El Liberalismo absoluto y lógico,
salido de un Racionalismo extravagante, horroriza en su misma franqueza, y no
engaña a nadie, al menos entre quienes permanecen en la verdadera doctrina,
saben quedarse a cubierto con el sólido escudo de la fe y escuchan con atención
las enseñanzas del Magisterio vivo de la Iglesia.
El “Catolicismo-liberal” es algo bien
peligroso pero de otra manera. Se ha dicho con razón que, gracias a
él, el juicio se debilita, la conciencia se vuelve indiferente, el espíritu se
llena de nubes, de sombras... ¿Cómo, de esa forma, conservar la tradición
inmaculada de la Iglesia, en ese mundo de imágenes, donde el arte de ir
degradando las tonalidades ha llevado al infinito?
Se dudaría en dar un salto brusco desde la cima del
puro Catolicismo hasta las profundidades del Liberalismo, pero el
“Catolicismo-liberal” ofrece y dispone la pendiente intermedia que
facilitará el descenso, haciéndolo insensible. Además, como se ha dicho, “si no
hubiera matices, ningún medio entre la verdad y el error, pocos serían los
hombres que tuvieran el triste coraje de extraviarse. Tienen necesidad de
descender lentamente al error, gradualmente, y familiarizarse con las
tinieblas”. El gris pálido o sombrío del “Catolicismo-liberal” trabaja por la
transición entre la blancura sin mancha del Catolicismo y el negro definido del
Liberalismo (1).
En el Parlamento de los filósofos y de las Religiones, el “Católico-liberal” se ubicaría, efectivamente, entre la derecha, representando la verdad católica, y la izquierda, figurando la multitud de errores, en ese centro que él llama con audacia el “justo medio”. Pero se preguntará ¿una pendiente no sirve para ascender tanto como para descender? Sin duda, pero precisamente, el “Católico-liberal” manifiesta una constante tendencia a “progresar” hacia la izquierda; por la fuerza de las cosas y la lógica de los principios, él se vuelve poco a poco menos católico y cada vez más liberal. Si bien desde el principio a menudo no tenía la intención de condescender con las debilidades y miserias de su siglo, lo vemos, ordinariamente, descender al error, a la traición, la apostasía. Yo me lo imagino con buena intención, como ese salvador imprudente que, queriendo ayudar a un desdichado que está por caer en el abismo, se inclina hacia él y le tiende una mano para socorrerlo. Pero, en lugar de tomarse con la otra mano a una base sólida, se sujeta a unos frágiles pastos y cae con el otro que lo arrastra.
El “Católico-liberal”, en efecto, no permanece cerca de la iglesia, su Madre, como es necesario, tiene en menos su doctrina y descuida sus advertencias; por el contrario, se preocupa demasiado, no precisamente del apostolado que eleva al otro, sino de acomodos y conciliaciones que lo deslizan, a él mismo, hacia donde se encuentra el otro, haciendo recordar al ciego que guía a otro ciego y caen ambos en el pozo.
Carece de principios: a fuerza de silenciarlos, ha llegado a olvidarlos; o, además, desprecia su jerarquía y los mezcla, los interpreta erróneamente. El resultado es que ya no ve claramente la diferencia entre el bien y el mal, la Iglesia y las Sectas, Dios y Satanás. Ya no tiene más aquel santo e intransigente horror al error y al mal, que es señal del espíritu católico. A causa del espíritu de concesión, llega a una pura tolerancia. En lugar de consistir su “amplitud de espíritu”, en la comprensión psicológica del punto de vista del adversario a fin de reformarlo mejor, en vez de juzgarlo doctrinalmente desde la altura de la sabiduría católica, con frecuencia va justamente a aceptar este punto de vista y a admitir finalmente los principios que lo rigen. Así llegará a esas “aproximaciones blasfemas” (Pío X) (2) entre el Evangelio y la Revolución, Jesucristo y el Socialismo, la Iglesia y una cierta Democracia…, y hará pública su veneración por aquellos “inmortales principios del 89”, que un Pío VI declaró “injuriosos a la Religión y a la sociedad”. Más preocupado por las personas que por los principios, de la popularidad que de “la verdad en la caridad”, más que hacerles el bien, recordándoles las verdades, a veces duras, que ellas creen pasadas de moda, buscará contentarlas respetando sus convicciones erróneas.
