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lunes, 3 de agosto de 2015

LA GRAN ILUSIÓN





Los “fariseos” antiacuerdistas

Quizás todo el edificio de la postura de la Neo-FSSPX en relación a la Roma modernista se haya armado con base en una gran ilusión, en una nueva posición que muy bien supo expresar Mons. de Galarreta alguna vez de este modo:

Si las cosas son así, alguien me podría decir: pero ¿por qué tener contacto con estas personas?, ¿por qué ir a Roma? Parece que, por principio, no hay que tener contactos, ningún contacto con ellos. Y bien, todo lo contrario: por principio tenemos que tener contactos y por principio es necesario que vayamos a Roma. Por otra parte, es evidentemente la prudencia la que determina las circunstancias y determina qué hay que hacer realmente en un caso concreto. Pero, por principio, debemos ir antes que nada porque somos católicos, apostólicos y romanos. Además, si Roma es la cabeza y el corazón de la Iglesia católica, sabemos que necesariamente la crisis se solucionará, la crisis se resolverá en Roma y por Roma. En consecuencia, el poco de bien que haremos en Roma es mucho mayor que el mucho bien que haríamos en otros lugares”.
(Sermón en Econe, 29 de junio de 2011)

Creemos encontrar en esta muy astuta declaración un motivo que en diferentes tonos se ha venido repitiendo en los últimos años por parte de las autoridades de la Neo-FSSPX. Puede sintetizarse en cinco palabras: “Hay que ir a Roma”. La ingenuidad o la falta de discernimiento de muchos fieles han consentido que tal viraje se produjese, en base a esa declaración de buenas intenciones, sustentada en un afán caritativo, que desde luego todo católico parece debería suscribir. ¿Debería?

Antes de fijarnos en esta teoría del “poco bien” que es un “bien mayor” aplicado al caso concreto en cuestión, démonos cuenta que la aserción de Mons. de Galarreta prescinde del hecho, palpable para cualquier católico de la Tradición, de que hoy la cabeza y el corazón de Roma ni piensan ni sienten como católicos, siendo sus enseñanzas y sus prácticas manifestaciones de la herejía modernista oficializadas por el Vaticano II. Los miembros de la Nueva Iglesia que puedan en algún grado sustraerse a esta contaminación son la excepción a la regla. Así que si no se distingue –como hacía Mons. Lefebvre- la Iglesia Católica de la iglesia conciliar, se está negando la realidad sobre la cual se pretende actuar.

Tampoco puede asegurarse que “necesariamente” la crisis la resolverá Roma. Eso es una especulación, en base a la cual no puede fundarse ninguna acción importante como sería insertarse dentro de la estructura de esta iglesia conciliar romana. Los católicos que puedan estar resistiendo al modernismo dentro de la estructura romana –supongamos, algunos conservadores que tienen apego a la liturgia tradicional- aunque su grado de contagio liberal no sea absoluto, han demostrado que su accionar ha sido inoperante e ineficaz para cambiar lo más mínimo el rumbo de la iglesia conciliar hacia el abismo del Nuevo Orden Mundial del Anticristo. Por el contrario, los efectos desastrosos de los principios adoptados oficialmente a partir del concilio, avanzan imparables hacia sus últimas consecuencias.

Pero quizás la astucia de este cambio de lenguaje en la Neo-FSSPX provenga de ya no ver a los herejes modernistas como enemigos infiltrados en la Iglesia Católica para deformarla y transmutarla en la iglesia conciliar, sino considerarlos como simples hombres confundidos y equivocados, personas bien intencionadas a las que a través del diálogo y la simpatía podemos rescatar. Para ver el alcance de esta nueva posición, ponemos como ejemplo a un bloguero de los que, apegados al felecismo, intentan defender esta postura (aunque con mucha torpeza, cierto), que califica a los resistentes –al igual que a los sedevacantistas, a quienes amalgama sin más- como “fariseos que fingen escándalo porque Cristo se juntaba con pecadores”.

De otro modo, decía tal cosa el citado Mons. De Galarreta en el mismo sermón del 2011:

“Los que se oponen ferozmente y por principio a todo contacto con los modernistas me hacen recordar un pasaje del Evangelio. Cuando Nuestro Señor no fue recibido en un pueblo, Santiago y Juan —hijos del trueno— le propusieron que, si Él quería, descendiese el fuego del cielo y consumiese la ciudad. Y Nuestro Señor, indulgente, deja de lado este orgullo monumental pero ingenuo de los Apóstoles —¡como si Nuestro Señor los necesitase para resolver los problemas!— y les responde: No sabéis de qué espíritu sois (Lc 9, 51-56). En efecto, aún no habían recibido el Espíritu Santo, que difunde la caridad en los corazones, y no sabían qué espíritu los movía. Habían caído en el celo amargo”.

