Comentarios en rojo de NON POSSUMUS.
Es por petición del Padre de Cacqueray que estoy
entre ustedes en esta sesión y aprovecho para abordar una cuestión que nos
concierne a todos y que, creo, nos ha hecho sufrir un poco a todos. Una
situación que no puede perdurar y de la cual hay que hacer todo para salir.
Pues es una situación que no es buena, simplemente. Una situación donde vemos
la sospecha, donde se han formado campos también, acusaciones caricaturescas y
mutuas. Es una constante. Yo no voy a tratar de acusar aquí uno u otro. Yo así
veo la situación. Y me parece que para salir de ella, no es suficiente decir:
“tal está equivocado, tal tiene razón”. Creo que verdaderamente debemos tratar
de salir de otra manera.
Por una parte, viendo de donde viene el problema,
después, viendo lo que sucede, cuáles son las consecuencias de esta situación.
Creo que hay varios elementos que han contribuido a
este estado de cosas. Una vez más, hay que salir de ella. Es mi gran
preocupación desde hace un buen tiempo, incluso si, desgraciadamente, hubo
desatinos y las cosas has estado un poco exacerbadas estos últimos meses.
Yo creo que, en el fondo, hay una cuestión, una
cuestión difícil, porque es difícil de resolver: es la percepción que tenemos
de lo que yo llamo la Iglesia actual, es decir, de lo que tenemos ante
nosotros, lo que llamamos Roma, lo que llamamos la Iglesia oficial, Roma, la
jerarquía.
Iglesia católica e iglesia conciliar
Hasta aquí, siguiendo a Monseñor Lefebvre, la
posición de la Fraternidad ha sido el de describir un doble elemento. Frente a
esta Roma que tenemos delante de nosotros, que llamamos Iglesia católica para
simplificar, Monseñor Lefebvre, en su famosa Declaración de 1974 habla de la
Roma Eterna y de una Roma modernista.
Enseguida aparecieron otras expresiones, pero al
final se distingue siempre la misma cosa. Por un lado hablamos de Iglesia
católica, la verdadera, la Iglesia católica romana, la del Credo. Por otro, la
iglesia conciliar. Por una parte, la Iglesia católica de la cual formamos parte
y a la cual queremos pertenecer a cualquier precio. Y por otro, la Roma
modernista de la cual nos apartamos con horror: nosotros no tenemos nada que
ver con ella y no queremos tener nada que ver con ella.
Y sin embargo Monseñor Fellay intentó
someter la Fraternidad a Roma mediante la declaración que redactó y entregó al
Vaticano en octubre de 2012… Y sin embargo se sigue reuniendo secretamente en
el Vaticano con los que dirigen la comisión Ecclesia Dei…
El problema viene de hacer el discernimiento entre
las dos, en lo concreto. ¿Por qué? Porque, en lo concreto, es como si estas dos
tuvieran el mismo objeto. Como si hubiera la verdadera Iglesia y una
substitución de iglesia. Y es esta substitución de Iglesia que aparece más
fuertemente, al punto que tenemos un problema para discernir dónde está la
verdadera. ¿Dónde está la verdadera Iglesia? ¿Dónde está la Iglesia? Una
cuestión que uno se plantea, con razón, cuando vemos lo que pasa.
Hay expresiones de Monseñor Lefebvre acerca de la
Iglesia, llamémosla conciliar, muy fuertes y que no datan de los años
posteriores a las Consagraciones, en 1989 o después.
En Yo acuso al Concilio (pág.
9): “Se han tomado por la Iglesia viva y maestra de la verdad, con
libertad de imponer dogmas nuevos a clero y fieles: el progreso, la evolución,
la mutación unidos a una obediencia ciega e incondicional. Han dado la espalda
a la verdadera Iglesia de siempre, dándole nuevas instituciones, nuevo
sacerdocio, nuevo culto, nueva enseñanza en permanente búsqueda, y eso siempre
en nombre del Concilio”.
