“Cuidad de no practicar vuestra justicia a la
vista de los hombres con el objeto de ser mirados por ellos; de otra manera no
tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Cuando, pues, haces limosna, no
toques la bocina delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en
las calles, para ser glorificados por los hombres; en verdad os digo, ya tienen
su paga. Tú, al contrario, cuando haces limosna, que tu mano izquierda no sepa
lo que hace tu mano derecha, para que tu limosna quede oculta, y tu Padre, que
ve en lo secreto, te lo pagará”.
Mt. VI, 1-4.
“No cuides quién lo ha dicho, mas mira qué tal es
el dicho”.
Kempis, Imitación de cristo, I, 5
Decíamos en una anterior nota, cuyo
tema era el propósito de la FSSPX de ser “reconocida” o “normalizada” por Roma,
lo siguiente: “Y los argumentos innumerables (que hemos recogido paciente y trabajosamente
en esta entrada y en esta otra de nuestro blog para ofrecérselos precisamente a
los que están en la FSSPX, según parece sin despertar su interés porque, claro,
ellos ya saben y no necesitan saber nada más; de allí que no nos
hagamos ilusiones respecto de que puedan querer indagar en lo que pasa
verdaderamente con la Fraternidad)…”. Ahora bien, una respuesta a ese
artículo nos viene a confirmar que no estábamos equivocados. Pues desviando el foco
de la cuestión del tema planteado, se lanzan comentarios totalmente fuera de
cauce de quien parece sentirse invitado a “arreglar las cosas en la esquina”,
en un litigio al que solo se ha invitado, yéndose hacia una zona de zanjones
periféricos y prostibularios para decir cosas como por ejemplo esta: “Los muchachos de Syllabus me han dedicado
unas hermosas líneas con sus consabidas posiciones de ultrarresistentes. Lo
cierto es que nunca me cayó mal un “ultra” - de lo que sea - en medio de este
mundo mistongo (hasta Peña que era “reputo” según sus declaraciones – hablo de
Fernando Gabriel Gonzalez Peña Mendizabal –como verán era de buen cuna-
puto sufrido de infantería si los hubo, y que tuvo el coraje de morirse
de sida; me caía mejor que estos nuevos maricas cubiertos de profilaxis),
pero tengo algunos rezongos”.
Hemos de convenir que si el autor de esas líneas
y del blog que nosotros comentáramos, hubiese sido atacado en su persona, si se
hubieren vertido sobre su nombre calumnias o insultos, por ejemplo, tendría
toda la razón del mundo en vociferar contra quien se escudara en el anonimato
para actuar de forma tan vil y cobarde. Pero nada de eso ha sucedido, pues
simplemente tomamos algunos comentarios suyos para ilustrar una idea u opinión
que se sostiene dentro de la FSSPX, a fin de comparar tales aserciones con la
realidad de lo que pasa en la misma FSSPX y sus relaciones con Roma. No tenemos
nada personal con el Sr. Calderón. Si quien hubiese escrito tal artículo se
llamase Pérez, Fernández o no lo firmara, habríamos escrito lo mismo. Por lo
tanto, tomarse de ahí para invalidar un artículo por el solo hecho de que no lleva
firma con nombre y apellido, parece más bien una excusa para no afrontar el
meollo de lo que allí se cuestiona. Y quizás sea –quizás, no lo afirmamos- un
síntoma de orgullo herido, el que motiva tal reacción. Porque si la contienda
debe darse entre dos personas con nombre y apellido, entonces es desleal que
una provoque sin mostrar la cara. Pero si no hay ninguna disputa personal, sino
que la trama de la discusión es la doctrina, las ideas, los hechos, entonces el
que sólo está dispuesto a batirse por una cuestión personal, y no quiere
examinar la doctrina, las ideas o los hechos concretos, debe tener enfrente
otra persona concreta para reducir su ataque a esa persona concreta. Parece que
no se quisiera examinar razones, sino simplemente tener a alguien enfrente a
quien “putear” o dar “tortazos”. Por esa razón se “provoca” con el tema del
anonimato. Como si que firme Juan Pérez o José García cambiara el contenido de
lo que un artículo dice. Preferimos recordar al Kempis: “No cuides quién lo ha dicho, mas mira qué tal es el dicho”. Y como
“el dicho” molesta, se busca poner la lupa sobre el “quién lo ha dicho”. Pero,
“el dicho”, ¿es verdadero o es falso? He ahí toda la cuestión.
Sin embargo, mencionado el tema, obligados nos
sentimos a hacer una breve consideración sobre el mentado “anonimato”. Hay una
primera objeción que se vierte allí, que parece muy brava y digna de atención: “¿Si somos tan machazos, por qué no dar la
cara? Lo entiendo en los entristas de Infocaótica que trabajan para
infiltrados, o en los chismosos exquisitos de The Wanderer, campeones del tiro
de piedra de atrás de un seto; pero… ¡en un ultrarresistente! ¡Pongan la jeta!
No existe el testimonio anónimo y mucho menos la proclamación de un coraje que
comienza con una cobardía. ¡El tal Monseñor es cobarde! Lo digo yo, que no doy
el nombre”.
