Carissimi, nunc filii Dei sumus; et
nondum apparuit quid erimus; similes ei erimus (I
Juan 3, 2).
Lo que S. Pablo dice en Gálatas (2,20)
excede cuanto puede soñar un ardiente panteísta: vivo autem jam non ego: vivit vero in me Christus, quedará consumado no solo místicamente, sino real y
visiblemente. Es el cuerpo místico de Cristo que se unirá definitivamente a su
cabeza el día de su venida para las Bodas. Iterum venio et accipiam vos ad meipsum,
ubi sum ego et vos sitis ... (Jn. 14, 3) Gaudeamus et exultemus . . . quoniam
venerunt nuptiae Agni. (Apoc.19,. 7). Esta Huiothesía -filiación divina- se
verifica en este mundo en la infancia espiritual y se consuma después, en la
eternidad. De este enigma de Dios visto por la fe, perfeccionado por el amor y
sostenido por la esperanza, nos habla S. Pablo en Ef. (3, 20): Salvatorem expectamus
qui reformabit corpus humilitatis nostrae configuratum corpori claritatis suae
... La fe en esta confianza absoluta del hijito que sigue a su padre y se fía
de él sin la menor duda, convencido como está que el padre le ama y no puede
desear sino el bien de su hijito mimado.
Quia respexit humilitatem ancillae suae
. .
. fecit mihi magna qui potens
est (Luc. 1, 48-49).
Si María Santísima no nos hubiera dejado
más que esta enseñanza, nos habría
indicado ya en esas palabras la síntesis
de todo el Evangelio. Con una sola cosa no transige nunca Dios, con la
soberbia, y nunca resiste a la pequeñez reconocida y confesada. La Vulgata traduce
por humildad la palabra griega "tapéinosis", que es pequeñez,
debilidad, flaqueza, bajeza. Esta pequeñez o infancia espiritual es la gran
bienaventuranza de los pobres de espíritu (Mat. 5, 3) , según la cual los que
se hacen niños no sólo serán los grandes en el reino de los cielos (Mat. 18,4),
sino también los únicos que entran en él. Nisi efficiamini sicut parvuli, non
intrabitis in regnum coelorum (Mat: 18, 3). Muy legítimo y aún necesario
parecerá a muchos el que se diga bien de ellos y de sus obras, pero Jesucristo
no comparte sus ideas (Luc. 6,26). La pequeñez, el ser arrinconado, tenido por
de poco valer, no se armoniza con el criterio corriente … J esucristo, entre
otras paradojas dijo también éstas: Beati eritis cum vos oderint . . .
separaverint . .. exprobraverint . . . et ejecerint nomen vestrum tanquam malum
(Luc. 6, 22). ¿Quién más pequeño que el que es tenido por imperfecto y malo?. .
. Gaudete in illa die et exultate; merces vestra multa est in coelo (Luc;
6,23).
Confitebor tibi, Domine, quod
abscondisti haec a sapientibus et prudentibus
et revelasti ea parvulis (Luc.
10, 21).
He aquí de nuevo el gran misterio de la
infancia espiritual que no acabamos de aceptar porque repugna al orgullo y la
inteligencia razonadora y a la presunta propia suficiencia. La doctrina del
Evangelio fue escándalo y locura (I Cor. 1, 28). No hemos cambiado de opinión
del todo. En el Paternoster, nos enseña el Señor a pedir: Et ne nos inducas in
tentationem (Luc. 11, 4). El confesar nuestra debilidad para vencer la
tentación le agrada más que la presunción de poderla vencer. No nos ha enseñado
a pedir tribulaciones y tentaciones. El fracaso de Pedro –animam meam pono pro
te (Jn. 13, 37)- es una enseñanza. Dios prefiere vernos pequeños como niños a
vernos heróicos y presumidos. Los pequeños penetran los secretos de la
Escritura. 1 Cor. 12, 31, era texto muy conocido, pero sólo Santa Teresita vio
en ese texto la orientación de su vida: "Mi vocación es el amor". El
racionalista lee en el Evangelio "capilli capitis vestri omnes numerati sunt"
(Luc. 12, 7) y piensa: es un modo de decir alegórico. El pequeño dice: "Ni
la madre más cariñosa llega a contar los cabellos de su pequeñuelo"; y Dios
lleva cuenta. ¡Qué amor me tiene Dios! ¿Dudaremos de esas palabras porque son demasiado
tiernas? ¿No son acaso palabras de Dios como tantas otras del Evangelio?
P.
JOSÉ FUCHS – Revista Bíblica de Mons.
Straubinger.