TRUMP vs. ESTABLISHMENT POLÍTICO y GLOBALISMO
Discurso durante la campaña presidencial de 2016
¿Simulación o convicción?
Hay quienes comprenden que hoy por hoy el nacionalismo (entendido no como ideología sino como defensa de la identidad y soberanía de las naciones frente a un gobierno mundial) es un dique al tsunami globalizador que quiere de una vez por todas imponer un “Nuevo Orden Mundial” del Anticristo, una “nueva normalidad” comunista que esclavice al mundo entero.
Hay quienes lo reconocen, y suelen apoyar
el nacionalismo en España, Italia, Alemania o donde fuere. Pero cuando se trata
de un nacionalista norteamericano (cierto, liberal, confuso, pero en el mundo de
la política de hoy, ¿hay quien no esté resabiado de liberalismo?), ahí ya no lo
aceptan. Está en medio el asunto, por supuesto, el espinoso tema del sionismo.
Trump ha debido ser muy diplomático y apoyarse sin duda en parte en ese poder
(no seamos ingenuos, hasta Hitler fue financiado por los banqueros judíos internacionales), pero de ahí a que sea un agente que impulsa la agenda de
la Sinagoga de Satanás, hay un largo trecho. Lo que estamos viendo es que es
realmente un obstáculo, por lo cual quieren quitarlo de en medio: los
globalistas judíos, los mass media judíos, el vaticano judío, todos están en su
contra y han conspirado y conspiran para quitarlo de en medio. La internacional
del aborto, el lobby LGBT, los gobernantes socialistas, todos ellos apoyan a
Biden. Pero no es Trump un obstáculo en cuanto él mismo como persona, no lo es en cuanto liberal, en ese sentido no deja de ser un mal menor. Lo es en
cuanto a que encarna la posibilidad de que Estados Unidos siga siendo un país
que pretende ser –en la medida limitada que lo pueda ser- soberano. Vamos a explicar
esto más en detalle.
Nos parece estar viviendo ahora una situación similar
a los tiempos previos a la Primera Guerra Mundial, donde el iluminismo
progresista y descristianizante (por entonces más bien laicista) tuvo como
objetivo acabar con las tres últimas grandes monarquías que quedaban, la Prusia
protestante de los Hohenzollern, la Austria-Hungría católica de los Habsburgo,
y la Rusia ortodoxa de los Romanov. Decía al respecto Alberto Falcionelli: “Lo
que querían era simplemente poner fin a un régimen –digamos, en su concepción-
medieval y supersticioso, puesto que ésta era la consigna con respecto no sólo
a la Rusia de los Romanov, sino a la Austria de los Habsburgo y a la Alemania
de los Hohenzollern, bastiones de la conservación social y política, y cada una
en su esfera, de la cristiandad”. Hoy, mutatis
mutandis, hacen sus veces la Rusia ortodoxa de Putin, los Estados Unidos
protestantes de Trump, y la Hungría y Polonia que mantienen su identidad
católica, sedimentos –muy débiles y bastante liberales, sin dudas- de aquellas
monarquías ya acabadas, países que no están dispuestos a renunciar a sus
propias características (de allí su oposición a la inmigración masiva que impulsa la UE y el Vaticano) y, en la medida que puedan zafar de compromisos y lazos
con los poderes financieros globalistas, tampoco al hecho de seguir siendo
Estados-nacionales. Esto se ve más claramente en Putin que se ha manifestado
muchas veces contra un mundo unipolar. Trump también ha sido claro al respecto. Polonia es el más flojo de todos, hasta parece está aceptando la vacunación obligatoria (por cierto, tema sobre el que los presidentes mencionados se han manifestado en contra, al menos hasta este momento). Cuanto más liberalismo hay en un Estado, menos es capaz de resistir a la marea globalista, va de suyo.
