“El sufrimiento es la vida del alma.
El
alma que sabe aprovechar el valor
del
sufrimiento vive la verdadera vida”
(San Juan Evangelista, a Sor Josefa
Menéndez,
29 de noviembre de 1922)
Quizás todo pueda resumirlo San Pablo en
estas palabras:
“Con Cristo he sido
crucificado, y ya no vivo yo, sino que en mí vive Cristo”
(Gal. 2, 19-20).
Ser otro Cristo es estar crucificado.
Estar crucificado es no contar más que con el Padre, en la agonía de la cruz. A
medida que aumenta la crisis de apostasía y anticristianismo que nos rodean, a
medida que nos cercan, nos encierran, nos combaten, esto nos debe ir quedando
más claro, vivencialmente. Para los gobernantes, para las autoridades, para el
mundo, nosotros somos deshechos. Ellos se dicen “inclusivos”, pero porque
quieren incluirnos a todos en la gran compactadora mundial, donde nada se
diferencia, donde todo es lo mismo. Es lo que se hace con la basura:
compactarla. Sin embargo,
“Para Dios no hay sino
individuos”
(Nicolás
Gómez Dávila)
Somos un desecho, lo mismo decía San Pablo:
“hemos venido a ser como la basura del mundo, y el desecho de todos” (I Cor.
4,13). Por eso nos hemos puesto totalmente en manos de Dios. Él piensa y
socorre a cada uno de nosotros personalmente, y no hay mascarilla que pueda
esconderle nuestro rostro. De Él somos, uno por uno, no en masa. En tanto que
individuos, somos hijos del Padre. El mundo busca la igualdad que degrada y
destruye esa relación.
Debemos asumir lo que somos en el mundo,
para comprender cuánto necesitamos a Dios. Los pensamientos de los hombres no
son los pensamientos de Dios. Nuestra mirada no es su mirada. Debemos aceptar
sus criterios, misteriosos pero siempre misericordiosos. Allí reside nuestra
auténtica libertad. Como escribió Mons. José Canovai,
“La libertad parece
fuerza y poderío; pero para nosotros culpables y peregrinos la verdadera
liberación consiste en participar de la debilidad y el sufrimiento que postró la
Fortaleza de Dios en el camino del Calvario”
Aquel entonces es verdaderamente libre
quien en oblación total a Cristo, llega a su imitación a través de la paciente
aceptación de la debilidad, y esto hasta el final:
“Sólo quien es
despojado de todo lo sensible y de todo bien interior, que no sea el mismo
Bien, es enteramente libre y sube a la Cruz con el maestro, porque la Cruz es
el don de Dios al alma que se ha liberado de sí”.
(Mons. J. Canovai)
Paradójicamente, esta es la disposición
que quiere Dios para que libremos sus batallas. Porque es su fuerza la que debe
ser la nuestra, y no la nuestra la suya, lo cual sería absurdo.
“La quijada de un asno
en las manos de Dios es más poderosa que una espada de acero en cualquiera otra
mano”
(Dom
Columba Marmion, en alusión al relato bíblico de Jueces 15, 15)
Hay un extraordinario libro del Padre
Martin, Superior de los Misioneros Diocesanos
de Vendée, llamado (traducimos) “Para
amar a la Santísima Virgen como Santa Teresita del Niño Jesús”, que es todo
un comentario a la última poesía escrita por Santa Teresita antes de morir,
dedicada a la Santísima Virgen. Comentando un pasaje de cuando la Virgen y San
José tuvieron que pasar la prueba de que José no conociera la anunciación a
María y viviera solo su terrible perplejidad, permaneciendo silenciosa María,
toma el autor este pasaje del poema:
“Para mí, es un dulce
y melodioso concierto
Que me dice la
grandeza y la omnipotencia
De un alma que no
espera su socorro más que de los cielos”.
Y comenta:
“Aquella que en la pena no cuenta con su propios esfuerzos para salir de
ella, pues no es más que debilidad. Pero quien se apoya sobre Dios deviene
fuerte de la fuerza de Dios.
“He aquí el gran secreto del éxito en la vida.
“Y puede ser que no haya nada más útil para conocer.
“Que las almas piadosas lo aprendan porque por poco que ellas perseveren
en la virtud, les vendrán pruebas de las cuales sólo Dios las podrá sacar.
“Pero que sobre todo los hombres de acción y, de una manera general,
todas las personas dedicadas de una manera u otra al apostolado, se inspiren en
esto. Con toda suerte de dificultades, a menudo complicados en sus esfuerzos,
contrariados en sus deseos, viendo a veces levantarse contra ellos a aquellos
que, parecería, debían ser los primeros en ayudarlos, que ellos no se turben en
lo absoluto, ni se irriten, ni se desanimen. Providebit Deus! Dios proveerá. Habiendo hecho lo que depende de
ellos para cumplir la voluntad divina, que ellos dejen a él el cuidado de hacer
cesar sus pruebas o de darles el éxito.
“Es una gran ciencia en la vida cristiana y en la vida apostólica saber
callar y sufrir en silencio, esperando la hora de Dios. Porque, dice la
“Imitación de Cristo”: “Si sabéis callar y sufrir, veréis sin ninguna duda al Señor socorreros. Él sabe el tiempo y
la manera de libraros; abandonaos a él. Porque es de Dios que viene el socorro,
es él que libra de la confusión”.
Es el abandono el que Teresita enseña. Ella
lo aprende de la Virgen. El abandono confiado del niño pequeño. Pero, no hay
lugar donde uno pueda abandonarse más, que en la cruz. ¿Qué le queda al
crucificado? Abandonarse.
Podríamos resumirlo así:
Nadie más libre que Jesucristo, clavado
en la cruz.
