NON POSSUMUS
El Padre Simoulin se ha distinguido por ser uno de los sacerdotes más acuerdistas de la FSSPX. "El Seignadou" es una publicación oficial de la FSSPX del priorato Saint Joseph des Carmes, cuyo editor es el Padre Simoulin. Nuestros comentarios en rojo.
Padre Michel Simoulin: La gran cuestión que se nos plantea.
Fuente: Tradinews
El Padre Simoulin se ha distinguido por ser uno de los sacerdotes más acuerdistas de la FSSPX. "El Seignadou" es una publicación oficial de la FSSPX del priorato Saint Joseph des Carmes, cuyo editor es el Padre Simoulin. Nuestros comentarios en rojo.
Padre Michel Simoulin: La gran cuestión que se nos plantea.
Fuente: Tradinews
Le Seignadou - abril 2014
La gran cuestión que se nos plantea a
nosotros y en primer lugar a nuestros superiores, es sin ninguna duda ésta, la
cual fue bien formulada por un amigo: “¿No hay ningún peligro para la
fe el aceptar ponerse bajo una autoridad, Papa u obispo que, continúan desde
hace 50 años la obra de la destrucción de esta fe, y esto sin acordar con
anterioridad las cuestiones doctrinales involucradas?”
La primera respuesta es evidente: Por
supuesto que el peligro es grande y real, nosotros estamos conscientes de ello
y nosotros siempre lo hemos dicho y explicado. Es fácil reportarse a todos los
estudios que hemos hecho sobre el concilio, el nuevo catecismo, Juan XXIII y
Juan Pablo II, entre otros.
Es evidente que, si ningún “acuerdo”
se ha realizado todavía, como lo ha dicho claramente Monseñor Fellay, es porque
no queremos someternos incondicionalmente acontrario sensu: confiesa que los acuerdistas están dispuestos a un sometimiento condicional a una autoridad de la cual no estamos seguros las
eternas dudas de los liberales… que nos quiera bien y nos
permita continuar sirviendo a la Tradición de la Iglesia sin obligarnos a
aceptar el Vaticano II sin discusión cobarde repliegue: para
estos liberales no se trata de combatir por el triunfo de la fe sobre la
herejía modernista dominante, sino sólo de que no se nos imponga el Vaticano
II, de tener seguridades y tranquilidad en el metro cuadrado tradicional que se
nos permita tener en el zoológico ecumenista.
Dicho esto, ¿podemos hablar de una
autoridad que obra la destrucción de la fe? Increíble pregunta Parece más justo hablar de una autoridad que no profesa la fe o no
la confiesa en su integridad, y que profesa verdades peligrosas o incluso
contrarias a la fe una verdad a medias. Lo más justo es
decir esto: esa “autoridad que no profesa la fe o no la confiesa en su integridad,
y que profesa verdades peligrosas o incluso contrarias a la fe”; esa autoridad
-por lo mismo- obra la destrucción de la fe. Pues hay que
distinguir entre una intención de destruir la fe y un efecto no querido
directamente. ¿No querido directamente? ¿Usted se
atreve a exculpar a todas las autoridades que en la Iglesia objetivamente
destruyen la fe? Es increíble. Para los liberales no existen los mal
intencionados, sino sólo los “equivocados”. Según ellos hay que
pensar que toda esta terrible crisis es un inmenso mal entendido entre gente
bien intencionada. Que esta pérdida de la fe sea una
consecuencia de las doctrinas conciliares profesadas desde hace 50 años, eso es
evidente, pero ¿podemos decir que esa fue y sigue siendo la intención de sus
promotores? No se trata de juzgar intenciones
subjetivas sino de reconocer lo que es objetivo: las autoridades de la Iglesia
destruyen la fe desde Juan XXIII en adelante. Si ese fuera
el caso, estas autoridades no tendrían más la fe y no serían formalmente
católicas, y creer esto es ser implícitamente sedevacantista. Absit. Los
sofismas hasta acá expresados por el P. Simoulin nos han llevado hasta el
aterrador fantasma sedevacantista, según la estrategia habitual de los
acuerdistas. Usted debe descartar que haya mala intención en algunas
autoridades de la Iglesia, de lo contrario, usted es sedevacantista.
