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lunes, 17 de agosto de 2015

EL SYLLABUS DE PÍO IX (O EL ANTIVATICANO II)



Papa Pío IX



RP Nicolás Pinaud y David Aldalur
Tomado de la revista “Fideliter”, n° 161, de septiembre-octubre de 2004.



En un principio, el Papa Pío IX tuvo la intención de publicar este catálogo de errores junto a la bula “Ineffabilis Deus” (en que se define el dogma de la Inmaculada Concepción de María) en el año 1854.

¿Acaso no era lógico colocar esta larga lista de proposiciones condenadas a los pies de quien ha conculcado todas las herejías? Por lo tanto, no fue una reacción ante la ex­poliación de los Estados Pontificios u otro desgraciado acontecimiento, sino que fue el fruto de una larga preparación.

Todo parece indicar que la idea de redac­tar este compendio surgió durante el mes de noviembre del año 1849, mientras se estaba desarrollando el concilio provincial de Es­poleta, presidido por el Cardenal Arzobispo de Perusa, Monseñor Joacchino Pecci, futuro León XIII: “Pedimos al Santo Padre que pro­mulgue un documento que, enumerando los diversos errores relativos a la Iglesia, la au­toridad y la propiedad, les aplique la censu­ra teológica conveniente y los condene en forma ordinaria. Aun cuando estos mismos errores ya hayan sido individualmente condenados por la Iglesia, este santo concilio es­tá convencido de que sería de gran beneficio para la salvación de los fieles si se los pre­sentara ya sea reunidos en un catálogo o bien según el modo en que han aparecido en nuestros días, señalándolos con una nota teológica específica”.

Inspirándose en la obra Essai sur le socialisme et les doctrines et tendances socialistes”, aparecida en 1851, el Padre Libera­tore, en un artículo sobre las consecuencias sociales de una definición dogmática de la In­maculada Concepción que escribió para la “Civiltà Cattolica”, volvió a poner en el tape­te la conveniencia de insertar en la bula o en el documento de definición la condenación del racionalismo y del semirracionalismo.

Estas dos iniciativas movieron a Pío IX, que ya había condenado varias veces los errores modernos, a editar el famoso catálo­go del “Syllabus”.

A indicación del Papa, el Cardenal Poma­ri envió el 20 de mayo de 1852 una carta a algunos Obispos y laicos eminentes —entre ellos, Louis Veuillot— comunicándoles “algu­nos estudios acerca del estado intelectual de la sociedad moderna en lo que se refiere a los errores más difundidos relativos al dog­ma y en lo que atañe a las ciencias morales, políticas y sociales”, invitándolos “a sumar­se a estos trabajos, que no pueden sino ser de gran utilidad para los intereses de toda la cristiandad”.

Esta carta, acompañada de una lista de 28 proposiciones, constituyó el punto de par­tida de un proyecto que iba a durar doce años y que culminaría con la publicación de la encíclica “Quanta Cura” y del “Syllabus”.

Desde 1852 a 1860

A los destinatarios de la carta del Carde­nal Fornari se les dio un plazo de treinta días para que “hicieran llegar algunas observacio­nes” en el idioma que pre­firieran. Los archivos va­ticanos no se han abierto hasta ahora para revelar la cantidad y el contenido de dichas respuestas.

Sin embargo, sabemos por ejemplo que la prime­ra “Instrucción Sinodal” del año 1855 del Cardenal Pie es una especie de de­sarrollo de sus respuestas al cuestionario enviado.

El periódico “L'Univers” descubrió parcial­mente el pensamiento de su jefe de redacción, Louis Veuillot, quien señaló que la Inmaculada Concepción era un privilegio tal que parecía exigir una bula especial.

No creía conveniente que fuese acompa­ñada de una condenación de los errores mo­dernos, no porque se opusiera a ello, sino pa­ra resaltar más su importancia. Aconsejaba, pues, que se hiciera en un documento ponti­ficio especial y distinto. No sabemos si esta opinión habrá influenciado o no a Pío IX; lo cierto es que ni bien fue publicada la bula “Ineffabilis Deus”, el Santo Padre ordenó a la comisión que la había elaborado que se iniciaran los estudios preparatorios para condenar los errores modernos.


