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sábado, 16 de abril de 2016

P. FRANZ SCHMIDBERGER, EL SEPULTURERO





El 2 de abril de 1991, con ocasión de los funerales de Mons. Marcel Lefebvre, el P. Franz Schmidberger pronunció una homilía, que comenzó así:

“Henos aquí reunidos alrededor de los despojos mortales de nuestro Padre bienamado, de nuestro fundador y Superior general durante largos años, alrededor de este Obispo fiel a su misión de doctor y pastor de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, de este misionero infatigable, de este padre de una nueva generación de sacerdotes, de este salvador del Santo Sacrificio de la Misa en su rito romano auténtico y venerado, de este combatiente por el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo”.

Es de suponer que sus palabras serían verdaderamente sentidas, aunque por lo que sabemos Mons. Lefebvre no confiaba totalmente en este sacerdote alemán. Lo cierto es que quizás dentro de muy poco tiempo el mismo antiguo sacerdote podría estar pronunciando otro sermón fúnebre, comenzando así:

“Henos aquí reunidos alrededor de los despojos mortales de nuestra amada congregación la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, durante cuarenta años fiel a su misión, luego enfermó gravemente hasta este infeliz desenlace…”

Tal sería sin dudas el comienzo de lo que debería continuar con una franca acusación propia, para no volverse en una impostura hipócrita, como a la larga hemos visto ha resultado la actitud soberbia de la Neo-Fraternidad de creerse orgullosamente invulnerable y llamada a vencer al gigante modernista... haciendo concesiones varias.

En la citada homilía, titulada por la revista Iesus Christus (N° 15, Abril/Julio de 1991) así: “CONTINUAR CON CORAJE Y SIN DESVIACIONES” (ejem…), afirmaba el P. Schmidberger, por entonces Superior de la Fraternidad:

“(Mons. Lefebvre) formó una pequeña élite, que está a disposición de la Santa Sede y de los obispos; pero permitidme precisar algo: esa élite está a su disposición, pero excluyendo todo compromiso y toda concesión respecto de los errores del concilio Vaticano II y de las reformas que se siguen de él. Mientras que el espíritu de destrucción sople en los obispados y en los dicasterios romanos, no habrá ninguna armonización ni acuerdo posibles. Queremos trabajar para la construcción de la Iglesia y no para su demolición. Se lee en los diarios que Roma habría esperado hasta último mo­mento el arrepentimiento de Monseñor. ¿De qué puede arrepen­tirse un hombre que cumplió su deber hasta el fin, preservando y dando a la Iglesia los medios que son absolutamente necesarios para la santidad? ¿Acaso no ha sido una buena obra el darle pas­tores católicos a Ella, la Iglesia, que está ocupada por mercena­rios, por ladrones y salteadores? ‘¿Es por esta buena obra que vo­sotros queréis lapidar a vuestro hermano?’ (San Juan, 10,32).
En esta hora suplicamos a Roma y a los obispos: abandonad el ecumenismo funesto, la laicización de la sociedad y la protestantización del culto divino; volved a la santa tradición de la Iglesia. In­cluso si vosotros habéis sellado el sepulcro que habéis cavado a la verdadera Santa Misa, al catecismo del Concilio de Trento y al título de Rey universal de Jesucristo, por mil decretos y excomu­niones, la vida resucitará de la tumba incluso cerrada. “¡Jerusalén, conviértete al Señor tu Dios!”. Un signo esencial de una tal conversión y de un retorno podría ser, una vez cerrada la tumba de Monseñor Lefebvre, la apertura oficial de un proceso de informa­ción para comprobar el grado heroico de sus virtudes. Nosotros, sus hijos, somos los testigos privilegiados de sus méritos, de la for­taleza de su fe, de su amor ardiente por Dios y por el prójimo, de su resignación a la voluntad de Dios, de su humildad y de su dul­zura, de su mansedumbre, de su vida de oración, de su odio al pe­cado y de su horror al error; nadie se ha acercado a él sin retirar­se mejor. En él resplandeció la santidad y la creó instrumental­mente a su alrededor. Un día, un viejo sacerdote, observador crí­tico de la escena de hoy, me decía: «Monseñor Lefebvre es la ca­ridad».


