«¡Fuego,
fuego! ¡Que se quema una casa!»
«Predicaba
un día ante una gran concurrencia. Estaba ya en la mitad de la misión. El
pueblo cada vez venía dando muestras de mayor arrepentimiento…Era de noche.
Casi todos los habitantes del pueblo estaban reunidos en la iglesia. Cuando el
Padre había tomado en sus manos el santo crucifijo para terminar el sermón con
una inflamada súplica, un hombre desconocido, entrando a viva fuerza en el templo,
alborotó al auditorio gritando:
—
¡Fuego! ¡Fuego! ¡Que se quema una casa! ¡Auxilio!
El
P. Claret, con una gran voz, dijo interrumpiendo el sermón:
—
¡Es el demonio! No se quema ninguna casa. Y para que lo veáis, que vaya el
sacristán a mirarlo. Si hay fuego, todos iremos a apagarlo; pero hasta que
venga el aviso, estad todos en silencio y tranquilidad.
Vino
el sacristán, y dijo que no había la menor señal de incendio... Entonces el
público quiso apalear al hombre que así había alarmado al pueblo; pero aquel
hombre, misteriosamente, desapareció.
—¿
No os lo decía yo ?—exclamó entonces el P. Claret—. Es el demonio, enemigo de
vuestras almas, que teme que os aprovechéis de esta santa misión.
Y
tomando asunto de este suceso, les predicó sobre la importancia de la
salvación...»
(Anécdota
de la vida de San Antonio María Claret. J. Echevarría, C.M.F., Recuerdos del Beato P. Claret, tercera
edición, Madrid 1943).