Sanitas corporum suprema lex.
Algunas consideraciones sobre la promoción de la vacuna por parte de la Santa
Sede
“Así, si para Bergoglio la
pertenencia a la única Iglesia de Cristo mediante el Bautismo es decididamente
superflua para la salvación eterna de un alma, el rito iniciático de la vacuna
es declarado ex cathedra indispensable
para la salud física de la persona, y como tal, se declara necesario e
impostergable. Si es posible arrinconar la verdad revelada en nombre del
ecumenismo y el diálogo interreligioso, no se considera lícito poner en tela de
juicio los dogmas del covid, la revolución mediática de la pandemia o el
sacramento salvífico de la vacuna. Y si con Fratelli tutti es posible teorizar la fraternidad universal
prescindiendo de la fe en el único Dios vivo y verdadero, se prohíbe todo
contacto con los supuestos negacionistas, nueva categoría de pecadores
vitandos, para los cuales la inquisición sanitaria y la excomunión mediática
deben castigar a los herejes y amonestar a la grey”.
Por
Mons. Carlo Maria Viganò
15/01/2021
Hace varios días Canale5
televisó una entrevista a Jorge Mario Bergoglio en su inusitado papel de
patrocinador de las empresas farmacéuticas. Ya lo habíamos visto hacer de
político, de sindicalista, de promotor de la inmigración descontrolada, de
partidario de la acogida de inmigrantes clandestinos, de filántropo… En cada
una de dichas metamorfosis siempre se manifiesta la capacidad para abstraerse
totalmente de su propio papel institucional, el carácter poliédrico del argentino,
que ahora nos ha salido propagandista de las compañías farmacéuticas,
convencido partidario de la vacunación y ardoroso entusiasta en el respaldo de
quienes se sirven del covid para controlar a las masas a fin de imponer el
Gran Reinicio que quiere instaurar el Foro Económico Mundial.
Que no haya la menor
garantía de la eficacia de la vacuna, y que además pueda tener graves efectos
secundarios; que algunas se hayan producido a partir de células de fetos
abortados, y sean por tanto totalmente incompatibles con la moral católica; que
los tratamientos con plasma hiperinmune o por procedimientos alternativos hayan
sido boicoteados a pesar de las pruebas de su validez; todas estas cosas
importan poco al nuevo experto, que con sus nulas
competencias médicas llega a recomendar a los fieles que se vacunen, mientras
impone con autoridad soberana a los ciudadanos del Vaticano que se sometan al
discutible tratamiento en nombre de un vago deber ético. La
tétrica aula Pablo VI ha sido escogida emblemáticamente como templo para
celebrar este nuevo rito sanitario oficiado por los ministros de la religión
covidiana, por supuesto no para garantizar la salud de las almas, sino una
ilusoria promesa de salud corporal.
Resulta desconcertante
que después de haber dinamitado sin el menor escrúpulo no pocas verdades
católicas en nombre del diálogo con herejes e idólatras, el único dogma al
que Bergoglio no está dispuesto a renunciar sea precisamente el de la
obligatoriedad de vacunarse. Ojo: ¡un dogma unilateralmente
definido por él sin seguir los debidos procesos sinodales! Dogma ante el cual
cabría esperar un mínimo de prudencia, no digo ya dictada por la conciencia
moral, sino al menos por un escrúpulo utilitarista. Porque tarde o temprano,
cuando se observen los efectos de la vacuna en la población; cuando se empiecen
a contar los muertos e incapacitados de por vida a causa de un fármaco aún en
vías de experimentación, alguien podrá pedir cuentas a los convencidísimos
partidarios de esa vacuna. Entonces naturalmente se redactará una lista en la
que a los nombres de los autoproclamados expertos, de los virólogos e
inmunólogos en conflicto de intereses, de los mosquitólogos1 a
sueldo de las grandes compañías farmacéuticas, de los veterinarios con
veleidades científicas, de los periodistas y opinólogos pagados por el Gobierno
y de los actores y cantantes caídos en desgracia se añada a Bergoglio como
testigo de excepción y de prelados de su séquito; los cuales, en virtud de la
autoridad que se les reconoce, han convencido a sus desinformados súbditos que
se sometan a la inoculación de la supuesta vacuna. Y si actualmente la falta de
competencias concretas no se considera argumento suficiente para inducirlos
como mínimo a un prudente silencio, entonces excusas como «no lo sabía», «no me
lo podía imaginar» o «no era mi especialidad» se considerarán con toda
justicia circunstancias agravantes. Stultum est dicere putabam2.
Cierto es que en la
iglesia bergogliana es posible legitimar de hecho el concubinato con Amoris
laetitia, hasta el punto de que Avvenire3 habla
hoy de homogenitorialidad con un desparpajo propio de un
folleto de propaganda de la ideología de género. De que se puede celebrar un
rito idolátrico en San Pedro en honor de la Madre Tierra para quedar bien con
el ambientalismo maltusiano; se puede alterar la materia del Sacramento del
Orden Sacerdotal confiriendo el ministerio a mujeres; se puede tranquilamente
declarar inmoral la pena de muerte mientras no se dice ni pío del aborto; se
puede administrar la Comunión a notorios pecadores en tanto que se le niega a
quien desea recibirla en la lengua para no cometer sacrilegio; se puede –como
pasa ya en Irlanda– impedir la entrada al colegio a los alumnos no vacunados. Y
sin embargo estas patentes adulteraciones de la doctrina católica –en perfecta
continuidad ideológica con la revolución conciliar– vienen acompañadas de una
inquebrantable e inflexible profesión de fe en una ciencia que
raya en el esoterismo y la superstición. Además, cuando se deja de creer en
Dios se puede creer en cualquier cosa.
