Conviene aclarar y distinguir, en estos
momentos de tanta confusión.
Que alguien hable de conspiración,
no significa que niegue la realidad del virus corona, sino que intenta
darle una explicación plausible, en base a las informaciones previamente
comprobadas sobre los planes de los agentes globalistas, a las medidas que el
mundo globalizado está tomando para responder a él, y a las consecuencias que
se preveen de cara al futuro. Al mismo tiempo, esto no invalida que el corona
pueda ser no sólo producto de una conspiración (lo cual de momento es una
conjetura que se irá dilucidando con el tiempo), sino además un castigo.
Lo que sucede especialmente en España e Italia,
países ya previamente despoblados y envejecidos, puede ser considerado una
manifestación exterior y bien visible de la mortandad de su alma cristiana,
ocurrida apostáticamente hace ya mucho tiempo.
El hecho de que los medios de difusión y
la población se convulsionen de tal manera por la muerte de diez mil personas,
pero hasta ahora no se hayan escandalizado sino más bien mirado con
indiferencia el deliberado asesinato de millones de niños en el vientre de sus
madres, durante décadas, muestra a las claras la enfermedad terminal de la
sociedad que apesta, y por eso esa peste hoy se “materializa” externamente a
través de un virus. Es la sociedad poscristiana que no puede tener otro final
más lamentable e indigno. Y esto es más grave en los países antaño campeones de
la fe como han sido España, Italia y Francia, que renegaron de sí mismos
entregándose a la depravación masónico-socialista.
¿Cuántos de los españoles que hoy
aparecen altamente alarmados y asustados ante la visión de los cadáveres y
enfermos, se alarmaron o escandalizaron cuando se mataban miles de niños por
aborto, cuando se corrompía a los niños con la ideología de género, o se
profanaba la tumba del caudillo que encabezó la victoria contra el comunismo
que asesinó muchísima más gente que este virus?
Este virus mata los cuerpos –hasta donde
se sabe, de personas ya con afecciones o debilitadas, ocurre en general que
casi todo el mundo tiene una salud endeble gracias a la falta de formación
básica y la toxicidad que se vierte en toda la forma de vida industrializada
moderna que llevamos-, pero las consecuencias sociales que vendrán, que
otorgarán un poder de coacción tiránico a los Estados en manos de organismos
internacionales globalistas y sionistas, encabezados por la ONU, de la cual
ahora el Vaticano es un apéndice, será devastador para los cuerpos y para las
almas. Una de las consecuencias será que hablar de “conspiración” –lo mismo da
si de forma seria o ridícula- será cosa de “loquitos” o de “locos peligrosos” y
“fanáticos” de “ultra derecha” o “ultra católicos” que serán un peligro para el
resto de la sociedad, amaestrada por los medios masivos del sistema, y ya no
educada por la Iglesia que ha abandonado definitivamente su labor. Creado un
problema mundial, los hombres aceptarán una “solución mundial”. De este modo
será el completo fin de las soberanías nacionales. El que proteste contra este
estado de cosas, será llamado “conspiranoico” o “neo-nazi”. Y el sistema tendrá
preparado su repertorio de imbéciles o hábiles agentes que fungirán sí de
delirantes conspiranoicos en la internet, como para “demostrar” que sí, todo
aquel que hable de esos temas, será un caso de manicomio. Pero, como ya dije en
el anterior artículo, desde el primer Viernes Santo hay una conspiración de la
Sinagoga de Satanás contra el Reinado de Cristo, y el Vaticano II fue un
exitoso complot contra la Iglesia. La guerra entre las dos ciudades implica un
combate frontal de la Iglesia (lo que queda de ella) y un combate en la
oscuridad, complotista, del poder en las sombras de la Sinagoga de Satanás.
Ahora, ya borrado del mapa el dogma de que “Fuera de la Iglesia no hay
salvación”, se empezará por el neo dogma de que “Fuera de la vacuna no hay
salvación” (luego del tan exitoso “Fuera de la democracia no hay salvación”).
Como dijo recientemente Francisco, “estamos todos en el mismo barco y tenemos
que rezar todos juntos”. Ese barco ya no es la Iglesia católica, y Pedro ya no
dice “Señor, sálvanos que perecemos”. No, ese barco es ahora el mundo
globalizado. “Hay que obedecer a la ONU”, es la consigna explícita de
Francisco.
Por lo tanto conviene bien discernir:
hay corona virus (mañana puede ser otro virus o forma de recluir o
disciplinar, asustar y eliminar a la población), hay un castigo en la
permisión de estos hechos con que Dios aflige a sus hijos rebeldes para
hacerlos abrir los ojos y volver arrepentidos al redil (aunque la Jerarquía
mira para otro lado), hay conspiración para llegar al gobierno mundial
del Anticristo, y hay el comunismo, del cual nos advirtió Ntra. Sra. en
Fátima, el cual habiendo mutado en su manifestación política, sigue esparciendo
sus errores y sus horrores.
Contra esa triple “C”: corona
virus-conspiración-castigo, hay una vacuna “Doble C” salvadora, que por su
unidad conforma en verdad una sola “C”: el
Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. De ellos viene
la caridad, que es lo que distingue a los verdaderos de los falsos
cristianos y es lo que vence al Diablo, pues es el fruto de la fe, y en ella,
como enseñó San Pablo, debemos resistir firmemente. El método inmediato es otra
triple “C”: la corona diaria del Rosario (mejor completo y en estado de contrición),
por la consagración y conversión de Rusia, para que se cumpla
pronto la palabra de Ntra. Sra. en Fátima: “Al fin mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Previamente, y para mostrar a Dios
nuestro compromiso, consagrémonos personalmente y a nuestras familias y
hogares, a su Sagrado Corazón y al Inmaculado Corazón de María, portando además
con fe el escapulario o el detente del Sagrado Corazón y el escapulario de
Ntra. Sra. del Carmen. Dios nos provee además de la Medalla Milagrosa y otros
santos recursos que nos protegen en las más difíciles circunstancias.
Esta crisis está destinada a aplastar el
orgullo del hombre. El problema es que no se somete al yugo suave del Rey, sino
de su Enemigo. Entonces el orgullo del hombre encuentra su orgullo vicario que
lo representa en el Tirano, en vez de convertirse en humildad que lo salve
mediante la verdad. Pero, a Dios gracias, tenemos la absoluta seguridad que es
la humildad, y no el orgullo, quien vence. Es la criatura humilde por
excelencia, la Inmaculada, la que aplasta la cabeza orgullosa de la serpiente.
A esa corona, la de la Reina del Cielo y
de la Tierra, gustosos y voluntariamente nos sometemos y consagramos, para
siempre.
Ignacio Kilmot