Muy sagaz había resultado el obispo, para justificar la nueva posición de la FSSPX. Como si quienes se oponen a dejar de combatir a los enemigos que se infiltraron hasta ocupar Roma, lo hicieran por tener celo amargo, ¡entonces hasta San Pío X podría ser acusado de tal cosa! El celo amargo, explica San Ambrosio, “es la envidia y la aspereza; es el espíritu de disensión y discordia. Y donde domina la envidia y la discordia allí viven de asiento todos los vicios”. La Resistencia quiere que los modernistas romanos se conviertan, no que se condenen, pero no se arrogan presuntuosamente el papel de agentes de esa conversión que sólo parece podrá suceder a través de un gran castigo. Dios nos manda rezar por nuestros enemigos, pero no que nos pongamos al alcance de sus manos.

De manera tal que todo aquel que se opone a esta política de contacto, diálogo y acuerdo con los enemigos modernistas vendría a ser para Menzingen un fariseo inmisericorde dominado por el celo amargo, que se encierra en sí mismo –como diría Francisco- en vez de salir hacia la “cultura del encuentro”, ya que –otra vez Francisco dixit- “prefiero una Iglesia accidentada a una Iglesia enferma”. Póngase en lugar de “Iglesia” a la “FSSPX”, y es lo mismo.

Dice luego el mismo obispo de la Neo-FSSPX:

“No sé por qué la firmeza doctrinal sería contraria a la delicadeza, a la ingeniosidad y aún a la intrepidez de la caridad. No lo sé. No sé por qué la intransigencia doctrinal se opondría a las entrañas de misericordia, al celo misionero y a la caridad apostólica. No se trata de elegir entre la fe y la caridad; hay que englobar las dos”.


Pero el acto de caridad, Monseñor, no puede llevarnos a arriesgarnos a perder la fe, pues, como dijo San Isidoro: “Aunque fueseis de hierro, os derretiríais si os hallaseis en medio del fuego. Si os exponéis al peligro, no estaréis mucho tiempo seguros”. Ah, pero ahora se ha puesto muy de moda la “misericordia”. Ya con el “Papa bueno” abriendo el Vaticano II y su afirmación de que desde entonces la Iglesia usaría “la medicina de la misericordia”; y luego con Benedicto XVI usando también de la “misericordia” al levantar las “excomuniones” a los obispos de la FSSPX; y después los mismos obispos de la Neo-FSSPX que empezaron a “usar de la misericordia” con los herejes modernistas de Roma. Todos están en sintonía, y más ahora con Francisco que decreta un “Año de la Misericordia”. Pero en realidad no se trata sino de “misericordear” el error, de tenerle compasión, de absolverlo o, si se lo condena, condenarlo a medias, tímidamente y con disimulo. Se aplica la misericordia no a los desvalidos que viendo su propia miseria la suplican humildemente, sino a los poderosos hacedores de herejías que destruyen con orgullo lo más sagrado de la religión.

Así que entonces, según esta nueva posición de la FSSPX, caerían en la volteada, dentro del mismo saco, haciéndose acreedores del epíteto de “fariseo”, “cismático”, “falto de caridad” y poseedor de “celo amargo”, alguien como San Juan Evangelista, por ejemplo, cuando afirmó:

“Mirad por vosotros mismos, a fin de que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis colmado galardón. Todo el que va más adelante y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en la doctrina, ése tiene al Padre, y también al Hijo. Si viene alguno a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, ni le saludéis. Porque quien le saluda participa en sus malas obras.”
(Segunda carta del apóstol San Juan, 8-11).

También el apóstol San Pablo sería un fariseo, por decir cosas como estas:


“Huye del hombre hereje, después de haberle corregido una y dos veces, sabiendo que quien es de esta ralea, está pervertido y es delincuente. Se condena por su propia conciencia”.
(Carta a Tito, 3, 9-11).

Sería también un secuaz de esta posición farisaica y de celo amargo Mons. Juan Straubinger, cuando adhiere a San Juan comentando el vers. 10 (“Si viene alguno a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, ni le saludéis”): 

“Tal conducta, según aquí se nos enseña, no es falta de caridad sino respeto por la fe. El que recibe a los que hacen profesión de mala doctrina se hace cómplice de ella”.

También cuando comenta la epístola de San Judas 1,22, siguiendo a Fillion:

“…y de los otros tener misericordia pero temiendo el trato con ellos, pues hemos de odiar hasta el contacto de la túnica manchada por la carne. Esta figura, tomada de los leprosos (Lev. 13,47), significa temer el contacto con los que profesan mala doctrina

Y también al comentar así a San Pablo (I Cor. 5, 9-13):


Los que son sólo cristianos de nombre, perjudican a la Iglesia más que los paganos. Por lo tanto no debemos tener trato con ellos. Véase las severas normas dadas en Col. 3, 14; II Tes. 3, 6  y 14; II Juan 10.”

