Si la ideología masónica de la
revolución francesa adoptó una imagen que la representara en la figura de una
mujer, la llamada “Marianne”, luego llevada al lienzo por Delacroix en su
famosa pintura “La Libertad guiando al pueblo”, donde aparece la mujer de gorro
frigio con un fusil en una mano y la bandera tricolor en la otra, guiando una
turba de facinerosos revolucionarios y con los pechos al aire (“casualmente”
como el promocionado grupo terrorista-feminista Femen y otros que hoy hacen lo
mismo); si la revolución judeo-soviética de 1917 adoptó el afiche de propaganda
con la efigie de la mujer erguida y desafiante para alegorizar sus violentas “conquistas
libertarias”; si la también criminal revolución de la República española (1931)
tomó a la mujer como símbolo de sus “bondades” masónicas; si el liberalismo
yanqui de los años ‘40 y ‘50 usó, en esos años victoriosos, la propaganda de
las “chicas pin-ups” que lo identificaban con los eróticos y sensuales
atractivos de la “libertad” en todo el mundo; también podemos preguntarnos,
¿cómo finalmente la revolución conciliar en la Iglesia no iba a terminar por
exhibirse en un emblema, no oficialmente declarado, pero sí convocado, al
presentar con una imagen femenina lo que ella pretende ser? Y por supuesto, esa
imagen, ya que debe mostrar a las masas mundanas del mundo liberal lo que ella
es, no puede ser la Sma. Virgen María ni las Santas que ha dado la Iglesia en
su historia, ya que la iglesia conciliar per
se es una iglesia que se ha aggiornado
al mundo moderno y sus inobjetables progresos en materia de “libertad”,
“igualdad” y “derechos humanos”. Y puesto que el mundo ingresó al Vaticano, la
imagen de esa mujer debe simbolizar lo
que es este mundo que simula ser “cristiano”, cualquier cosa que ello
signifique en estos tiempos.
En este caso es Francisco quien, llamado
mediáticamente “el papa de los gestos”, no se ha quedado atrás en ese
apresurado exhibicionismo gestual que pretende dar un mensaje indubitablemente
claro de comunión con el mundo. Es por eso que podría decirse, en consonancia
con la simbología manejada por la revolución en sus distintas versiones y
etapas históricas, que ahora en la “teología de la mujer” que impulsa
Francisco, la Magdalena se exhibe impúdicamente sin llegar a ser nunca una
penitente, sino tan sólo una “misericordiadora” que merced a sus gestos filantrópicos
y solidarios, descansa de su abrumadora
impudicia, liberándose así de toda necesidad de limpiarse de lo que otrora se
llamaban “pecados”. Con lo que cubierta bajo el amparo de una falsa
misericordia, se empantana cada vez más en esta suerte de trampa elaborada por
los fariseos modernos, que para no dejar entrar a los demás que “no son como
ellos”, simplemente han dejado de arrojar las piedras, que no dan buena
publicidad, para falsearles el camino a la salvación. Crueldad que aparece con
rostro amable, pero que no puede ser nunca caridad pues deja a un lado lo que
la fundamenta: la verdad.
Es así entonces que distintas féminas de
la “farándula” han sido llamadas a desfilar por el Vaticano con sus impudorosas
performances a cuestas, como en unas carnestolendas que son capaces de exponer,
a instancias de Francisco, la mejor de las intenciones con la peor de las
demostraciones. Es la puesta en escena de ese “viví y dejá vivir” perorado por aquel
en una entrevista con una vulgar revista mundana, así solo sin aditamentos, sin
predicado, sin el cómo y para qué o mejor para Quién vivir, se connota en una
ya asqueante atmósfera de “buenismo” que cree poder unir la gracia y el pecado,
la Iglesia y el mundo, para seguir viviendo con total tranquilidad, adormecidas
y/o oscurecidas las conciencias. El Dios de los católicos, único Dios, la
Trinidad Santa, podría quizás decirles como ya lo hizo por boca del profeta
Isaías: “Ya me tienen hastiado. Yo no
gusto de los holocaustos de carneros, ni de la gordura de animales pingües, ni
de la sangre de los becerros, de los corderos y de los machos cabríos. Cuando
os presentáis ante mi acatamiento, ¿quién demandó estos dones de vuestras
manos, para pasearos por mis atrios? No me ofrezcáis más sacrificios
inútilmente; abomino del incienso” (Is. 1, 11-12). Cuánto más cuando a un
rito dudoso, espurio y desacralizante, tan dudoso que hasta el mismo oficiante
evita la genuflexión ante quien (¿supone, cree?) es el Omnipotente en la
Sagrada Eucaristía, cuánto más si a ese rito bastardo le acompaña en la
solemnidad monumental del templo entre todos los templos, la profanidad de un
espectáculo musical bochornoso para lo que se sugiere o comunica que se lo
hace, esto es, para glorificar a Dios, y además llevado a cabo por personajes indiferentes
y aún irreverentes a la Religión, extraños en absoluto al sentido de un
verdadero sentido místico de la Misa, y por lo tanto no ya imbuidos de una
automatización y rutina en la celebración u ofrecimiento del sacrificio, sino
más allá de eso, cargados de una mundanidad pecaminosa pública que el tan
condenador de mundanidades Francisco no se inmuta en corregir.