Como vemos, en ese entonces el P. Schmidberger hablaba de no hacer concesiones a los errores del Vaticano II, pero ahora el Superior general Mons. Fellay minimiza esos errores diciendo reiteradamente que acepta el 95% del concilio, o sea que hay apenas errores, incluso que la libertad religiosa por el concilio pregonada es “muy, muy limitada”. Les prometen desde Roma que podrán discutir el concilio, ¿pero qué le importa a Francisco y sus secuaces una titubeante vocecita en un rincón del foro que critica el 5% del concilio, cuando él está llevando a la práctica su doctrina modernista demoledora? La FSSPX habrá aceptado el democrático principio pluralista dentro de la Iglesia, que debe ser la Maestra intransigente de la Verdad. En ese entonces también, el P. Schmidberger  decía que “Mientras que el espíritu de destrucción sople en los obispados y en los dicasterios romanos, no habrá ninguna armonización ni acuerdo posibles” y hoy en cambio quiere “armonizar” con los más grandes destructores que jamás debió sufrir la Iglesia. Entonces decía que “la Iglesia, que está ocupada por mercena­rios, por ladrones y salteadores” y hoy quiere que la Fraternidad se ponga bajo el poder y confiando en esos mismos mercenarios, ladrones y salteadores, aunque ahora ya no los llama de ese modo. En ese entonces pedía la conversión de Roma, y hasta se animaba a pedir la señal de que reconocieran claramente la heroicidad de aquel Mons. Lefebvre a quien habían “excomulgado”. Hoy no piden ninguna conversión, y parece que les basta con el chisme de que Francisco “leyó dos veces la biografía de Mons. Lefebvre y le gustó”, según dijo Mons. Fellay. A esto debemos responder con una lúcida acotación del P. Bouchacourt (editorial Iesus Christus N° 101, Septiembre/Octubre de 2005): “La fidelidad de Monseñor Marcel Lefebvre salvó la Tradición católica gravemente amenazada por el Concilio Vaticano II y las reformas que de allí salieron. Los progresistas nunca se lo perdonarán”. En efecto, si la Tradición estaba gravemente amenazada entonces, ¿no lo sigue estando ahora con Francisco y Cía.? Y si los progresistas nunca le perdonarán a Mons. Lefebvre el golpe que les dio, ¿los progresistas de ahora con Francisco a la cabeza, sí se lo perdonarán? ¿Es que son mejores que aquellos?

Oh, qué terriblemente huecas suenan ahora estas palabras pronunciadas por Schmidberger en aquel entonces, en la despedida de Mons. Lefebvre: “El mejor homenaje que nosotros podemos hacerle, rendirle, a este querido difunto, es el de continuar su obra con coraje y con confianza, sin desviar ni a derecha ni a izquierda del camino trazado. Que Nues­tra Señora, a quien Monseñor invocaba en todas sus predicacio­nes y conferencias nos obtenga de su divino Hijo, en esta hora, el espíritu de fidelidad, a fin de que podamos transmitir, a nuestro tur­no, lo que Monseñor nos legó”. Quizás ya entonces estaban sepultando junto con aquel venerable cuerpo, la idea misma de lo que la FSSPX era…Lo cierto es que lo que Mons. Lefebvre les legó, está siendo dilapidado traidoramente por desviarse hacia la izquierda.

Quiera Dios que la Resistencia, que continúa el difícil y estrecho camino señalado por Mons. Lefebvre, se mantenga alerta contra los peligros de tales desviaciones. Sólo podrá hacerlo en la medida que se mantenga en la humildad, en la pequeñez, y en el rechazo del mundo, que implica el descrédito, la hostilidad y la persecución de los mismos que persiguieron a Cristo.