Carece de “sentido católico”, que consiste en “inspirarse siempre en el sentir y preferencia de la Iglesia”, “sentire cum Ecclesia”, en pensar y apreciar como ella aunque no lo haya definido, obedecer sus mínimos deseos aunque Ella no los ordene”. El “Católico-liberal”, cuidadoso de dejar a salvo su preciada libertad, tiene la obsesión constante de limitar estrechamente su “Credo” a las verdades definidas, y coloca el resto en la categoría de las “opiniones libres”. Satisfecho, se cree en orden con la Iglesia desde el momento que admite no haber una herejía formal, olvidando así la jerarquía de las múltiples censuras, desde “inconveniente” hasta “errónea”, con que la Iglesia califica las proposiciones que no son aceptables. — El sentido católico es también como el espíritu de la gran familia que es la Iglesia, y el “Católico-liberal” debilita y pervierte este sentido, se convierte en el primer promotor de esas divisiones que reprocha a aquellos que lo critican. — El sentido católico es además el espíritu de la tradición, y el “Católico-liberal” menosprecia la tradición católica debido a la perversión de su gusto por las novedades, a su desprecio del pasado que se manifiesta más preocupado por adaptarse a los errores del momento que de conformarse a las verdades eternas...
Y esta mentalidad se extiende a todo, pues así como
ciertas enfermedades corrompen el gusto, así la enfermedad liberal corrompe el
sentido católico radicalmente.
(…)
Se comprenderá entonces por qué censuras y
condenaciones de la Iglesia han caído casi exclusivamente sobre la secta
“católico-liberal”, puesto que es de su seno que hemos visto surgir tantas
insumisiones y apostasías escandalosas.
Esto en el aspecto propiamente especulativo y doctrinal.
En la práctica, el
“Católico-liberal”, a pesar de ciertas apariencias, carece de verdadera
caridad, tanto con respecto al adversario al que adula, como frente al
Catolicismo puro que detesta; y esto, porque carece desde el inicio de principios
y de verdad. Ante todo, la caridad se
dirige a Dios y sus derechos; en cuanto al prójimo, la primer obra de
misericordia espiritual, es siempre enseñar al que ignora y no el tolerar sus
errores.
Carece de la verdadera prudencia: aquel que ve y quiere el fin, utiliza los medios si quiere obtenerlo con éxito en el verdadero sentido de la palabra. Y su prudencia consiste en evitar hábilmente exponerse. Parece ignorar “la seducción de aquel que no calcula las posibilidades y va siempre derecho hacia adelante” (3); en definitiva, su habilidad y su prudencia consiste sobre todo en no ocuparse de nada más que de sí mismo.
Además, carece de carácter, porque carece de convicción. Se le puede aplicar muy bien la afirmación de Le Play: “Lo que falta sobre todo a los hombres de nuestra época, es la firmeza en su conducta, que le da confianza en la fuerza de la verdad”.
Carece de espíritu sobrenatural, de sentido cristiano. Más de una vez hemos advertido su falta de fe, su tendencia al naturalismo. Esto se ve sobre todo en su predicación, en las obras a las que se dedica: parece ignorar la fuerza de Dios, la “virtus Dei”, y pone una confianza exagerada en la pequeñez de los medios humanos. Llega aún a no ver ya claramente el fin sobrenatural de su actuar y olvida que el primer deber del hombre de acción es tener presente el objetivo: el mejoramiento moral y religioso de sus hermanos. Así, poco a poco, es conducido a sustituir el sentido religioso por un vago “sentido social”, coloca en primer lugar el bien material, “humaniza” la misión de la Iglesia y la empequeñece extrañamente.
