SERMON
DEL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA – PADRE JEAN MICHEL FAURE
Bogotá,
Marzo 16 de 2014
LA
ROMA ETERNA CONDENA A LA ROMA NUEVA
“Este
es mi Hijo muy amado, en quien he puesto toda mi complacencia, a El habéis de
escuchar”.
En
el Bautismo de Nuestro Señor por San Juan Bautista, la misma voz, desde el
Cielo, había dicho las mismas palabras. Entonces al principio de la vida
pública de Nuestro Señor y al fin también. En aquella ocasión del
bautismo a San Juan Bautista, los pontífices de Jerusalén le habían mandado
preguntar: “Tú ¿qué dices te ti mismo?” San Juan Bautista contestó “Yo
soy, como lo anunció el profeta Isaías, la voz que clama en el desierto, para
dar testimonio de Aquel que es la Luz y la Vida de los hombres”.
Hay
un momento en la vida en el cual un hombre debe resumir la razón por la cual
Dios lo ha puesto en la tierra. Este hombre que era al mismo tiempo Dios,
Nuestro Señor, en el momento crucial de ofrecer su Vida en sacrificio de
expiación contestó al gobernador romano, Poncio Pilatos, “Para esto nací y para
esto he venido al mundo, para dar testimonio de la Verdad. Todo el que es
de la Verdad, oye mi voz” “Efectivamente Soy Rey”. Nuestro Señor ha
venido para establecer Su reinado. Reinado universal y eterno.
Reino de la Verdad y de Vida, de santidad y de gracia, de justicia de amor y de
paz; de paz en la verdad.
La
autoridad, decía Mons. Lefebvre, es, en definitiva, una participación del Amor
de Dios; amor que solo pide difundirse, orientar y ordenar los hombres hacia el
bien divino, el bien infinito y eterno. La autoridad, por
consiguiente, debe sancionar a los hombres que se oponen al Bien divino, que
niegan a Dios la difusión de la caridad de Dios, al apartar a los hombres de la
Fe, de la caridad, de la gracia y que luchan contra Dios. Es el caso del
anticlericalismo liberal, desde la Revolución Francesa, sobre todo desde el
protestantismo. Pero, también estas ideas, esta mentalidad liberal
[propagada] a causa de la universidad, de las escuelas, de la prensa, de
todo, hoy en día, de todos los medios de información; pero, eso empezó [hace…]
en 1830, con el padre Lamennais; estos hombres liberales que se quieren liberar
de Dios, de la autoridad de Dios, se han esforzado desde la Revolución
Francesa, bajo el nombre, entonces, de “catolicismo liberal” de infiltrar la
Iglesia, con sus herejías y sus hombres y poco a poco lo han logrado y han
triunfado, como lo saben bien, en el Concilio Vaticano II. La realidad de
la crisis conciliar en la Iglesia, para Monseñor Lefebvre, la realidad y los
principios sobre los cuales descansa su resistencia católica, principios que
son silenciados hoy por los superiores de nuestra congregación, están resumidos
en su famosa declaración de 1974, cuando nos encontramos con las primeras
dificultades después de que el Seminario de Êcone contaba con unos 100
seminaristas, un gran éxito, en tres años apenas; entonces viendo que estaba al
pie de la pared, por así decir, quiso enunciar esos principios. Y se trata de
las dos Romas.
Desde
el Concilio hay dos Romas. Por una parte, la Roma Eterna, eterna en su
Fe, en sus dogmas, en el Santo Sacrificio de Nuestro Señor renovado en la
Misa. Y por otra parte, la Roma nueva, conciliar, sometida desde el
Concilio Vaticano II a las ideas falsas y masónicas del mundo moderno, del
nuevo orden mundial. He aquí un detalle, por casualidad
seguramente, son las mismas iniciales que tienen en el nuevo orden de la Misa,
N.O.M. “Novus Ordo Missae”, y las del Nuevo Orden Mundial: N.O.M. que
aparecen también en el billete de un dólar, en latín, claro, Nuevo Orden de los
Siglos: “Novus Ordem Seculum”, como una cuerda alrededor de la pirámide
masónica.
Monseñor
Lefebvre se ve obligado a elegir entre dos obediencias: la falsa obediencia a
la Nueva Roma Conciliar, a la Nueva Misa Protestante, a catecismos heréticos
como el catecismo holandés, al Concilio Vaticano II; elegir, pues, entre esa
nueva religión u obedecer a la Roma Eterna de 2000 años y 260 Papas que con su
magisterio transmitieron durante veinte siglos la tradición divina e inmutable
recibida de Nuestro Señor Jesucristo y de sus Apóstoles. “A Él lo debéis
escuchar” y esto hasta el fin del mundo. Esa era la verdadera obediencia
a la Fe, a la doctrina de los Apóstoles, a la Iglesia Apostólica, Católica y
Romana, Una y la misma Iglesia, siempre la misma “Semper ídem”.
La
Iglesia a lo largo de los siglos había sido siempre la Esposa fiel, siguiendo
la orden de Nuestro Señor y seguirá hasta el fin del mundo, aun cuando que esté
representada, como fue el caso, por ejemplo, en Japón durante dos siglos, por
grupos de fieles pequeños grupos, lo anuncio Nuestro Señor “pequeña grey”.
Nuestro Señor dijo a los Apóstoles, “Me ha sido dado todo poder en los cielos y
la tierra. Id pues, enseñad a las naciones todo, [todo] lo que Yo os he
mandado, a todas las naciones y a todas las generaciones, hasta el fin del
mundo”: eso es la Tradición. Y también en ese momento Nuestro Señor ora
por sus Apóstoles al Padre “Guárdalos del maligno, santifícalos por la Verdad”
y lo repite enseguida “Yo mismo me santifico, para que ellos también sean
santificados por la Verdad”. No se puede separar la santidad de la
Verdad. Cuando se examina el caso de un santo antes de canonizarlo, lo
primero que se controla es su fidelidad a la verdad, a la Fe, a la doctrina, a
lo largo de toda su vida. Claro, eso muestra la invalidez evidente de la
canonización que están preparando en Roma, de Juan Pablo II.
