En la parte I, vimos que TODA CLASE DE MILENARISMO
DEBE SER RECHAZADA.
En esta entrada probamos que el Catecismo del
Concilio de Trento y el Catecismo de San Pío X, cuando explican la segunda
petición del Padrenuestro ("Venga a nos tu Reino"), NUNCA se refieren
a un supuesto reino milenario de Cristo.
3ª.- De la segunda petición.
294.- ¿Qué entendemos por REINO DE DIOS? - Por reino de Dios
entendemos un triple reino espiritual: el reino de Dios en nosotros, que es la
gracia; el reino de Dios en la tierra, que es la Iglesia Católica, y el reino
de Dios en el cielo, que es la bienaventuranza.
295.- ¿Qué pedimos en orden a la gracia con las
palabras VENGA A NOSOTROS TU REINO? - En orden a la
gracia, pedimos que Dios reine en nosotros con su gracia santificante, por la
cual se complace de morar en nosotros como rey en su corte, y que nos conserve
unidos a sí con las virtudes de la Fe, Esperanza y Caridad, por las cuales
reina en nuestro entendimiento, en nuestro corazón y en nuestra voluntad.
296.- ¿Qué pedimos en orden a la Iglesia con las
palabras venga a nosotros tu reino? - En orden a la
Iglesia, pedimos que se dilate y propague por todo el mundo para la salvación
de los hombres.
297.-
¿Qué pedimos en orden a la gloria con las palabras venga a nosotros tu reino? - En orden a la
gloria, pedimos ser un día admitidos en la bienaventuranza, para la que hemos
sido creados, donde seremos cumplidamente felices.
“CATECISMO ROMANO O DE TRENTO O DE SAN PÍO V”,
Parte Cuarta, Cap. III, Segunda petición del Padrenuestro (Mercaba.org):
(…)
III. "Venga a nos tu Reino"
A) Diversos significados de la palabra
"reino"
Reino es una palabra de amplio significado. Para precisarle mejor
convendrá analizar las distintas expresiones con que frecuentemente aparece en
la Sagrada Escritura.
1) En su sentido más obvio y común, el "reino de Dios"
significa el poder que tiene el Señor sobre todo el género humano v sobre toda
la creación y la admirable providencia con que rige y gobierna a todas las
criaturas. Tiene en sus manos -escribe el profeta- las profundidades de la
tierra, y suyas son también las cumbres de los montes (Ps 94, 4). "Las
profundidades de la tierra" equivale a decir todo lo creado, todo lo que
en el mundo se contiene, aun lo más oculto y desconocido para el hombre.
¡Señor, Señor -exclama Mardoqueo en el libro de Ester-, Rey omnipotente, en
cuyo poder se hallan todas las cosas, a quien nada podrá oponerse si quisieres
salvar a Israel!... Tú eres dueño de todo y nada hay, Señor, que pueda
resistirte (Est 13, 9-11).
2) Se usa también, y de modo especial, "el reino de Dios" para
significar el gobierno y providencia con que Dios rige y se cuida del hombre en
la tierra, particularmente de los justos y santos: Es Yavé mi pastor; nada me
falta (Ps 22, 1); Yavé es nuestro Rey, él nos salva (Is 33, 22).
B) El reino de Dios no es de este mundo
Y aunque ya en la vida terrena los justos viven sometidos a la ley de
Dios, no obstante, según explícita afirmación de Cristo, su reino no es de este
mundo (Jn 18,36). Es un reino que no tuvo su principio en el mundo ni acabará
con él.
También los reyes, emperadores y jefes de Estado tienen su reino en el mundo; pero su soberanía tiene su origen en los hombres por medio de elecciones, de violencias o injusticias. Cristo, en cambio, fue constituido Rey y Señor por Dios; y su reino es el reino de la justicia: Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo (Rm 14, 17).
Reina en nosotros Cristo por las virtudes de la fe, de la esperanza y de
la caridad; por medio de ellas participamos de su reino, nos hacemos de modo
singular súbditos de Dios y nos consagramos a su culto y veneración. Como San
Pablo pudo escribir: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2, 20),
también nosotros podemos afirmar: Reino yo, mas no soy yo el que reino; reina
en mí Cristo.