En un texto de 1976: « La Iglesia que
afirma tales errores es al mismo tiempo cismática y herética. Esta iglesia
conciliar no es, por tanto, católica. En la medida en que el papa, los obispos,
los sacerdotes o los fieles se adhieran a esta nueva iglesia, así se separan de
la Iglesia católica. La Iglesia actual no es solamente en eso la
verdadera Iglesia que continúa la Iglesia de ayer, la Iglesia de todos los
tiempos…”
Esta cita es inexacta. El texto
es: “La Iglesia actual no es la verdadera Iglesia más
que en la medida que continúa y se une con la Iglesia de ayer y de
siempre”. Este texto está en línea en La Porte Latine. Data del 29 de
julio de 1976. Si tomamos la cita exacta, vemos que la conclusión (« Por
lo tanto, es la misma realidad, tomada sea bajo el aspecto de que ya no sea la
Iglesia, sea bajo el aspecto de ser la Iglesia que continúa”) es
ilegítima. Observación
hecha por los Dominicos de Avrillé aquí.
Por lo tanto ustedes tienen la misma realidad que
es calificada por Monseñor Lefebvre de iglesia conciliar, diciendo que los que
pertenecen a ella no pertenecen a la Iglesia Católica y luego continúa con la
siguiente frase: “La Iglesia actual no es solamente en eso la verdadera
Iglesia que continúa la Iglesia de ayer”. Por lo tanto, es la misma
realidad, tomada sea bajo el aspecto de que ya no sea la Iglesia, sea bajo el
aspecto de ser la Iglesia que continúa.
Les doy estos textos para mostrarles la dificultad
en la cual nos encontramos para discernir esta doble realidad. Creo que todo el
mundo está de acuerdo entre nosotros para aceptar que cuando se dice “iglesia
conciliar” no hablamos solamente de una idea sino de una realidad. El problema
se sitúa al momento de que se trata de calificar la naturaleza de esta
realidad. Por lo tanto, respecto a la existencia de esta realidad, está bien.
Pero en cuanto a la naturaleza de esta realidad, es más complicado.
Hemos aventurado ciertas imágenes. Les
confieso que aquella que me gusta más, es la imagen del cáncer o del virus. La
ventaja de la imagen del virus es que tenemos un elemento exterior que entra en
el cuerpo, que utiliza las funciones del organismo para producir otra cosa que
lo que se debería encontrar en el cuerpo. Esto es lo que sucedió. Llamémosles enemigos incluso si ellos estaban dentro de la Iglesia, digamos asimismo que
ciertos infiltrados, venidos del exterior, lograron apoderarse de un cierto
número de organismos de la Iglesia para hacerlos producir, a través de lo que
debería ser la vida normal de la Iglesia, elementos que no pertenecen a la
Iglesia. Un poco como un tumor o esos virus que producen células que no son del
cuerpo sino que son de fuera.
Cuando se tiene un tumor canceroso y este tumor
está suficientemente aislado, se toma el bisturí, se saca y queda arreglado.
Cuando el cáncer está generalizado, los médicos bajan los brazos, ellos ya no
saben qué hacer. Podríamos calificar la situación actual de cáncer
generalizado. Una vez más, son imágenes para tratar de aproximar una realidad.
¿Cómo describir esta realidad? Sería como una especie de secuestro de la
Iglesia, como una sustitución.
¿Y el papa? Se habla de un papa y de dos iglesias,
Sí, porque en ciertos comportamientos, la fe nos dice que él es la cabeza de lo
que, de manera general, reconocemos como la Iglesia católica. Por lo tanto lo
tomamos verdaderamente por el papa. Pero después, él dice cosas que no
pertenecen a la Iglesia católica sino precisamente a lo que se ella misma ha
nombrado iglesia conciliar. Una realidad peligrosa parece ir ganando. Sin
embargo, también constatamos, vemos que esta realidad de la Iglesia continúa,
pero en un modo disminuido, a producir frutos (si podemos decirlo así), es
decir, a salvar las almas. Es innegable que en la Iglesia hay almas que se
salvan por los medios normales de la Iglesia que no han sido suprimidos
totalmente pero que son, en parte, o incluso en gran parte, paralizados.