Su apostolado se resiente necesariamente por su falta
de fe y de sentido cristiano. No se ve casi convierta adversario alguno, y se
cuenta, sí, en cantidad demasiado grande, el número de perversiones que
facilita o que él mismo realiza (4). ¿Por qué
sorprenderse? Una palabra del Cardenal Pie explica todo: “No se es
apóstol sino a condición de trabajar en ser santos, y la primera condición de
la santidad es la ortodoxia: y el más generoso fervor no puede suplir su
ausencia. Nosotros no podemos nada sin la gracia, y no se puede separar la
gracia de la doctrina. Inclusive en el servidor de Dios y de la causa divina,
el error, aún inconsciente y que no constituye pecado formal, es un muy grave
obstáculo a la fecundidad de la palabra y de la acción”.
De igual modo se debe destacar muy especialmente en qué medida el “Catolicismo-liberal” es opuesto a la verdadera espiritualidad católica. Esta, implica desde su base, una entera sumisión de la inteligencia a Dios, una fe virginal, la humildad, la conformidad con la voluntad de Dios, la abnegación, el desprendimiento, la lucha sin tregua contra las pasiones, sobre todo contra el amor propio, la obediencia filial, que llega hasta la admirable y santa esclavitud de un Grignion de Montfort, hasta esa “infancia espiritual” de la que Santa Teresita del Niño Jesús acaba de sernos propuesta como modelo heroico por Pío XI.
De igual modo se debe destacar muy especialmente en qué medida el “Catolicismo-liberal” es opuesto a la verdadera espiritualidad católica. Esta, implica desde su base, una entera sumisión de la inteligencia a Dios, una fe virginal, la humildad, la conformidad con la voluntad de Dios, la abnegación, el desprendimiento, la lucha sin tregua contra las pasiones, sobre todo contra el amor propio, la obediencia filial, que llega hasta la admirable y santa esclavitud de un Grignion de Montfort, hasta esa “infancia espiritual” de la que Santa Teresita del Niño Jesús acaba de sernos propuesta como modelo heroico por Pío XI.
En cambio, el “Católico-liberal” tiene como
objetivo, ensanchar de manera inconsiderada, el dominio de la libertad,
favorecer que cada cual se entregue a su propia inspiración, y quedar librado a
su impulso personal: el Espíritu Santo que habla al corazón, debe sustituirse
por la orientación de lo exterior. Por otra parte, se relegan a la sombra las
virtudes sobrenaturales, sobre todo aquellas llamadas virtudes “pasivas”; y se
promoverá, por el contrario, las virtudes naturales, las “virtudes activas”,
como más apropiadas a los tiempos presentes. La educación, la espiritualidad del “Católico-liberal”, consistirá
pues, en desarrollar sobre todo en el hombre, el sentido de su dignidad, de su
personalidad, de su responsabilidad…
Religión de vida interior a la moda protestante,
religión de libertad individual, religión de bienestar, religión de tolerancia
y de concesiones, exaltación del hombre, confianza en sí y “Catolicismo
amplio”… ¿Acaso todo esto es Catolicismo puro y simple?
Pensando de ese modo y obrando así, el “Catolicismo-liberal” es peligrosísimo.
Lo es tanto más, cuanto incoherentemente en la doctrina, sin firmeza en la fe, mantiene obstinadamente sus pequeñas concepciones. Bajo la máscara de moderación se esconde el tozudo sectario que con su “amplitud de criterio” disimula mal la estrechez de su visión. Si dirige una obra, organiza un congreso, crea una escuela de sociología, siempre elegirá a aquellos que están de su lado, oradores y conferencistas de su gusto; si escribe historia, redacta un periódico, compone un manual, no tendrá elogios sino sólo para aquellos de su secta, que, ordinariamente, son aquellos de los que la Iglesia no tiene mucho que alabar.
