Supongamos que no habrá alguna interrupción a los
males de la presente revolución (y esta suposición se apoya en el estudio de
las Sagradas Escrituras). Pero porque el mal está afianzado a tal punto que,
sin una intervención maravillosa de Dios, una que no haya tenido ejemplo,
nuestro país no podrá levantarse; porque esta intervención no parece cercana y
porque parece que será acordada en vista de la conversión de los judíos y de
los pueblos infieles, no hablaremos como si fuera una cosa cierta. Antes de
proponer cualquier opinión a este respecto, expondremos lo que convendría en el
caso que no llegara un orden de cosas favorable a la religión.
La importancia de los buenos sacerdotes…
En los tiempos de persecución menos violenta, a
pesar de que la religión y los que la profesan permanecen en un estado de
opresión y de sufrimiento, algunas cosas son más necesarias entre todas.
Para mantener en el pueblo cristiano el orden y la
pureza de la fe, la uniformidad en la conducta, y para procurar a los fieles
socorro y consolación, el mantenimiento del orden jerárquico es una cosa
capital. Es por eso que la religión se sostiene y se propaga en un país y nada
podrá contribuir más a restaurar entre nosotros el reino de Dios y a salvar la
fe de un gran número. El celo de nuestros Obispos los hará, si es necesario,
despreciar el peligro y las incomodidades de una vida pobre, cono la de los
primeros discípulos de Jesucristo. Y por su parte, los fieles se sentirán
obligados, por amor a la religión, de proporcionar a su costa, e incluso
a riesgo de sus vidas, todo lo que es necesario para que pueda ejercer el
ministerio pastoral.
No menos importante será el de procurar a este país
un número suficiente de sacerdotes, y no hay obra más esencial que darle a los
aspirantes al Sacerdocio los medios para prepararse perfectamente. También debe
hacerse todo lo posible para mantener e incrementar tanto en el clero como
entre los fieles, el celo de la salvación. Un cristiano, y sobre todo un
sacerdote, deben estar prestos a sacrificarse por el bien espiritual de sus
hermanos, sobre todo cuando las necesidades son más urgentes. Si no tienen el
valor de hacerlo, serán responsables delante de Dios de una serie de males que
con un poco de celo podrían detener. Que se apresuren los que se
sientan más fuertemente atraídos por Dios, porque los primeros en dar el
ejemplo merecen una corona más gloriosa. Pero que no tengan otro fin
que la gloria de Dios y esperen el sufrimiento. Es necesario que su valentía
sea tal que aumente a medida que se multipliquen los obstáculos, y que se
fortifique en el abandono total. Los que se proponen perspectivas humanas y
buscan el descanso no serán adecuados a la obra de Dios. Se necesitan obreros
que cuenten únicamente con Dios, sin preocupaciones en las cosas visibles,
teniendo los ojos volcados hacia las eternas.
La empresa es grande, y cualquiera que sea el
éxito, no puede ser más que felicísimo para los que se dedican a ella. No es
suficiente trabajar para la generación presente, hay que pensar en las
generaciones futuras para prepararles los medios de salvación.
[...]
En las dificultades, se necesita tener muchas
virtudes…
En este tiempo en que la Iglesia no está menos expuesta
al furor de sus enemigos que en los primeros tiempos, no debe haber una virtud
menor entre sus hijos; una virtud mediocre no sería suficiente para permanecer
como discípulo de Jesucristo; ellos necesitan gracias más grandes, luces más
vivas a medida que se multiplican los enemigos visibles e invisibles de los que
deben cuidarse. La finalidad que éstos se proponen es evidentemente perversa y
serían más débiles si no se armaran de la mentira. Hijos de la antigua
serpiente, ellos imitan sus pliegues, se envuelven de un modo que no parecen
tener nada de malo a primera vista y se sirven de equívocos como redes para
atrapar a los incautos. Se necesita un gran discernimiento para reconocer entre
aquellos que gozan de alguna reputación de ciencia y de piedad, a quienes hay
que consultar, qué grado de confianza merecen y hasta dónde debe llegar la
deferencia a sus consejos. Los que siguen ciegamente a los guías ciegos, caen
junto con ellos. Cuando alguna autoridad abraza o defiende cosas que tienen la
huella del mal o de la mentira, sucede que el ejemplo de la mayoría, el temor a
ser señalado, todo lleva a hacerse ilusiones. Comienzan por dudar, lo que
parecía una verdad cierta ahora parece problemática y se termina por
adoptar lo que al principio daba horror.