El apostolado, los sacerdotes ya no hacen gran
cosa; las confesiones ya no hay muchas, pero vemos, sin embargo, que todavía
encontramos católicos. Vemos que la Iglesia no ha desaparecido totalmente. La
substitución por lo tanto no es total. Yo pienso que de hecho hay que tomar la
palabra Iglesia por lo que es, es decir, una analogía. Cuando decimos iglesia
conciliar, no utilizamos la palabra Iglesia en exacta y estrictamente el mismo
sentido que cuando decimos Iglesia católica. Yo pienso que una parte de la
explicación está allí. La analogía, es secundum quid idem, in se
diversa.
Evidentemente, una trata de sustituir a la otra, de
hacerse pasar por la otra. Esta cuestión no es fácil. Yo no quiero extenderme
más sobre esta cuestión sino detenerme más en la consecuencia. ¿Por qué? Porque
creo que es allí que se funda un poco el estado actual de esta incomodidad que
sentimos entre nosotros. La consecuencia es: ¿Cuál va a ser nuestra relación
con esta realidad que tenemos ante nosotros, con la Iglesia?
La Fraternidad frente a la Iglesia conciliar.
Es evidente que si vemos ante nosotros a la iglesia
moderna, conciliar, ¿qué relación quieren tener? Monseñor, en uno de sus textos
dijo: nullam partem. ¿Qué quieren tener como relación con aquellos
que son verdaderamente modernistas? Las únicas relaciones que se pueden tener
eventualmente, es la de tratar de convertirlos, incluso si sabemos que ellos no
son los más fáciles de convertir. Es muy simple: Si el cura del pueblo los
invita a concelebrar, ¿qué relación se puede tener con él? Ustedes pueden tener
una relación de ir a tomar un té con él eventualmente, pero no de participar en
su ceremonia.
Por lo tanto, frente a la iglesia conciliar, las
relaciones están reducidas casi a nada, solo a la condenación. Pero a eso no lo
podemos llamar relación. La condenamos como peligrosa, cismática, herética. Si,
por el contrario, sostenemos que todavía está la verdadera Iglesia en alguna
parte, evidentemente allí hay una relación. El problema es: ¿Cuál es el terminus
ad quem de nuestra relación? ¿Es una o la otra? ¡Eso cambia todo! Y yo
creo que ese es el fondo del problema: Con la iglesia modernista no tenemos
nada que ver, mientras que con la Iglesia católica es normal mantener una
relación.
Por medio de este confuso discurso
Monseñor va estructurando un sofisma: con la iglesia conciliar no se debe tener
relaciones pero sí con la Iglesia Católica (premisa ciertamente verdadera).
Ahora bien, la Iglesia Católica y la iglesia conciliar tienen una misma cabeza:
el Papa (premisa probablemente verdadera). Luego, se puede hacer un acuerdo
práctico con el Papa (conclusión falsa).
PARTE 2
MÁS VOLTERETAS, MÁS
CONTORSIONES Y MÁS IDAS Y VENIDAS DE MONS. FELLAY
Por una parte, mantenemos que tenemos el derecho al
título de católico, lo que se nos niega por esta entidad que tenemos frente a
nosotros. Por otra parte, está claro que no queremos mendigarlo a los
modernistas, no tiene sentido.
Y sin embargo Monseñor Fellay mendigaba
“un gesto” de Benedicto hacia la FSSPX cuando se anunció la dimisión de éste.
(Ver aquí)
Ellos niegan la mitad de los dogmas, no es a ellos
a quien les pediremos cualquier cosa.
¿Sólo la “mitad de los dogmas”? Y aunque
negaran un solo dogma, es más exacto decir: “son herejes”, pero Mons. fellay
evita usar la palabra "hereje", seguramente porque no es muy ambigua
ni es muy diplomática, que digamos.
