“Faites
misericorde au Pauvre
moine qui meurt…”
Verhaeren.
Ten piedad,
cuando muera, del pobre pecador
y recibe en tus
manos su espíritu, Señor;
cuando el
cuerpo, comido de plagas, se derrumba
y es un montón
de ruinas que ha de tragar la tumba;
cuando sumos
dolores le traigan el mensaje
de que ya llega
el término de su efímero viaje;
cuando el cirio
ilumine la palidez inerte
de su cara
lavada del sudor de la muerte;
cuando las
pulsaciones en su bregar titáneo
le suenen como
golpes de válvula en el cráneo;
cuando de los
sentidos abandone el imperio
y sus ojos
enturbien las sombras del misterio;
cuando las
oraciones mansas de sus hermanos
lleguen a su
cerebro como ruidos lejanos;
cuando, fanal
del viaje del que no vuelve nadie
el pan deificado
sobre el copón irradie;
cuando las cosas
todas se esfumen de su lado
como borrosos
sueños sin color; y cansado
de luchar con la
sombra que le envuelve y le arredra
quede inmóvil el
párpado sobre el globo de piedra;
cuando las
ligaduras de su espíritu, inválidas
se rompan como
frágiles cáscaras de crisálidas;
cuando medroso,
débil, tembloroso, contrito
creado de la
nada, caiga en el infinito;
y sienta el alma
frágil al dar el grande salto
la impresión
formidable de caer de lo alto
y se agarre a
las médulas de su cuerpo ya frío
con el
desesperado vértigo del vacío...
cuando el fallo,
las culpas, lo imprevisto, lo ingente
y lo eterno lo
espanten inenarrablemente;
cuando tu
inteligible luz lo envuelva en un mar
de fuego, y lo
conduzca donde lo has de juzgar...
Cristo, Tú no lo
mires con el mirar acerbo
recibe en paz,
Teandros, el alma de tu siervo;
Redentor, no la
arrojes del eterno festín
y después de
esta vida, ¡que descanse por fin!