Ordo, por una cuestión subjetiva de imaginar allí a
Cristo mientras mantiene la actitud crítica ante el culto: yo soy el vivo que
no me contamino de todo este mal, me quedo y así no me convierto en un fariseo,
como podría pasarme en el antiguo culto. Pero, ¿no hay ahí una especie de
fariseísmo encubierto, al “separarme” del resto permaneciendo dentro, siguiendo
en apariencia esa liturgia pero por dentro despreciándola, o fingiendo que hago
como los demás pero por dentro reprobándolo? Miren las cosas que aguantan
algunos, para no tener que ceder y ser tenidos por “lefebvristas”, “cismáticos”,
“excomulgados”. Total: es preferible aguantar y ver cómo ofenden a Nuestro Señor…sin
chistar.
Línea Media.