Solamente la luz divina, la gran luz que es un
socorro muy poderoso, puede protegernos de tales peligros. ¿Qué hacer para
obtener esa luz viva, esas gracias fuertes y abundantes? En los tiempos donde
la Justicia de Dios es provocada por el desborde de los crímenes, según las
reglas de la equidad debemos por nuestra parte hacer lo que dependa de nosotros
para satisfacer esa divina Justicia, no podemos esperar que Dios nos distinga
por efecto particular de su misericordia, si nosotros mismos no nos distinguimos
en su servicio por una fidelidad más generosa. La gloria de Dios, la caridad
por el prójimo nos alienta. Si con una virtud común es posible salvarse, no
salvaremos a los otros. Es necesario que por una vida más santa adquiramos un
mayor crédito delante de Dios, que el fervor y la confianza den peso a nuestras
oraciones, y que por un generoso desprecio de la vida y de todo lo que el mundo
estima, atraigamos la misericordia del Señor. Aarón, con el incienso en mano,
detiene la venganza divina, cinco justos hubieran preservado a Sodoma.
Ciertas virtudes son particularmente necesarias en
tiempos de persecución para superarla sin debilitarse. Por principio la pobreza
de espíritu está muy recomendada en el Santo Evangelio. Aunque el
renunciamiento de corazón a las cosas de la tierra se exija a todos los
cristianos, hay circunstancias en que el renunciamiento se hace necesario. Esto
era muy frecuente en los primeros años de la Iglesia, donde los fieles se veían
amenazados de perder sus bienes y de verse reducidos a la indigencia si no
adoraban los ídolos. Ahora estamos en una época donde el espíritu de pobreza
será mas necesario que nunca. La razón es evidente, tenemos ya ante nuestros
ojos las premisas de los sacrificios necesarios. Por otro lado, cuántos de los
que se dicen cristianos se unieron a las filas de la impiedad por temor de
pérdidas temporales, el amor a sus bienes dominó sus corazones. Por lo tanto es
muy necesario de tenerles un sincero desprecio, estos bienes no hacen al hombre
más grande ; debemos poseerlos sin apego, lo que significa que debemos
saber ejercitar la privación, usar los bienes con sobriedad y sin hacerse
esclavo de las comodidades; de saber, cuando sea necesario, separarse de ellos
sin apesadumbrarse. Estos bienes son como la lana de las ovejas, a las cuales
es bueno descargarlas cuando ya tiene demasiada. Para el cristiano que
comprende y abraza el tesoro de la Pobreza evangélica, el mundo no tiene los
mismos peligros y tendrá gloriosas victorias sobre la tentación.
También hay que tener desprecio al mundo y sus
honores si es que quiere permanecer libre y fuerte frente a la seducción o a la
prueba. Sin embargo, es verdad que las dignidades y los honores están, respecto
a algunos, en el orden Divino. Es una cosa necesaria para mantener tanto la
sociedad civil como la espiritual, y por ésta razón no podemos dudar que la
Divina Providencia haya destinado a algunos para ubicarlos en esta dignidad. Se
puede entonces aceptar honores y dignidades cuando es la Providencia quien lo
presenta como medio de procurar su gloria y para servir a los hombres. Pero
para no caer en un orgullo secreto y para no pretender los honores que serían
la causa de nuestra perdición, no hay que buscarlos ni desearlos, hay que
despreciarlos.
[...]
Un amor sin falla por la verdad
Los fieles deben siempre recordar el odio que Dios
tiene por el error y mantenerse en guardia contra los sentimientos de los
incrédulos, sabiendo bien que ellos están guiados por el espíritu de las
tinieblas. Cuando los sistemas impíos dominan, ¿cuántas veces no nos sentimos
forzados, por una floja y blanda condescendencia, a traicionar los intereses de
la fe? El remedio a este mal es una fe sincera, una verdadera humildad y el
desprecio del mundo.
Otro peligro es el de abandonar una verdad después
de haberla reconocido, por temor del mal al que estaremos expuestos si la
defendemos. Hay que reflexionar que defender una
verdad, sobre todo cuando toca a la fe, es defender la causa de Dios; abandonarla,
es alejarse de Dios y situarse en las filas del padre de la mentira. Siempre es
muy grave y las consecuencias son funestas: una primera falta atrae una
segunda, y el que creyó que no tenía que reprocharse mas que un mal paso, se ve
en poco tiempo arrastrado al abismo. Entonces hay que tener la firme
determinación de no retroceder jamás en lo que concierne a la verdad, y tener
en nada su descanso, sus intereses, su vida misma, cuando se trata de
defenderla.
Otro peligro que acecha a los que estarían
preservados de los dos primeros, es el de seguir ciegamente a las
autoridades particulares que, en tiempos de dificultades y de persecución, la
mayoría se inclina del lado que favorece la naturaleza aunque se oponga a la
verdad. Hay que recordar bien, la verdad permanece siempre
igual, siempre es la misma, no varía por las circunstancias; lo
que en un tiempo se vio que era verdad, no puede dejar de serlo, aunque tales o
cuales personajes hayan cambiado de sentimiento; hay que volver a
lo que se pensaba cuando nada ofuscaba el juicio, y no a las dudas que
sobrevinieron desde que los motivos terrestres y los miedos humanos han
despojado al entendimiento de una parte de su fuerza y de su libertad.
Pierre Joseph de
Cloriviere S.J. (1735-1820) contemporáneo y juez de la Revolución francesa.