Otro que no habría entendido a Monseñor de Galarreta, Monseñor Fellay, Padre Pfluger y demás almas henchidas de caridad sería San Jerónimo, cuando afirmaba:

“Hablar impropiamente es el origen de las herejías. Por eso, con los herejes no debemos tener ni siquiera en común el lenguaje, para no favorecer sus errores”.

Oh, ¿cómo no entendía este santo que mediante reuniones informales y sonrisas cordiales poco a poco podían los herejes ir adoptando la sana doctrina? ¿Y San Ignacio de Antioquía, no era acaso otro fariseo cuando decía lo siguiente?:


“Huid de los herejes, ellos son los sucesores del diablo que logró seducir a la primera mujer”.

San Efrén sería para Menzingen otro cismático sin caridad, cuando decía bien fuerte:

“¡No te sientes con los herejes!”.

Otro ultra de la misma calaña vendría a ser el Rey David, al empezar su Salterio del siguiente modo:

¡Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los malvados,
ni pone el pie en el camino de los pecadores,
ni entre los burladores toma asiento…”

Oh, pero a veces parece que se debería tomar asiento entre los burladores de la Religión católica, pues que vestidos de sotanas blancas o capelos rojos parecen más respetables…

El fariseo San Francisco de Sales es otro que no sería visto con buenos ojos por su intemperancia, cuando decía:

“Los enemigos declarados de Dios y de la Iglesia deben ser censurados y sancionados con toda la fuerza posible. La caridad obliga a gritar por el lobo, cuando un lobo se desliza en medio del rebaño e incluso en cualquier lugar donde se encuentre”.

Claro que el mismo Mons. Lefebvre sería descalificado por estos “misericordiosos” neo-fraternitarios, pues su posición final, su testamento, fue afirmar con toda convicción:

“Es pues un deber estricto para todo sacerdote que quiere permanecer católico el separarse de esta Iglesia Conciliar, mientras ella no reencuentre la Tradición del Magisterio de la Iglesia y de la Fe católica”.
(Itinerario Espiritual, Cap.III, p. 40, 1991).

Bien, al fin de todo tendremos que remitirnos a Quien motivó la actitud farisaica, cismática, extremista de todos los anteriores: Nuestro Señor Jesucristo:

“Guardaos de los falsos profetas, los cuales vienen a vosotros disfrazados de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces. Los conoceréis por sus frutos”.
(Evangelio según San Mateo. 7. 15-16).

¿Dejaremos que esta advertencia del Salvador caiga en saco roto, en nombre de la “caridad”? ¿Ya no reconocemos los frutos de los modernistas? ¿Nuestro Señor cayó en el celo amargo cuando les gritó “¡Hipócritas!” a los fariseos? “Suprimid la indignación viril en Cristo y suprimís su virilidad. La indignación viril queda borrada de la lista de las virtudes cristianas. Y la indignación justa, con todos sus gestos y sus efectos, es una virtud” (P. Castellani, “Cristo y los fariseos”). ¿Existe todavía la indignación viril, en los obispos como De Galarreta? Este reduce a Cristo a ser simplemente el “Dulce Nazareno”, negando su celo de enamorado ante las afrentas a su Padre. Por eso el obispo decía también en aquel sermón: ¿Cómo se manifestó este amor de Nuestro Señor? ¿Por medio de la guerra, los anatemas, las condenaciones, o haciendo caer fuego del cielo? ¡No! Esta obra de amor se realizó a través de la humildad, de la humillación, de la obediencia, con paciencia, a través del sufrimiento, la muerte y perdonando en la Cruz incluso a sus enemigos”. Cierto, pero “si una pateadura no pudiese salvar un alma, Cristo no hubiese dado pateaduras. Y el Evangelio nos relata dos formidables pateaduras por lo menos, dadas por Cristo a los mercaderes del Templo” (Castellani, ib.). Claro que en este caso puede tratarse simplemente de dar pateaduras en una puerta, para que quede claro que la verdad no puede entenderse con la mentira ni mucho menos estar sometida a sus errores. 

Ilusión diabólica

Querer comparar a Nuestro Señor yendo hacia los pecadores para salvarlos, con el ir de la FSSPX a Roma, como si fuesen situaciones equivalentes, es un despropósito. Porque si la FSSPX va a Roma será para ponerse bajo la autoridad de aquellos que tienen otra doctrina, y, como decía Mons. Lefebvre, “no son los inferiores los que hacen a los superiores”, sino al revés. Tal imprudencia sería una forma de suicidio. Mons. Straubinger nos hace ver que es algo de sentido común:

“La misma naturaleza nos muestra que la manzana picada pudre la buena, y no es ésta la que sana a aquella. Es el sentido que en la Biblia tiene la levadura, de la cual basta un poco para corromper toda la masa”.
(Coment. a Ecles. 12,13).

