Pero ¿qué
significa hoy ser católico?
Hoy día son católicos
Casal Castell, Constancio Vigil, los que escriben la revista Orden Cristiano
y por poco que me apuren hasta don Samuel Yankelevich y el Presidente
Roosevelt.
La Iglesia no es
actualmente, como fue en su principio, una pequeña sociedad cerrada, como una célula
comunista, cuyos componentes se conocían mutuamente, obedecían
estrictamente a una cabeza y cuando no cumplían eran puestos fuera de la comunión,
excomulgados.
La palabra católico,
así como muchas de las ceremonias y signos exteriores de la religión de
Cristo, así como algunas de sus ideas fundamentales separadas del tronco total,
así como toda su dogmática vaciada por dentro y vuelta mitología, se han
convertido en bienes mostrencos de que cualquiera puede echar mano
hoy día.
Este fenómeno
viene del protestantismo, que con su principio del libre examen autorizó
a cada quisque hacer de la religión mangas y capirotes al propio sabor y gusto.
En tiempo de San Pablo ya existían lo que él llama los falsos hermanos
—periculum in falsis fratribus. Pero en la forma y en la extensión de hoy,
la situación es nueva. Sobre ese fenómeno que se puede llamar el
desalambrado de la Iglesia, se está injertando la peor falsificación de la
fe que han visto los siglos, análoga a la falsificación del cristianismo que
hicieron Lutero, Calvino y Knox; pero esta vez de una sutileza y una potencia
increíbles.
Conozcamos pues
la situación de una buena vez: el Estado, que en el mundo moderno tiende a
separarse de la nación (pese a todas sus proclamaciones de democracia) y
a convertirse dentro de ella en un organismo parasitario, nido de tiranías, ha
dejado en la Argentina de ser católico, aunque cuando le venga en gana haga política
clerical, que es la falsificación de una política católica.
Y la prueba de
que ha dejado de ser católico es que no se guía ya por los principios
elementales de la moral católica en la producción de los actos mas solemnes y
transcendentales de su función rectora; como es eminentemente una declaración
de guerra. Las razones de la famosa proclama del general Farrel cuando entró
triunfalmente en la guerra europea en favor del (que iba ganando) Derecho,
Progreso y Civilización cristiana, eran, si ustedes recuerdan, de un amoralismo
infantil. Pero las razones verdaderas, que estaban detrás de la proclama, eran
más amorales todavía.
La única razón
por la cual una nación puede aceptar el terrible flagelo de la guerra, es la
justicia gravemente violada, con seguridad y no solo por conjetura, de hecho y
no solo potencialmente, en el presente y no solo en el futuro, respecto de ella
misma y no solo respecto de otras naciones, acerca de las cuales no tiene
mandato de tutelaje.
Este principio
se puede aceptar, o dejar de aceptar; pero el que lo deja, diga lo que quiera
decir, no es católico.
Mis amigos,
mientras quede algo por salvar; con calma, con paz, con prudencia, con reflexión,
con firmeza, con imploración de la luz divina, hay que hacer lo que se pueda por
salvarlo. Cuando ya no quede nada por salvar, siempre y todavía hay que salvar
el alma.
(¿Que me importa
a mí de vuestros cines, de vuestros
teatros, de
vuestras fiestas, de vuestros homenajes,
de
vuestras
revistas, de vuestros diarios,
de vuestras radios,
de vuestras
milongas, de vuestras universidades, de vuestros
negocios, de
vuestras politiquerías, de vuestros
amores, de
vuestros discursos, oh
rumiantes.
Oh rumiantes de
diarios, empachados de cine y ebrios
de palabrerías?
Dentro de pocos
años os espero en la Chacarita.)
Es muy posible
que bajo la presión de las plagas que están cayendo sobre el mundo, y de esa
nueva falsificación del catolicismo que aludí arriba, la contextura de la
cristiandad occidental se siga deshaciendo en tal forma que dentro de poco no
haya nada que hacer, para un verdadero cristiano, en el orden de la cosa pública.
