Papa Pío IX |
RP Nicolás Pinaud y
David Aldalur
Tomado de la revista
“Fideliter”, n° 161, de septiembre-octubre de 2004.
En
un principio, el Papa Pío IX tuvo la intención de publicar este catálogo de
errores junto a la bula “Ineffabilis Deus”
(en que se define el dogma de la Inmaculada Concepción de María) en el año
1854.
¿Acaso
no era lógico colocar esta larga lista de proposiciones condenadas a los pies
de quien ha conculcado todas las herejías? Por lo tanto, no fue una reacción
ante la expoliación de los Estados Pontificios u otro desgraciado
acontecimiento, sino que fue el fruto de una larga preparación.
Todo
parece indicar que la idea de redactar este compendio surgió durante el mes de
noviembre del año 1849, mientras se estaba desarrollando el concilio provincial
de Espoleta, presidido por el Cardenal Arzobispo de Perusa, Monseñor Joacchino
Pecci, futuro León XIII: “Pedimos al Santo Padre que promulgue un documento
que, enumerando los diversos errores relativos a la Iglesia, la autoridad y la
propiedad, les aplique la censura teológica conveniente y los condene en forma
ordinaria. Aun cuando estos mismos errores ya hayan sido individualmente condenados
por la Iglesia, este santo concilio está convencido de que sería de gran
beneficio para la salvación de los fieles si se los presentara ya sea reunidos
en un catálogo o bien según el modo en que han aparecido en nuestros días,
señalándolos con una nota teológica específica”.
Inspirándose
en la obra “Essai sur le socialisme et les doctrines et
tendances
socialistes”, aparecida en 1851, el Padre Liberatore, en un artículo sobre
las consecuencias sociales de una definición dogmática de la Inmaculada
Concepción que escribió para la “Civiltà
Cattolica”, volvió a poner en el tapete la
conveniencia de insertar en la bula o en el documento de definición la
condenación del racionalismo y del semirracionalismo.
Estas
dos iniciativas movieron a Pío IX, que ya había condenado varias veces los
errores modernos, a editar el famoso catálogo del “Syllabus”.
A
indicación del Papa, el Cardenal Pomari
envió
el 20 de mayo de 1852 una carta a algunos Obispos y laicos eminentes —entre
ellos, Louis Veuillot—
comunicándoles “algunos estudios acerca
del estado intelectual de la sociedad moderna en lo que se refiere a los
errores más difundidos relativos al dogma y en lo que atañe a las ciencias
morales, políticas y sociales”, invitándolos “a sumarse a estos trabajos, que
no pueden sino ser de gran utilidad para los intereses de toda la cristiandad”.
Esta
carta, acompañada de una lista de 28 proposiciones, constituyó el punto de partida
de un proyecto que iba a durar doce años y que culminaría con la publicación de
la encíclica “Quanta Cura”
y del “Syllabus”.
Desde 1852 a 1860
A
los destinatarios de la carta del Cardenal Fornari se les dio un plazo de
treinta días para que “hicieran llegar algunas observaciones” en el idioma que
prefirieran. Los archivos vaticanos no se han abierto hasta ahora para
revelar la cantidad y el contenido de dichas respuestas.
Sin
embargo, sabemos por ejemplo que la primera “Instrucción Sinodal” del año 1855
del Cardenal Pie es una especie de desarrollo de sus respuestas al cuestionario
enviado.
El
periódico “L'Univers” descubrió
parcialmente el pensamiento de su jefe de redacción, Louis Veuillot, quien
señaló que la Inmaculada Concepción era un privilegio tal que parecía exigir
una bula especial.
No
creía conveniente que fuese acompañada de una condenación de los errores modernos,
no porque se opusiera a ello, sino para resaltar más su importancia.
Aconsejaba, pues, que se hiciera en un documento pontificio especial y
distinto. No sabemos si esta opinión habrá influenciado o no a Pío IX; lo
cierto es que ni bien fue publicada la bula “Ineffabilis Deus”, el Santo Padre ordenó a la comisión que la había
elaborado que se iniciaran los estudios preparatorios para condenar los errores
modernos.