Si nosotros llegamos a la necesidad
de “acordar previamente las cuestiones doctrinales”, nosotros estamos todos
acordes en decir que es un ideal hacia el cual nos esforzamos con toda nuestra
alma. Ojo a la trampa que hay en el uso de la expresión
“acuerdo doctrinal”: para los liberales, de lo que se trata es de negociar un
acuerdo de “mínimos comunes” sobre materias doctrinales con Roma. Rectamente
interpretada, la expresión “acuerdo doctrinal con Roma” significa que por
haberse convertido a la fe íntegra, Roma “esté de acuerdo” o “concuerde” con
los tradicionalistas. Es el fin último de nuestra
resistencia y de todas nuestras negociaciones. Nosotros podemos llamar a esto
“la conversión” de Roma o su retorno a la Tradición plena y entera. Si, “cuando
se trata del fin, no hay medida a guardar”, pero esa medida se debe guardar
“cuando se trata de lo que es relativo al fin, dice Aristóteles” (Santo Tomás
de Aquino, IIa-IIae, 184, 3). Y es la prudencia la que nos inspirará la
elección de los medios a emplear para alcanzar ese fin. ¡Por lo tanto hay que
ser realista o pragmático! ¿No es utópico, por ejemplo, imaginar (y pedir) que
la Roma actual restablezca desde hoy la obligación del juramento
antimodernista, renueve las condenaciones contenidas en Quanta Cura y el
Syllabus, Pascendi, Humani Generis, o que reafirme la doctrina de Quas Primas
sobre la realeza de Nuestro Señor Jesucristo? “suponiendo
que de aquí a un determinado tiempo Roma haga un llamado, que quiera volver a
vernos, reanudar el diálogo, en ese momento sería yo quien impondría las
condiciones. No aceptaré más estar en la situación en la que nos encontramos
durante los coloquios. Esto se terminó. Plantearía la cuestión a nivel
doctrinal: ¿Están de acuerdo con las grandes encíclicas de todos los papas que
los precedieron? ¿Están de acuerdo con Quanta Cura de Pío IX, Immortale Dei,
Libertas de León XIII, Pascendi de Pío X, Quas Primas de Pío XI, Humani Generis
de Pío XII? ¿Están en plena comunión con estos papas y con sus afirmaciones?
¿Aceptan aún el juramento antimodernista? ¿Están a favor del reinado social de
Nuestro Señor Jesucristo? Si no aceptan la doctrina de sus antecesores, es
inútil hablar. Mientras no hayan aceptado reformar el Concilio considerando la
doctrina de estos papas que los precedieron, no hay diálogo posible. Es inútil” (Mons.
Lefebvre, Fideliter Nº 66, 1988). ¿Podemos
imaginarnos que eso se haga inmediatamente? Desconocemos los
caminos de Dios. Ciertamente que eso sería lo
ideal y todos lo deseamos, pero ¿podemos esperar que esto llegue antes de
varias generaciones e incluso que esto pueda hacerse si el movimiento no lo
llevan a cabo miembros reconocidos y admitidos, cuya fe y obediencia no son
puestos en duda? Esta es una mirada puramente humana que
espera la conversión de Roma por los esfuerzos de una minoría de buenos
elementos actuando desde el estómago de la bestia. Es una visión que prescinde
de Dios, como si en la historia no hubiera muchos ejemplos de intervenciones
divinas totalmente inesperadas Esto no podemos
esperarlo de las comunidades “Ecclesia Dei”, pues ellas aceptaron el Vaticano
II para ser reconocidas, y se comprometieron a no hacer ninguna objeción
doctrinal a las tesis en curso. Nosotros somos los únicos y los últimos
testigos de la Tradición de la Iglesia en su integridad, pero no podemos
guardar este tesoro solo para nosotros. Debemos, por el contrario, aspirar a
ponerlo entre las manos de la Iglesia y por lo tanto del Papa, cuando esto sea
posible. El P. Pfluger (en sus conferencias de Flavigny)
también infundía sentimientos de culpa con aquello de que estaríamos encerrados
en nosotros mismos. Esta idea típicamente liberal fue esencial en el Vaticano
II, el concilio que “logró que la Iglesia saliera de su auto encierro y se
abriera a todos los hombres”.