El “Católico-liberal” es un gran peligro:
Bajo
la apariencia de apostolado, corrompe la mentalidad católica, y sin esclarecer
ni conquistar al adversario, por el contrario, lo confirma en su
posición. León XIII, cuando preconiza el “Ralliement”, y Pío
XI, cuando condesciende a exigencias de un gobierno apenas honesto, no
dejan de recordar vigorosamente los principios necesarios, y de condenar
solemnemente el Racionalismo, el Liberalismo, el Laicismo: la
indulgencia práctica va unida naturalmente en ellos a la firmeza
doctrinal. El “Católico-liberal”, bajo pretextos más o menos
fantasiosos, (no comprometer a la Iglesia, no lastimar al adversario, ganar la
simpatía…) calla sistemáticamente los principios, cuando no
hace buen negocio de la verdad católica y de los derechos de Dios. “Mientras
se jactan de atraer los malos a su campo, escribía de ellos Monseñor
de Segur, se deslizan y caen en el campo del enemigo”, y arrastran
a sus seguidores (5).
El “Católico-liberal”
es un gran peligro:
Al
callar o confundir los principios, diluyendo las verdades, sustituyendo la
claridad salvadora de la doctrina por una nube de equívocos, hace amable el
error, aceptable el mal, y por ello casi imposible de curar. Como ya se dijo
“las ideas verdaderas oponen una barrera al mal práctico, y a aquel que no
pueden evitar, lo hacen curable; por el contrario, las ideas falsas, engendran
un mal del que no se siente ni remordimiento, ni llevan a arrepentirse”, ni se
tiene conciencia. En lugar de colocarse entre esos Católicos que ven el mal y
saben denunciarlo, “hi viderunt mala quæ
fiebant in populo Juda et in Jerusalem”(6), ellos merecen el anatema del
profeta: “Væ qui dicitis malum bonum et
bonum malum” (7). Cuando uno llama mal al mal, y falta a la falta, no está
todo perdido; el error consciente que uno mantiene del mal y del pecado, puede
ayudar a salir de él, y a evitarlo; pero cuando se llama bien al mal, cuando se
pretende justificar la falta, ya no hay casi que esperar la salvación (8).
El “Católico-liberal” es un gran peligro:
Buscando
siempre acomodos imposibles entre la verdad y el error, entre el bien y el mal,
entre la doctrina pura y las pretendidas exigencias de una ciencia hipotética,
sustituyendo los principios por los recursos de oportunidad, los juicios firmes
por compromisos dudosos, obnubila los espíritus, dificulta su rectitud de
apreciación, falsea la conciencia, enerva las convicciones, el
coraje, hace imposible una resistencia eficaz a un mal que no ve como tal.
En este mundo, la Iglesia es esencialmente “militante” porque existe la lucha necesaria entre la verdad y el error, el orden y la anarquía, la ciudad cristiana y la ciudad anticristiana, Dios y Satanás; la conciliación y la paz no es posible sino en el triunfo de la verdad, de Jesucristo. La milicia católica unida en la verdad, animada por la caridad, marcha bajo la autoridad del Papa y de los Obispos a la conquista de las almas por el triunfo de Jesucristo. Sobre esta milicia, los “Católico-liberales”, arrojan la confusión, la división, disfrazan su bandera, se colocan a un lado, a la expectativa, pactan con el enemigo, o hasta desertan y traicionan.
En este mundo, la Iglesia es esencialmente “militante” porque existe la lucha necesaria entre la verdad y el error, el orden y la anarquía, la ciudad cristiana y la ciudad anticristiana, Dios y Satanás; la conciliación y la paz no es posible sino en el triunfo de la verdad, de Jesucristo. La milicia católica unida en la verdad, animada por la caridad, marcha bajo la autoridad del Papa y de los Obispos a la conquista de las almas por el triunfo de Jesucristo. Sobre esta milicia, los “Católico-liberales”, arrojan la confusión, la división, disfrazan su bandera, se colocan a un lado, a la expectativa, pactan con el enemigo, o hasta desertan y traicionan.
