“El eclesiástico no debe rebajarse
nunca hasta el payaso o el cómico, o hasta convertirse en el bufón de una
sociedad; la franca alegría que brota de él debe ser otra cosa muy distinta.
Más bien se sonreirá que no se reirá, y no aplicará solamente a otros, sino
también a sí mismo, estas palabras de Sirach (XIX, 27): “El vestido del cuerpo,
y la risa de los dientes, y el andar del hombre revelan lo que hay en él”.
(José Sellmair, El Sacerdote en el
mundo, 1939).