Ahora, la voz de
orden es atenerse al mensaje esencial del cristianismo: huir del mundo, creer
en Cristo, hacer todo el bien que se pueda, desapegarse de las cosas criadas,
guardarse de los falsos profetas, recordar la muerte. En una palabra, dar con
la vida testimonio de la Verdad y desear la vuelta de Cristo.
En medio de este
batifondo, tenemos que hacer nuestra salvación cuidadosamente, al modo que el
artista con los materiales a su alrededor hace su obra, adentro de sí mismo primeramente.
No hay nada que no pueda servir-, si uno es capaz de pisarlo, para hacer escala
a Dios.
Por ejemplo,
ayer he visto un compañero mío amenazado con diez años de cárcel, que dice que
es inocente y yo creo que lo es. Mas él ha tomado su proceso ante todo como un medio
de ir a Dios. Si lo absuelven, tanto mejor. Tiene mujer e hijos.
Es probable que
la justicia argentina sea actualmente “una porquería” como dicen muchos que
tienen de ella experiencia activa o pasiva. El aforismo de mi amigo: “es más peligroso
caer en manos de la justicia argentina que ser criminal” es casi evidente. Un
pobre tipo que conozco, condenado a doce años de prisión por un juez, fue
declarado inocente por la Cámara de Apelaciones; pero entretanto había cumplido
ya ocho anos de reclusión, que fue lo que duró el proceso.
Pero para un
cristiano esto no es el problema, es solamente un problema. ¿Te
han condenado siendo inocente? Si buenamente y no haciendo mal ninguno puedes
escapar, escapa. Pero si no puedes, sepas que no hay ningún hombre inocente, no,
ni siquiera el niño recién nacido. Desde luego, yo te compadezco y te amo, y
haré por ti cuanto pueda. Si pudiera quedarme en el cautiverio en lugar tuyo
como hizo Paulino de Nola, juro que lo haría con la gracia de Dios.
Los primeros
cristianos no soñaban con reformar el sistema judicial del Imperio Romano, sino
con todas sus fuerzas en ser capaces de enfrentarse a las fieras; y en
contemplar con horror en el emperador Nerón el monstruoso poder del diablo
sobre el hombre.
Ni con el juicio
oral, ni con el juicio político, ni con la Suprema Corte van a curar nada,
mientras los argentinos de hoy seamos lo que somos, esencialmente
descangallados, mientras perdure el desorden y el histerismo actual y la gran
maquinaria invisible de ese desorden y ese
histerismo, vigilada celosamente por el Ángel de las Tinieblas.
Pero eso sí, que
no pongan sobre esa maquinaria, ni sobre lo que es puramente terreno (como
Sarmiento, Chapultepec y la democracia), que todo es mortal y
contaminado, ni a la persona de Cristo, ni su Nombre, ni su Corazón, ni la imagen
inviolable de la Mujer que fue su Madre. Con esto sí que no hay
reconciliación. Contra esto hay guerra perpetua. Mientras yo tenga vida, mi
función (y para eso me alimenta el pueblo cristiano) es luchar contra el error
religioso, la mentira en el plano de lo sacro y el Padre de la Mentira. Sin
eso, no puedo salvar mi alma, ni me es lícito dormir, ni comer siquiera.
Yo no sé de
cierto si estamos o no cerca del fin del siglo, tal como estoy cierto que yo
estoy cerca de dejar pronto este encantador Siglo Veinte. Pero lo sospecho.
Y lo deseo. El fin del siglo es el retorno de Cristo. Para ver el retorno de
Cristo vale la pena pagar la entrada.
Cristo anunció
que esa entrada no sería barata. Pero que valía la pena.
Veni, Dómine
Jesu.
Leonardo
Castellani, S . J .
(Villa Devoto,
24 de Febrero de 1945).
(Decíamos ayer)