Este deseo es el sentido de las
decisiones y de las declaraciones de nuestros capítulos generales de 2006 y
2012. No el del 2006 “Si una vez dados
estos pasos la Fraternidad cree que son posibles las discusiones doctrinales,
es también con la finalidad de que la voz de la doctrina tradicional resuene
con más fuerza en la Iglesia. En efecto, los contactos que mantiene la
Fraternidad esporádicamente con las autoridades romanas tienen como único
objeto ayudarles a que hagan otra vez suya la Tradición, de la que la Iglesia
no puede renegar sin perder su identidad, y no para lograr una ventaja para sí
misma ni para llegar a un imposible “acuerdo” puramente práctico como
el intentado por Mons, Fellay el 2012. El día en que
la Tradición recupere todos sus derechos el problema de la
reconciliación no tendrá ya razón de ser y una nueva juventud florecerá en la
Iglesia”. La condición previa de las discusiones doctrinales fue añadida a las
dos otras condiciones establecidas por Monseñor Lefebvre, en 2001-2002, cuando
se retomaron las pláticas con Roma. Comprometidos por el cumplimiento -según
les parece a los liberales- de las dos primeras condiciones
previas en 2007 y 2009, estas discusiones, llevadas a cabo durante un año, no
terminaron en ningún acuerdo. Sin duda alguna, las condiciones necesarias para
el restablecimiento de las relaciones normales están lejos de ser cumplidas, y
el peligro todavía es real, es verdad, de un acuerdo canónico sin acuerdo
doctrinal previo. Pero ¿debemos esperar el milagro sin hacer nada para que la
Iglesia reencuentre una nueva juventud? Falso dilema. Nuestro deber es mantenernos intransigentes en la
fe. Ese es el mayor servicio que podemos dar a la Iglesia. Santa Juana de Arco
dijo: “A los soldados toca combatir y a Dios dar la victoria”. Sin combate no
habrá victoria. Entonces, hay que continuar combatiendo y no buscar la paz con
los enemigos de la Iglesia. La declaración Doctrinal de Mons. Fellay (2012), en
cuanto hacía concesiones doctrinales absolutamente inaceptables, era una
capitulación o rendición, la aceptación de una paz deshonrosa y propia de
cobardes, una traición objetiva. No se debe pretender que es posible
transformar a los enemigos en amigos sometiéndose a ellos. Eso es locura y
suicidio.
¿Y qué podemos esperar y reclamar
razonablemente en materia de acuerdo doctrinal actualmente? La única cosa que
pudiéramos esperar y pedir, al parecer, es la libertar de discutir el Vaticano
II. Miserable repliegue, como antes dijimos, y
verdadera y propia traición: dado que Roma no se convierte, pidamos al enemigo
modernista que nos dé libertad para discutir, al hereje que nos dé licencia
para combatir la herejía. Nada de eso es
necesario, sino el deseo de seguir combatiendo por la Verdad. Que dejen de imponernos esta condición previa de una aceptación
incondicional del Vaticano II. Que se admita que este concilio fue “pastoral” y
no dogmático, y que por lo tanto puede ser legítimamente objeto de discusiones.
Dejar de imponernos la aceptación del Vaticano II sin discusión posible, y
acordar esta libertad, sería una etapa importante, pues eso sería reconocer
implícitamente que nuestros argumentos tienen valor. ¡Cobardes!
En lugar de llamar a la guerra sin cuartel contra la herejía, llaman a
considerar como gran cosa que los destructores de la fe nos den miserables
migajas, que los modernistas "reconozcan implícitamente que nuestros
argumentos tienen valor" Una autoridad que
consiente a esto sería ya una autoridad no hostil hacia la Tradición, o deseosa
de restablecerla en la Iglesia, y esto sería ya una verdadera conversión de
Roma. O un liberalismo muy consecuente, que “reconoce
valor” a la verdad y al error. Una Roma “más abierta y
tolerante” es, para los acuerdistas, una Roma que se ha convertido. Se
conforman con que Roma sea “no hostil” a la Tradición para darla por
convertida. Según eso, las congregaciones Ecclesia Dei son intachables y
enteramente católicas, pues no son “hostiles a la Tradición”. ¡Increíble!
“O deseosa de restablecer la Tradición”:
¿qué es eso? El que detenta todo el poder es “deseoso” de algo pero no lo
ejecuta. ¿Por qué? Roma deseosa de restablecer la Tradición sin restablecerla.
¿Qué clase de deseo es ese? ¿Hablar así no es confundir a los fieles formulando
extrañas hipótesis de laboratorio que sólo parecen posibles en las mentes
enredosas de los liberales?
Todavía no estamos allí, y es por eso
que no se ha hecho. Pero si Roma aceptara no hacer más del Vaticano II un
super-dogma, esta sería ya una gran victoria de la gracia y podría permitir
contemplar el restablecimiento de cierto lazo canónico. ¿Cuándo vendrá ese día?
Nadie lo sabe, pero lo esperamos con confianza. “Cierto
lazo canónico”: Lazo diabólico. ¡Ninguno mientras Roma no vuelva a la fe
católica!