C) El reino de la Gracia y el reino de la Gloria
Llámase a este reino justicia ("el reino de la Gracia") porque
es fruto de la justicia de Cristo nuestro Señor. Él mismo dice: El reino de
Dios está dentro de vosotros (Lc 17,21). Porque aunque Jesucristo reina por la
fe en todos los que pertenecen a la Iglesia, su reino se actúa de manera
especial en quienes, animados por la fe, esperanza v caridad, son sus miembros
puros, santos y vivos: miembros en los que se puede decir que reina la gracia
de Dios.
Hay aún otro reino: el de la gloria de Dios. A él se refería Cristo en
el Evangelio: Venid, benditos de mi Padre; tomad posesión del reino preparado
para vosotros desde la creación del mundo (Mt 35, 24). Éste es el reino que
pedía sobre la cruz el buen ladrón: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
reino (Lc 23, 42). A este reino aludía también San Juan en el Evangelio: Quien
no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos
(Jn 3, 5). Y San Pablo: Ningún fornicario, o impuro, o avaro, que es como
adorador de ídolos, tendrá parte en la heredad del reino de Cristo y de Dios
(Ep 5, 5). Es el reino anunciado por el Maestro en varias de sus parábolas.
El reino de la gracia precede necesariamente al reino de la gloria,
porque es imposible que reine en el de la gloria quien no hubiera reinado antes
en el de la gracia de Dios. Cristo nos dijo que la gracia es fuente de agua que
salta hasta la vida eterna (Jn 4, 14).
La gloria, por lo demás, no es más que la gracia perfecta y absoluta.
Mientras el hombre -durante la vida terrena- camina en el cuerpo débil y mortal
lejos de la patria, tropieza y cae si rechaza el apoyo de la gracia; pero
cuando, iluminado por el esplendor de la gloria, entre en la bienaventuranza
del reino eterno y en la perfección del cielo, desaparecerá todo pecado y
debilidad, sustituido por la plenitud perfecta de la vida, y después de nuestra
final resurrección reinará Dios en el alma y en el cuerpo. (Cf. art. del Credo
"Creo en la resurrección de la carne").
IV. Universalidad de esta petición
La petición "Venga a nos el tu reino" tiene una amplitud de
intención universal. Pedimos en ella que el reino de Cristo-la Iglesia-se
dilate por todas partes; que los infieles y judíos se conviertan a la fe de
Jesucristo y reciban en sus corazones la revelación del Dios vivo y verdadero;
que los herejes y cismáticos retornen a la verdadera fe y vuelvan a entrar en
la comunión de la Iglesia, de la que viven separados.
Pedimos el cumplimiento de las palabras de Isaías: Ensancha el espacio
de tu tienda, extiende las pieles que te cubren; no las recojas, alarga tus
cuerdas y refuerza tus clavos, porque extenderás a derecha e izquierda, y tu
descendencia poseerá las naciones y poblará las ciudades desiertas. Las gentes
andarán en tu luz, y los reyes, a la claridad de tu aurora. Alza los ojos y
mira en torno tuyo; todos se reúnen y vienen a ti; llegan de lejos tus hijos, y
tus hijas son traídas a ancas (Is 54, 2-5 Is 60, 3-4).
Y puesto que hay muchos aun en la misma Iglesia que confiesan a Dios con
las palabras y le niegan con las obras, porque -esclavos del demonio, que por
el pecado habita en ellos como en casa propia- tienen una fe desfigurada y
deforme, pedimos también al Padre que venga para ellos su reino, para que,
ahuyentadas las tinieblas del mal, sean iluminados por los rayos de la luz
divina y restituidos a su antigua dignidad de hijos de Dios.
Pedimos también para la heredad del Señor la victoria sobre los herejes
y cismáticos, sobre los escandalosos y los viles, de manera que, purificado el
campo de la Iglesia por el Padre celestial, pueda ésta tributarle el homenaje
de un culto piadoso y santo en el gozo de una paz serena y tranquila.
Pedimos, por último, que sólo viva y reine en nosotros Dios; que no
vuelva a repetirse en nuestras almas la muerte espiritual de que tantas veces
fuimos víctimas; que sea absorbida ésta por la victoria de Cristo nuestro
Señor, victorioso de todos los enemigos y soberano dominador de todas las
cosas.