Número CCCLXVI (366)
19 de julio de 2014
PRIORIDAD DE LA
TRADICIÓN
Mons. Williamson
La palabra “Magisterio”, que viene del latín para
“maestro” (“magister”), significa en la Iglesia tanto la autorizada enseñanza
de la Iglesia como sus autorizados Maestros. Ahora bien, así como el maestro es
superior a lo enseñado, así estos Maestros son superiores al pueblo católico
que recibe la enseñanza. Pero los Maestros católicos tienen libre albedrío y
Dios los deja libres para errar. Entonces, si ellos yerran gravemente, ¿puede
el pueblo hacer frente resueltamente a ellos y decirles, por muy
respetuosamente que sea, que ellos están equivocados? La pregunta es contestada
por la verdad. Es solamente cuando la mayoría de los hombres han perdido la
verdad, como hoy en día, que la pregunta puede devenir confusa.
Por un lado, por cierto Nuestro Señor dotó a Su
Iglesia con autoridad enseñante para enseñarnos a nosotros, seres humanos
falibles, esa Verdad que es la única que nos pueda llevar al Cielo – “Pedro,
confirma a tus hermanos”. Por otro lado, Pedro solamente debía confirmarlos en
esa fe que Nuestro Señor le había enseñado – “Pero Yo he rogado por ti, a fin
de que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”
(Lc.XXII,32). En otras palabras, esa fe es la que gobierna a Pedro cuya función
es solamente guardarla y expandirla fielmente, tal como fue depositada con él,
el Depósito de la Fe, para ser transmitido por siempre como la Tradición. La
Tradición le enseña a Pedro quien a su vez enseña al pueblo.
El Vaticano I (1870) dice la misma cosa. Los
Católicos deben creer “todas las verdades contenidas en la palabra de Dios o
transmitidas por la Tradición” que la Iglesia propone, por medio de su
Magisterio Extraordinario o Universal Ordinario, como divinamente reveladas
(uno recuerda que sin Tradición en su sentido más amplio, no habría “palabra de
Dios” o sea Biblia). Más aún, el Vaticano I dice que este Magisterio está
agraciado con la infalibilidad de la Iglesia, pero esta infalibilidad excluye
que cualquier novedad sea enseñada. Entonces, la Tradición en su sentido más
amplio gobierna lo que el Magisterio pueda decir que ella es y, si bien el
Magisterio tiene autoridad para enseñar lo que se halla dentro de la Tradición,
no tiene autoridad para enseñar al pueblo nada que se halle fuera de la
Tradición.
No obstante, las almas ciertamente necesitan un
Magisterio viviente que les enseñe las verdades de la salvación dentro de la
Tradición Católica. Estas verdades no cambian así como no cambia Dios ni Su
Iglesia, pero las circunstancias del mundo en el cual la Iglesia debe operar
están cambiando constantemente y de allí que, de acuerdo a la variedad de estas
circunstancias, la Iglesia necesita Maestros vivientes que varíen
constantemente la presentación y la explicación de estas verdades invariables.
Por consiguiente, ningún Católico razonable refuta la necesidad de los Maestros
vivientes de la Iglesia.
Pero, ¿qué pasa si estos Maestros sostienen que
algo está dentro de la Tradición cuando no lo está? Por un lado, ellos son
hombres letrados, autorizados por la Iglesia para enseñar al pueblo y el pueblo
es relativamente ignorante. Por otro lado, está por ejemplo el famoso caso del
Concilio de Éfeso (428) donde el pueblo se levantó en Constantinopla para
defender la Maternidad divina de la Santísima Virgen María contra el Patriarca
herético Nestorio.
La respuesta es que la verdad objetiva está por
encima de los Maestros y del pueblo igualmente, de manera que si el pueblo
tiene la verdad de su lado, es superior a sus Maestros si los Maestros no
tienen la verdad. Por otro lado, si el pueblo no tiene la verdad, no tiene
derecho a levantarse contra los Maestros. Breve, si él está en la verdad ,
tiene el derecho . Si él no está en la verdad, no tiene el
derecho. Y, ¿qué es lo que dice si el pueblo está en la verdad o no? Ni los
Maestros (necesariamente) ni el pueblo (menos necesariamente aún) sino la
realidad, aún cuando los Maestros o el pueblo o ambos, conspiren para
sofocarla.
Kyrie eleison.