Es entonces que hay que abrir los
ojos a otro peligro, que no es hipotético sino actual: el de no aspirar a
retomar nuestro lugar legítimo entre las sociedades reconocidas por Roma, preferible
es mantener nuestro lugar legítimo entre las sociedades reconocidas por
Dios perder el deseo de la Iglesia y de Roma el
bien de la Iglesia y de Roma es la vuelta a la fe y el sometimiento de la FSSPX
a la iglesia conciliar es un suicido. No desear ya el
lazo normal con Roma y la Iglesia es la sombra del espíritu cismático. No
se debe desear ese “lazo normal” con Roma mientras Roma esté destruyendo la fe
y mantenga roto su "lazo normal" con Cristo. Roma no es la Iglesia.
Si usted cree que su situación es anormal respecto de la Iglesia, es decir, respecto
de Cristo -en último término, en cuanto Cabeza de ella- váyase a una
congregación Ecclesia Dei. Nosotros vivimos
desde hace mucho tiempo independientemente del Papa y de los Obispos como si
esto fuera normal."Normal": la norma suprema de
todo es Dios, no determinados cánones del Derecho Canónico ni las regulaciones
de las Conferencias de Obispos. Noten cómo estos los liberales intentan
infundirnos sentimientos de culpa: estamos encerrados, tenemos espíritu
cismático, vivimos en la anormalidad. Padre:
le recordamos que la anormalidad está en Roma, no en nosotros. Y esa
anormalidad consiste en herejía y apostasía. Nosotros pretendemos defender la doctrina pero, todos nos arriesgamos a
establecernos una doctrina a la carta, abandonando ciertos dogmas, los que nos
molestan, notablemente los que están ligados a la primacía de Pedro. Nuevo
escrúpulo: ¡somos herejes! Nosotros nos arriesgamos a
habituarnos a lo anormal, a vivir en una situación confortable, diga
a Mons. Lefebvre que su oposición a Roma hizo que su vida fuera confortable como si eso fuera justo y conforme al espíritu de la
Iglesia. Ahora resulta que vivimos contra el “espíritu de la
Iglesia”. Pues sepa que es un deber pensar y vivir contra el espíritu de la
iglesia conciliar, que es diabólico, mundano y carnal. El Papa y los obispos serían poco a poco relegados al orden de los
entes de razón, sin repercusión en la vida concreta; Roma ya no sería más que
un lugar de peregrinación, y la Iglesia un cuerpo místico cuya cabeza sería
Jesucristo, el alma el Espíritu Santo y los miembros los “tradis”. Nuestros
sacerdotes se pueden convertir pronto en gurús. Cada quien podría convertirse
en papa con el Denzinger en la mano, y todo padre de familia sería entonces el
papa de su familia. En estas condiciones, nuestros hijos no tendrían ya ningún
sentido de lo que es la Iglesia real en su encarnación total, de la cabeza
hasta los miembros, en todas las realidades de la vida cotidiana. Remedio:
someterse a los herejes romanos.
En cuanto a la autoridad… reconocida
en principio pero no admitida en los hechos cuando se trata del Papa, ella se
arriesga a ya no ser admitida en cualquier grado. Todo superior corre el riesgo
de ser cuestionado, criticado, incluso públicamente… y las familias mismas se
dislocarán. ¿Por qué obedecer a un padre que no obedece al Papa, al Obispo o al
sacerdote? Porque se debe obedecer a Dios antes que
a los hombres.
Quien dice línea de cresta dice
peligro por los dos lados. El de un reconocimiento no muy seguro es uno; el
peligro interno que describimos es otro. Pero el primero es bastante
hipotético, el segundo no es para mañana; ya está a nuestras puertas… ¡Ya está
presente dentro de la ciudad y de nuestras familias! ¡Horror!:
¡hay que "volver" a Roma lo antes posible!
¿Tenemos razón de temer el primer
peligro? Indudablemente, pero no al punto de perder la esperanza de la fe en la
gracia de la Iglesia. Y no podremos afrontarlo y triunfar sobre él más que si
sabemos unir nuestras fuerzas en lugar de dividirnos, ¿la
unidad es más importante que la verdad? Y
si hay un causante de la crisis en la FSSPX, ese es Mons. Fellay para hacerle frente bajo la sabia y prudente dirección de los
jefes que Dios nos diono es sabio ni prudente el que dirige a
la FSSPX hacia el liberalismo. “Todo reino dividido contra sí
mismo será devastado", la dialéctica difundida por los “resistentes” no
tiene otro efecto que debilitarnos en nuestra verdadera resistencia a las
enfermedades que carcomen a la Iglesia, y en nuestra fidelidad a la línea
sabiamente seguida y definida por Monseñor Lefebvre línea
de la que ustedes, liberales, se han desviado al promover o al estar dispuestos
a aceptar un acuerdo traidor con Roma. Parece que estos
resistentes no tienen otro enemigo que Monseñor Fellay y la Fraternidad. Todo
liberal y todo hereje es enemigo de la Resistencia. Ellos han rechazado visiblemente toda referencia a Roma No.
