https://www.laprensa.com.ar/505955-Eclipse-total-de-la-razon.note.aspx
Con la excusa de la enfermedad, gobiernos, empresas
y científicos impusieron un verdadero pensamiento único de alcance planetario.
La colaboración de periodistas e intelectuales ha sido clave para silenciar las
voces críticas.
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POR JORGE
MARTÍNEZ
29.08.2021
Ahora es mucho más fácil
criticar el desvarío que se apoderó del planeta a comienzos de 2020. Escándalos
como el de la foto filtrada del cumpleaños de la consorte del presidente
argentino en plena cuarentena dura, tan similares a los ocurridos meses antes o
después con gobernantes o empresarios de Europa o Estados Unidos, avivan
indignaciones y justifican recelos incluso entre los más crédulos. Son casos que
dejan en evidencia la impostura de veinte meses de emergencia y doble discurso.
Una auténtica "gran mascarada" para usar el título de uno de los
últimos libros de Jean-Francois Revel.
La crítica es más fácil,
cierto, pero el delirio no pasó. El estado de excepción mental que impera desde
hace más de un año y medio en todo el mundo sigue fomentando lo peor del ser
humano. Todas sus debilidades (miedos, egoísmos, delaciones, discriminaciones,
odios) continúan potenciándose al calor de una insólita campaña de acción
psicológica que las habilita en nombre de la salud y el bien común. En
paralelo, mucho de lo que más enorgullecía a la especie ha sido relegado, o
está en suspenso por tiempo indeterminado. La caridad con el prójimo, por
ejemplo. O la capacidad de razonar en libertad, sin coacciones. O el famoso
espíritu crítico, tan deseado por liberales y progresistas hasta minutos antes
de que empezara el frenesí pandémico.
Este inquietante eclipse
mental se esparció junto con el pánico al virus de los primeros meses de 2020.
En 2021 el panorama es apenas algo mejor. La aceptación automática de cualquier
norma nacional o internacional, por más abusiva que sea, continúa desplazando
al criterio individual. El comportamiento de manada sigue ocupando el lugar del
buen juicio. Los argumentos de autoridad, tan discutidos antes de marzo de
2020, se volvieron irrebatibles. Y en ninguna autoridad se confía más que en el
ente todopoderoso llamado "la ciencia", cuyas conclusiones, de por sí
inciertas y tentativas, se toman como decretos infalibles lanzados desde el
Olimpo.
--o--
En 2021 las voces disidentes
se han multiplicado y el relato oficial convence cada vez menos, pero los
promotores de la anomalía, lejos de amilanarse, insisten en prolongarla en el
tiempo, siempre doblando la apuesta con más pánico inducido, más exigencias y
más coerciones, como el del esclavizante "pasaporte sanitario" que
impuso el presidente francés Emmanuel Macron pese a las protestas masivas de
sus compatriotas.
Pocas veces en la historia
habrá sido más adecuada la expresión "pensamiento único" para
describir este oscurecimiento de la razón que no da señales de revertirse. La
rigidez monolítica del comunismo, el efímero triunfalismo del "nuevo orden
mundial" a partir de 1989, y el auge en el siglo XXI del progresismo
"políticamente correcto" fueron antecedentes pálidos en comparación
con el discurso uniforme establecido en todo el planeta desde marzo de 2020.
Este nuevo "pensamiento
único" no podría haberse consolidado en tan poco tiempo sin el auxilio de
quienes hasta ayer mismo se jactaban de promover el debate y la
"diversidad". En una contradicción de magnitudes colosales, fueron el
silencio, la complicidad y la censura directa ejercida desde los medios de
comunicación los factores que lo hicieron posible. Si el periodismo estaba
lejos de presentar una foja de servicios impoluta, cuesta encontrar una
renuncia más escandalosa a su misión que la que se conoció en los últimos
veinte meses.
En este período delirante los
medios de prensa planetarios, con mínimas excepciones, han trabajado como meros
voceros de gobiernos y entidades internacionales (como la errática OMS), antes
de transformarse en agentes publicitarios de las grandes farmacéuticas lanzadas
en tiempo récord a la producción y distribución de vacunas. "Todos
empezaron a copiar y pegar las gacetillas de las empresas, en particular las
referidas a las vacunas contra la covid-19, a pesar de que sabemos que las
farmacéuticas redactan comunicados de prensa para dar un mensaje positivo sobre
sus productos", protestó Serena Tinari, periodista especializada en
información científica y co-fundadora del sitio Re-check.ch, en una entrevista
con la revista Forward.
Durante la anomalía
desaparecieron muchas cosas: una de las más importantes fue la desaparición del
periodismo de investigación. Junto con él también pasó a mejor vida aquella
pretensión soberbia del gremio periodístico de actuar como "perro guardián"
de los poderosos en todas sus manifestaciones, públicas o privadas. "¿Qué
deberían hacer ahora los ciudadanos comunes? ¿Tendrían que hacer ellos nuestro
trabajo e investigar por nosotros?", inquirió Tinari en la entrevista
citada. La casi totalidad del periodismo mundial ni siquiera se plantea esas
preguntas.
