El
2 de abril de 1991, con ocasión de los funerales de Mons. Marcel Lefebvre, el
P. Franz Schmidberger pronunció una homilía, que comenzó así:
“Henos aquí reunidos
alrededor de los despojos mortales de nuestro Padre bienamado, de nuestro
fundador y Superior general durante largos años, alrededor de este Obispo fiel
a su misión de doctor y pastor de la Iglesia una, santa, católica y apostólica,
de este misionero infatigable, de este padre de una nueva generación de
sacerdotes, de este salvador del Santo Sacrificio de la Misa en su rito romano
auténtico y venerado, de este combatiente por el reinado social de Nuestro
Señor Jesucristo”.
Es
de suponer que sus palabras serían verdaderamente sentidas, aunque por lo que
sabemos Mons. Lefebvre no confiaba totalmente en este sacerdote alemán. Lo
cierto es que quizás dentro de muy poco tiempo el mismo antiguo sacerdote
podría estar pronunciando otro sermón fúnebre, comenzando así:
“Henos
aquí reunidos alrededor de los despojos mortales de nuestra amada congregación
la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, durante cuarenta años fiel a su misión,
luego enfermó gravemente hasta este infeliz desenlace…”
Tal
sería sin dudas el comienzo de lo que debería continuar con una franca
acusación propia, para no volverse en una impostura hipócrita, como a la larga
hemos visto ha resultado la actitud soberbia de la Neo-Fraternidad de creerse
orgullosamente invulnerable y llamada a vencer al gigante modernista... haciendo
concesiones varias.
En
la citada homilía, titulada por la revista Iesus Christus (N° 15, Abril/Julio
de 1991) así: “CONTINUAR CON CORAJE Y SIN DESVIACIONES” (ejem…), afirmaba el P.
Schmidberger, por entonces Superior de la Fraternidad:
“(Mons. Lefebvre) formó
una pequeña élite, que está a disposición de la Santa Sede y de los obispos;
pero permitidme precisar algo: esa élite está a su disposición, pero excluyendo
todo compromiso y toda concesión respecto de los errores del concilio Vaticano
II y de las reformas que se siguen de él. Mientras
que el espíritu de destrucción sople en los obispados y en los dicasterios
romanos, no habrá ninguna armonización ni acuerdo posibles. Queremos trabajar para la construcción de
la Iglesia y no para su demolición. Se lee en los diarios que Roma habría
esperado hasta último momento el arrepentimiento de Monseñor. ¿De qué puede
arrepentirse un hombre que cumplió su deber hasta el fin, preservando y dando
a la Iglesia los medios que son absolutamente necesarios para la santidad?
¿Acaso no ha sido una buena obra el darle pastores católicos a Ella, la Iglesia, que está ocupada por mercenarios,
por ladrones y salteadores? ‘¿Es por esta buena obra que vosotros queréis
lapidar a vuestro hermano?’ (San Juan, 10,32).
En esta hora suplicamos
a Roma y a los obispos: abandonad el ecumenismo funesto, la laicización de la
sociedad y la protestantización del culto divino; volved a la santa tradición
de la Iglesia. Incluso si vosotros habéis sellado el sepulcro que habéis
cavado a la verdadera Santa Misa, al catecismo del Concilio de Trento y al
título de Rey universal de Jesucristo, por mil decretos y excomuniones, la
vida resucitará de la tumba incluso cerrada. “¡Jerusalén, conviértete al Señor tu Dios!”. Un signo esencial de una
tal conversión y de un retorno podría ser, una vez cerrada la tumba de Monseñor
Lefebvre, la apertura oficial de un proceso de información para comprobar el
grado heroico de sus virtudes. Nosotros, sus hijos, somos los testigos
privilegiados de sus méritos, de la fortaleza de su fe, de su amor ardiente
por Dios y por el prójimo, de su resignación a la voluntad de Dios, de su
humildad y de su dulzura, de su mansedumbre, de su vida de oración, de su odio
al pecado y de su horror al error; nadie se ha acercado a él sin retirarse
mejor. En él resplandeció la santidad y la creó instrumentalmente a su
alrededor. Un día, un viejo sacerdote, observador crítico de la escena de hoy,
me decía: «Monseñor Lefebvre es la caridad».
