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sábado, 9 de abril de 2016

LA BIENAVENTURANZA DE LOS PACÍFICOS





Por Mons. Émile Guerry


"Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt., 5, 9).


I. ¿QUIÉNES SON LOS PACÍFICOS?

Son aquellos que además de poseer en sí mis­mos la paz, la derraman en torno suyo.

La paz no es de la tierra, ni de los hombres; es un bien divino. En el cielo gozaremos de la plenitud de la paz en la eterna dicha. Nosotros hemos sido hechos para el único Ser que puede darnos la paz, y mientras no descansemos en Él, no tendremos paz.

Él puso en nosotros ansias de lo infinito y de lo eterno.

Ahora bien, aquí abajo todo es finito, limi­tado, contingente. Los bienes creados no pue­den satisfacernos sino en un punto; o son bienes de la inteligencia, o lo son del cuerpo; o lo son del corazón, o lo son de los sentidos. Entre sí se perjudican y se contradicen. Nos hace falta el Infinito para colmar todas las aspiraciones de nuestro ser.

Además, todo es aquí abajo de corta duración. Por eso, el mundo no tiene paz. Los hombres se aturden por medio de placeres pasajeros. Pero en el fondo de sus almas, al goce que les procu­ran esos placeres sucede el cansancio, el hastío, la desazón de las pasiones, la intranquilidad y el sufrimiento.

¡Ah! ¡Si se pudiese dar a todas las almas la paz divina! En medio de este mundo agitado, un alma portadora de paz es algo así como la revelación de otro mundo, superior e invisible. Esa alma es una bienhechora de la humanidad.

Oh Padre divino, Tú, cuyo Amor llena el alma con la suavidad de su paz, haz que irradie esa paz sobre todos esos hermanos míos que se aproximarán a mí en este día.

II. SERÁN LLAMADOS HIJOS DE DIOS

La paz, es la atmósfera de la familia divina. Es el privilegio de aquellos que han llegado a ser hijos de Dios.

Jesús es Hijo de Dios por naturaleza: por eso es llamado “el Rey Pacífico”, “el Príncipe de la paz.”

¡Qué océano de paz es el alma de Jesús! Cuan­do meditamos el Evangelio, tenemos como la sen­sación de que nos inundan los suaves efluvios de esa paz.

Sobre su cuna, los Ángeles anunciaron la paz que Él venía a traer a los hombres de buena voluntad (a toda la humanidad, objeto de la bue­na voluntad de Dios), paz en la tierra para Gloria del Padre en el cielo. Jesús tributó al Padre toda la gloria.

Apaciguó la tempestad sobre el oleaje amena­zador, así como apaciguó las almas de sus dis­cípulos y las angustias de las turbas. Dejó a los Apóstoles su paz, la que Él sólo puede dar. Cada vez que se les aparece después de su Resurrec­ción es para traerles la paz. Toda visita de Jesús a un alma deja con ella la paz.

La paz es la señal de los hijos de Dios, porque la garantía de la verdadera paz es tener a Dios por Padre, es saber que el Padre está siempre con nosotros para custodiarnos, y velar sobre nosotros, es saber que el Padre nos ama (Juan, 16, 27). De nosotros depende que esa paz no salga de nosotros.

Por esta razón es que San Agustín y Santo Tomás de Aquino refieren la bienaventuranza de los pacíficos al don de Sabiduría. Este don nos hace juzgar todas las cosas a la luz de Dios: nos hace comprender que la razón de ser de todo para Dios es su Amor Infinito. El alma que así posee las razones supremas de las cosas y las contempla todas en Dios, descubre el orden ad­mirable de su Providencia paternal.

Y si se tiene presente que la paz es la tran­quilidad del orden, esa alma estará en la paz, la paz de los hijos de Dios, paz irradiante, con­quistadora, iluminadora, paz visible a los ojos de los que saben ver, porque sus realidades más hon­das aparecerán en toda la vida exterior de la per­sona.

Aquellas almas que comprendieron la dicha de pertenecer al Padre, es menester que se ha­gan, a impulsos de una ardiente caridad, las sembradoras de la paz en el mundo, a fin de que muy pronto, todos los que aun no saben nada de esa dicha, puedan, al encontrarlas, reconocer en ellas, por esa señal, los hijos del Padre, y designarlas con una sola palabra, que lo dice todo: "¡Aquí están los hijos de Dios!”


(“Hacia el Padre”, Ediciones Desclée de Brouwer, Buenos Aires, 1947)