Nota: el siguiente texto forma parte de la "Declaración
sobre la nueva misa y el Papa", por Mons. Lefebvre, de 8-11-79; que
tenemos en edición impresa. Hemos destacado ciertos pasajes con negrita.
En el transcurso de estos diez años he tenido ocasión de
responder muchas veces a preguntas que son muy graves. Me he esforzado siempre
en permanecer dentro del espíritu de la Iglesia, conforme a sus principios
teológicos, que expresan su fe, y a su prudencia pastoral, manifestados dentro
de la teología y a través de la experiencia de su historia.
Creo poder decir que no he cambiado de opinión sobre estos
temas, y que este pensamiento es afortunadamente el de la gran mayoría de los
sacerdotes y fieles adictos a la Tradición infalible de la Iglesia.
Ciertamente, las siguientes líneas son insuficientes para hacer un estudio
exhaustivo de estos problemas. Pero se trata más que nada de exponer claramente
algunas conclusiones para no equivocarse sobre las orientaciones y pensamientos
de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.
Sobre la nueva Misa.
Respecto a la nueva Misa,
destruyamos de inmediato esta idea absurda: si la nueva Misa es
válida, se puede tomar parte en ella. La Iglesia siempre ha prohibido a los fieles
asistir a las Misas de los cismáticos y de los herejes, aunque sean válidas. Es
evidente que no se puede participar en Misas sacrílegas, ni en Misas
que ponen nuestra fe en peligro.
Además, es fácil demostrar que la nueva Misa, tal como ha
sido formulada por la Comisión de Liturgia, con todas las autorizaciones dadas
oficialmente por el Concilio, y con todas las explicaciones dadas por Monseñor
Bugnini, presenta un acercamiento inexplicable a la teología y culto de los
protestantes.
Así, por ejemplo, no aparecen muy claros, y hasta se
contradicen, los dogmas fundamentales de la Santa Misa, que son los siguientes:
• el sacerdote es el único ministro; • hay verdadero sacrificio, una acción
sacrificial; • la víctima es Nuestro Señor Jesucristo, presente en la hostia
bajo las especies de pan y vino, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad; • es
un sacrificio propiciatorio; • el Sacrificio y el Sacramento se realizan con
las palabras de la Consagración, y no con las palabras que preceden o siguen.
Basta enumerar algunas de las novedades para demostrar el
acercamiento a los protestantes: • el altar transformado en mesa, sin el ara; •
la Misa cara al pueblo, en lengua vernácula, en voz alta; • la Misa tiene dos
partes: la Liturgia de la Palabra y la de la Eucaristía; • los vasos sagrados
vulgares, el pan fermentado, la distribución de la Eucaristía por laicos, en la
mano; • el sagrario escondido; • las lecturas hechas por mujeres; la Comunión
dada por laicos.
Todas estas novedades están autorizadas.
Se puede pues decir sin ninguna
exageración que la mayoría de estas Misas son sacrílegas y disminuyen la fe,
pervirtiéndola. La
desacralización es tal que la Misa se expone a perder su carácter sobrenatural,
su «misterio de fe», para convertirse en un acto de religión natural
nada más.
Estas Misas nuevas no sólo no pueden
ser motivo de obligación para el precepto dominical, sino que además, con
relación a ellas, hay que seguir las reglas de la Teología moral y del Derecho
Canónico, que son las de la prudencia sobrenatural con relación a la
participación o asistencia a una acción peligrosa para nuestra fe o
eventualmente sacrílega.
¿Hay que decir entonces que todas
esas Misas son inválidas? Desde que existen las condiciones esenciales para la
validez, es decir, la materia, la forma, la intención y el sacerdote
válidamente ordenado, no se puede afirmar que sean inválidas. Las oraciones del Ofertorio,
del Canon y de la Comunión del sacerdote, que se agregan a la Consagración, son
necesarias para la integridad del Sacrificio y del Sacramento, pero no para su
validez. El Cardenal Mindszenty en la prisión, que a escondidas de sus guardias
pronunciaba las palabras de la Consagración sobre un poco de pan y de vino para
alimentarse del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor, realizaba ciertamente el
Sacrificio y el Sacramento.
Mas a medida que la fe de los sacerdotes se corrompa y dejen
de tener la intención de la Iglesia (porque la Iglesia no puede cambiar de
intención), habrá menos Misas válidas. La formación actual no prepara a los
seminaristas para asegurar la validez de las Misas. El sacrificio propiciatorio
de la Misa ya no es el fin esencial del sacerdote. Nada más decepcionante y
triste que oír los sermones o comunicados de los obispos sobre la vocación, a
raíz de una ordenación sacerdotal. Ya no saben lo que es un sacerdote.
Para juzgar de la falta subjetiva de
quienes celebran la nueva Misa y de quienes asisten a ella, debemos aplicar la
regla del discernimiento de espíritus según las directivas de la teología moral
y pastoral. Debemos obrar siempre como médicos de almas y no como jueces y verdugos,
como se sienten tentados a hacerlo quienes están animados por un celo amargo y
no por el verdadero celo. Los sacerdotes recién ordenados han de inspirarse en las
palabras de San Pío X en su primera Encíclica, y en los numerosos textos de
autores espirituales tales como Dom Chautard en «El alma de todo apostolado»,
el Padre Garrigou-Lagrange en el tomo II de «Perfección cristiana y
contemplación», y Dom Marmion en «Cristo, ideal del Monje».