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sábado, 5 de septiembre de 2015

SOBRE LA OBEDIENCIA – PADRE CASTELLANI





La obediencia es una gran virtud cristiana. Cristo murió por obediencia, dice San Pablo, “hecho obediente hasta la muerte; y muerte de cruz”. La desobediencia es hija de la soberbia, y como ella, es la raíz de la perdición; porque en definitiva, todo pecado es una desobediencia.
Pero la obediencia no es el Mandato Máximo y Mejor del Cristianismo, sino la Caridad. La obediencia es una virtud moral, pertenece al grupo de la Religión, que es la primera de las virtudes morales: no es una virtud teo­logal. Digo esto, porque hay una tendencia en nuestros días a falsear la virtud de la obediencia, como si fuera la primera de todas y el resumen de todas. “Usted no tiene más que obedecer y está salvo. La obediencia trae consigo todas las otras virtudes. El que obedece está siempre seguro. «El que a vosotros oye, a Mí me oye», dijo Cristo” (1). El que obedece no puede equivocarse porque hace la voluntad de Dios. Hay que matar el juicio propio. La obediencia es pura fe y pura cari­dad. El Papa es Cristo en la tierra”, etcétera. Todo eso es menester entenderlo bien.
Algunos representantes de Dios parecen a veces pre­tender sustituirse a Dios. “Lo que yo digo es para usted la voz de Dios, no se puede seguir nunca el propio juicio. La obediencia lo dispensa a usted de todo”. Eso ya no se puede entender bien, es engaño. Sería un grave y dañoso error teológico equiparar la obediencia con las virtudes teologales. La obediencia, como todas las virtudes morales, tiene sus límites. No se puede amar demasiado a Dios, no se puede esperar ni creer dema­siado; pero sí obedecer demasiado a un hombre.
Los límites de la obediencia son la caridad y la pru­dencia. No se puede obedecer contra la caridad: en donde se ve pecado, aun el más mínimo, hay que dete­nerse, porque “el que despreciare uno de los preceptos estos mínimos, mínimo será llamado en el Reino de los Cielos”. Y no se puede obedecer una cosa absurda; por­que “si un ciego guía a otro ciego, los dos se van al hoyo” (2).


Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Esto dijeron los Apóstoles ante el Sinedrio, que los con­minaba a cesar su predicación. Pedro, Santiago y Juan resistieron a las autoridades religiosas con esta palabra. ¿Adónde iríamos a parar? Conozco un cristiano que escribió esta palabra a una autoridad religiosa, y reci­bió esta respuesta: “¡Eso lo han dicho todos los herejes!”. ¿Qué me importa a mí? Eso prueba que está en la Sa­grada Escritura; y que los herejes lo hayan malusado,
no lo borra de la Escritura. En uno de esos “volantes anónimos” que hay ahora, se lee: “El Evangelio enseña que la primera virtud del cristiano es obedecer a la jerarquía”. Pueden leer todo el Evangelio y no encon­trarán esa “enseñanza” de este teólogo improvisado. Al contrario, Jesucristo anda todo el tiempo aparentemente levantado contra las autoridades eclesiásticas, quiero de­cir, religiosas. Aparentemente, he dicho.
Un ironista inglés ha dicho con gracia: “Los que conocen el punto exacto en el cual hay que desobedecer, ésos son pocos y les va mal; pero son grandes bienhecho­res de la humanidad”. El punto exacto es cuando los mandatos de hombres interfieren con los mandatos di­vinos, cuando la autoridad humana se desconecta de la autoridad de Dios, de la cual dimana. En ese caso hay que “acatar y no obedecer”, como dice Alfonso el Sabio en Las Partidas: es decir, reconocer la autoridad, ha­cerle una gran reverencia; pero no hacer lo que está mal mandado; lo cual sería incluso hacerle un menguado favor. Si esto que digo no fuese verdad, no habría ha­bido mártires.


(1) Este texto: “El que a vosotros oye, a Mí me oye; el que a vosotros desprecia, a Mí desprecia” está aquí muy mal traído; y de hecho, lo hemos oído varias veces interpretar viciosamente. En su contexto y en la intención de Cristo, no se refiere a la obediencia, sino a la fe: lo dijo Cristo cuando mandó a los Se­tenta Discípulos a predicar, no se lo dijo a San Pedro cuando constituyó la Iglesia como sociedad visible. Véase Lucas, X, 16: “El que a vosotros desprecia, a Mí desprecia; y el que a Mí des­precia, desprecia Al que me envió”. Es paralelo del texto de Juan, V, 24: "El que oye mi Palabra y la cree, tiene la vida eterna”.
En caso contrario, Cristo hubiese dicho: “El que a vosotros obedece, a Mí obedece”; lo cual —siendo verdad en un sentido- induciría sin embargo una conclusión desmesurada, a saber: que la Iglesia tiene potestad total en este mundo, incluso potestad directa en las cosas temporales, cosa que la Iglesia siempre ha negado; pues es evidente que a Cristo debemos obediencia en todo, incluso en el dominio temporal, político o civil: es Rey de Reyes y Señor de los Señores.
La interpretación viciosa de ese texto autorizaría a los Jerarcas Eclesiásticos a elegir o deponer Reyes, hacer leyes civiles, y gobernar las naciones; error teológico denominado cesaropapismo o teocratismo.


(2) ¿Se puede obedecer un mandato absurdo? Material­mente se puede a veces, helas, pero ningún voto religioso obliga per se a tal cosa, “status enim religiosus est status rationalis, non irrationalis”. (Cf.: A. Ballerini, Op. Theol. Mor., vol, IV, N9 130).


Domingo vigesimosegundo después de Pentecostés, fragmento. “El Evangelio de Jesucristo”.