Algunos
quedaron “escandalizados” por las reflexiones del P. Deman sobre la obediencia
en relación con la prudencia. Para ilustrar aquellas profundas observaciones
traemos hoy un ejemplo concreto, tomado de la parte de “un superior religioso”,
fundador para más señas, a quien –“a más, a más” por razón de voto– unas
religiosas debían obediencia. Conmovedor y edificante testimonio de grandeza de
alma y de eximia prudencia, preocupado delicadamente por que la obediencia sea
humana, responsable, discreta. Don V.A. Berto se dirige a una de “sus”
religiosas:
Dirigid
vuestra vida en la paz y en el gozo, dentro de la ligera austeridad de vuestra
regla. Haced siempre lo que ella os demande, esperando, si es necesario, que se
precise el punto de la obediencia. Admito que yo mismo no pongo demasiada
solicitud en precisarlo.
Me da miedo
que el compromiso de obediencia os vuelva tímidas, vacilantes, timoratas ante
las iniciativas y las responsabilidades. Tengo miedo de que os pueda
proporcionar la ilusión de cumplir completamente la voluntad de Dios con el
pretexto de que, por el hecho de obedecerme, pensarais tener la seguridad de
haberla cumplido, de suerte que os creyerais dispensadas de buscarla y de
mirarla directamente a la cara. En el deseo de obedecer puede esconderse la
pereza de alma, la dimisión de uno mismo. En absoluto niego que, por otro lado,
el voto de obediencia no tenga mérito en sí, ¡pero hasta qué punto debe ser
purificado de toda escoria el deseo de realizarlo! Por lo demás, en las cosas
que no están intrínsecamente ligadas a la caridad no hay una voluntad divina determinada
con antelación. Por poner un ejemplo: ¿en qué sentido cumples más la
voluntad de Dios si, porque yo lo haya “ordenado”, recitas el rosario antes y
no después de la cena en lugar de hacerlo en ese mismo momento por tu propio
juicio, suponiendo que no lo tengas enturbiado por la ligereza, el capricho o
la terquedad, sino en plena abnegación propia? De manera que si en vuestra vida
–al menos tal como yo la entiendo, salvo mejor juicio– es necesaria una parte
de obediencia, debe ser únicamente para asegurar la unidad de los esfuerzos y
la colaboración de cada una a la obra común, pero sin pretender dispensaros de
todo esfuerzo por colocar inmediatamente vuestra voluntad propia en las manos
de Dios.
Victor-Alain
Berto
[De “Notre Dame de Joie. Correspondance de
l’abbé V.A. Berto”, Paris: Nouvelles Editions Latines, 1974.
pp. 144-5].