“Gracias
os doy, Dios de las misericordias, por haber señalado vuestra clemencia para
con un miserable pecador, muy negligente en el bien, y muy delincuente en el
mal, cuyos extravíos casi en todo género de vicios y pecados empezó con su vida
y poco menos que desde la cuna. Desde estos principios de mi pecaminosa vida
estáis esperando a que vuelva a Vos con la penitencia, sin que mis pecados
hayan podido agotar la fuente de vuestras bondades, ni cansar vuestra
paciencia. Vos esperáis mi conversión no queriendo dejarme perecer con mis
pecados, vicios, faltas y negligencias; porque si hubierais querido, Señor,
tratarme con el rigor que merecen mis culpas, ya ha mucho tiempo que me hubiera
tragado el abismo. Mas yo os suplico, Señor dulcísimo y eternísimo Padre, que
no permitáis que por mi culpa se quede estéril y sin fruto la bondad con que
habéis esperado la oveja perdida por tanto tiempo. Apartad de mí semejante
desgracia; pues no queréis la muerte del pecador, sino la destrucción del pecado;
perdonadme los pasados desórdenes; dadme al presente la gracia de enmendar mi
vida; concededme para en adelante la gracia de estar atento, y de aplicar las
más severas precauciones contra mis inclinaciones malignas; dadme tiempo y
lugar para llevar frutos dignos de penitencia; abrid con vuestro Espíritu Santo
los ojos de mi alma, para que yo vea y llore mis extravíos. Este es, Señor, el
tiempo favorable, y estos los días de mi salud. Apiadaos de mí, ¡oh gran Dios! y
no perdáis al pecador con su pecado; no reservéis el castigo de mis culpas
parta la otra vida en el horror de los tormentos que vuestra justicia hace
sentir en el infienro, ni para aquel terrible Tribunal en que todo lo habéis de
examinar con el mayor rigor. Dignaos por vuestra insigne clemencia de romper
los lazos de mis iniquidades, antes que los de mi vida; dadme un corazón
contrito y humillado; concededme el don de las santas lágrimas; brille en mi
corazón vuestra luz, y resplandezca en mi cuerpo la fuerza de vuestra gracia,
para que yo vea lo que debo hacer y ejectute con valor lo que me dáis a
entender que pertenece a mi obligación y lo cumpla constantemente por todos los
días de mi vida. Amén.”
San
Anselmo