“Estoy de acuerdo con V. E. en
lamentar las discordias que surgen entre católicos; pero no puedo excusar a los
que las provocan (quizás con buena fe) con publicaciones en que falta la
exactitud y especialmente el rigor contra los errores modernos.
“Conozco los defectos de la
«Unita Cattolica», y no he dejado de llamarle la atención alguna vez; pero sin
ser órgano de la Santa Sede, es, sin embargo, un valiente paladín de la verdad
y del buen derecho y casi la única publicación que no cede ante los
adversarios, en medio de tantos periódicos débiles y timoratos que ni siquiera
estos últimos días han encontrado una palabra para deplorar las vergonzosas
demostraciones a favor de Giordano Bruno y las obscenidades dichas en el
Parlamento contra los canónigos, la Santa Sede y el Papa.
“Pero, viniendo al asunto de la
carta de V. E., ¿cómo es posible condenar la crítica hecha por «Unita
Cattolica» si en el escrito que ésta examinaba se atribuía verdadero amor a la
religión y a la Iglesia a aquellos que han comprendido en sus escritos todos
los errores del modernismo, que han fingido una sumisión externa para quedar
dentro del rebaño y propagar con mayor seguridad sus errores, que continúan
haciendo mal con sus escritos y sus reuniones secretas, y que, en una palabra,
traicionan a la Iglesia fingiéndose amigos?
“Y, dejando aparte lo demás y
las respuestas poco exactas y convincentes que se daban a las aserciones de
estos escritores, ¿quién no ve la triste impresión y el escándalo que causa a
las almas considerar como católicos a esos miserables, a quienes, según el
mandato del apóstol San Juan, debiéramos negar nuestro saludo: «nec dixeritis
ave»?
“Me maravilla que V. E.
considere las justas observaciones de la «Unita» como un insulto a V. E., como
si le achacara que era poco perspicaz o poco devoto a la Santa Sede. ¿Qué
debería decir en este caso el Papa cuando lee las «santísimas críticas» al
«Corriere d’Italia», al «Osservatore Romano» y al Maestro del Sacro Palacio, que
da el imprimatur a libros que luego condena el Indice? El Papa agradece a los
censores que le ayudan a conocer el mal que él no había visto”.
Carta
de San Pío X al Cardenal Ferrari, 27 de febrero de 1910.