“Es para llorar el espectáculo que presenta el
país, mirado espiritualmente. El liberalismo ha suministrado a la pobre gente
–no a toda, sino a la que no ama bastante la verdad- una religión y una moral
de repuesto, sustitutivas de las verdaderas; un simulacro vano de las cosas,
envuelto a veces en palabras sacras.
¡Qué es ver a tanto pobre diablo haciendo de un
partido político un absoluto y poniendo su salvación en un nombre que no es el
de Cristo –aun cuando el nombre de Cristo está allí también, de adorno o de
señuelo-! Se pagan de palabras vacías, vomitan fórmulas bombásticas, se
enardecen por ideales utópicos, arreglan la nación o el mundo con cuatro
arbitrios pueriles, engullen como dogmas o como hechos las mentiras de los
diarios; y discuten, pelean, se denigran o se aborrecen de balde, por cosas más
vanas que el humo…Una vida artificial, discorde con la realidad, les devora la
vida.
Claro que en los truchimanes que arman todo el
tinglado –y viven de eso- el caso no es tan simple: ellos saben que detrás de
su “fe democrática” y su “moral cívica” se esconde –para ellos solos- el poder
y el dinero; sobre todo el dinero. ¡Oh el dinero, el gran ideal nacional de los
argentinos! “Hacer” mucho dinero rápidamente y por cualquier medio es la
Manzana de la Vida: la Serpiente no necesita aquí gastarse mucho. Pero por lo
mismo donde pecan, por ahí perecen. De mentiroso a ladrón no hay más que un
paso; y de eso a todos los otros vicios, e incluso crímenes, medio paso. Pueblo
de mentirosos y ladrones, bonita ejecutoria vamos a ganar en el mundo si
seguimos por estos caminos. “Criadores de vacas y cazadores de pesos”, ya nos
llamó Unamuno.
Dios los ha entregado al torbellino de sus vanas
cogitaciones “porque no amaron la caridad de la verdad” –dice S. Pablo-. La
verdad aquí es una mercadería despreciada; tanto que ni gratis la quieren y aun
pagan para que los engañen. El mismo día dieron en Buenos Aires sendas
conferencias un estudioso argentino que es un verdadero doctor sacro, ducho en
la ciencia de la salvación y que habla “como los propios ángeles”, o poco
menos, y Lanza del Vasto. El argentino que tiene realmente algo que decir a su
gente –y para eso ha sido mandado aquí por Dios- tuvo doce oyentes; el diletante
extranjero tuvo una muchedumbre, que acudió solícita, propio como los monos
cuando les agitan delante un trapo con colorinches. Desdichado el pueblo que no
reconoce a sus maestros; y más desdichado el que mata a sus profetas. Pero los
maestros y los profetas son ahora los politiqueros (…)
El politiquero desea que le guarden “lealtad”, a
él, incluso por encima de los propios hijos: del carnaval electoral y todos sus
desdichados adminículos quiere hacer un Absoluto. Ese es su negocio. (…) Y es
que en el fondo existe detrás de la mafia de marras una cosa más grave, que no
existió en la antigüedad; y es esa herejía que mencionamos. ¡Qué diferente es
la “democracia” de Aristóteles de la “democracia” de estas tierras! Las
“ideologías” han ingresado a las facciones políticas –que teóricamente deberían
tratar de los medios y no de los fines- dividiendo a los hombres en lo
profundo, dando un cariz religioso a la “contienda cívica” e incubando
verdaderas guerras civiles latentes –y no latentes- en todas las naciones; que
tienen el implacable rigor de las guerras religiosas (…)
Un cura electoralero me inspira más repulsión que
un cura concubinario; será que yo no sirvo para esto. Y todavía, si Dios no nos
detiene, el clero argentino va a ayudar al tercer triunfo del liberalismo y la
masonería en la Argentina –después del cual no se sabe lo que viene. (…)
No hay que engañarse: en el mundo actual no hay más
que dos partidos. El uno, que se puede llamar la Revolución, tiende con fuerza
gigantesca a la destrucción de todo el orden antiguo y heredado, para alzar
sobre sus ruinas un nuevo mundo paradisíaco y una torre que llegue al cielo; y
por cierto que no carece para esa construcción futura de fórmulas, arbitrios y
esquemas mágicos; tiene todos los planos, que son de lo más delicioso del
mundo. El otro, que se puede llamar la Tradición, tendido a seguir el consejo
del APOKALYPSIS: “conserva todas las cosas que has recibido, aunque sean
cosas humanas y perecederas”.
Si no fuera pecado alegrarse del mal ajeno –y más
del mal de la Patria, que es mal de todos- una risa inextinguible como la de
los dioses agitaría a todo hombre cuerdo ante el espectáculo del carnaval
político con sus disfraces, oropeles, patrañas y gritos destemplados: en lo que
ha ido a parar la famosa “democracia”, que como elissir d’amore,
panacea de todos los males y “religión del porvenir” nos vendieron el siglo
pasado, puesto que los argentinos estamos patinando todavía en el siglo de
Fernando VII con música de Donizetti. Había un error religioso, una herejía, en
el fondo de ese sistema halagüeño, el cual enseguida denunciaron los
pensadores; error que lógicamente se ha desarrollado en diversas absurdidades e
inmoralidades; para ver lo cual ya no es necesario ser gran pensador. Y hay
gente que se ha vuelto pensadora por fuerza…en las cárceles de la Libertad.”
(Dinámica Social, Buenos Aires, Nº 85-86,
noviembre-diciembre de 1957).