EL NEGADOR
(Cuento)
Por FLAVIO MATEOS
“Confíteor
Deo omnipoténti...”
Al mismo tiempo que el Padre Wilton decía
estas palabras, inclinando su gastada espalda ante el improvisado altar de su
departamento de Fullwall Cross en Londres, la Dra. Samantha Pffister, a cargo
del juzgado de Manheim, y a instancias del Supremo Tribunal Europeo (STE),
firmaba la sentencia que condenaba al convicto cura a pagar una multa no
apelable de €30.000. De no hacerlo le esperaba un destino inexorable: la cárcel. Su falta
era del público conocimiento: seguir negando la existencia de las manzanas
blancas de Sísive.
-Existen las manzanas blancas –decía no sin
cierto aire provocador el avejentado cura-, y las manzanas doradas y
plateadas...en los árboles de Navidad. No en la naturaleza, no en los árboles. Por lo menos no hay
evidencias convincentes que me lleven a creer en ellas.
La pertinacia del sacerdote, que con sufragar
la primera de las varias multas que le fueran impuestas, se habría evitado todo
el descrédito y el acoso mediático que complicaban su vida allí por donde
anduviese, no tenía parangón.
Algunos decían que era parte de su herencia
genética; otros, que solo buscaba notoriedad; unos pocos, que no podía negar la
realidad. Pero, ¿qué era la realidad?
Cualquier escolar, incluso de los menos
destacados, conocía, pues no había descuido de sus mayores en la materia, que
las manzanas blancas, originarias de Sísive, eran tan reales como la existencia
de alguien llamado Napoleón Bonaparte, de un país llamado Dinamarca, la
formación de hielos en la Antártida, el desembarco de Normandía o los elefantes
africanos. No podía entenderse, entonces, tamaña obcecación en el cura
británico.
Tan evidente era la existencia de las manzanas
blancas, tan indiscutible, tan real, que millones de personas habían sufrido la
persecución y la muerte por afirmarlo. ¿No fue precisamente para evitar que
volviera a surgir otro Hiller –quien varias décadas atrás había perseguido con
odio satánico a los sisivitas- que se había promulgado la Ley Mundial Contra la
Negación de las Manzanas Blancas? ¿No habían declarado las Naciones Unidas el
Día Mundial de las Manzanas Blancas, para recuerdo perenne de que aquella
barbarie no podía repetirse nunca más? ¿No había monumentos conmemorativos de las
Manzanas Blancas en las principales ciudades alrededor del mundo? ¿No había
innúmeros libros y películas dedicados a recordar las Manzanas Blancas de
Nínive? El mismo papa Cecilio I (muy discutido, por cierto, por los wiltonianos
y otros grupos de extrema derecha, algunos de los cuales incluso llegaban a
tildarlo de “antipapa”), el mismo papa, a instancias seguramente del papa
emérito Francisco, llegó a decir, con su habitual desenfado: “Así como un
compatriota de nuestro papa emérito, el astro del fútbol Diego Maradona, dijo
una vez que ‘La pelota no se mancha’, yo digo hoy a quien quiera escucharme:
‘La manzana no se mancha’. Los sufrimientos que padeció el pueblo sisivita son
un oprobio de toda la humanidad, también de la Iglesia. Nuestros hermanos sisivitas
tienen toda nuestra simpatía, apoyo y comprensión”.
El descrédito y repudio hacia el Padre Wilton
había llegado hasta involucrar a sus propios cofrades, a partir de una
entrevista televisiva que dio la vuelta al mundo. Allí, se recordará, el cura había
afirmado, tal vez sin medir las consecuencias de sus palabras: “Las manzanas no
son blancas, sino blanqueadas. Blanqueadas por manos humanas. Hay
investigaciones de expertos que han analizado los árboles de Sísive. La
realidad es lo que hace Dios. Dios hace manzanos que dan manzanas rojas,
manzanas verdes...amarillas, tal vez. Pero no hace manzanas blancas. Esas
manzanas blancas como la leche...no, eso no es posible. Eso no es la realidad.
Dos y dos son cuatro, no son tres, o cinco, o seis millones...Yo no niego que
en Sísive haya manzanas. Las hay. Tal vez sean buenas, no lo sé, no las he
probado. Pero, ¿blancas? Por favor, esas son manzanas hollywoodenses, como las
navidades blancas de Bing Crosby... ”
Sin hacerse esperar, el superior del cura
Wilton en su congregación, Monseñor Femais, tuvo que salir a poner las cosas en
claro, ante tan escandalosas declaraciones. El obispo políglota, del que
algunos detractores afirmaban que hablaba seis idiomas y en todos era ambiguo,
se mostró aquella vez la mar de perspicuo: “Son declaraciones desafortunadas
que no compartimos en absoluto. El Padre Wilton tendrá que afrontar las
consecuencias. Nuestra congregación no quiere saber nada con él”. Poco después,
el cura Wilton cayó en el ostracismo, siendo expulsado de la sede donde residía
y, finalmente, de la congregación, condenado a andar errante por diversos
países, donde algunos buenos samaritanos –monjes y fieles católicos reaccionarios,
sobre todo- le daban cordial acogida.
