“Como
los patriarcas ansiaban la venida del Mesías, así hoy nuestros suspiros han de
ser por su retorno. Es la “bienaventurada esperanza” (Tito 2,13) a que nos
convidan las Escrituras y con la cual termina su última página (Apoc. 22, 17 y
20). “Se observará, tal vez, dice un autor, que la expectativa de que Jesús
retorne cuando menos lo esperamos, podría retraernos del interés por emprender
trabajos de apostolado y aun empresas de progreso temporal, pues quedarían sin
valor cuando Él viniese. Tal es, contesta, el lenguaje propio de la mundanidad.
¿Lamentaríamos acaso que Jesús haya insistido en ese anuncio? ¿Le diremos que
ha estado imprudente en hacerlo y que no pensó bien en las consecuencuias? La
verdad es que toda objeción de nuestra parte a esta tan dichosa esperanza no
puede explicarse sino por una evidente ausencia de amor y deseo de que Él
venga, y por un apego a este mundo, que hace insoportable la continua
probabilidad de su venida. Porque ¿quién se quejará de que en todo momento haya
probabilidad de que le ocurra un inmenso bien? Observemos además que tales
quejas (cf. II Pedro 3,3 s.) serían infundadas en cuanto al retraimiento de las
obras espirituales pues, como han observado muchos, fue esa esperanza lo que
hizo la santidad de los primeros cristianos”. Cf. Sant. 5,9; II Pedro 3,14 s.;
I Juan 4,17; Apoc. 22,10 y notas. Y en cuanto a las empresas temporales, no se
trata de no hacerlas, sino de no poner en ellas el corazón, como lo dice
claramente S. Pablo (I. Cor. 7, 29-31).
Monseñor
Juan Straubinger, Comentario a Salmo 26, 14.