Así, si para Bergoglio la
pertenencia a la única Iglesia de Cristo mediante el Bautismo es decididamente
superflua para la salvación eterna de un alma, el rito iniciático de la vacuna
es declarado ex cathedra indispensable para la salud física
de la persona, y como tal, se declara necesario e impostergable. Si es posible
arrinconar la verdad revelada en nombre del ecumenismo y el diálogo
interreligioso, no se considera lícito poner en tela de juicio los dogmas del
covid, la revolución mediática de la pandemia o el sacramento salvífico de la
vacuna. Y si con Fratelli tutti es posible teorizar la
fraternidad universal prescindiendo de la fe en el único Dios vivo y verdadero,
se prohíbe todo contacto con los supuestos negacionistas , nueva categoría de
pecadores vitandos, para los cuales la inquisición sanitaria y la excomunión
mediática deben castigar a los herejes y amonestar a la grey. «Si alguno viene a vosotros y no trae esa
doctrina, no le recibáis en casa ni le saludéis», nos advierte San Juan
(2.Jn. 10). Bergoglio debe de haberlo entendido mal, porque saluda a abortistas
y criminales y los abraza pero no se contamina con los contrarios a la vacuna.
A nadie se le escapa que
este dogmatismo cientifista –que pondría los pelos de punta a los más
acérrimos partidarios de la primacía de la ciencia sobre la religión– es
promovido por alguien que no es científico, desde los influencers hasta
Bergoglio, pasando por deportistas y por Biden, todos ansiosos de mostrar el
brazo desnudo ante las cámaras de televisión, para descubrir más tarde por las
imágenes grabadas que en muchos casos la aguja de la jeringa estaba cubierta
por el capuchón, o que el líquido inoculado era transparente, cuando la vacuna
tendría que ser opaca. Objeciones que los sumos sacerdotes del Covid rechazan
con desdén: el misterio es parte del rito, así como el sacramento realiza lo
que simboliza. Inyectar la vacuna con aguja retráctil o sin apretar el émbolo
de la jeringa aporta dramatismo al mensaje que se desea transmitir a las masas
de creyentes. Y las víctimas del rito,
aquellos que por el bien de todos se entregan dócilmente al espejismo de una
inmunidad que ni Pfizer ni Moderna ni Astra Zeneca se atreven a
garantizar, representan el sacrificio, que también es parte de la religión
sanitaria. Bien mirado, los inocentes abortados en el tercer mes de embarazo a
fin de producir vacunas son ciertamente una especie de sacrificio humano con
miras a obtener el favor de las potencias infernales, en una terrorífica
parodia que hay que ser demasiado impío para fingir no ver.
En el grotesco delirio
ceremonial ni siquiera falta la nota en que la Sagrada Congregación para el
Culto Divino, con desprecio de todo sentido del ridículo, promulga en un latín
macarrónico las instrucciones para la imposición de la ceniza: «Deinde
sacerdos abstergit manus ac personam ad protegendas nares et os induit». El lavado de manos con gel hidroalcóholico
y el uso de mascarilla son inútiles desde el punto de vista científico pero simbólicamente
necesarios para la transmisión de la fe expresada por el
rito. Precisamente en esto se comprende hasta qué punto es verdadero y
sigue vigente el viejo adagio de Próspero de Aquitania, «Lex orandi, lex
credendi», según el cual la manera en que se reza es reflejo de lo que se cree.
Habrá quien objete, en
una piadosa tentativa de evitar que el Papado termine por desmoronarse por obra
y gracia de Bergoglio, que las opiniones por él expresadas son opinables, y por
tanto no obligan en modo alguno a los católicos a someterse a una vacuna que
tanto su conciencia como la moral natural les muestran inmoral. Pero
precisamente en Canale5 se explicitó el nuevo magisterio pontificio, igual
que cuando definió en el avión el dogma LGTB con aquello de «¿quién soy yo para
juzgar?», y en una nota a pie de página de Amoris laetitia se
niega la indisolubilidad del matrimonio en nombre de la pastoral. Los políticos
tuitean en las redes sociales, sedicentes expertos pontifican en debates
televisivos y los prelados predican en las entrevistas. No nos extrañemos si un
día Bergoglio aparece por televisión anunciando patinetes eléctricos.
Los católicos, iluminados
por el sensus fidei, que instintivamente les da a entender
lo que choca con la Fe y la Moral, ya han comprendido que la propaganda
sanitaria es uno de los muchos papeles representados por el polifacético
Bergoglio. El único papel que se obstina en no cumplir –ya sea por evidente
incapacidad, porque no lo tolera o incluso por deliberada opción desde el
principio– es el de Vicario de Cristo. Lo cual, como mínimo revela cuáles son
los referentes del argentino, la ideología que lo motiva, los objetivos a los
que aspira y los medios que piensa adoptar para alcanzarlos.
+ Carlo Maria Viganò,
arzobispo
14 de enero de 2021
S.
Hilarii Episcopi Confessoris Ecclesiæ Doctoris
1El decano de la Facultad
de Medicina de Padua tildó en Il Corriere del Veneto de mosquitólogo a
un ex alumno suyo que había hecho unas declaraciones como supuesto virólogo.
2 Locución latina que
significa «es de necios decir “yo creía que…”», que se utiliza para justificar
errores cometidos.
3 Diario italiano de
difusión nacional pretendidamente católico.