El igualitarismo degradante y compulsivo
impuesto casi al mundo entero mediante las máscaras o barbijos, enmascara a la
multitud mientras desenmascara a lo que ya se ha instalado entre nosotros: el
comunismo.
El malhechor se enmascara para no ser
reconocido. Sin embargo también, como decía Chesterton, “a algunos hombres los
disfraces no los disfrazan, los revelan”.
Es lógico que las multitudes no alcancen
a ver realmente lo que está pasando, detrás de esta dictadura sanitaria.
Pero hemos llegado al punto en que se
están terminando de cumplir las profecías de Ntra. Sra. en Fátima: los errores
de Rusia, llegados a Norteamérica hace casi cien años, están ahora
desplegándose casi sin resistencias, bajo una máscara “sanitaria”.
La democracia liberal, sobre todo a
través de la social-democracia, ha preparado el terreno, desarmando a la gente
de sus resistencias espirituales e intelectuales y atemorizándolas con su
abrumadora propaganda mediática. En definitiva, disminuyendo su inmunidad.
El Estado totalitario que vigila y
controla a las personas; la suspensión de las libertades básicas; la prohibición pública del culto religioso; la
destrucción de las clases medias y el campo; la pauperización del pueblo, cautivo de la asistencia del Estado; el
genocidio de ancianos y niños por nacer; el Estado inmiscuido en todo y del
cual todos dependen, con una burocracia infernal y una multiplicación infinita
de leyes, decretos y disposiciones hasta para salir a la calle; la imposición
indiscriminada de la señal de obediencia al Estado y la delación, la multa o la
cárcel para los opositores; el odio estimulado desde los medios masivos, el
odio y división en las familias, la pérdida de la convivencia, la demonización
de los disidentes, etc.
El neofariseísmo sanitario provoca que,
detrás de máscaras que aparentan otorgar impunidad, se descalifique a los
“publicanos” que se contagian o se arriesgan a contagiarse y perder la “pureza”
que conservan los “enmascarados” fariseos, puros e incontaminados, muy
políticamente correctos.
Monseñor Lefebvre parece haber sido
profético hace hoy exactamente cuarenta y un años, cuando estremecido decía en una conferencia:
“El socialismo hace progresos considerables:
pero lo hace con todo el poder de la masonería actual que está en todas partes,
en todas partes, en todas partes; que está en Roma, en todas partes. La
masonería está por todas partes y dirige todo. Muy pronto nosotros seremos
registrados con las computadoras, nosotros tendremos todos nuestros números y
no podremos hacer más nada sin que todo sea señalado sobre la ficha que tendremos, y todo por computadora. Estaremos
en una situación peor que en un país soviético. […] Es espantoso, uno no se imagina hacia dónde se va actualmente, hacia
una socialización que, aparentemente, no parece tan dura como la del comunismo,
y que sin embargo, en definitiva, va a ser simplemente una imagen del
comunismo, pero realizada por medios científicos en lugar de ser realizada por
la fuerza, como lo hacen los comunistas: será lo mismo. Entonces se
eliminará de la sociedad a todos aquellos que no quieren someterse a este
orden, a este orden socialista. Se los eliminará. Habrá siempre un medio de
eliminarlos […] Vamos verdaderamente
hacia una sociedad terrible, que se dice libre y que no tendrá ninguna, pero
ninguna libertad”
(Mons.
Marcel LEFEBVRE, Conferencia del 22 de agosto de 1979, en el priorato Saint-Pie
X de Shawinigan-Sud, Provincia de Québec, Canada. Cit. en Le Sel de la terre n°
53)
Mons. Lefebvre lo vio venir. Lo dijo en
un país que hoy está a la vanguardia de ese socialismo empuercado, depravado y
tiránico, todo bajo las buenas maneras y la sonrisa falsa de un primer ministro
afeminado.
El socialismo llegó de la mano de la
“ciencia”, y no de la acostumbrada violencia. La astucia satánica ha
encontrado la manera y los medios de hacer su revolución de octubre con mucho disimulo, y
sin disparar un solo tiro.
Esto no pudo haber venido si la Iglesia
oficialmente no hubiese depuesto las armas, a partir del Vaticano II. Y esto no
tendrá otra salida que desde arriba y por obra del buen Dios. Antes que nada hay que decidirse a sostener la verdad, a resistir a la mentira, a prepararse a la heroicidad martirial con entera confianza en el poder omnipotente de Nuestro Señor. Hay que rezar incansablemente, hacer sacrificios, sostener el Rosario y pedir la
consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María. En esta guerra
sobrenatural, el comunismo tecnocrático tiene todas las armas del mundo y la más sofisticada tecnología. Parece invencible. Pero
no tiene la gracia de Dios, la cual es más poderosa que todos los ejércitos del
mundo. Contamos con ella, con el poder del Santo Rosario y la promesa de la
Virgen en Fátima de que “Al fin mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Queda menos tiempo para ello.
En palabras de Sor Lucía de Fátima:
En palabras de Sor Lucía de Fátima:
“Padre,
el demonio está librando una batalla decisiva contra la Virgen… Mi misión es
indicarles a todos el inminente peligro en que estamos de perder para siempre
nuestra alma si seguimos aferrados al pecado… Que cada uno de nosotros comience
por sí mismo su reforma espiritual; porque tiene que salvar no sólo su alma,
sino salvar a todas las almas que Dios ha puesto en su camino... Padre, la
Santísima Virgen… me dio a entender (que estamos en los últimos tiempos)…
porque me dijo que dos eran los últimos remedios que Dios daba al mundo; el
Santo Rosario y la devoción al Inmaculado Corazón de María… Los medios
para salvar al mundo son la oración y el sacrificio... y luego, el Santo Rosario
y la devoción al Corazón Inmaculado de María, Madre Santísima; como sede de la
clemencia, de la bondad y el perdón; y como puerta segura para entrar al cielo.(…)
La
decadencia que existe en el mundo, es, sin ninguna duda, consecuencia de la
falta de espíritu de oración. Que la gente rece el Rosario cada día -Nuestra
Señora lo ha repetido en todas sus apariciones- para fortalecernos en estos
tiempos de desorientación
diabólica, para que no nos dejemos engañar por falsas doctrinas. Como el
Rosario es, después de la (Misa), la
oración más apta para preservar la fe en las almas, el diablo ha desencadenado
su lucha contra él… El Rosario es
el arma más poderosa para defendernos en el campo de batalla.”
Ignacio
Kilmot