Los trabajos adquirieron un nuevo impul­so gracias a la aparición de la “Instrucción pastoral sobre los diversos errores actuales” de Monseñor Gerbet del 23 de julio de 1860, anatematizando 24 proposiciones agrupadas en once títulos. Pío IX se congratuló por es­te documento, al punto que lo hizo enviar a todos los miembros de la comisión presidida por el Cardenal Caterini, a fin de que sirvie­ra de base a los estudios.

De 1860 a junio de 1862

Monseñor Jacobini, secretario de la comi­sión, informó que, notas marginales median­te, Pío IX había señalado principalmente las siguientes     proposiciones: 7,10,18, 20, 21, 24, 29, 32, 38, 47, 49, 50, 54, 55, 59, 65, 66, 72, 73, 76 y 85. La primera sesión de trabajo en base a la Instrucción de Monseñor Gerbet tuvo lugar el 21 de mayo de 1861 y tuvo por finalidad seleccionar las proposicio­nes particularmente fal­sas, redactarlas en latín y aplicarles la correspon­diente censura.

Se llega así a un total de setenta proposiciones divididas en once capítu­los, cuyo título principal era el de “Syllabus propositionum”.

El bosquejo después fue remitido a los teólogos consultores, y el Cardenal Caterini les solicitó que se­ñalaran las notas teológi­cas que les parecían que correspondían, indicando también los fundamentos en que se apoyaban para hacerlo.

De las setenta proposiciones, nueve fueron eliminadas, otras modi­ficadas y las restantes, señaladas con una o varias censuras. El nue­vo compendio de 61 proposiciones se imprimió a dos columnas en fe­brero de 1862 bajo el doble título de “Theses ad Apostolicam Sedem delatas et Censurae a nonullis theologis propositae”.

Bajo esta fórmula el futuro “Syllabus” fue propuesto a 323 Obis­pos que asistieron a la canonización de los mártires japoneses y del bienaventurado Michel de Sanctis, en junio del año 1862.

Con la ayuda de un teólogo de su confianza, debían analizar dete­nidamente las proposiciones, las censuras infligidas, y transmitirle después al Cardenal Caterini las observaciones que les parecían con­venientes, ya sea respecto a la oportunidad de la condenación, sea en relación a las proposiciones y censuras mismas, o bien a la adición de otras proposiciones. Sobre todo este particular, el Papa impuso un estricto secreto.

El 9 de junio de 1862 el Papa Pío IX pronunció la famosa alocu­ción consistorial “Maxima quidem”, condenando muchos errores que ya estaban siendo objeto de estudio.

 
Louis Veuillot


Las respuestas de los Obispos no fueron publicadas, pero se sabe que hubieron algunas diferencias de ideas, aunque solo respecto al ti­po de censura que debía aplicarse a tal o cual error. Parece que es­te catálogo no fue publicado debido a la violación del secreto sobre los trabajos. En efecto, en octubre de 1862 el semanario “Mediatore” de Turín, una publicación abiertamente hostil a la Santa Sede, publicó el texto completo de las proposiciones y censuras, causando una tor­menta mediática.

De julio de 1862 a diciembre de 1864

La malsana indiscreción que reveló la lista de errores antes de tiempo, probablemente decidió a Pío IX a cambiar de procedimiento. Esperó que se hiciera la calma y echando mano a una bula de conde­nación, emprendió otro derrotero para llegar al mismo puerto.

Creó una nueva comisión con el objeto de extraer los principales errores de sus discursos, encíclicas y cartas apostólicas, donde ya se encontraban condenados. Ya se tenían, por un lado, los errores ac­tuales denunciados a la Santa Sede por los Obispos y laicos eminen­tes, con los comentarios que éstos les habían agregado y los textos de donde habían sido sacados; y, por otro, los documentos papales que interesaban al caso. Se redactaron, por ende, ochenta proposiciones, pero sin mencionar de dónde habían sido extraídas.

El Padre Luigi Bilio, barnabita y más tarde creado Cardenal, afir­mó que este último dato era importante, a fin de que se supiese que ya habían sido realmente reprobadas y en qué sentido lo habían sido. La moción fue discutida y aceptada, y se encargó al mismo Padre Bi­lio su ejecución.