Es verdaderamente una situación complicada.
Es ante esta situación que el capítulo del 2006 se
encontró. Podemos afirmar, basándonos en sus declaraciones (por ejemplo, lo que
dijo a los obispos), que Monseñor estaba confiado que pronto habría un papa, un
buen papa, que tendría la fe (creo que alguna vez hablo que tardaría 5-6 años o
10 años); para él, esta crisis de la Iglesia era algo que no debía durar mucho
tiempo. Y una vez que este papa estaría allí, nosotros, los obispos, podríamos
depositar en sus manos nuestro episcopado. Evidentemente, esto supone un
verdadero papa, un papa católico en el sentido completo del término, esto
supone que las cosas han reentrado en orden.
25 años después, vemos que las cosas no han
sucedido así, simplemente. Pero sin embargo, esta perspectiva reposa en las
promesas de Nuestro Señor: “Las puertas del infierno no prevalecerán” contra la
Iglesia. El tiempo de crisis, el tiempo de una ocupación por una entidad
extranjera, no puede durar demasiado tiempo, si no, las puertas del infierno
habrán prevalecido.
¿Y cuántos años es “demasiado tiempo”?
Más ambigüedad e imprecisión.
Por lo tanto, esperamos que las cosas regresen al
orden y, en este momento, podremos entrar en una situación ordinaria, es decir,
en el orden, con Roma. Es lo que entendemos por “no al acuerdo práctico sin
acuerdo doctrinal”. Acuerdo doctrinal, eso no quiere decir que se firme un
papel, eso quiere decir mucho más que eso, eso quiere decir que estamos de
acuerdo doctrinalmente. Eso quiere decir acuerdo doctrinal. Que las cosas han
regresado al orden.
Y en ese momento, evidentemente, podemos,
serenamente, sin temor, tener una relación normal con las autoridades. Porque
cuando decimos Roma, designamos a la autoridad.
Bien en esto. Es el paso adelante.
Es la famosa cuestión: ¿Podemos ponernos bajo una
autoridad que nos es contraria?
Pero ahora vuelve atrás al plantear una
pregunta absurda. Es el paso atrás.
Razonablemente, la primera cosa que viene a la
cabeza cuando nos planteamos esta pregunta, es: evidentemente no. ¿Por qué?
Porque no podemos ponernos bajo una autoridad que quiere hacernos perder la Fe,
que nos ordena cosas que son literalmente pecados mortales. Por lo tanto, de
una manera razonable, se emitió el principio: esperemos a que las cosas estén de
nuevo en orden en la Iglesia y, en ese momento, sucederá.
Nuevo paso adelante.
El capítulo de 2006 no expresa directamente el
principio de esa manera. En el capítulo se dijo: en las raras relaciones que
tendremos con Roma, el único objetivo será la doctrina y no buscaremos un
imposible acuerdo práctico. No está muy lejos de la frase que escribí en
un Cor unum posterior: “No al acuerdo práctico sin acuerdo
doctrinal”.
El fondo sigue siendo el mismo: ¿Por qué estamos en
tal situación frente a esta realidad? Porque queremos permanecer católicos. Es
lo que recibimos de Monseñor Lefebvre. Monseñor se defendió, peleó por eso. Él
conservó este depósito, que no es solamente el depósito de la Fe, el cual ahora
posee la Fraternidad, que es el conjunto del tesoro católico. Nosotros lo
recibimos y queremos conservarlo.
Lo que es extraordinario es el ver que el simple
hecho de querer guardar este depósito,Tradidi quod et accepi, puso
a Monseñor Lefebvre y a nosotros en dificultades con lo que nosotros llamamos
la Iglesia. De cierta manera, no puede ser la Iglesia la que condena de esta
manera, pero ella aparece como siendo la Iglesia. Es el misterio de la pasión
de la Iglesia.
