1.
San Francisco afirmaba rotundamente que el religioso debe desear, por encima de
todas las cosas, la gracia de la oración; y, convencido de que sin la oración
nadie puede progresar en el servicio divino, exhortaba a los hermanos, con
todos los medios posibles, a que se dedicaran a su ejercicio. (S. Buenaventura,
L. AI. c. 10.)
Y
decía: El siervo de Dios que padezca alguna tristeza, debe inmediatamente
recurrir a la oración y permanecer ante el soberano Padre hasta que le devuelva
la alegría de su salvación (Cel. Vid. 2." c. 125.)
El
predicador debe primero sacar de la oración hecha en secreto lo que vaya a
difundir después por los discursos sagrados; debe antes enardecerse interiormente,
no sea que transmita palabras que no llevan vida (Ibid. 163).
2.
Hay muchos frailes que ponen su empeño y solicitud en adquirir una vana
ciencia, abandonando su santa vocación, separándose tanto con el cuerpo como
con el espíritu de las sendas de la humildad y de la fervorosa oración, los
cuales cuando al predicar al pueblo observan que algunos quedan edificados, o
se convierten al Señor a penitencia, se llenan de una orgullosa hinchazón y se
ensoberbecen del progreso y adelanto ajeno, como si fuese propio, siendo así
que lo que ellos consiguen con su predicación, no es otra cosa sino
precipitarse más en el mal, no sacando para sí en realidad provecho alguno, ya
que no son otra cosa sino meros instrumentos de aquellos a través de los cuales
el Señor ha producido tales frutos. Pues los que ellos piensan que son
edificados y convertidos a la penitencia por obra de su ciencia y predicación,
los edifica y convierte el Señor por las oraciones y gemidos de los religiosos
virtuosos, humildes y sencillos, aun cuando estos santos religiosos lo ignoren,
permitiéndolo así el Señor para que no tengan ocasión de ensoberbecerse.
Estos
son mis frailes benditos, caballeros de la Tabla Redonda, que gustan de vivir
en los desiertos y lugares retirados con el fin de dedicarse con más ahínco a
la oración y meditación, llorando sus pecados y los del prójimo, viviendo
humilde y sencillamente, cuya perfección es solamente conocida por Dios y casi
siempre ignorada de los hombres y hasta de los mismos frailes.
Cuando
las almas de éstos sean presentadas en el tribunal de Dios, entonces les
mostrará el Señor el fruto y la recompensa de sus trabajos, es decir, la
multitud de almas que se han salvado por sus ejemplos y fervorosas oraciones,
al tiempo que les dirá: “Mirad, amados hijos míos, todas estas almas se
salvaron por vuestras oraciones, lágrimas y buenos ejemplos; y, ya que fuisteis
fieles en lo poco, Yo os elevaré a una altura mucho mayor (Mt. 25, 21). Otros
han trabajado y predicado con discursos de su propia sabiduría y ciencia, y Yo,
por vuestros merecimientos, he producido el fruto de la salvación. Recibid,
pues, la recompensa del trabajo de ellos y el fruto de vuestros méritos, el
reino de los cielos que habéis conquistado con la violencia de vuestra
humildad y sencillez, de vuestras lágrimas y oraciones...”
3.
Y así, el bienaventurado Francisco, explicaba este texto: La mujer estéril dio
a luz muchos hijos y la madre de muchos se vio abandonada (Is. 54, 1). La mujer
estéril —decía— es el buen religioso, sencillo y humilde, pobre y despreciado,
vil y humillado, que por sus santas oraciones y virtudes sirve constantemente
de edificación a los demás y los da a luz con oraciones, gemidos y lágrimas”
(S. Buenaventura, Esp. de Perf. c. 72; Ley. Perusa, 103).
4.
Los frailes a los cuales dio el Señor gracia para trabajar, trabajen fiel y
devotamente, de manera que desechando la ociosidad que es enemiga del alma, no
apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, a lo cual todas las demás
cosas temporales deben servir (Reg. F. M. c. 5).