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lunes, 26 de octubre de 2020

MONS. VIGANÒ: HOMOSEXUALES ¿CON QUÉ OBJETO ACTÚA EL PAPA DE ESTA MANERA

 


“A mi juicio, sería precisamente eso lo que se propone el círculo mágico de Bergoglio: llegar a la paradójica situación de que quien es reconocido como papa esté al mismo tiempo en estado de cisma con la Iglesia que gobierna mientras que aquellos a quienes declara cismáticos por desobedientes se vean expulsados de la Iglesia precisamente por ser católicos.”

 

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Con ocasión del Festival de Cine de Roma, el director Evgeny Afineevsky presentó ayer un documental titulado Francesco en el que se reproducen algunas entrevistas que se han hecho a Jorge Mario Bergoglio en los últimos años de su pontificado. Entre las otras declaraciones, han causado desconcierto algunas frases relativas a la unión civil de homosexuales. «Lo que tenemos que hacer es una ley para las uniones civiles. De ese modo estarán tutelados por la ley. Estoy a favor de ello».

Creo que tanto los simples fieles como los obispos y sacerdotes se han sentido traicionados por lo que ha afirmado Bergoglio. No hace falta ser teólogo para entender que la aprobación de uniones civiles contradice abiertamente los documentos del Magisterio de la Iglesia, incluidos los más recientes. Constituye también un gravísimo respaldo a la ideología LGBTQ que actualmente es impuesta a nivel mundial.

En estos días el Parlamento italiano deberá debatir la aprobación de la llamada ley Zan, a propuesta del Partido Democrático. En nombre de la tutela de los homosexuales y transexuales, se considerará delito afirmar que la familia natural es la célula de la sociedad humana, y será sancionado quien afirme que la sodomía es un pecado que clama venganza a Dios. Las palabras de Bergoglio ya han sido acogidas en todo el mundo por el lobby gay como un respaldo autorizado a sus reivindicaciones.

Leyendo atentamente las declaraciones de Bergoglio, algunos han observado que no aprueban el matrimonio homosexual, sino que se trata simplemente de un gesto de acogida –quizás mal formulado– hacia quienes piden al Estado tutela jurídica. La Congregación para la Doctrina de la Fe ya ha aclarado de forma inequívoca que en ningún caso puede un católico aprobar las uniones civiles, porque suponen la legitimización del concubinato y no son sino un paso hacia el reconocimiento legal de los supuestos matrimonios homosexuales. Hasta tal punto que hoy en día en Italia es posible que se casen personas del mismo sexo, después de haberse asegurado durante años –incluso por parte de políticos que se dicen católicos– que las relaciones de hecho no cuestionarían el matrimonio tal como éste está definido en la Constitución.

Por otra parte, la experiencia nos ha enseñado que cuando Bergoglio dice una cosa la dice con un objetivo bien preciso: que otros interpreten sus palabras en el sentido más amplio posible. Las primeras planas de los periódicos de todo el mundo anuncian: «El Papa aprueba el matrimonio gay», si bien no ha sido exactamente eso lo que ha dicho. Pero eso es ni más ni menos lo que querían conseguir él y el lobby gay. Luego la Sala de Prensa vaticana dirá que lo que dijo Bergoglio fue objeto de un malentendido; que se trata de una entrevista antigua y que la Iglesia reitera su condena de la homosexualidad como intrínsecamente desordenada. No obstante, el daño ya está hecho, e incluso cualquier paso atrás con relación a este escándalo será un paso adelante hacia el pensamiento único y lo políticamente correcto. No olvidemos los nefastos resultados de su afirmación de 2013, «¿Quién soy yo para juzgar?», que lo hicieron acreedor a la portada y el título de hombre del año en The Advocate*. (*Revista que es el principal medio de comunicación del movimiento homosexual en EE.UU. – N. del T.)