Nosotros nos encontramos plenamente en lo que dijo
Nuestra Señora de la Salette, hablando de Roma que perdería la Fe, hablando de
un eclipse de la Iglesia. Es una expresión que es muy fuerte. Cuando hay un
eclipse, el objeto permanece, allí está pero no lo vemos. Cuando hay un
eclipse, de sol o de luna, el cuerpo celeste está realmente allí, pero ya no
podemos verlo, hay un obstáculo que hace que no podamos verlo. Es un poco lo
que nosotros vivimos, un eclipse no total, evidentemente, sino en gran parte.
Es esto lo que crea la dificultad, en lo concreto, de abordar esta distinción
entre la verdadera y la falsa Iglesia.
¿Qué relación podemos tener con la verdadera
Iglesia que está enferma hasta este punto? Esta es toda la cuestión que se nos
plantea. Otra vez, creo que el principio que nos guía es el de la
supervivencia, el de querer permanecer católicos. Por lo tanto no podemos
realizar un acto que pondría esta existencia en peligro.
Esta es nuestra manera de abordar el problema.
Nosotros reflexionamos con prudencia, con la fe, y nos parece que las cosas van
así. No olvidemos que la Iglesia es un misterio, hay algo que nos sobrepasa,
incluso dentro de lo que pasa. Nosotros no tenemos todas las soluciones. Por lo
tanto, por un lado, conservamos nuestro apego a la verdadera Iglesia, y por
otro, no tenemos nada que ver con ese sustituto de iglesia que se encuentra
ante nosotros.
Pienso que la cuestión de preguntarse: “¿En qué
momento podemos decir que ahora podemos avanzar hacia un reconocimiento
canónico?” esta cuestión depende del siguiente examen: la situación y los
elementos que entrarían en la hipótesis de un “acuerdo” ¿son tales que
garanticen justamente nuestra existencia? Este es el juicio de fondo.
Un astuto paso atrás: ¿lo esencial es que
se garantice la existencia de la FSSPX? No: lo esencial es que la FSSPX siga
combatiendo el liberalismo y el modernismo.
En 2012, estuve un poco demasiado optimista. Esto
no quiere decir que yo había llegado hasta la conclusión de que había que hacer
un acuerdo. La prueba, es que no llegó.
No llegó porque Roma elevó las
exigencias. Esa fue la causa de que el Vaticano rechazara la traidora
Declaración Doctrinal de Mons. Fellay.
Pero yo me dije que, tal vez, había una cierta
esperanza de que pudiera llegar. Manifiestamente la realidad estaba allí para
mostrarnos que no, que no era el momento.
El problema no es de oportunidad, de
momento. El “cuándo” es algo accidental. Lo esencial es el “qué”, la doctrina,
la fe.
Los elementos que estaban a favor (de tal acuerdo)
eran que Roma parecía haber bajado la barra de nivel del concilio o, si ustedes
quieren, en cuanto a la obligación del concilio. Yo digo parecía.
¿Por qué? Porque ellos hablaban de una discusión legítima sobre los puntos
difíciles. Si podemos discutir los puntos difíciles del concilio, eso quiere
decir que el concilio es discutible. Si es discutible, quiere decir que está al
nivel de la opinión, ya no está al nivel de la obligación. Pero esta frase no
estaba lo suficientemente clara y tomo mucho tiempo para aclararse. Llegamos al
mes de junio donde estaba ya muy claro: “ustedes deben aceptar el concilio”. La
frase del papa fue: “Ustedes deben aceptar que el concilio forma parte
integrante de la Tradición”. En ese momento estuvo claro, fue evidente que si
aceptábamos eso, desnaturalizábamos la Fraternidad, la demolíamos, perdíamos el
tesoro que está en nuestras manos. No teníamos el derecho de hacerlo.
También se destruye la FSSPX aceptando
que el concilio “es discutible”. Nadie tiene derecho a defender un concilio
malo y nefasto, y nadie tiene derecho a llamar “discutibles” a las envenenadas
enseñanzas del concilio que están demoliendo a la Iglesia. El concilio no es
"bueno" ni es "discutible". El concilio es malo y punto. Es
patente acá el liberalismo de Mons. Fellay.
