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lunes, 16 de noviembre de 2015

RECUERDO EN UN NUEVO ANIVERSARIO DEL PADRE CASTELLANI


R. P. Leonardo Castellani: Una Vida al Servicio de la Verdad




El próximo 16 de noviembre, el padre Leonardo Castellani cumplirá ochenta años. Los mismos que Borges —a quien evocó todo el que tuvo una pluma o una máquina de escribir o un micrófono a ma­no— y que Julio Irazusta, del que no se anotició casi nadie. Con Cas­tellani seguramente habrá de pasar lo mismo.

Ochenta años son muchos, y en realidad son más si se los ha de­dicado a cosas importantes. Ver­daderamente Castellani lo ha hecho. Esa decisión, la de dedicarse a lo que importa, le costó dolores de cabeza, dramas interiores — “conflictos les llaman hoy en día los que se proclaman estudiosos del alma humana” — , algunos castigos por razones de disciplina eclesiás­tica y, lo que más viene a cuento destacar con relación a esta líneas, la casi constante indiferencia de nuestro mundo intelectual. Lo cual de alguna manera podría ser hasta un elogio, si pasamos revista si­quiera someramente a esa entelequia que algunos optimistas desinformados llaman pomposamente “cultura nacional", como si cupiera la posibilidad de que la Cultura, así, con mayúsculas y a secas, pudiera sacar carta de ciudadanía y usar chiripá o lengue.

La culpa del Padre  Castellani es haberse definido católico en un país que al mismo tiempo se ufana en proclamarse tal y lo niega en los hechos en nombre de la "toleran­cia" o de la “libertad”; y nacionalista en un medio en que las inyecciones de estupidez han logrado que el que diga serlo sea tachado de muchas cosas, como nazi o fascista, o las dos juntas si cabe, o alguna otra que venga a mano. De allí que su nombre no frecuente los suplemen­tos literarios de los domingos de ningún diario serio… ni las bibliotecas de las casas parroquiales, no sea cosa que la feligresía piense mal. Su talento, su estilo, su eru­dición no tienen la trascendencia lógica en un ambiente que no tiene la menor idea de lo auténticamente válido del mundo, venganza presumible a cargo de los destinatarios de sus críticas a la mediocridad engreída que detenta el poder absoluto de lo que puede o no puede leerse en la Argentina que nos duele.

“Estamos en el tiempo del triunfo de los mediocres, dicen. Se podría añadir: “y de los tunantes”. El mediocre, cuando está en su lugar, no hace daño alguno- al contrario: es el tejido general de las sociedades, el tejido leñoso, sin el cual no hay fruto ni flor; son los asimiladores y ejecutores.

Es el mediocre engreído el que es temible, Y todo mediocre con mando es necesariamente engreído es decir, necio.


Lo malo del mundo de hoy es que está lleno de sotas a caballo; sotas de oro, solas de basto, sotas de copa y sotas de espada. Quién sabe por qué razón nuestro tiempo está plagado de petisos montados en tremendos frisones, que lo pisotean y atropellan todo, porque, siendo miopes, ni siquiera ven lo que tienen ante las patas. No respetan cercos, se meten en todas partes, matan ovejas, arruinan sementeras, espantan los pájaros, trotan donde hay música y a veces atropellan un niño, una mujer o un obrero absorto en su trabajo. Claro que muchas veces el frisón los saca limpios por las orejas, porque ni siquiera llegan a los estribos las patitas; pero inmediatamente acuden corriendo otros diez enanos por el estilo, que quieren montar a todo costo y se encaraman, con sus patitas y sus escaleras". Juzgue el lector si esto, escrito hace más de un cuarto de siglo, no se acomoda perfectamente a más de un sabi­hondo de los que dan vueltas alrededor de nosotros. Y no se extrañe entonces de que, con las rien­das en la mano, ese individuo que se ve radiografiado tan exactamente reaccione proscribiendo a quien se atrevió a mostrar sus carencias.


Castellani es, además, un tradicionalista. Palabreja ésta que también se las trae, y a la que se le hace querer decir cualquier cosa; a esta altura resulta que está de moda serlo y entonces desde Julián Marías has­ta García Venturini lo son, al so­caire de los vientos centristas y moderados que soplan por estas latitudes. Castellani sí lo es, pero de la única tradición que merece ese nombre entre nosotros, esto es, la hispánica de hidalguía, de Fe fuerte y vivida, de viril ejercicio de las virtudes. Además de él puede afir­marse sin rubor que es filósofo, sociólogo, teólogo y muchas otras cosas de esas que,  al decir de Anzoátegui, las derechas no entienden ni entenderán jamás, pero que ponen cara de entenderlas para no denunciar su dejadez y su ignoran­cia...

Sus obras no pueden ser resumidas en una simple lista de títulos, que por lo demás sería incompleta porque no podría incluir la totalidad de sus artículos periodísticos, en los cuales supo desnudar las orfan­dades —desde literarias hasta hor­monales— de muchísimos pseudopróceres que la Patria se supo conseguir. Baste señalar que no hay género en que no haya incursionado, casi siempre con resultados harto halagüeños. De cualquier modo, y sin opacar el resto de su producción, interesa aquí poner de resalto su descarnada y lúcida vivencia de los males argentinos, y su fecundo escepticismo de todos los pretendidos remedios que los hombres dicen buscar afanosamen­te, olvidando su condición de hijos de Dios y creaturas destinadas a Él.

Como se sabe, ni a los profetas ni a ninguno de cuantos decidieron enrostrar a la sociedad sus fealdades les fue bien en este mundo. Con el padre Castellani, como no podía ser de otra manera, ha pasado lo mismo hasta ahora. Felizmente para quienes lo leemos, él no cae cómodo a cierto “establishment”, no es tranquilizador, ni dice lo que los poderosos de turno están dis­puestos a oír. Por eso no debe extrañar esa especie de "sinfonía del silencio" que lo viene acompañando desde sus inicios, sólo quebrada por las publicaciones nacionalistas que se honraron en contarlo entre sus colaboradores.

Los ochenta años del padre Leonardo Castellani habrán de transcurrir, casi seguramente, en silencio, ignorados por los más. Lástima, no de él sino los otros, quienes se lo pierden.

JOAN BONSENY
Revista Cabildo nº 29 (XI/1979)