De tal modo que subiendo la apuesta en
su depravación del culto con el que se afirma que se desea honrar a Dios,
Francisco ahora trasladó la chatarra cultural marxista-indigenista con un espectáculo
denominado “Misa criolla” de la castigada Iberoamérica a San Pedro en Roma para
decir al mundo que esa es la imagen ahora “remozada” de la Iglesia en su
mentalidad vulgarizante y “populista”, fijamente puesta la mira en cumplir el
triste destino que el Vaticano II ha querido infligirle a la Iglesia católica.
La imagen que Francisco ha mentado algunas veces, para hablar de la Iglesia, es
la de una viuda que espera a su Esposo, Cristo. La ha comparado hasta con la
viuda de Naím. Pero en los hechos Francisco apuesta a dar un mensaje inequívoco
a través de los medios de comunicación, doblando cada vez más la apuesta. Por
eso puede afirmarse, siguiendo los ejemplos dados en distintas etapas de la
revolución mundial anticristiana, que ahora la imagen simbólica de la iglesia
versión conciliar es la “prostituta buena”, la mujer sensual que no recibe
condena pero tampoco perdón, sino el prestigioso galardón de cantar en una misa
en la fiesta de la Inmaculada Madre de Dios. La mujer con la que todos fornican
(siquiera imaginariamente) es introducida en el templo no para que salve su
alma, ya arrepentida y convertida a nueva vida, sino que premiada por su
malvivir, se pide contribuya a mundanizar aún más la religión del hombre que se
hace como Dios.
Así es como de la mano de Francisco
llegó a Roma una cantante de rock y temas melódicos que el año pasado firmó
contrato con una empresa de lencería y desde entonces exhibe escandalosamente sus
carnes (a los 56 años de edad) públicamente; una mujer que ha trabajado en
Teatro de Revistas, es decir, obras de vedettes semidesnudas, canciones y
chabacano “humor” sexual; una cantante que ha salido de gira con dos de sus
amigas cantantes lesbianas que han hecho uso del “derecho” al “matrimonio
igualitario”; una actriz que apoya un gobierno anticristiano como es el de
Kirchner en Argentina, etc, etc.
Bergoglio realizó una metódica y eficaz
labor de destrucción de la Iglesia oficial en la Argentina, profundizando,
mientras daba discursos austeros y tenía gestos demagógicos y acomodados a los
personajes que se apoderaban “democráticamente” de los resortes del poder, una
desacralización y pauperización doctrinal y litúrgica que ha postrado al país
en la mayor de las estulticias. Con esa experiencia a cuestas, exporta ahora el
“modelo”, potenciado, para disponer de la iglesia conciliar, cual señora
emputecida, para olvidar a ese Señor que lleva mucho en los labios, pero al que
infiere afrenta tras afrenta en las obras.
Bueno es entonces, ante el panorama
desolador de la iniquidad en avance, no olvidar que ante esa deformante imagen
de los manipuladores, se yerguerá siempre la imagen invencible de la Madre de
Dios, en este caso desde su tilma milagrosa guadalupana, símbolo este sí de una
Iglesia que ante los poderosos embates y furiosos ataques de sus enemigos,
permanece incólume a lo largo de los siglos, siempre victoriosa, anunciando a
los pobres oprimidos por la barbarie satánica, la liberación. A esa imagen
llevemos la mirada, pues, cuando la imagen aborrecible de la iglesia conciliar
se nos presente insultante y desvergonzada con su sonrisa prostibularia ante el
batir hiriente de los tambores que nos recuerdan que estamos en guerra.