Una Jerarquía ridícula
La gravedad del
sacerdote era unos de esos aditamentos del perfil sacerdotal quasi unidos al
carácter del Sacramento del Orden. Se trataba de una virtud de segundo rango,
pero inseparable de las otras virtudes netamente sacerdotales. Se insistía
sobre ella en los seminarios, pues la ligereza de la juventud parecía ser la
antítesis de la gravedad de un viejo sacerdote con la sabiduría de la cura de
almas.
Pero a mi entender, la gravedad del sacerdote (que no es tristeza ni antipatía) se entiende desde virtudes y dones mayores, y en particular el (tan olvidado) don de Temor de Dios.
Cuando se ven escenas como la de ese obispo montado en bicicleta circulando por el presbiterio de la catedral, nos damos cuenta de la insustancialidad de nuestra Jerarquía, tan irreverente consigo misma, imagen de la degradación de un clero católico inconsciente de su ministerio y cuánto comporta (ad intra y ad extra):
Un venerable padre dominico nos decía, illo témpore, que las mitras eran los apagavelas de la inteligencia. Ignoro si Monseñor Corrado Lorefice era cretino de antes o si se volvió después de la imposición mitral, pero la impresión que da pedaleando entre el coro y el altar, es tan patética como ridícula y risible.
La excusa era que los
deportistas de Palermo fueron a la Catedral a ganar el Jubileo.
Probablemente,
cuando i pagliacci panormitanos vayan a lo mismo, Monsignore
Lorefice se pondrá nariz de caricato (como
la de PP Franciscus, aquel Miércoles, en la Audiencia Papal).