Como
vemos, en ese entonces el P. Schmidberger hablaba de no hacer concesiones a los
errores del Vaticano II, pero ahora el Superior general Mons. Fellay minimiza
esos errores diciendo reiteradamente que acepta el 95% del concilio, o sea que
hay apenas errores, incluso que la libertad religiosa por el concilio pregonada
es “muy, muy limitada”. Les prometen desde Roma que podrán discutir el
concilio, ¿pero qué le importa a Francisco y sus secuaces una titubeante
vocecita en un rincón del foro que critica el 5% del concilio, cuando él está
llevando a la práctica su doctrina modernista demoledora? La FSSPX habrá
aceptado el democrático principio pluralista dentro de la Iglesia, que debe ser
la Maestra intransigente de la Verdad. En ese entonces también, el P.
Schmidberger decía que “Mientras que el espíritu de destrucción
sople en los obispados y en los dicasterios romanos, no habrá ninguna
armonización ni acuerdo posibles” y
hoy
en cambio quiere “armonizar” con los más grandes destructores que jamás debió
sufrir la Iglesia. Entonces decía que “la
Iglesia, que está ocupada por mercenarios, por ladrones y salteadores” y
hoy quiere que la Fraternidad se ponga bajo el poder y confiando en esos mismos
mercenarios, ladrones y salteadores, aunque ahora ya no los llama de ese modo.
En ese entonces pedía la conversión de Roma, y hasta se animaba a pedir la
señal de que reconocieran claramente la heroicidad de aquel Mons. Lefebvre a
quien habían “excomulgado”. Hoy no piden ninguna conversión, y parece que les
basta con el chisme de que Francisco “leyó dos veces la biografía de Mons.
Lefebvre y le gustó”, según dijo Mons. Fellay. A esto debemos responder con una
lúcida acotación del P. Bouchacourt (editorial Iesus Christus N° 101,
Septiembre/Octubre de 2005): “La
fidelidad de Monseñor Marcel Lefebvre salvó la Tradición católica gravemente
amenazada por el Concilio Vaticano II y las reformas que de allí salieron. Los progresistas nunca se lo perdonarán”.
En efecto, si la Tradición estaba gravemente amenazada entonces, ¿no lo sigue
estando ahora con Francisco y Cía.? Y si los progresistas nunca le perdonarán a
Mons. Lefebvre el golpe que les dio, ¿los progresistas de ahora con Francisco a
la cabeza, sí se lo perdonarán? ¿Es que son mejores que aquellos?
Oh,
qué terriblemente huecas suenan ahora estas palabras pronunciadas por
Schmidberger en aquel entonces, en la despedida de Mons. Lefebvre: “El mejor homenaje que nosotros podemos
hacerle, rendirle, a este querido difunto, es el de continuar su obra con coraje
y con confianza, sin desviar ni a derecha ni a izquierda del camino trazado.
Que Nuestra Señora, a quien Monseñor invocaba en todas sus predicaciones y
conferencias nos obtenga de su divino Hijo, en esta hora, el espíritu de
fidelidad, a fin de que podamos transmitir, a nuestro turno, lo que Monseñor
nos legó”. Quizás ya entonces estaban sepultando junto con aquel venerable
cuerpo, la idea misma de lo que la FSSPX era…Lo cierto es que lo que Mons. Lefebvre
les legó, está siendo dilapidado traidoramente por desviarse hacia la
izquierda.
Quiera
Dios que la Resistencia, que continúa el difícil y estrecho camino señalado por
Mons. Lefebvre, se mantenga alerta contra los peligros de tales desviaciones.
Sólo podrá hacerlo en la medida que se mantenga en la humildad, en la pequeñez,
y en el rechazo del mundo, que implica el descrédito, la hostilidad y la
persecución de los mismos que persiguieron a Cristo.