"Los jóvenes dedicados al estudio de la
sabiduría se abstengan de todo lo venéreo, de los placeres de la mesa, del
cuidado excesivo y superfluo ornato de su cuerpo, de la vana afición a los
espectáculos, de la pesadez del sueño y la pigricia, de la emulación,
murmuración, envidia, ambición de honra y mando, del inmoderado deseo de
alabanza. Sepan que el amor al dinero es la ruina cierta de todas sus
esperanzas. No sean ni flojos ni audaces para obrar. En las faltas de sus
familiares no den lugar a la ira o la refrenen de modo que parezca vencida. A
nadie aborrezcan. Anden alerta con las malas inclinaciones. Ni sean excesivos
en la vindicación ni tacaños en perdonar. No castiguen a nadie sino para
mejorarlo, ni usen la indulgencia cuando es ocasión de más ruina. Amen como
familiares a todos los que viven bajo su potestad. Sirvan de modo que se
avergüencen de ejercer dominio; dominen de modo que les deleite servirles. En
los pecados ajenos no importunen a los que reciban mal la corrección. Eviten
las enemistades con suma cautela, súfranlas con calma, termínenlas lo antes
posible. En todo trato y conversación con los hombres aténganse al proverbio
común: "No hagan a nadie lo que no quieren para sí". No busquen los
cargos de la administración del Estado sino los perfectos. Y traten de
perfeccionarse antes de llegar a la edad senatorial, o mejor, en la juventud. Y
los que se dedican tarde a estas cosas no crean que no les conciernen estos
preceptos, porque los guardarán mejor en la edad avanzada. En toda condición,
lugar, tiempo, o tengan amigos o búsquenlos. Muestren deferencia a los dignos,
aun cuando no la exijan ellos. Hagan menos caso de los soberbios y de ningún
modo lo sean ellos. Vivan con orden y armonía; sirvan a Dios; en Él piensen;
búsquenlo con el apoyo de la fe, esperanza y caridad. Deseen la tranquilidad y
el seguro curso de sus estudios y de sus compañeros; y para sí y para cuantos
puedan, pidan la rectitud del alma y la tranquilidad de la vida".
El Orden, L II, cap. 8 n° 25.