“Me hace acordar lo que dijo el Nuncio Zanín
a un amigo mío que si yo me declaraba culpable (de lo que no había hecho) me
perdonaría. De modo que tenía que cometer otro pecado (mentir) para obtener
perdón. Esta situación ridícula (aunque trágica para mí en aquellos tiempos)
puse en solfa en el N° de Abril (“CATECISMO”) aludiendo humorísticamente a que
para librarse de castigos injustos, un inocente tenía que perpetrar un pecado,
mentir. Evidentemente a un inocente no se le puede “perdonar”; pero se puede (y
debe) averiguar si lo es, Almenos escuchándolo; y en ese caso, hacerle justicia
e incluso reparación.
No me doy por inocente, sino por pecador;
pero no de aquello que me achacaban al rumbo.”
P. Castellani, Periscopio, 11 IV 69, Jauja N°
30, Junio 1969.
El Padre Castellani nos hace recordar con sus
palabras, inevitablemente, el famoso “acto de misericordia” de Benedicto XVI
hacia los obispos de la FSSPX cuando el “levantamiento de las excomuniones”
inexistentes, que la FSSPX aceptó para “librarse de castigos injustos” como
dice Castellani, cubriendo la aceptación de la mentira con la excusa de la
“caridad” para llegar con su obra de apostolado a una mayor cantidad de gente.
Esa situación ridícula que involucró con
distinto grado de responsabilidad a las autoridades y los miembros que
consintieron por entonces en la Fraternidad, nos lleva a pensar en un ensayo de
Chesterton que con su habitual lucidez indaga en el tema central de una
tragedia. Nos estamos refiriendo a “Los Macbeth”. “La base de toda tragedia –dice allí el maestro inglés- es que el hombre vive una vida coherente y
continua”. Pero Macbeth tiene una gran idea que lo hundirá y que
Shakespeare plasma de maravilla, este hecho que Chesterton sintetiza así: “No se
puede realizar una cosa descabellada para gozar después de un estado de razón”.
Y así como “la loca resolución de Macbeth
no es un remedio”, el “perdón” obtenido sin la verdad y sin justicia ni
reparación por la Fraternidad no ha hecho más que abrirle la puerta a un estado
de incoherencia, sinrazón y convulsiones que han acabado con la “normalidad” de
la congregación, dividiéndola y llevándola a perder su identidad inicial. Y de
un modo u otro todos los que han sido partícipes de tal decisión descabellada
participan de sus nefastas consecuencias (estén hoy dentro o fuera de la FSSPX),
hasta tanto no se repare el daño de tal acción, y se asuma plenamente tal acto
como lo que fue. Pero desde luego que ese sinceramiento significaría para las
actuales autoridades tener que dar un paso al costado y volver a desandar el
camino, cosa que a todas luces no se quiere ni puede hacer pues “si usted toma una decisión morbosa, no
conseguirá otra cosa que volverse más morboso; si comete algún acto ilegal, el
único resultado que obtendrá será meterse en una atmósfera mucho más sofocante
que la de la ley” (Chesterton). De manera que un acto tras otro trajo la
limitación de la FSSPX en esa atmósfera sofocante del liberalismo, realizando
actos injustos, despóticos e ilegítimos, como consecuencia de toda una serie de
medidas aberrantes que caracterizan esta su tragedia, llegando incluso a usar a
la Santísima Virgen con las “cruzadas de rosarios” para justificar sus
trapisondas.
Tragedia que sin embargo no parece tener como
protagonista destacado una figura de la talla heroica de Macbeth, derrotado por
el fatalismo supersticioso, sino, como corresponde a estos tiempos vacuos de
liberalismo y corrección política, a una figura que busca consenso mediante
sonrisas diplomáticas y maniobras nimbadas de “santidad”, pregonadas por una
empresa de “branding”. Sólo un acto público de contrición podría detener el
castigo que se ha cernido desde el Cielo por tan grave infidelidad.