La facilidad con que en internet se hacen juicios
sobre personas, sin conocer motivos, circunstancias y situaciones que explican
cosas que a simple vista parecen otra cosa, es pasmosa. Nuevamente en este
párrafo puede verse que se reduce todo a una cuestión de “ser o no ser
machazos”. Colegimos que quien eso escribe estaría a sus anchas en el “far
west” y sus inolvidables duelos en el medio de la calle. Pero quizás allí, en
la ufana nombradía, está el meollo de esta argumentación. Vemos en internet
muchos escribas que firman con su nombre y apellido, orgullosísimos de los
mismos, creyendo así acreditarse como “supertradis”, “recontrarresistentes”,
“catoliquísimos”, “duros”, “implacables”, etc. Son en realidad fariseos muy pagados de
sí mismos que más interesados están en validar sus egos que en establecer la
verdad. Precisamente “dan la cara” porque se creen “machazos” y
“ultracatólicos”, y deben “demostrarlo”. Nosotros no nos creemos ni nos
proclamamos tal cosa (perdonará el lector esta autorreferencia y, en todo caso,
si hemos caído en dar esa impresión, no ha sido buscado de nuestra parte). No
miramos con desdén sino con “temor y temblor” tal panorama. También con humor,
para entender mejor la ridiculez del orgullo. Que lo que escribamos pueda
resultar polémico, concedido. Pero no tenemos el amor de la “camorra”, la
pendencia por deporte y para “darnos corte”. Generalmente los que proclaman
tanto sus “machazas” virtudes terminan acobardados, como pasó al pobre Pedro
ante la criada el Viernes Santo. Dios conoce a cada uno y que El nos juzgue y
nos tenga misericordia. “No existe el
testimonio anónimo y mucho menos la proclamación de un coraje que comienza con
una cobardía”, dice también el artículo citado. Es cierto que no existe el
testimonio anónimo, pero ¿quién dijo que un blog es per se “testimonial”? Es un medio noticioso que incluye doctrina,
opiniones y reflexiones. El testimonio se da cada día en la medida en que
vivimos y transmitimos a quienes nos rodean todo eso en que creemos y sobre lo
que pensamos. Cada medio y lugar determina su forma de acción y la estrategia a
seguir. No hacemos un blog para “proclamar nuestro coraje”. Por otra parte, ¿podría
acusarse de cobarde, v.g., al belicoso Padre Sardá y Salvany, que escribió con
seudónimo (es decir, sin su verdadero nombre) cientos de artículos en la
“Revista Popular”? ¿O al sabio Mons. Straubinger, que usó seudónimo en
numerosos artículos en la “Revista Bíblica”? ¿O al Padre Castellani por lo
mismo? ¿Hugo Wast firmaba acaso con su nombre? Y los autores que con seudónimo
escriben en “Sí, Sí, No, No”, revista
vendida en las librerías de los prioratos, ¿serían unos acobardados que no se
animan a firmar con sus nombres verdaderos? ¿Los artículos anónimos que han aparecido
en el boletín “Fides” de la FSSPX, o aquellos firmados por un tal “Architriclinus”
serían dignos de desdeñarse por el hecho de no llevar nombre y apellido? También
podría preguntarse, ¿los sacerdotes del Sodalitium o La Sapinière pueden
considerarse cobardes por no andar ventilando sus preciosos nombres a los
cuatro vientos? (si el Sr. Calderón supiera la circunstancia y lugar que dio
origen a nuestro blog se sorprendería…mucho). No necesariamente alguien escribe
anónimamente o usa seudónimo para ocultarse de los tiros que pudieran llegarle,
¿sabe Usted? En ciertos casos se debe a que hay autores que no quieren “tocar
bocina” y pretenden, como afirma Mons. Straubinger, huir “de la propia
complacencia, que mostraba el fariseo del templo” (Coment. a Mt. VI, 3). Hay
monjes que escriben artículos con seudónimo. Seguramente no serán “machazos” a
su gusto, ¿cierto? Por otra parte, el Sr. Calderón no tiene problemas en
discutir con el anónimo del blog hondero. Y finalmente, para cerrar este tema,
dejamos una última pregunta: si tanto le joroba el “anonimato”, ¿por qué en su
blog permite que haya comentarios anónimos?