Un
enemigo francamente declarado es un adversario menos peligroso que los falsos
amigos, y su trato, o, al menos su relajamiento espiritual, “tiene
la eterna misión de abrir las puertas al enemigo, combatir a los Católicos
firmes, paralizar todos los esfuerzos de salvación”, y se avienen a la
conciliación viendo el mal, endulzando su sabor y callando o borrando los
principios.
Los “Católico-liberales” son casi tan peligrosos por lo que no dicen que por lo que afirman: sus silencios calculados, sus reticencias voluntarias, su obstinación en no hablar de determinadas personas y de ciertas ideas; mientras promueven otras sin discreción y sin las reservas necesarias, dándoles de esa manera una autoridad destinada a engañar al lector confiado, todo esto además es apropiado para consolidar las posiciones del adversario, sembrar la división entre los Católicos, quebrar la resistencia e impedir su avance victorioso.
Los “Católico-liberales” son casi tan peligrosos por lo que no dicen que por lo que afirman: sus silencios calculados, sus reticencias voluntarias, su obstinación en no hablar de determinadas personas y de ciertas ideas; mientras promueven otras sin discreción y sin las reservas necesarias, dándoles de esa manera una autoridad destinada a engañar al lector confiado, todo esto además es apropiado para consolidar las posiciones del adversario, sembrar la división entre los Católicos, quebrar la resistencia e impedir su avance victorioso.
El “Católico-liberal” es muy peligroso:
Tanto
por sus doctrinas como por su acción, los “Católico-liberales”, ellos, los
sabios, los prudentes, los realistas y realizadores, facilitan el usufructo del
enemigo sobre los derechos católicos y les hacen posible una victoria que
porque es sin pena, será sin gloria. “Nada enardece tanto la audacia de
los malos, escribe León XIII, como la debilidad de los
buenos”. Su obsesión de oportunismo, su pretensión de seguir la
corriente, su temor de enunciar las verdades que desagradan a otros, su
espíritu radicalmente falso, deformándolo todo, verdad, libertad, autoridad,
caridad, prudencia, los lleva a los más peligrosos acomodos, a las más escandalosas
complicidades, a las más vergonzosas capitulaciones.
Esos
católicos son demasiado a menudo pesimistas; quieren suprimir
la persecución rechazando el combate; calumnian y blasfeman de la
fuerza, esa fuerza que no saben ordenar y no tienen el coraje de
emplear. Gracias a su “sabiduría” consumada, a la habilidad de su táctica, el
enemigo no cesa de avanzar y de reducir cada vez más el dominio de lo
“posible”.
Así
Pío XI, haciendo eco a León XIII, pudo escribir recientemente: “Es
posible quizás, atribuir esa desventaja a la parsimonia y timidez de los buenos
que se abstienen de resistir o resisten con blandura; los adversarios de la
Iglesia obtienen necesariamente de ello un incremento de temeridad y audacia.
Que todos los fieles comprendan por el contrario que es necesario luchar con
coraje y siempre bajo la bandera de Cristo Rey” (10).
El “Catolicismo-liberal” es muy peligroso:
Como
ellos, por una parte, se complacen en la confusión, son maestros en el arte de
la ambigüedad y del equívoco (11),
como sus errores pocas veces son formales y netos, pero sobre todo se
caracterizan por “mediatintas” difícilmente aceptables; y por otra, como
desarrollan gran actividad, son muy intrigantes, tienen comúnmente la palabra
fácil, abundante y sonora, que reparten por todos lados, en el Instituto, las
revistas, la prensa, el Parlamento, en los pasillos y antecámaras, aún las más
solemnes, y obtienen muy a menudo favores oficiales por servicios prestados o a
prestar…, no se puede negar que no hagan mucho ruido y mucho mal.
NOTAS:
(1) “El error de las buenas personas, decía Le Play, es el peor de los errores”.
