“No dudemos, por consiguiente, en afirmar de nuevo
en público cuán grande es la esperanza por Nos depositada en el santo rosario
para curar los males que afligen nuestro tiempo. No con la fuerza, ni con las
armas, ni con la potencia humana, sino con la ayuda divina obtenida por medio
de esta oración, como David con su bondad, la Iglesia podrá afrontar impávida
al enemigo infernal, repitiendo contra él las palabras del adolescente pastor:
«Tú vienes a mí con la espada, con la lanza y con el escudo; pero yo voy a ti
en el nombre del Señor de los ejércitos..., y toda esta multitud conocerá que
el Señor no salva con la espada ni con la lanza» (1 Re 17, 44, 49).
Por esta razón, ¡oh venerables hermanos!, deseamos
vivamente que todos los fieles, siguiendo vuestro ejemplo y vuestra
exhortación, correspondan solícitos a nuestra paternal indicación, unidos sus
corazones y sus voces con igual ardor de caridad. Si aumentan los males y los
asaltos de los malvados, debe crecer igualmente el celo de todos los buenos y
hacerse siempre más vigoroso; esfuérzanse éstos por obtener de nuestra
amantísima Madre, especialmente por medio del santo rosario, el que cuanto
antes brillen tiempos mejores para la Iglesia y para la sociedad.
Roguemos todos que la poderosísima Madre de Dios,
movida por las plegarias de tantos hijos suyos, nos obtenga de su Unigénito el
que aquellos que se han desviado miserablemente del sendero de la verdad y de
la virtud, vuelvan a él con renovado ánimo; el que felizmente se aplaquen los
odios y las rivalidades que son fuente de discordia y de toda clase de
desventuras; el que la paz, aquella paz verdadera, justa y genuina, vuelva a
resplandecer sobre los individuos, sobre las familias, sobre los pueblos y
sobre las naciones; el que, finalmente, asegurados como es justo los derechos
de la Iglesia, aquel benéfico influjo derivado de ella, penetrando sin
obstáculos en el corazón de los hombres, entre las clases sociales y en la
entraña misma de la vida pública, aúne con fraternal alianza a la familia de
los pueblos y la conduzca a aquella prosperidad que regule, defienda y coordine
los derechos y los deberes de todos, sin perjudicar a nadie, siendo cada día
mayor por la recíproca y común colaboración. Pensad en los desgraciados.
Tampoco os olvidéis, venerables hermanos y dilectos
hijos, mientras entretejéis nuevas flores orando con el rosario mariano; no os
olvidéis, repetimos, de aquellos que languidecen desgraciados en las prisiones,
en las cárceles, en los campos de concentración. Entre ellos se encuentran
también, como sabéis, obispos expulsados de sus sedes únicamente por haber
defendido con heroísmo los sacrosantos derechos de Dios y de la Iglesia; se
encuentran hijos, padres y madres de familia, arrancados de los hogares
domésticos, que pasan su vida infeliz por ignotas tierras y bajo ignotos
cielos. Como Nos envolvemos con un afecto singular a todas estas gentes, así también
vosotros, animados de aquella caridad fraterna que enama de la religión
cristiana, unid junto a la nuestra vuestras preces ante el altar de la Virgen
Madre de Dios y recomendadlos a su corazón maternal. Ella, sin duda alguna, con
dulzura exquisita, aliviará sus sufrimientos, reavivando en los corazones la
esperanza del premio eterno y no dejará de acelerar, como firmemente confiamos,
el final de tantos dolores.
(De la Carta Encíclica “INGRUENTIUM MALORUM”
de S.S. Pío XII, 15 de septiembre de 1951)