Asimismo por la misa, el hecho de obligarnos a
aceptar que la nueva misa es lícita, lo que quiere decir buena, es contrario a
toda nuestra experiencia, todos nuestros análisis y nuestra percepción de la
realidad. No, nosotros no diremos que la nueva misa es lícita o legítima,
porque no es verdad.
Pero usando de lenguaje doble y
recurriendo a inaceptables reservas mentales, dijo en su Declaración Doctrinal
que la Misa Nueva fue “legítimamente promulgada”, lo cual fue entendido por
todo el mundo como un simple reconocimiento de la legitimidad de la Misa Nueva.
Y entonces, una vez que estos elementos estaban
reunidos, nos mostró que la Roma que teníamos ante nosotros nos quería obligar
a avalar el concilio y la nueva misa. Eso no podía suceder, es todo.
En el texto que redacté en esa época, quise evitar
la palabra “legítima”, haciendo énfasis en la promulgación. Que se comprenda
bien; ¿por qué me atreví a actuar así? Porque Roma había dado como definición
de la palabra legítima: “lo que es conforme al derecho”. Dicho de otro modo,
“legítimamente promulgado” quería decir simplemente “ellos siguieron las reglas
de la promulgación”.
Según eso, Mons. Fellay puede afirmar que
la ley de aborto o la ley de matrimonio sodomítico fueron “legítimamente
promulgadas”. Esto no es más que un lenguaje doble, totalmente indigno de un
Obispo católico e increíble en el sucesor de Mons. Lefebvre.
En francés, la palabra legítimo es muy rica en otro
sentido. En francés, cuando se habla de legítimo, se incluye un elemento de
bondad. En este caso, yo no estoy de acuerdo en decir que ella haya sido
legítimamente promulgada. Que quede claro para todos: la nueva misa no ha sido
legítimamente promulgada, en este sentido. Durante su primera promulgación,
ellos no respetaron el derecho, pero enseguida ellos lo corrigieron (en las
discusiones doctrinales, es l ’Institutio generalis Missale
Romanum de 2003 el que fue objeto de discusión con los expertos de la
Congregación para la Doctrina de la fe). Esto podía confundir.
No "podía": confunde y
escandaliza de hecho.
En cuanto a la famosa hermenéutica de la
continuidad, siempre hemos dicho que es inaceptable. ¿Qué se entiende por
hermenéutica de la continuidad? Recuerden las palabras de Monseñor que
dijo: “Cuando Roma venga hacia nosotros, yo les preguntaré ¿están de
acuerdo en firmar Quanta cura, el Syllabus, Pascendi? En nuestras
discusiones con Roma, se puede decir esto es lo que nosotros hicimos, en
particular con la libertad religiosa. Y la respuesta que nos dieron fue la
siguiente: “Pero evidentemente todo católico está obligado a aceptar Pascendi
y Quanta cura”. La diferencia es que nosotros decimos: “Estos textos son
opuestos a la libertad religiosa y la condena”, mientras que Roma dice: “No, es
diferente, está uno junto a otro, es un complemento, pero la libertad religiosa
no suprime nada de la doctrina de la tolerancia, el principio de tolerancia
sigue siendo válido”.
Esto muestra, si podemos decirlo, que el problema
es mucho más refinado de lo que podíamos imaginar.
¿Refinado? Son herejes y gente que razona
violando el principio de contradicción. ¿Refinado?
Si ustedes quieren, es el principio de la no
contradicción que salta.
¿Si ustedes quieren? ¿No es evidente?
En cierto momento, frente a nuestros sacerdotes que
mostraban que había contradicción, o cuando estaban acorralados ellos decían: “Ayúdenos
a mostrar que no es contradictorio, ayúdenos a superar la contradicción”.
Nosotros pusimos la enseñanza tradicional ante
ellos, pero ellos están tan atrapados en su perspectiva modernista que el
principio de no contradicción es lesionado; se hace verdaderamente difícil
discutir. Además, las discusiones acabaron mal, si podemos decirlo así, porque
nosotros nos hicimos tratar de protestantes y nosotros los tratamos de
modernistas. Así terminó.