Bergoglio ha afirmado: «Los homosexuales tienen derecho a formar parte de una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Nadie debe ser excluido ni sufrir a causa de ello». Todos los bautizados son hijos de Dios; nos lo enseña el Evangelio. Pero un hijo puede ser bueno o malo, y si infringe los Mandamientos de Dios, no por ser hijo suyo se librará del castigo, del mismo modo que un italiano que roba no se libra de la cárcel por el mero hecho de ser ciudadano del país en el que comete el delito. La misericordia de Dios no prescinde de la justicia, y si pensamos que para redimirnos el Señor derramó su Sangre en la Cruz, no podemos menos que aspirar a la santidad ajustando nuestro comportamiento a su voluntad. Nuestro Señor dijo: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis esto que os mando» (Jn.15, 14).

Si la exclusión familiar o social deriva de conductas provocativas o reivindicaciones ideológicas que no se pueden compartir –por ejemplo, el orgullo gay– no es sino consecuencia de una actitud de desafío, y como tal proviene de quienes se sirven de esa actitud para perjudicar al prójimo. Si por el contrario tal discriminación es contra el que se comporta como todo el mundo respetando a los demás y sin imponer su forma de vida, se le condena injustamente.

Sabemos de sobra que lo que desea el lobby homosexualista no es la integración de personas normales y honestas, sino imponer modelos de vida gravemente pecaminosos que desestabilizan la sociedad, y que siempre son instrumentalizados para destruir la familia y la sociedad. No es casual que la promoción del proyecto homosexual forme parte del proyecto mundialista y vaya de la mano con la destrucción de la familia natural.

En el Dicasterio para las Comunicaciones de la Santa Sede trabaja de asesor el jesuita James Martin, que es uno de los más ardorosos defensores del programa LGTBQ y de la acogida indiscriminada de homosexuales en la Iglesia. En cuanto se dio a conocer la noticia de las declaraciones de Bergoglio, el P. Martin inundó de mensajes las redes sociales expresando su incontenible satisfacción por este gesto, que en cambio, ha escandalizado a la mayoría de los fieles.

Además del P. Martin hay cardenales, obispos y otros sacerdotes y religiosos que pertenecen a la mafia rosa. Algunos de ellos han sido investigados y condenados por delitos muy graves, casi siempre vinculados a ambientes homosexuales. ¿Cómo vamos a pensar que una camarilla de homosexuales en el estado mayor no está muy interesada en llevar a Bergoglio a defender un vicio que ellos comparten y practican?

Diré además que es propio de la conducta bergogliana jugar al equívoco, a la provocación –«Dios no es católico», dijo–, o bien dejar que otros terminen un discurso que él comenzó. Ya lo vimos con Amoris laetitia: sin llegar a contradecir palmariamente la doctrina católica sobre la imposibilidad de que los divorciados reciban los sacramentos, permitió que lo hicieran otros prelados, para aprobar después lo que ellos afirmaban y dando obstinadamente la callada por respuesta a los dubia de cuatro cardenales.

Cabe preguntarse: ¿con qué objeto actúa el Papa de esa manera, cuando sus predecesores siempre fueron muy claros en cuestiones de moral? No sé qué tendrá Bergoglio en su cabeza; me limito a proponer una explicación a sus actos y sus palabras. Y creo que puedo afirmar que se trasluce una actitud intencionadamente hipócrita y jesuítica. Detrás de sus afirmaciones se oculta una tentativa de suscitar la reacción de la parte sana de la Iglesia, provocándola con afirmaciones heréticas, gestos desconcertantes y documentos que contradicen el Magisterio. Y al mismo tiempo agradar a quienes lo apoyan, sobre todo a los no católicos o los católicos nominales.

A fuerza de provocar, espera que algunos obispos se cansen de ver como se atacan a diario la doctrina y la moral. Espera que un grupo de cardenales lo acuse formalmente de herejía y pida su destitución. Con ello, Bergoglio tendría un pretexto para acusar a esos prelados de ser enemigos del Papa, de haberse salido de la Iglesia, de desear un cisma. Está claro que quien se separa de la Iglesia no es el que quiere ser fiel al Magisterio; sería absurdo.