Y si no se trata ya de la pretensión de que la Roma modernista se convierta–eso lo han dejado atrás- sino de “hacer un poco de bien”, el principio es el mismo: la manzana picada pudre la buena, y no la buena sana a aquella. Y esto es lo que se ha empezado a ver desde el cambio de posición de la Fraternidad y sus frecuentes contactos con los romanos: la Fraternidad se ha empezado a “picar”, no siendo ya lo buena que su fundador logró que fuera.

Las advertencias de Dios están a la orden del día:

“¿Quién tendrá compasión del encantador
mordido de la serpiente,
ni de todos que se acercan a las fieras?
Así será del que se acompaña con un hombre inicuo,
y se halla envuelto en sus pecados.
Algún tiempo estará contigo;
mas si declina tu fortuna,
no te dará la mano.
El enemigo tiene la miel en sus labios;
mas en su corazón está tramando
cómo dar contigo en la fosa”.
(Eclesiástico 12, 13-15)

Pero las advertencias que no han faltado nunca han sido escuchadas, y la imprudencia –y quizás también la vileza, el doble juego y la traición- empujaron y siguen empujando a la FSSPX hacia su total caída. La gran ilusión inoculada en muchos –pero realmente, ¿hecha convicción en alguien?- de que sin esperar la conversión de Roma, se podrá procurar reformarla de a poco desde adentro, es una gran ilusión diabólica. Las ilusiones, enseña el Padre Juan Bautista Scaramelli en su “Discernimiento de los espíritus”, son artes fraudulentas para llevar al hombre al mal con apariencia de bien. Y explica algunos de estos ardides: “Suelen los capitanes practicar con sus enemigos algunos fingimientos, retirándose de ellos para asaltarlos después con mayor ímpetu y fuerza.(…) Usan también a veces (…) otros ardides, tanto más peligrosos a los enemigos, cuanto más encubiertos. Dejan que el enemigo entre en sus estados, que haga algunas conquistas, y tal vez consiga algunos progresos, pero con el fin de cogerlo después en algún paso estrecho, de donde no pueda huir, y hacer allí de él carnicería, o a lo menos estrecharlo por todos lados con sus armas, de manera que no halle salida. Así lo hace el demonio con algunas buenas almas. Las deja obrar lo bueno sin inquietarlas para nada; les permite algún adelantamiento de espíritu, y aun se le persuade maliciosamente,  porque espera cogerlas después en el paso de alguna grave sugestión, y ganarlas. De esta diabólica astucia nos dejó advertidos San Ignacio”  (Cap. XII, 2). Y más adelante nos dice este autor: “Tanta verdad es que la máquina más fuerte que mueve el demonio contra las personas espirituales, es meterlas en las ocasiones e inducirlas, con apariencia de bien, a exponerse animosamente a los peligros. Con estas el traidor se hace muy liberal, y abre el camino para entrar en sus corazones. Mas si es tan poderosa esta máquina para debilitar los espíritus más elevados y más gratos a Dios, ¡cuánto más eficaz  será para echar por tierra a los espíritus débiles, flacos e inconstantes!” (Cap. XII, 3).

Ya hemos visto los “progresos” y “conquistas” permitidos por los modernistas romanos a la Neo-FSSPX: “motu proprio de la misa”, “levantamiento de las excomuniones”, “Mons. Fellay nombrado juez romano”, “reconocimiento legal en Argentina”, “permiso para decir algunas misas en el Vaticano”, “reuniones cordiales e informales con obispos diocesanos”…Avance tras avance se llega al paso estrecho donde se acaban las ilusiones. Ya se ha visto con muchas congregaciones. Mientras tanto, la obra del diablo ha realizado la división interna, las purgas, el cambio del lenguaje, etc. Con la excusa del “poco bien a hacer en Roma”, se está haciendo un gran mal dentro de la FSSPX. Busque el lector en sus reflexiones las causas y motivos que han llevado a esto. Nosotros creemos que la falta de un verdadero celo por la fe y la verdad, y por lo tanto de odio al mal y al error, llevan a la pérdida del sentido del combate que es esta vida para el cristiano. En definitiva, el contagio liberal lleva a la prudencia de la carne, la cual se vale de astucias, estratagemas y rodeos para intentar conseguir el bien que persigue sin tener que llevar la cruz ni ser considerados, como afirmó San Pablo, “la basura del mundo”. Pero el Apóstol podía decir con entera libertad: “Líbreme Dios de gloriarme en otra cosa que en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (Carta a los Gálatas 6,14). No otra cosa debemos perseguir nosotros. Entonces, como dice el Kempis (L. I. C. XI): “Si, como varones fuertes, procuráramos permanecer firmes en el combate, ciertamente veríamos bajar sobre nosotros desde el cielo el auxilio divino”.