"Misa
en una cabaña de Connemara" (Irlanda),
por
Aloysius O'Kelly (1853-1936).
Y les dijo Cristo: "La paz sea con vosotros. Como el Padre me
envió, así también yo os envío". Y dichas estas palabras, sopló sobre
ellos y les dijo: "recibid al Espíritu Santo: a los que perdonéis los
pecados les quedarán perdonados y a los que se los retengáis les quedarán
retenidos".
Como Dios Hijo fue enviado por
Dios Padre, Cristo, a su vez, envía a sus Apóstoles al mundo con un fin
determinado y con un poder determinado: el fin que les señala es salvar a los
hombres y el poder que da para eso no es el de un dominio tiránico sobre las
ovejas, el de un control férreo sobre las vidas de los creyentes; sino el poder
de perdonar los pecados, el poder de la misericordia, un poder en el que, ante
todo, resplandecen el amor y la mansedumbre. Y aunque solamente se ha dado a
los sacerdotes católicos ese poder que es capaz de abrir a las almas las
puertas del Cielo, la inmensa mayoría de los hombres ignora o desprecia ese
poder, esa misericordia, ese amor; y van por los caminos oscuros que alejan de
Dios, hacia las tinieblas eternas del infierno.
Los demonios, por su parte, son
enviados por Satanás al mundo para condenar a los hombres introduciéndolos en
el pecado y reteniéndolos en él. La victoria de Dios en nuestras vidas es el
fracaso del demonio. La victoria del demonio sobre un alma hace inútil la
muerte de Cristo, hace infructuosa la Redención para esa alma en particular.
Nuestro Señor Jesucristo ha venido a salvarnos, el demonio ha venido a condenarnos,
y nosotros hemos venido a decidir quién vencerá en nuestras vidas: Dios o el
diablo. Esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe,
dice San Juan en la Epístola de hoy. Sin la fe católica es imposible que Cristo
venza en la guerra que cada uno de nosotros ha venido a librar a esta
tierra. Nuestra fe es la victoria que vence al mundo. Fue para
destruir la fe y derrotar a Cristo, que el demonio planeó y ejecutó el
portentoso engaño del Vaticano II.
“El Papa actual y estos
obispos -afirma Mons. Lefebvre en su libro “Itinerario
Espiritual”- ya no trasmiten a Nuestro Señor Jesucristo, sino una
religiosidad sentimental, superficial, carismática, por la cual ya no pasa la
verdadera gracia del Espíritu Santo en su conjunto. Esta nueva religión no es
la religión católica; es estéril, incapaz de santificar la sociedad y la
familia.”
Desde ese concilio, entonces, una
falsa religión antropocéntrica (humanista) tiende a reemplazar, en la Iglesia,
a la verdadera religión teocéntrica. Y aunque esa religión nueva y falsa está
causando grandísimos estragos a innumerables almas desde hace 50 años, siendo
propagada desde dentro por un clero católico traidor plagado de envenenadores
liberales y modernistas, y extendiéndose cada vez más, como tumor maligno o
como gangrena; nunca logrará suplantar enteramente a la religión verdadera.
Nunca, porque Cristo prometió que “las puertas del Infierno no
prevalecerán” contra su Iglesia.
Para salvar nuestras almas,
debemos rechazar esa nueva religión mentirosa y conservar la fe de siempre.
Dice el Introito de esta Misa: como bebés recién nacidos, aleluya, como
espirituales; desead la leche espiritual sin maldad. Ese alimento
espiritual purísimo es la fe de siempre, la fe que profesaron los católicos de
todos los tiempos y de todos los lugares hasta el maldito concilio Vaticano II.
¿Se exagera al calificar de “maldito” al último concilio? No: ese concilio es
verdadera y propiamente maldito y satánico.
Dice Mons. Lefebvre en la obra
antes referida: “El mal del concilio es la ignorancia de Jesucristo y de su
Reino. Es el mal de los ángeles malos, el mal que encamina al infierno.” "El
resultado de este concilio es mucho peor que el de la Revolución" (francesa). “No
hay que tener miedo de afirmar que las autoridades romanas actuales, desde Juan
XXIII y Pablo VI, se han hecho colaboradoras activas de la Masonería judía
internacional y del socialismo mundial.”
Y en su libro "Le
Destronaron”, Mons. Lefebvre no vaciló en afirmar que el concilio "es
el desastre más grande (que ha sucedido a la humanidad) desde
la fundación de la Iglesia". Sí, porque ningún otro desastre ha
dañado tanto la fe, ningún otro desastre ha debilitado y desfigurado tanto a la
Iglesia, ningún otro desastre ha resultado tan devastador para las almas como el
concilio Vaticano II. Nadie pudo imaginar jamás que un concilio de la misma
Iglesia de Cristo iba a ser “degollador”, iba a intentar separar a Cristo de su
Cuerpo Místico, convirtiendo al 99,99% de los católicos en herejes al menos
materiales. Porque ese concilio -por la vía astutísima de las palabras
ambiguas, no de una contradicción directa o abierta del dogma- osó fundar,
dentro de la Iglesia, una nueva religión opuesta a la única religión verdadera;
el Vaticano II es la más grande trampa, el mayor fraude, la más colosal siembra
de cizaña que el demonio haya hecho jamás. En momentos en que los acuerdistas
que dirigen la FSSPX se esfuerzan por disimular la inconmensurable maldad del
concilio a fin de no chocar con los anticristos que usurpan la Jerarquía
católica, conviene decir esta verdad terrible: sólo dos acontecimientos en la
historia humana son peores que el Vaticano II: el deicidio y el pecado
original.
Queridos fieles: la
victoria que ha vencido al mundo es nuestra fe. Conservemos la fe para
que Cristo venza. Bendigamos siempre el día en que, por gracia de Dios, pasamos
del “catolicismo liberal” de las Parroquias al catolicismo verdadero de la
FSSPX. Gracias a eso pudimos conservar el tesoro de la fe que vence al mundo.
Bendigamos también el día y la hora en que, por nueva gracia de Dios, salimos
de una Fraternidad finalmente envenenada por el liberalismo, que busca
capitular ante Roma apóstata. Gracias a eso podremos seguir conservando el
tesoro de la fe que vence al mundo.