Para alcanzar esa libertad hay que
exponerse, entregarse.
Pero entregarse como un niño que
descansa en brazos de su Padre o de su Madre.
Dice también el P. Martin:
“Para la Santísima Virgen y para San José, el socorro viene a la hora
marcada por la divina Providencia, cuando parecía que su prueba había durado demasiado.
Vino de una manera inopinada, que valió al santo Esposo de la Virgen como el
favor de una nueva Anunciación”.
Hay algunos que, en largo conflicto con
la Roma apóstata, se cansaron de que su prueba durase demasiado, y quisieron
acelerar la hora de la solución, mediante la astucia y la diplomacia. En castigo
Dios ha permitido que fuesen engañados, sumergiéndose ellos mismos en su propia
ilusión.
Hay otra importante afirmación del P.
Martin a tener presente:
“En realidad, más uno
se aproxima a Jesús, más debe esperar
encontrar la cruz y esa es la razón de porqué María, estándole más que
nadie unida, ha conocido tantas pruebas aquí abajo”.
Como dice un sacerdote de la
Resistencia:
Sólo los hombres crucificados con Cristo pueden vencer en esta guerra,
porque sólo esos hombres han hecho libre
a Dios en sus almas.
Ahora bien, una pregunta que uno podría
hacerse es, ¿cómo muchos sacerdotes de la Tradición han podido llegar a caer en
esa actitud de falta de abandono y confianza total que son las que honran la
misericordia y providencia de Dios? ¿Fue debido al mal ejemplo de sus
superiores? ¿Fue debido a lo aprendido en los seminarios?
Seguramente que por ambas cosas. Quizás
evaluando solamente los errores doctrinales y filosóficos salidos del concilio,
se obvió el análisis de los errores morales y espirituales que posibilitaron el
triunfo del modernismo en el concilio. Entonces se pretendió hacer seminarios
como “antes del concilio”, siendo que éstos ya estaban infestados de, al menos,
costumbres liberales.
Como consecuencia de todo esto, creemos
ver sacerdotes que, en vez de estar enamorados de Cristo, están enamorados de
su congregación, de su prestigio, de sus comodidades o vaya uno a saber qué. Y
se apegan a estas cosas, más que a Cristo, lo cual implicaría estar sólo con
Él, en la cruz. Despreciados, rechazados, pobres, pero felices.
Consecuencia posterior en los seminarios
y la congregación tradicional: el clericalismo vuelve a la asociación una
máquina donde cada sacerdote o miembro es igualmente concebido como una pieza o
engranaje. El que se destaca como “distinto” se lo saca, pues las diferencias
pueden ser amparadas en una familia, no en una impersonal estructura mecanizada
que funciona para obtener réditos. Los personajes anómalos, que los hay en
todas partes, también son descartados. Comparemos la particularidad, la fogosidad,
el aventurerismo y el sufrir de los santos de las históricas congregaciones,
con los sacerdotes que va dando la Tradición actualmente. Dicho esto en uno de
los momentos históricos –sino el que más- en que se debe ser heroico, sufrido,
audaz, apasionado, fervoroso, perseguido, crucificado. Todo lo cual no indica
imprudencia, independencia o anarquía, sino todo lo contrario, pues como
dijimos al comienzo se trata de un abandono absoluto en manos de Dios.
Pero no sólo esto, sino que la cosa luego
empieza a derivar hacia el fariseísmo. Es muy interesante este comentario de
Mons. Straubinger (a Cor. I, 10):
“La
mínima parte de gloria que pretendiésemos para nosotros mismos, bastaría para
falsear totalmente nuestro apostolado y convertirnos por tanto en instrumento
de Satanás”.
En Cor. 2,14 San Pablo censura la
duplicidad de conducta de Pedro. ¿Qué decir de la duplicidad de conducta nunca
corregida en muchos “tradicionalistas”?
En definitiva, quizás en los grupos de
la Tradición nunca se haya comprendido bien que el ideal del crucificado -por más
que se leyese todos los días la “Imitación de Cristo” en el refectorio- debía
ser el suyo.
Dice el Padre Philipon:
“La
santidad está reservada a los violentos, que todo lo sacrifican por el reino de
Dios”.
En ese todo puede que Dios nos pida sacrificar los bienes espirituales, la
congregación, las amistades, los familiares, la patria, etc. Además de negarnos
a nosotros mismos. Entonces, podremos esperarlo todo del cielo, como dice en su
poema Teresita. O como dice en otro de sus poemas o canciones (Vivre d’amour):
“Vivir
de amor, no es sobre la tierra
en
la cima del Tabor fijar su tienda;
Con
Jesús es el Calvario escalar:
Es
la cruz como un tesoro mirar”.
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“¡Ved
los Héroes y los Santos!... ¡Los grandes genios! En el fundamento de sus
inteligencias, de sus heroísmos, de sus virtudes, y en el secreto de sus
intimidades, brillan el sacrificio y el dolor”.
(Mons.
Gay)
“Hay
cosas que no se ven claramente, si no humedece nuestros ojos el llanto”.
“El
dolor es la copa donde el hombre se sacia”
(Sarzin)
“Es
preciso aprovechar todas las ocasiones que se presenten, para avivar en las
almas la llama del sacrificio; sin ella el hombre, cualquiera sea su grado y
condición, es un miserable”.
(Lacordaire)
“¡El
dolor es el más sublime Sacramento! Oculta a Dios bajo las formas del
sufrimiento”.
(P.
Faber)
“Creedme:
no nos acercamos a Jesús sino en la medida en que nos acercamos a la Cruz”.
(Girard)
“No
se ha escrito nada en el libro de la vida, mientras no se hayan grabado en él
estas letras: ¡he sufrido!”.
(Bossuet)
Silas