¿Y qué quería? Pero ellos si son los
herejes modernistas y no nosotros, Monseñor.
Que sorpresa, después de estas discusiones,
escuchar por parte de Roma que las discusiones habían tenido éxito, que las
discusiones habían ido bien. Pues sí, cada parte pudo exponer claramente su
posición.
Ninguna sorpresa: para los liberales lo
que importa es “dialogar y ejercer el derecho a opinar”. La verdad no importa.
Me parece que ese no era el objetivo perseguido por
estas discusiones. Pero es así como ellos cayeron en sus pies, por decirlo así.
Pues de hecho, nosotros habíamos terminado con una constatación de no acuerdo y
de oposición.
PARTE 3
La situación
actual
Desde junio de
2012, la cosa se ha detenido.
Salvo por la ¿o las? reuniones secretas
con Ecclesia Dei en el Vaticano, la reunión del P. Anglés con el Papa y quién
sabe qué otras maniobras secretas…
Además, la carta
del Papa confirmó que era la exigencia de Roma el querer hacernos avalar el
concilio y la reforma litúrgica. Nosotros respondimos no. Las primeras veces,
cuando yo transmití ese “no” con las decisiones del capítulo, ellos hicieron
como si no fuera oficial. Curiosamente, incluso ellos aprovecharon, pues
Monseñor Di Noia dijo: “Escuchen, es así como lo hacemos, es una manera
habitual entre nosotros. Usted dice que la cosa está en estudio (mientras que
yo ya había expresado mi rechazo), eso quiere decir que se ha hecho a un lado…”
¿Es razonable seguir conversando con esos
zorros y mentirosos?
Todavía recibí una
carta sorprendente en el mes de enero de 2013. Era una convocatoria escrita por
el cardenal Levada y Monseñor Di Noia que me daban un mes para decir sí o no
aceptaba la proposición del 13 de junio de 2012. Mientras que hasta allí,
yo había dicho dos veces que no lo aceptaba. Una semana más tarde, ellos me
dijeron que no hacía falta enviar la respuesta a causa de la dimisión del papa
Benedicto XVI.
Después de esto
comprendí que era la última salva de Benedicto XVI que todavía espera lograr
“resolver el problema” antes de partir, pues constató de repente que no servía
de nada. En ese momento, me dijeron no enviar la carta. Esta carta es, creo, el
último elemento oficial. Ellos me dijeron que retomarían contacto de nuevo
después de la elección del nuevo papa en el mes de abril. No hubo nada.
En el mes de
septiembre u octubre de 2013, Monseñor Pozzo que estaba de nuevo en su puesto,
pero esta vez como arzobispo (él era anteriormente secretario de la comisión, y
después de un año fue reinstalado en su antiguo puesto). Él tomo contacto
conmigo diciendo que era un contacto oficioso. Esto significa que Roma ya no
sabe cómo hacerlo; por lo que tantean un poco para tomar la temperatura.
Nadie tiene claro el pensamiento del
voluble Mons. Fellay, por eso lo tantean.
Por lo tanto
aproveché para decir, una vez más, que el texto del 2012, sea el mío o el de
Roma, estaba enterrado, estaba retirado y que no podía servir de base para
discusiones o acuerdos futuros. Por segunda vez, les dije: “Ustedes quieren
tratar de resolver el problema con la Fraternidad. Desde el 2001 con el
cardenal Castrillón trato de decirles que ustedes plantean mal el status
quaestionis. Para ustedes es la Fraternidad que ha faltado por
desobediencia, desde el principio, y ahora la Iglesia, como una buena madre en
su misericordia, viene a proponer una solución para este niño terrible. Ustedes
no lo harán jamás. ¿Por qué? Porque la realidad, el verdadero status
quaestionis es que si ahora estamos en dificultad, es porque nosotros hemos
sido puestos ante órdenes que provienen de la autoridad (sea el cura, el
obispo, Roma) que, si los hubiéramos obedecido, nos hubieran hecho cometer
pecados mortales, sean contra la Fe, sean contra la moral. De todas maneras,
han venido órdenes de la autoridad que eran pecaminosas. Estas son,
precisamente, las consecuencias del concilio, las reformas posconciliares y la
nueva misa”.
