“¿Qué he hecho yo por Cristo?”
(San
Ignacio)
Dios, que recibes hasta la derrota,
cuando ha luchado tanto el derrotado
que de su sangre la postrera gota
quedó sobre el costado traspasado.
Dios, que no despreciaste ni el desastre
cuando ha luchado un poco el desastrado
pero la ola, el viento, el rumbo, el lastre
y los astros no estaban de su lado.
Dios, a quien no lo aterra ni el derrumbe
cuando el escombro de lo derrumbado
dejó un pabilo, un hálito, una lumbre
con que encender el incendio iluminado.
Dios, que eres capaz de alzar la ruina
cuando no amó su ruina el arruinado,
cuando gime sobre ella y adivina
la huella en ella del primer pecado.
Que con dejar lo caedizo
no quedarías bien acreditado,
harías como todos, como hizo
siempre el vulgo desaconsejado.
Señor, que siempre sanaste lo vencido
más que al triunfante desapoderado
porque incluso de lo ya fenecido
surge, si quieres, lo resucitado.
Rey, cuyo corazón se va al herido
más bien que al corazón acorazado,
que más por el enfermo habrás venido
a nuestra tierra que por el sanado.
Rey a quien no interesa la victoria
sino que sea el juego bien jugado
y más que los laureles de la historia
que salga alguno, y sea buen soldado.
Que sobre la política contienda
no estás ni con uno ni con otro lado
y estás encima dando siempre rienda
al que se mata por un sueño honrado.
Mírame, oh Rey, mi vida dimediada
la flor de mi vivir ya dimediado,
con este gran dolor en el costado
de no haber hecho nada, nada, nada.
De no haber hecho nada consecuente
a todo lo soñado y deseado,
de no haber hecho nada equivalente
al gran honor del estandarte alzado.
Mírame, oh Rey, el hontanar vacío
el gran terreno yermo abandonado
y ven Tú mismo un día como un río
en mi vacío nunca resignado.
Ven Tú mismo, Señor, a mi hondo abismo
y no lo cures por apoderado,
pues creaste el mundo por Tí mismo
y portmismamente lo has salvado.
Porque si llego al ataúd sombrío
sin una flor en el peñón pelado
no eres injusto porque nada es mío,
pero no fueras tan santificado.
Pues fuera todo desaprovechado
y un lance y un albur tan mal perdido
de hacer un gran milagro insospechado
diferente de todos los que han sido.
El más milagro y milagrez más pura,
el más sencillo y simplemente dado
inmerecidamente regalado
a su creatura de la nuca dura
por el Creador de todo lo creado.
P. Leonardo Castellani