Así se hizo un catálogo que recogió las ochenta proposiciones con­denadas por el propio Pío IX en actos emanados de él durante los pri­meros dieciocho años de su pontificado. El título era bien expresivo de su objeto: “Syllabus de los principales errores actuales condenados en los discursos, encíclicas y cartas apostólicas de nuestro Santo Pa­dre, el Papa Pío IX”.

De esta suerte, las labores iniciadas en 1852 concluyeron con la aparición de la encíclica “Quanta Cura” y el “Syllabus”, que vieron la luz el 8 de diciembre de 1864. La finalidad perseguida en el trans­curso de estos largos estudios fue siempre la misma: conservar incólume el depósito de la fe, los derechos de la moral y los de la Iglesia, y mostrar a los fieles, por medio de su condenación, cuáles eran los principales errores contemporáneos y de cuáles doctrinas, de las que tenían que apartarse.

La publicación en Francia

A mediados del mes de diciembre, ambos textos —destinados en so­bres cerrados a todos los Obispos franceses— llegaron a manos de Monseñor Chigi, a la sazón, Nuncio Apostólico en París. Éste se pre­guntaba cómo habría de hacerlos llegar a sus destinatarios, debido a que no le merecía ninguna confianza el correo, y además afrontaba los obstáculos que el gobierno interponía a la publicación de semejan­tes documentos.

En ese estado, recibió la visita de Émile Keller, un famoso diputa­do católico hostil a Napoleón III, quien le propuso al Nuncio hacerlos llegar por mano propia a cada Obispo en el término de cuarenta y ocho horas. “El Nuncio no lo podía creer —comentaba Keller— pero accedió a transferirme la empresa, llenándome los bolsillos con los sobres. Ese mismo día llamé a un puñado de jóvenes que integraban el Comité de San Pedro y que luchaban por la causa del Sumo Pontí­fice. Con un plano de rutas ferroviarias trazamos la ruta de cada uno, dividiendo Francia y sus diócesis por sectores. Tres días des­pués, los documentos estaban en manos de sus destinatarios sin que nadie supiera cuál fue la estrategia del Comité de San Pedro. Excep­to Monseñor Lavigerie, Obispo de Nancy, todos los Obispos promulga­ron la encíclica y el Syllabus”.

El gobierno fue presa de un profundo desagrado. El 1 de enero de 1865, Jules Baroche, funcionario imperial, dirigió una circular a to­dos los Obispos prohibiéndoles la publicación: “En cuanto a la prime­ra parte de la encíclica y al documento anexo «Syllabus complectens praecipuos nostree astatis errores», Ud. comprenderá que la recepción y publicación de estos actos que contienen proposiciones contrarias a los principios sobre los que descansa la Constitución del Imperio, no podrán autorizarse. No podrán imprimirse en las instrucciones que Ud. crea deber dirigir a los fieles con motivo del Jubileo o en cual­quier otra ocasión”.


Monseñor de Dreux-Brézé


El episcopado elevó sus protestas en forma casi unánime contra la circular. El Cardenal Mathieu y Monseñor de Dreux-Brézé fueron acusados ante el Consejo de Estado y condenados. El Obispo de Moulins se encontraba en su residencia junto a una personalidad impor­tante, cuando fue interrumpido por la llegada de un despacho minis­terial que le anunciaba su condenación. Tras unos instantes en silen­cio, se acerca a una lámpara que ardía, quema el despacho y sopla sobre las cenizas... Tal fue la respuesta de un Obispo digno de su nombre ante la sentencia de un tribunal que no tenía competencia pa­ra juzgarlo.


Ningún concilio condenó jamás tantas herejías como el “Syllabus”. En un único texto, el Papa de la Inmaculada Concepción los proscri­bió a todos: panteísmo, naturalismo, materialismo, racionalismo, indi­ferentismo, latitudinarismo, socialismo, comunismo, masonería, erro­res sobre los derechos de la Iglesia frente a la sociedad civil, sobre las relaciones entre Iglesia y Estado, sobre la moral, el matrimonio, el poder de los pontífices romanos y el liberalismo. Nada escapó al anatema.