Falso: el problema no está sólo en las
“consecuencias del concilio”, sino primero en el concilio mismo.
Les dije: “Este es
el verdadero status quaestionis y si ustedes esperan llegar un
día a una solución, es de esto que hay que partir, por principio hay que
quitar, resolver estos males que están extendidos en la Iglesia”.
… (habla de los
Franciscanos de la Inmaculada que han sido maltratados)
Los principios de
nuestras relaciones con Roma
¿Hay que tener o
no, en estas condiciones, relaciones con Roma? Hay que reafirmar nuestros
principios:
El primer
principio es verdaderamente la Fe, es decir, la conservación, la defensa y la
propagación de la Fe. Si nosotros no tenemos la Fe, todo se derrumba, todo el
edificio espiritual, sobrenatural, trátese de personas o de la Fraternidad,
todo se derrumba. El primer principio, es verdaderamente la Fe y nosotros no
tenemos derecho de ponerla en peligro. Si nosotros vemos que ellos nos quieren
obligar aunque sea a disminuirla, o incluso vayamos más lejos todavía, a
aceptar errores o herejías, la respuesta es evidentemente no.
¡Muy bien!: otro paso adelante.
El segundo
principio que nos guía es ciertamente la conservación de nuestro ser, nuestro
bien propio, que es el sacerdocio, el sacerdocio católico en toda su amplitud.
Lo que implica también la misa y todo lo que concierne a la formación
sacerdotal, es decir los seminarios y la formación tradicional. Allí ellos
también han cambiado todo y nosotros no estamos dispuestos a tomar las nuevas
normas: introducción de mujeres en los seminarios y así, imagínense un poco…;
el concilio y esta obligación de estudiarlo. Sí, nosotros también estudiamos el
concilio pero no de la misma manera.
Bien: otro paso adelante.
La formación, la
preservación pero también formar a los sacerdotes, permitirles un apostolado,
es por eso que Monseñor fundó. Monseñor Lefebvre, viendo la situación de la
Iglesia, viendo lo que los obispos preparaban en sus diócesis, se dijo: “Yo no
puedo enviar a los futuros sacerdotes que yo forme en los seminarios a las
diócesis, no es posible”.
Otro más. Bien.
Es entonces una de
las razones de la fundación de la Fraternidad: permitir la vida sacerdotal y la
vida apostólica y por consecuencia, una vida católica normal. Es todo este
conjunto de cosas. Todas están implicadas. Primeramente está la Fe, luego todo
este bien católico que nosotros tenemos en la Fraternidad y que el Buen Dios
permite que conservemos. Es nuestro tesoro y no se trata de estropearlo.
Nosotros no tenemos derecho. Nosotros somos los depositarios de todo este
conjunto de cosas, y hay que trabajar en transmitirlas. Es entonces una preservación,
una conservación de estos bienes católicos y podemos decir que es lo primero.
No podemos dejarlo ir. Es lo que Monseñor Lefebvre dijo al Cardenal Gagnon:
“Hay una condición sine qua non en nuestras relaciones con Roma, es que ustedes
nos acepten tal como somos”.
¡Ah! ¡Gran paso atrás!: “ser aceptados
tal como somos”. Y astutamente cita a Mons. Lefebvre para que el veneno parezca
buena comida. La verdad es que muy lejos están los tiempos en que Mons.
Lefebvre pudo decir eso. Es más: después de la mala experiencia de 1988, nunca
más repitió esa idea, porque ella fue la que lo llevó a firmar el Protocolo de
acuerdo con Roma, cosa que lamentaría hasta su muerte.
(seguirá)