Páginas

jueves, 17 de octubre de 2013

DOCTRINA Y COSTUMBRES



Andrés de Asboth
Revista “Roma”, n° 33, abril de 1974, (fragmento).


NO SER DEL MUNDO

En las épocas de decadencia existe una ver­dadera epidemia que mata la personalidad. No esa falsa personalidad contestataria que llena de vanidad se cree rebelde, no haciendo más que seguir la moda, sino la personalidad que nace de una afirmación libre de lo que, ilumi­nado por la recta razón, le parece correcto al cristiano. Existe una falta de la virtud de la fortaleza, como dijimos más arriba, la que trae esa manía de “integrarse en la comunidad”.
“No queráis amar al mundo, ni a las cosas mundanas. Si alguno ama al mundo, no habita en él la caridad del Padre. Porque todo lo que hay en el mundo, es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos, y soberbia de la vi­da; lo cual no nace del Padre, sino del mundo. Pasa el mundo y su concupiscencia; mas el que hace la voluntad del Dios, permanece eternamente” 1.
Existe un error muy difundido por doquier que el “bueno” vive en paz con los que lo ro­dean. Este error trae como consecuencia un temor excesivo, entre los cristianos, en chocar, en estar contra lo que dice la corriente. Natu­ralmente no se debe ser hiriente ni ofensivo sin motivo, mas no hay que esperar que de la se­rena afirmación de la verdad, del auténtico apos­tolado que busca convertir y no convivir, de la profesión de la recta doctrina y del “desagra­dable” ejemplo, para muchos, de las buenas costumbres, no puedan surgir antagonismos. Estos antagonismos un cristiano los debe acep­tar como una cruz y no acomodar su doctrina para evitar que surjan. Las divisiones ya están anunciadas en el Evangelio. “Yo he venido a poner fuego en la tierra ¿y qué voy a querer sino que arda? Con un bautismo he de ser Yo bautizado; ¡oh y cómo está ardiendo mi cora­zón en deseos de que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a poner paz en la tierra? No, sino desunión; así os lo declaro. De suerte que des­de ahora en adelante habrá en una misma casa cinco entre sí desunidos: tres contra dos y dos contra tres; el padre estará contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nue­ra y la nuera contra la suegra”2.
Ningún cristiano de verdad se debe extrañar que el mundo no lo quiera, más aún es un ho­nor ser odiado por el mundo, pues esto nos hace semejantes a nuestro Redentor. “Si el mundo os aborrece, sabed que primero que a vosotros, me aborreció a Mí. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como os entresaqué Yo del mundo, por eso el mun­do os aborrece”3. “Yo les he comunicado tu doctrina y el mundo los ha aborrecido, porque no son del mundo, así como Yo tampoco soy del mundo. No te pido que los saques del mun­do, sino que los preserves del mal. Ellos no son del mundo, como Yo tampoco soy del mundo”4. Como se ve, la oposición del Salvador y sus apóstoles con el mundo, a quienes Él se refiere en estos pasajes, es bien radical.
Esta oposición no nos debe desanimar en lo más mínimo. La victoria final siempre es de Dios. Nosotros sólo debemos obedecerle. “Por cuanto el amor de Dios consiste en que obser­vemos sus mandamientos. Sus mandamientos no son pesados, pues todo hijo de Dios vence al mundo. Lo que nos hace alcanzar la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?”5.

UNIÓN DE LOS BUENOS

El hombre es sociable por naturaleza. Tal vez muchos lo que más sientan es la soledad; los oprime el ambiente hostil. El ambiente cris­tiano facilita la virtud. Por esto las personas y familias de recta doctrina y de buenas cos­tumbres deben unirse, verse mucho, hacerse amigos y aprender a convivir. Así se animarán mutuamente en perseverar en el bien.
Mas aquí existe un punto muy importante que mal enfocado puede echar todo a perder, pues estos grupos de gente buena pueden con­vertirse, en vez de lugar de santificación, en centros de ruina y condenación. Existe el peli­gro, dado el culto que se rinde por doquier a lo cómodo y a lo fácil, que en vez de tomar el ejemplo de la persona o familia más virtuo­sa, más modesta y más mortificada en costumbres, se siga a la más liberal y la que más se acomode a las modas, razonando así: “si estos que son tan buenos y hablan tan bien, lo hacen, se podrá hacer”. El camino es exactamente el inverso, el “oppositum per diametrum”. La Vir­gen de Fátima pidió oración y penitencia. Esta­mos tan bajo por seguir siempre lo más fácil, por rebajar el ideal y la norma. Estas reunio­nes de gente buena —bajo pena de ser centros de corrupción— deben tener como regla seguir a la persona y la familia del grupo que sea la más virtuosa y la más severa consigo mismo. Sólo así progresarán en el buen camino.

EL SANTO ROSARIO

Estamos en la edad de María. Las aparicio­nes de Nuestra Señora en Fátima nos introdu­cen en un nuevo período de la historia, el de su Inmaculado Corazón, cuyo triunfo anunció. Además Ella es medianera de todas las gracias y la buena doctrina y las buenas costumbres son gracias. A Ella debemos recurrir para pe­dirlas.
La oración preferida de la Santísima Virgen es el Rosario. “Desde que la Santísima Vir­gen ha dado una eficacia tan grande al Rosario no existe ningún problema material, espiritual, nacional o internacional que no pueda ser re­suelto por el Santo Rosario y nuestros sacrifi­cios”, dijo Lucía, la vidente de Fátima. Nótese lo absoluta que es la afirmación de Lucía, mas asimismo que habla de “sacrificios”. El santo Cardenal Mindszenty reafirmó que todos los pro­blemas se arreglarían si hubiera un millón de personas que rezaren el Rosario.
Esta oración es, por excelencia, la oración pa­ra vencer las herejías. Quizás sea la razón por la que los progresistas la detestan tanto. Tam­bién es la oración tradicional de la familia cris­tiana. Es la base de la doctrina y de las cos­tumbres.

1 I epístola de San Juan 2,15-17.
2 Lucas 12,49-53.
3 Juan 15,18-19.
4 Juan 17,14-16.
5 I epístola de San Juan 5, 3-5.