Kissinger, Brzezinsky, Rockefeller y tantos otros del
establishment mundialista han trazado la línea por la que deben andar los
políticos norteamericanos, y no sólo ellos. Es lo que se ha dado en llamar ya
hace mucho tiempo “aldea global”, una revolución cuyo primer objetivo es
desmontar los Estados-nacionales. Decía Brzezinsky: “Hoy día, el viejo marco de
la política internacional –esferas de influencia, alianzas militares, ficción
de la soberanía, conflictos doctrinales creados por las crisis del siglo XIX-
ya no es compatible con la realidad.” “Lo esencial –explica Thomas Molnar al
respecto- es actuar como si los Estados-naciones fuesen desde ahora unos dinosaurios,
condenados a desaparecer en el crisol de una nueva política (…) Los Estados
Unidos, escribe Brzezinsky en Foreign Policy (artículo titulado “America in a
hostile world”), deberán modificar su ideal tradicional de la libertad y
aceptar gradualmente el ideal del Tercer Mundo que es el nuevo reparto de los
recursos económicos.” Y otra vez Brzezinsky, para que quede claro: “Los bancos
internacionales y las compañías trasnacionales sacan adelante su planificación
y su acción de una manera más eficaz y según criterios más avanzados que los
Estados-naciones”.
Ya en 1931, abonando el proyecto de unificación
mundial, el historiador británico Arnold Toynbee se manifestaba contra los
Estados Nacionales al decir: “En el presente estamos trabajando discretamente,
pero con todo nuestro esfuerzo para arrancar esta misteriosa fuerza llamada
soberanía de las garras de los estados nacionales de nuestro mundo. Y todo el
tiempo estamos negando con nuestros labios lo que hacemos con nuestras manos,
porque impugnar la soberanía de los estados nacionales del mundo es todavía una
herejía por la cual un hombre de estado o un publicista pueda no ser quizá
quemado en la hoguera, pero sí desacreditado y excluido de la sociedad”. Eso ya
pasó, y ahora está muy bien visto por los mass media proclamar la necesidad
urgente de un Gobierno mundial.
Los globalistas anticristianos tienen un camino
planeado que, por las buenas o por las malas, deben seguir aquellos que
permiten o colocan en el poder al frente de las naciones a las cuales quieren
reconvertir hasta que desaparezcan en el marco de un gobierno mundial.
Por otro lado Trump como Putin y un puñado de
gobernantes defienden (aun defectuosamente) el orden natural contra el orden de
la contranatura de los globalistas. Ese es un grandísimo obstáculo. Esto tiene
que hacernos comprender lo que está en juego en la resolución de lo que va a
pasar en Estados Unidos.
No
puede haber Gobierno mundial si hay Estados-Nación. Por lo tanto, al defender Trump la soberanía de los
Estados Unidos, muestra que no es globalista. Pero, si no deja de lado el liberalismo, no podrá tener éxito en su empeño.
¿Y si sólo fuera que la estrategia sea retrasar el Gobierno mundial hasta que hubiere el consenso suficiente? La agenda contracultural del N.O.M. debe ser anticristiana y contranatura, puesto que está siendo llevada adelante por el Diablo, que quiere negar la Creación de Dios siendo él mismo el "creador" de una nueva humanidad, un nuevo "Génesis". Por lo tanto, todo atisbo de cristianismo u orden natural debe ser extirpado. Y debe ser hecho pronto. Dios se vale de los medios y las personas que quiere (de lo que hoy es posible) para obstaculizar eso. No conocemos, obviamente, el futuro. Por lo tanto nos valemos de lo que vemos hoy. Hoy tenemos enfrente el Globalismo, nuevo nombre del Comunismo. Es el satanismo, el aborto, el progresismo. Cualquiera que se le oponga realmente, es bienvenido.
Por todo esto, el horizonte no ofrece otra cosa que una posible
tercera gran guerra, porque nunca hasta ahora los globalistas han llegado a
quitar los obstáculos (el nacionalismo cristiano) sino por esa vía. El siglo XX
nos sirve de ejemplo para entenderlo. Sin dudas que el último obstáculo será el renacido imperio ruso.
En definitiva, todo esto es lógico que ocurra, porque si no es Cristo Rey quien reina en las naciones, y si encima el aparato oficial de la Iglesia se opone a ello, ningún orden es durable.
Pero entonces, no faltará demasiado para que venga la solución inesperada, por medio de
la Virgen de Fátima y Rusia que le será consagrada.
Hay que ofrecer nuestros Rosarios por ello.
Ignacio Kilmot