Los
trabajos adquirieron un nuevo impulso gracias a la aparición de la
“Instrucción pastoral sobre los diversos errores actuales” de Monseñor Gerbet
del 23 de julio de 1860, anatematizando 24 proposiciones agrupadas en once
títulos. Pío IX se congratuló por este documento, al punto que lo hizo enviar
a todos los miembros de la comisión presidida por el Cardenal Caterini, a fin
de que sirviera de base a los estudios.
De 1860 a junio de 1862
Monseñor
Jacobini, secretario de la comisión, informó que, notas marginales mediante,
Pío IX había señalado principalmente las siguientes proposiciones: 7,10,18, 20, 21, 24, 29, 32, 38, 47, 49, 50, 54, 55, 59, 65, 66, 72, 73, 76 y 85. La primera
sesión de trabajo en base a la Instrucción de Monseñor Gerbet tuvo lugar el 21
de mayo de 1861 y tuvo por finalidad seleccionar las proposiciones
particularmente falsas, redactarlas en latín y aplicarles la correspondiente censura.
Se
llega así a un total de setenta proposiciones divididas en once capítulos,
cuyo título principal era el de “Syllabus
propositionum”.
El
bosquejo después fue remitido a los teólogos consultores, y el Cardenal
Caterini les solicitó que señalaran las notas teológicas que les parecían que
correspondían, indicando también los fundamentos en que se apoyaban para
hacerlo.
De
las setenta proposiciones, nueve fueron eliminadas, otras modificadas y las
restantes, señaladas con una o varias censuras. El nuevo compendio de 61
proposiciones se imprimió a dos columnas en febrero de 1862 bajo el doble
título de “Theses ad Apostolicam Sedem
delatas et Censurae a nonullis theologis propositae”.
Bajo
esta fórmula el futuro “Syllabus” fue propuesto a 323 Obispos que asistieron a
la canonización de los mártires japoneses y del bienaventurado Michel de
Sanctis, en junio del año 1862.
Con
la ayuda de un teólogo de su confianza, debían analizar detenidamente las
proposiciones, las censuras infligidas, y transmitirle después al Cardenal
Caterini las observaciones que les parecían convenientes, ya sea respecto a la
oportunidad de la condenación, sea en relación a las proposiciones y censuras
mismas, o bien a la adición de otras proposiciones. Sobre todo este particular,
el Papa impuso un estricto secreto.
El
9 de junio de 1862 el Papa Pío IX pronunció la famosa alocución consistorial “Maxima quidem”, condenando muchos
errores que ya estaban siendo objeto de estudio.
Las
respuestas de los Obispos no fueron publicadas, pero se sabe que hubieron
algunas diferencias de ideas, aunque solo respecto al tipo de censura que
debía aplicarse a tal o cual error. Parece que este catálogo no fue publicado
debido a la violación del secreto sobre los trabajos. En efecto, en octubre de
1862 el semanario “Mediatore” de
Turín, una publicación abiertamente hostil a la Santa Sede, publicó el texto
completo de las proposiciones y censuras, causando una tormenta mediática.
De julio de 1862 a
diciembre de 1864
La
malsana indiscreción que reveló la lista de errores antes de tiempo,
probablemente decidió a Pío IX a cambiar de procedimiento. Esperó que se hiciera
la calma y echando mano a una bula de condenación, emprendió otro derrotero
para llegar al mismo puerto.
Creó
una nueva comisión con el objeto de extraer los principales errores de sus
discursos, encíclicas y cartas apostólicas, donde ya se encontraban condenados.
Ya se tenían, por un lado, los errores actuales denunciados a la Santa Sede
por los Obispos y laicos eminentes, con los comentarios que éstos les habían
agregado y los textos de donde habían sido sacados; y, por otro, los documentos
papales que interesaban al caso. Se redactaron, por ende, ochenta
proposiciones, pero sin mencionar de dónde habían sido extraídas.
El
Padre Luigi Bilio, barnabita y más tarde creado Cardenal, afirmó que este
último dato era importante, a fin de que se supiese que ya habían sido
realmente reprobadas y en qué sentido lo habían sido. La moción fue discutida y
aceptada, y se encargó al mismo Padre Bilio su ejecución.