(2) Hay que citar todo el párrafo porque se aplica bien a los “Católico-Liberales”: “La exaltación de sus sentimientos (de los jefes de “Le Sillon”), la ciega bondad de su corazón, su misticismo filosófico, mezclado con una parte de iluminismo, los han arrastrado a un nuevo evangelio, en el que han creído encontrar el verdadero Evangelio del Salvador, hasta el punto de que osan tratar a Nuestro Señor Jesucristo con una familiaridad soberanamente irrespetuosa, y de que, al estar su ideal emparentado con el de la Revolución, no temen hacer entre el Evangelio y la Revolución aproximaciones blasfemas, que no tiene la excusa de haber brotado de cierta improvisación apresurada”.
(3) Un
distinguido sacerdote gustaba decir: “Para el Católico, para el
Sacerdote, ser recto es ser hábil”.
(4) Esto
sobre todo, favoreciendo en los otros el progreso de ese espíritu de
independencia que constituye el fondo de su mentalidad: en el orden social, por
ejemplo, promete a los obreros la abolición inminente del asalariado, esa
situación de semiesclavitud; felicita a los campesinos por haber llegado por
fin a la mayoría, preparando así el advenimiento del proletariado obrero y
campesino..., siendo que hubiera sido lo indicado, predicar a todos la
justicia, la caridad, la aceptación cristiana de su condición.
(5) Nada
conmueve agradablemente, ni adula al “Católico-Liberal”, como el aplauso y las
felicitaciones equívocas de los adversarios. ¡Deplorable estado de ánimo para
enseñar las verdades necesaria, aunque sean impopulares!
(6) “Estos
vieron los males que se hacían en el pueblo de Judá, y en Jerusalem” (I
Mac. 2 6).
(7) “Ay
de vosotros que a lo malo decís bueno, y a lo bueno malo” (Is. 5 20).
(8) Agreguemos
de paso que si el “Católico-Liberal” adjudica de buena gana intenciones
perversas a sus opositores Católicos, es que tienen la obsesión de no ver sino
intenciones puras en los adversarios, lo que desde luego, vuelve más amables
sus errores, o, mejor dicho, sus “verdades parciales” como prefieren llamarlos.
(9) Siempre
actuales son las palabras de Luis Veulliot: “Posiblemente, son más las
verdades que perdemos porque los buenos no tiene el coraje de decirlas, que por
los errores que los malos han sabido multiplicar sin medida… No es la religión
la que os hace amables, es vuestra persona que lo es o no lo es; y el temor de
no ser amables termina por robaros todo coraje de ser verdaderos. Los otros os
alaban, pero ¿por qué? Por vuestros silencios y apostasías…” A su vez,
el R. P. De la Taille formula los dos sistemas de unión: el liberal, el
católico: “El asunto es saber si es aceptable para los católicos unirse
en un solo bloque con una masa de incrédulos determinada, y, por lo
tanto, marchar bajo una misma bandera, que evidentemente no será la bandera de
los principios católicos, sino la única que podrá ser enarbolada por la
generalidad de los incrédulos susceptibles de apoyarnos, es decir, la bandera
liberal…” No sería preferible que los creyentes, agrupados alrededor
de su bandera, concierten alianzas provisorias con los incrédulos, agrupados en
torno a la suya. “Estas coaliciones no exigen principios comunes: basta
la concordancia de intereses por más divergentes que sean los objetivos
ulteriores... El asunto aquí es, entonces, mantener la integridad de los
principios católicos por una parte, y por otra, tener la cantidad que se
presume de adherentes”. Por otra parte, es cierto que una alianza
sincera de este orden, sin darse una peligrosa fusión, no tendría de tal más que
el nombre.
(10) Croix, del
31 de diciembre de 1925.
(11) Se
podría decir de ellos, como de los Sillonistas, “Almas evasivas”.
Del
libro “Liberalismo y Catolicismo”, Padre Augustin Roussel.