En cierto modo, el comportamiento de Bergoglio es del mismo estilo que el del presidente italiano Conte. Tanto al uno como el otro, bien pensado, eran a quienes querían en ese puesto la élite misma, numéricamente minoritaria pero poderosa y organizada, a fin de destruir la institución que cada uno representa; uno y otro abusan del poder infringiendo la ley; ambos acusan a quienes denuncian sus abusos de ser enemigos de la institución, cuando en realidad la defienden de ellos. Y por último, ambos se distinguen por una apabullante mediocridad.

Si canónicamente es impensable excomulgar a un católico por el solo hecho de querer seguir siéndolo, política y estratégicamente este abuso podría permitir que Bergoglio expulsara de la Iglesia a sus adversarios consolidando su propio poder. Lo recalco: no hablamos de una operación legítima, sino de un abuso que sin embargo nadie estaría en situación de impedir, dado que prima Sedes a nemine judicatur. Y así como la deposición de un papa hereje es una cuestión canónica que nunca se ha resuelto, sobre la que no hay consenso unánime de los canonistas, quien acusara a Bergoglio de herejía se metería en un callejón sin salida y muy difícilmente conseguiría algo.

A mi juicio, sería precisamente eso lo que se propone el círculo mágico de Bergoglio: llegar a la paradójica situación de que quien es reconocido como papa esté al mismo tiempo en estado de cisma con la Iglesia que gobierna mientras que aquellos a quienes declara cismáticos por desobedientes se vean expulsados de la Iglesia precisamente por ser católicos.

La acción de Bergoglio es ante todo una revuelta dirigida al exterior de la Iglesia. La encíclica Fratelli tutti es un manifiesto ideológico que no tiene nada de católico y nada para los católicos; es el enésimo abrazo de la matriz masónica, en el que la fraternidad universal no se alcanza, como enseña el Evangelio, al reconocer la paternidad de Dios a través de la pertenencia a la única Iglesia, sino reduciendo todas las religiones a un mínimo común denominador  que se expresa en la solidaridad, el respeto al medio ambiente y el pacifismo.

Obrando de esta manera, Bergoglio se presenta como candidato a pontífice de una nueva religión con nuevos mandamientos, nueva moral y nueva liturgia. Se distancia de la religión católica y de Cristo, y en consecuencia de la Jerarquía y de los fieles, desautorizándolos y abandonándolos a la merced de la dictadura mundialista. Quien no se adecue a este nuevo código se verá excluido de la sociedad y de esta nueva iglesia como un cuerpo extraño.

El pasado 20 de octubre el papa rezó por la paz con representantes de las religiones del mundo; el lema de aquella ceremonia ecuménica era Nadie se salva solo. Pero aquella oración estaba dirigida indistintamente al Dios verdadero y a los falsos dioses paganos, dando a entender que el ecumenismo propagado por Bergoglio tiene por objeto excluir a Nuestro Señor de la sociedad humana, porque Jesucristo es considerado causa de división y piedra de tropiezo. Así, el hombre moderno cree poder alcanzar la paz prescindiendo de Aquél que dijo de Sí mismo: «Soy Yo el camino, y la verdad, y la vida; nadie va al Padre, sino por Mí» (Jn.14,6). Es doloroso constatar que Jorge Mario Bergoglio se adhiere a esta apostasía de las naciones que fueron cristianas, cuando debería ser el Vicario y no el enemigo de Cristo.

Hace tres días, la prensa difundió la noticia de que el Papa no celebrará la Misa del Gallo esta Navidad. Me limito a constatar que hace unos días, en pleno estado de emergencia por el covid, se ha considerado posible celebrar un rito ecuménico en presencia de fieles y de las autoridades, todos con mascarilla. Y en cambio, en el espacio mucho más amplio de la basílica vaticana, alguien ha considerado imprudente celebrar el Nacimiento del Salvador en la santa noche de Navidad.

De confirmarse esta decisión, sabremos que Jorge Mario Bergoglio prefiere celebrarse a sí mismo secundando el pensamiento único y la ideología sincretista del Nuevo Orden Mundial a arrodillarse a los pies del pesebre donde está acostado el Rey de reyes.

 

+Carlo Maria Viganò, arzobispo

22 de octubre de 2020