Así
se hizo un catálogo que recogió las ochenta proposiciones condenadas por el
propio Pío IX en actos emanados de él durante los primeros dieciocho años de
su pontificado. El título era bien expresivo de su objeto: “Syllabus de los principales errores actuales
condenados en los discursos, encíclicas y cartas apostólicas de nuestro Santo
Padre, el Papa Pío IX”.
De
esta suerte, las labores iniciadas en 1852 concluyeron con la aparición de la
encíclica “Quanta Cura” y el “Syllabus”, que vieron la luz el 8 de diciembre de
1864. La finalidad perseguida en el transcurso de estos largos estudios fue
siempre la misma: conservar incólume el depósito de la fe, los derechos de la
moral y los de la Iglesia, y mostrar a los fieles, por medio de su condenación,
cuáles eran los principales errores contemporáneos y de cuáles doctrinas, de
las que tenían que apartarse.
La publicación en Francia
A
mediados del mes de diciembre, ambos textos —destinados en sobres cerrados a
todos los Obispos franceses— llegaron a manos de Monseñor Chigi, a la sazón,
Nuncio Apostólico en París. Éste se preguntaba cómo habría de hacerlos llegar
a sus destinatarios, debido a que no le merecía ninguna confianza el correo, y
además afrontaba los obstáculos que el gobierno interponía a la publicación de
semejantes documentos.
En
ese estado, recibió la visita de Émile Keller, un famoso diputado católico
hostil a Napoleón III, quien le propuso al Nuncio hacerlos llegar por mano
propia a cada Obispo en el término de cuarenta y ocho horas. “El Nuncio no lo podía creer —comentaba
Keller— pero accedió a transferirme la
empresa, llenándome los bolsillos con los sobres. Ese mismo día llamé a un
puñado de jóvenes que integraban el Comité de San Pedro y que luchaban por la
causa del Sumo Pontífice. Con un plano de rutas ferroviarias trazamos la ruta
de cada uno, dividiendo Francia y sus diócesis por sectores. Tres días después,
los documentos estaban en manos de sus destinatarios sin que nadie supiera cuál
fue la estrategia del Comité de San Pedro. Excepto Monseñor Lavigerie, Obispo
de Nancy, todos los Obispos promulgaron la encíclica y el Syllabus”.
El
gobierno fue presa de un profundo desagrado. El 1 de enero de 1865, Jules
Baroche, funcionario imperial, dirigió una circular a todos los Obispos
prohibiéndoles la publicación: “En cuanto a la primera parte de la encíclica y
al documento anexo «Syllabus complectens
praecipuos nostree astatis errores», Ud. comprenderá que la recepción y
publicación de estos actos que contienen proposiciones contrarias a los
principios sobre los que descansa la Constitución del Imperio, no podrán
autorizarse. No podrán imprimirse en las instrucciones que Ud. crea deber
dirigir a los fieles con motivo del Jubileo o en cualquier otra ocasión”.
Monseñor de Dreux-Brézé |
El
episcopado elevó sus protestas en forma casi unánime contra la circular. El
Cardenal Mathieu y Monseñor de Dreux-Brézé fueron acusados ante el Consejo de
Estado y condenados. El Obispo de Moulins se encontraba en su residencia junto
a una personalidad importante, cuando fue interrumpido por la llegada de un
despacho ministerial que le anunciaba su condenación. Tras unos instantes en
silencio, se acerca a una lámpara que ardía, quema el despacho y sopla sobre
las cenizas... Tal fue la respuesta de un Obispo digno de su nombre ante la
sentencia de un tribunal que no tenía competencia para juzgarlo.
Ningún
concilio condenó jamás tantas herejías como el “Syllabus”. En un único texto,
el Papa de la Inmaculada Concepción los proscribió a todos: panteísmo,
naturalismo, materialismo, racionalismo, indiferentismo, latitudinarismo,
socialismo, comunismo, masonería, errores sobre los derechos de la Iglesia
frente a la sociedad civil, sobre las relaciones entre Iglesia y Estado, sobre
la moral, el matrimonio, el poder de los pontífices romanos y el liberalismo.
Nada escapó al anatema.