El Padre Wilton, sin embargo, y un grupo no muy
numeroso de seguidores, negaban todas estas prudentes declaraciones y llamados
al orden de las autoridades establecidas, que podían hacerlos entrar en razón.
Y aprovechándose de la benignidad de la Libertad de Prensa, redactaban libros y
panfletos, y creaban sitios y blogs en Internet, a fin de expandir la duda y el
descrédito de las manzanas blancas entre sus lectores. La gran prensa llamaba a
estos grupos “Conspiracionistas”, pues veían detrás de todo hecho impactante,
catastrófico o explosivo una ominosa y abominable red conspirativa a nivel
global. En el tema de las Manzanas Blancas, por caso, veían estos una impostura
que detrás escondía la sutil penetración de grupos y logias gnósticos, que
imponían con astucia al resto de la población toda una simbología y modo de
pensar malévolas. Y así la Manzana Blanca venía a identificar para los
gnósticos la manzana del puro saber que la serpiente luciferina entregó a Adán,
para que este iniciara un linaje que llevaría en los últimos tiempos al
endiosamiento del hombre, liberado de Dios por el conocimiento y la técnica.
Habida cuenta de tales antecedentes, a nadie
extrañó que el Padre Wilton se negara a saldar la última multa con que la
justicia penaba su delito. Y esto no ocurría, claro está, debido a la falta de
ofrecimientos que recibiera el cura para satisfacer el importe demandado, sino
debido a su terquedad como de mil mulas. “Padre –le aconsejó un benefactor-,
pague y se queda tranquilo”. “No es cuestión de dinero, sino de verdad”, fue la respuesta del sacerdote integrista.
Fue entonces cuando la ola que él mismo había
ayudado a formar, se irguió con toda la impetuosidad que da la multitud a sus
repulsas, que unánimes conformaron un mar embravecido, que vino a caer furioso
sobre el cura tradicionalista. No sólo los primeros implicados, que eran los
sisivitas, sino la opinión pública mundial, la dirigencia política, la clase
empresarial, el gremialismo, la intelectualidad más reconocida, la jerarquia
eclesiástica, los nuevo-católicos, y hasta fervientes y sospechosos extremistas
del ala sedevacantista -pues por una u otra razón, ya nadie lo toleraba-, todos
en conjunto y a coro fustigaron al veterano y, aparentemente, vencido
sacerdote, con todo el peso de la realidad que le decía: “Un negador de las
manzanas blancas no puede tolerarse. Es un insulto a los sisivitas y a quienes
no lo son. Su presencia hace peligrar la vida del resto de los ciudadanos y aún
de la misma democracia. Es preferible encerrar a un hombre, a que la sociedad
entera se contagie”. Esto publicaba el destacado periódico “The Washington
News”, citando las declaraciones del Presidente de la Liga Antidifamación de
las Manzanas Blancas, cuando la detención del cura británico estaba a las
puertas.
Y, en efecto, de acuerdo a lo previsto por la
Ley, el Padre Wilton fue arrestado por la Interpol cuando bajaba de un avión en
los Estados Unidos, y trasladado con celeridad y bajo las más estrictas normas
de seguridad hacia Alemania, donde el imperio de los Derechos Humanos es muy
celosamente custodiado.
Al entrar esposado a la sede tribunalicia de
Manheim, rodeado de un cerco numeroso de agentes policiales que intentaba
proteger al detenido de ser despedazado por un tropel de gente que rugía y
reprobaba violentamente al Negador, el cura pudo ser visto, por quienes
permanecían ajenos a esta apabullante multitud, mirando hacia arriba, acaso
altivo para unos, mas con una extraña serenidad para otros. Entonces se le
escuchó decir unas pocas palabras que sólo la prensa alternativa se ocupó de
recoger y reproducir:
“Me
gloriaré en la promesa de Dios,
confiado en Dios, no temo.
¿Qué podrá contra mi un hombre de carne?”.
Al día siguiente, ocurrió una cosa muy extraña
lejos de allí.
Dentro de la llamada Gran Manzana, esto es, la
ciudad de Nueva York, se encuentra el monumento más grande del mundo dedicado a
“La Manzana Blanca de Sísive”, la “Great White Apple”. Se trata de una colosal
escultura de piedra que por momentos hace olvidar la supina imponencia de las
recordadas Torres Gemelas, que cerca de allí se elevaban al cielo hasta su
trágica desaparición.
Pues bien: la Manzana Blanca de Sísive de
Nueva York amaneció manchada en su parte superior, y hasta el día de hoy –han
transcurrido ya seis semanas desde el hecho-, nadie ha podido quitar, pese a la
variedad de instrumentos y productos de limpieza utilizados, el pequeño pero
notorio lunar negro que, según los partidarios del Padre Wilton, simboliza la
Victoria de la Verdad, a través de la resistencia de un hombre que sigue
afirmando tenazmente, y a pesar de lo que el mundo diga en contrario, que dos y
dos son cuatro, y que las manzanas blancas no existen.
A S.E.R. Mons. Williamson