Una referencia: Roma apóstata y Anti Cristo es un enemigo contra el que
debemos combatir hasta el fin. Esa es una clara referencia. Y esta es otra referencia
a Roma: Roma Eterna es destruida por los modernistas y por los liberales, y no les queda más que nosotros para justificar su resistencia. Recuerde
que la Resistencia se forma porque Mons. Fellay expulsa u obliga a renunciar a
muchos Sacerdotes que se oponen a la deriva liberal de la FSSPX. Y si vienen a decirnos que estos “resistentes” han sido tratados
injustamente, podríamos aconsejar la lectura y la meditación de la vida de los
santos y de las grandes figuras de la Iglesia, los cuales sabían lo que es la
virtud de la obediencia contra la Verdad no hay obediencia lícita, y sabían presentar sus dificultades a sus superiores sin tener por
testigo a todo el planeta, bajo la cubierta de salvar la fe, la justicia y la
verdad. ¿Quién es más injusto, una autoridad que puede ser severa, o muy
severa e injusta y traidora, o un sujeto que
difunde todos sus rencores sin la más mínima prudencia, y no duda en manchar
públicamente a sus superiores? El odio al error un
deber sagrado, como también lo es combatir a los liberales y modernistas. Si
nuestra abierta oposición al liberalismo de Mons. Fellay es “rencor” para el P.
Simoulin, también habría que acusar a Mons. Lefebvre de abrigar
"rencor" hacia Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, etc.
Que lean y mediten entre otros, el
ejemplo de Monseñor Lefebvre. Cuando dejó su congregación de Padres del
Espíritu Santo que caía en decadencia, ¿a cuántos sacerdotes llamó para
seguirlo? Ninguno. ¿Cuántos tratados y libros escribió para denunciar la deriva
de su congregación? Ninguno. Él ya no apareció en el capítulo general, se fue
con una simple maleta. ¿Y qué hay de la etapa siguiente en la
vida de Mons. Lefebvre, esto es, cuando dejó la “iglesia oficial”? ¿Nunca
predicó contra el Vaticano II? ¿Nunca escribió nada contra el liberalismo y
contra los Papas liberales?¿Acaso no fundó una congregación para hacer
resistencia a los errores, la misma que ustedes, liberales traidores, están
destruyendo? ¿No recorrió el mundo entero para elevar esa muralla defensiva
contra Roma apóstata? ¿No fue injusta e inválidamente excomulgado por negarse a
obedecer a los traidores? Que lean igualmente la vida de
santa Teresa Couderc, fundadora y primera superiora de las hermanas del
Cenáculo, destituida y reemplazada por una rica viuda recién entrada en la
congregación, a quien fue dado el título de fundadora y superiora. Santa
Teresa, que no había cometido ninguna falta, se retiró sin murmurar contra la
flagrante injusticia, mientras que la congregación se desmoronaba poco a poco
(la cual volvió a florecer después de la prueba) El
ejemplo no vale nada, pues eso sucedió en tiempos normales en los que la fe no
peligraba. Qué diferencia con las salidas estruendosas
de estos últimos meses que demuestran que las preocupaciones de algunos no se
parecen nada a las de estos hombres y mujeres apasionados por Dios y
las salidas seguirán en la medida que las autoridades liberales de la FSSPX la
sigan hundiendo.
Bajo el pretexto de la crisis en la
Iglesia ¿habrá que resignarnos a no querer imitar a los santos? “Cada
uno juzga según sus inclinaciones”. Los
católicos liberales, cuando no son mal intencionados, imitan a los santos en lo
que no deben y no los imitan en lo que deben, porque todo lo ven a través del
falso prisma liberal. Por eso los acuerdistas de la FSSPX imitan a Mons.
Lefebvre en su error de 1988 (firmar el protocolo de acuerdo), pero no en su
gran resolución de 1988: retractar la firma de ese documento. ¿Habrá que dejar a esta crisis decapitar la esperanza en nuestros
corazones? ¿Habrá que dejar que las ilusiones o
falsas esperanzas de las autoridades liberales destruyan la FSSPX? No: hay que
reaccionar y unirse a la Resistencia.
Nuestra Señora de la Santa Esperanza,
conviértenos para lo cual abandone primero el
liberalismo, pues Dios aborrece las oraciones de los liberales impenitentes.
Recuerde que “el liberalismo es un pecado” (P. Sardá y Salvany).