El despropósito llegó al
extremo de convertir a los periodistas en censores (el nombre de moda es
"fact-checkers" o "verificadores de datos") de todo lo que
no se ajuste al insistente discurso oficial. Los cronistas pasaron a retacear
noticias en vez de informarlas. Y su tarea principal ya no consiste tanto en
aportar información propia sino en negar la información ajena. Todo con el
generoso estímulo monetario de las empresas tecnológicas que dominan redes y
pantallas y son los árbitros autodesignados de lo que es verdadero o falso. Un
orwelliano Ministerio de la Verdad de alcance universal.
Pero el descalabro no sólo afectó a los periodistas. También las clases
ilustradas hicieron su aporte. Intelectuales famosos por su rebeldía, su
desenfado o su pretendida lucha contra los "poderes fácticos", se
doblegaron a las cuarentenas interminables, el cierre arbitrario de las
fronteras y la delación pública de presuntos "contagiadores". Discípulos
de Sartre y Foucault alabaron el estado policial y la reclusión preventiva de
enfermos y "asintomáticos". Recitadores de la Carta Abierta de un
Escritor a la Junta Militar (1977), de Rodolfo Walsh. aplaudieron la vigilancia
"casa por casa" y ahora quieren perseguir y desterrar a los "no
vacunados". Incluso hay émulos del eterno izquierdista Noam Chomsky que
nada raro ven en la escandalosa connivencia planetaria entre farmacéuticas,
científicos, medios de comunicación y gobiernos de todos los colores.
A propósito de Chomsky, sus
admiradores podrían volver a su ensayo clásico de 1967, La responsabilidad de
los intelectuales, del que acaba de publicarse en habla hispana una nueva
edición ampliada (Sexto Piso, 127 páginas).
En esas reflexiones inspiradas
por los orígenes falseados de la guerra de Vietnam, el lingüista y filósofo
estadounidense recordaba que los intelectuales tienen una responsabilidad que
deriva de sus privilegios. Esa responsabilidad consiste simplemente en
"contar la verdad y revelar las mentiras". Y va de la mano de un
ineludible dilema moral que rige en todas las épocas: elegir entre la
integridad o el conformismo.
--o--
El último eslabón de esta cadena de renuncias mentales es el de las vacunas. No
interesa cuestionar aquí los motivos de quienes, asustados por una campaña del
miedo nunca vista en la historia humana, eligieron aplicárselas sin molestarse
por averiguar sus riesgos o efectos adversos. Con respecto a estas novedosas
inoculaciones más bien sobran las razones para actuar con prudencia, desconfianza
y recelo. Pero no son los críticos de las sustancias quienes sorprenden con sus
afirmaciones. Los verdaderamente desmesurados son sus promotores.
Sean gobiernos o empresas,
políticos o periodistas, influencers o científicos, el guión que repiten es
unívoco. Para ellos las vacunas son la vida misma, la garantía única de la
futura supervivencia, la panacea, el alimento que forzosamente debe ingerirse
para volver a una normalidad que de lo contrario se vería alterada para
siempre.
Según esta cepa reforzada del
nuevo pensamiento único, las vacunas covid no son un producto más salido de la
falible ciencia humana. Nada de eso. Los compuestos experimentales integrarían
una categoría especial al margen de cualquier objeción o rechazo. Quienes no
las acepten corren mucho más que peligros sanitarios: se arriesgan a la muerte
civil y al ostracismo comunitario, a la vez que incuban la destrucción de la
humanidad entera, incluso de los que ya están vacunados.
Estas amenazas carentes de
toda lógica no las vociferan el régimen castrista o los triunfantes talibanes
afganos. Son ya la política oficial de las democracias en Francia, Australia,
Nueva Zelanda, Canadá, Israel o Estados Unidos, por citar sólo unos casos. Y
entre sus defensores figuran numerosos pensadores en apariencia sensatos y
civilizados, como el liberal francés Guy Sorman, quien en una reciente columna
de opinión calificó de "criminales" a los "antivacunas".
"Una persona no vacunada, deliberada y orgullosa de serlo, es, por tanto,
un delincuente en potencia y en libertad", escribió el antiguo
simpatizante del "estado mínimo". No fue un exabrupto aislado. El
neoconservador estadounidense David Frum, el mismo que inventó la frase
"eje del mal" cuando formaba parte del gobierno de George W. Bush,
también fustigó el comportamiento "antisocial" de los no vacunados y
abrió la puerta a una próxima persecución amparada por los criterios judiciales
del progresismo. "En nuestro país (EE.UU.) la raza es una categoría
protegida -señaló en entrevista con la CNN-. No te pueden discriminar por tu
raza. El sexo es una categoría protegida, la orientación sexual está protegida.
Pero ser un cretino antisocial no es una categoría protegida".
Como se ve, los excitados
partidarios de las inoculaciones no sólo invitan a inyectarse un antídoto. El
tono exaltado, los adjetivos empalagosos, la certidumbre injustificada, las
amenazas terroristas indican que están promoviendo algo más que una vacuna.
Ellos mismos lo insinúan noche y día con frases salidas de la peor literatura
distópica. Tal vez no hayan leído a Benson, Zamyatin, Huxley, Orwell o Dick, y
acaso no sepan qué es la "neolengua", pero sus insistencias
lingüísticas son reveladoras. Si, como afirmó meses atrás el gobernante
socialista español Pedro Sánchez, la libertad, hoy, consiste en "vacunar y
vacunar" y sólo en eso, lo más aconsejable sería preocuparse porque lo que
se avecina, seguramente, será alguna forma de esclavitud. Eso sí, en nombre de
la salud y la ciencia.