Respecto de este estomacal comentario del
artículo: “(las dudas y veladas
acusaciones anónimas, tiradas al voleo por este blog, son una porquería
que los envilece, ya he carajeado a otros por hacerlas con el Verbo y Miles
Crhisti)”, puede tranquilamente investigar en Internet (nosotros nos
privamos de traer a cuento tales inmundicias que duelen mucho, pues no somos zurdos ni actuamos como tales para
gozarnos de estas lacras). Si eso que dice que “tiramos al voleo” lo
presentáramos en toda su cruda realidad, tampoco recibiríamos una respuesta
diferente. Lo que nos hace volver al principio, y plantear el asunto que dio
motivo a estos artículos. Puede ponerse así: ¿Cambió o no cambió la FSSPX su
posición con respecto a Roma, en relación a la posición que tuvo Mons. Lefebvre
después de mayo del ‘88 y fue política oficial hasta el Capítulo de 2006
inclusive? Creemos que estos dos artículos resumen bien el asunto: 1 y 2. Ahora,
admitiendo la realidad de ese cambio en la posición frente a Roma, ¿ese cambio
fue mejor o peor para la Fraternidad? Cualquiera puede darse cuenta que las
cosas han ido de mal en peor en la Fraternidad: se ha dividido, desgajado, hubo
expulsiones injustas, hay multitud de fieles descontentos, síntomas liberales
por todas partes. En la carta antiacuerdista firmada en 2012 por los tres
obispos a Mons. Fellay decían: “¿No se ven ya en la Fraternidad los síntomas de
esta disminución en la confesión de la Fe?”. Y hay mucho más para decir. Pero ya ha sido dicho. En fin,
si quieren hacer un alegato para oponerse a estos hechos y defender su posición,
que lo hagan. Y cada uno saque sus conclusiones. Pero es una coartada débil la
de decir que como uno no pertenece a la FSSPX no tiene porqué meterse a opinar.
Porque si bien es cierto que no nos incumbe meternos en la política interna de
la Fraternidad, también lo es que la Fe es un bien común a todos nosotros, no
les pertenece en exclusiva a los obispos y sacerdotes. Y por lo tanto si alguien
ve que la fe de su prójimo puede correr peligro tiene todo el derecho, y aún el
deber, de actuar en su defensa. Porque la Fraternidad no es un club privado en
el que sólo los socios tienen derecho a intervenir, pues la Fraternidad es
parte de la Iglesia, y todos nosotros, también los fieles de a pie, conformamos
la Iglesia militante. De tal manera que mostrar el desacuerdo –en las maneras
cristianas que hemos aprendido de esos mismos sacerdotes- no es “una intromisión indebida en asuntos ajenos”.
No se trata de perder “cosas”, que
ese temor es lo que mueve a los acuerdistas y acomodados. Sino de perder la fe.
Eso no nos es ajeno. Fue Caín el que dijo “¿Acaso soy yo el guardián de mi
hermano?”. Hijos de Caín, fueron los sanedritas deicidas los que dijeron algo
muy similar a Judas: “¿Y a nosotros qué? ¡Allá tú!”.
Decía también el artículo anterior, que motivó nuestra
nota, lo siguiente: “Pero producir
desorden para forzar la mano hacia alguna finalidad deseada, es para que lo
saquen pitando”. Eso es precisamente lo que ocurrió con el cambio de
política oficial de la Fraternidad, de forma inconsulta, sin convocar un
Capítulo general, por parte de Mons. Fellay. Fue un desorden, un golpe de
estado, una revolución muy bien disimulada. Esta acción de Mons. Fellay fue
confesada por Mons. Tissier en carta a Dom Tomás de Aquino: “La política de la FSSPX hacia
Roma, hasta el Capítulo general del 2006 comprendido éste, fue esperar una
conversión de Roma antes de buscar una estructura canónica. Pero esta
política ha sido cambiada por Monseñor Fellay en 2011-2012 después de
la oposición total revelada por nuestras discusiones con Roma” (acá).
De modo tal que los que acusan de revoltosos a los partidarios de la
Resistencia, deberían mirar mejor hacia adentro, porque el mal, el desorden, ha
venido desde lo más alto de la congregación.
Finalmente, se justifica la falta de juicio
crítico respecto de estos temas, diciendo cosas como esta: “Bastante nos dan con la facultad de, en
caridad, poder decirles si los curas que forman, son buenos o malos. Que
tampoco debiera importarles mucho nuestra opinión (y que por la experiencia de
tantos años como fiel de la Fraternidad, sólo veo resultados llenos de amor
hacia los sacerdotes). Pero arrogarse la petulancia de opinar sobre si está mal
o no firmar ciertos acuerdos, usar o no tales planes de estudio o lo que corno
sea, debería ameritar una respuesta más a la francesa”. La defensa de la
verdad no es petulancia. Monseñor Lefebvre, hombre sencillo y sin ínfulas de
“iluminado”, escuchaba las opiniones de los fieles y las personas que lo
rodeaban con total interés: “Nuestros verdaderos fieles,
aquellos que han comprendido el problema y que nos han ayudado a seguir la
línea derecha y cerrada de la Tradición y de la fe, temían las gestiones que yo
hacía con Roma. Ellos me dijeron que era muy peligroso y que perdía mi tiempo” (Mons. Lefebvre, Fideliter, n°79, p. 11). Como
sabemos, Dios encubre a los “sabios y prudentes” lo que revela a los pequeños
(Mt. 11,25). Y no necesariamente los obispos y sacerdotes tienen la “exclusiva”
en estos terribles tiempos que corren. Podemos ayudarlos de verdad no con
nuestro apoyo ciego o distraído, sino imitando a los verdaderos fieles (en
palabras de Mons. Lefebvre) que son quienes “han ayudado a seguir la línea derecha y cerrada de la Tradición y de la
fe”.
Fray Lesito