“La
locura puede definirse como uso de la actividad mental, hasta llegar a la impotencia
mental; y todos ellos [los autores modernos], casi han llegado. Aquel que
piense que está hecho de vidrio, piensa en pro de la destrucción del
pensamiento; porque el vidrio no puede pensar. Así también el que no quiere
rechazar nada, quiere en pro de la destrucción de la voluntad; porque voluntad
no es sólo poder elegir algo, sino rechazar casi todo.
Y
así que vuelvo y revuelvo sobre los inteligentes, hermosos, cansadores e
inútiles libros modernos; el título de uno de ellos detiene mi mirada. Se llama
"Juana de Arco" de Anatole France. Solamente lo he hojeado, pero una
mirada bastó para recordarme la "Vida de Jesús", de Renán. Sigue el
mismo método que el reverente escéptico. Desacredita los relatos sobrenaturales
que tienen algún fundamento, simplemente contando historias naturales que no
tienen fundamento alguno. Porque no podemos creer en lo que hizo un santo,
debemos pretender que sabemos exactamente lo que sintió. Pero no menciono a
ninguno de ambos libros con objeto de criticarlo, sino porque a causa de la
accidental combinación de los nombres, recordé dos sorprendentes ejemplos de
sensatez que hacen desaparecer todos los libros que tenía ante mí. Juana de
Arco no se turbó en la encrucijada, ni rechazando todas las sendas como Tolstoy
ni aceptándolas todas como Nietzsche.
Eligió
un camino y lo recorrió como reguero de pólvora. No obstante, cuando vine a
pensar en ella, vi que Juana poseía todo lo que fue verdad en Tolstoy y en
Nietzsche; aun todo lo que en ambos fue tolerable. Pensé en todo lo que es
noble en Tolstoy; el placer de las cosas sencillas, especialmente de la piedad
sencilla, la deferencia para el pobre, la dignidad de las espaldas dobladas.
Juana de Arco, tuvo todo eso, más este gran agregado: que sobrellevó la pobreza
tan bien como la había admirado, en tanto que Tolstoy fue un aristócrata típico
tratando de hallar su secreto. Y luego pensé en todo lo que había de valiente,
y de arrogante y de patético en el pobre Nietzsche, y su rebelión contra la
vaciedad y la timidez de nuestro tiempo. Pensé en su grito de alarma por el
estático equilibrio del peligro, su ansiedad por la disparada de los grandes
caballos, su grito a las armas. Bien, Juana de Arco tuvo todo eso y, otra vez,
con esta diferencia; que no alabó la lucha, pero luchó. Sabemos que no temía a
un ejército, mientras que Nietzsche, por todo lo que sabemos, pudo tener miedo
de una vaca. Tolstoy solamente alabó al campesino; ella, fue campesina.
Nietzsche alabó al guerrero; ella fue guerrero. Ella los derrota a ambos en sus
propios ideales antagónicos: fue más dulce que el uno y más violenta que el
otro. No obstante, fue una persona perfectamente práctica que hizo algo, en
tanto que ellos son feroces especuladores que no hicieron nada. Era imposible
que no cruzara por mi mente el pensamiento de que ella y su fe, tenían quizá un
secreto de unidad y utilidad moral, que se nos ha perdido. Y con este
pensamiento vino otro más vasto y la figura colosal de su Señor, cruzó por el
teatro de mis reflexiones.”
«Ortodoxia»,
cap. 3.