La
Roma Eterna condena a la Roma Nueva. La Roma
nueva defiende viejos errores, viejas herejías, condenadas siempre por la Roma
Eterna. Y la Roma nueva se autodestruye. Destruye el trabajo, la
tradición transmitida por la Roma Eterna. Según expresión misma de Pablo
VI: después del Concilio “entró el humo de Satanás en la Iglesia”, por una
rendija, por la fisura abierta en la Iglesia por el Concilio, que pretendía
realizar la reconciliación de la Iglesia con el mundo moderno corrompido, para
quien el hombre debe ser el centro de todo y la única preocupación, olvidándose
de Dios. Era la religión del hombre que se hace dios; es una religión de
reemplazo, de sustitución, como lo es también el marxismo, la religión de la
ciencia, del progreso y tantas otras religiones del hombre. Cuando Dios
está ausente, el hombre busca cualquier cosa para reemplazarlo, hasta las
drogas, como lo sabemos demasiado.
La
Roma Eterna condena a la Roma Nueva. “Nosotros -dice Monseñor Lefebvre-
preferimos obedecer a la Roma Eterna”, esa es la verdadera obediencia. Para
Monseñor Fellay, al contrario, no hay sino una sola Roma. Le gusta esta
declaración de Monseñor Lefebvre, pero él se queda hablando de la Roma Eterna y
no habla mucho de la Roma nueva conciliar. Si hay una sola Roma, una sola
Iglesia, si no hay Iglesia Conciliar, entonces claro, hay que volver a la
Iglesia, nos encontramos en una situación anormal, se habla de cisma, de
sedevacantismo, etc. Pero, si hay reconciliación con la Roma nueva ¿cómo
no obedecerle? Porque, no hay que soñar, una vez adentro, como ellos
dicen, tendremos que obedecer como lo hacen todos, son cientos de sacerdotes,
todos los ex tradicionalistas, sin excepción que se reconciliaron con la Roma
nueva, obedecer empezando por callarse.
Pablo
VI no quiso ver dónde estaba la rendija, la fisura por la cual había entrado el
humo de Satanás en la Iglesia; Monseñor Lefebvre sí la vió: era la ruptura del
concilio con la tradición; y Monseñor Fellay pretende convencernos que esta
ruptura con la tradición es muy limitada, que hemos -¿quién? ¿Monseñor
Lefebvre?- que hemos exagerado los errores del concilio, que le hemos
atribuido errores que en realidad no son del concilio. Nuevo golpe
maestro de Satanás. Monseñor Lefebvre decía Satanás ha logrado
realmente un golpe maestro: hacer condenar a los que conservan la Fe
católica, por aquellos mismos que tienen la misión de defender la Fe y
propagarla. Es decir por la autoridad, por la jerarquía y por el mismo
Papa. Y hoy, en la Fraternidad se expulsa a los que quieren seguir en la
resistencia católica, lo que hemos empezado a hacer hace más de 40
años. Satanás también había logrado hacer condenar al Mesías por aquellos
mismos que tenían la misión de designarlo como Mesías e Hijo de Dios, es decir
por la autoridad religiosa, por la jerarquía religiosa, por los pontífices y
sumos sacerdotes de la sinagoga. Pero, lo que era entonces la verdadera
religión, pues estas autoridades y el pueblo habían apostatado de esta
religión, para transformarla en la religión de la hipocresía, de la soberbia, de
la vanidad, de la suficiencia frente a Dios, pasando así del servicio al Dios
vivo, al servicio del padre de la mentira, hasta transformarse en los verdugos
de Dios, al gritar a Pilatos -que lo quería salvar- “¡Crucifícale,
crucifícale!”.
El
día anterior los apóstoles habían dado un hermoso ejemplo de colegialidad
episcopal, el único que se ve en el Evangelio, según el Evangelio de San Mateo,
entonces los discípulos todos, abandonando a Jesús, huyeron. Nuestro
Señor lo había anunciado al salir con ellos por la última vez hacia el Monte de
los Olivos. Entonces les dijo Jesús: “Todos vosotros os vais a
escandalizar de Mí esta noche, porque está escrito por los profetas: heriré al
Pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño”. En cuanto a Pedro le dijo:
“Esta noche, antes que el gallo cante, tres veces me negarás”. Nuestro
Señor citó al profeta Zacarías que lo había anunciado poniendo estas palabras
en boca del Padre Eterno: “Despierta espada contra mi pastor y contra el varón
de mi compañía” - en este caso se trataba de Su Hijo. “Dice Yaveh, hiere al
pastor y se dispersarán las ovejas”. Aquí está la profecía de la muerte
del Buen Pastor. Y hoy en día la Iglesia vuelve, sigue los pasos de
Nuestro Señor y está viviendo su Pasión y también el pastor aunque de otra
manera está herido también y las ovejas se dispersan en medio de la confusión
general; después de lo cual Zacarías anuncia la Pasión de la Iglesia
precisamente y la grey en manos del mal pastor: “Y díjome Yaveh: toma
también el pertrecho de un pastor incrédulo, inmoral e insensato, necio, pues
he aquí, dice Yaveh, que suscitaré en la tierra un mal pastor, que no cuidará
de las ovejas que se pierden, que no buscará las descarriadas, ni curará las
heridas, ni alimentará a las que están sanas. Ay! del pastor inútil, que
abandona el rebaño”. ¿No es acaso lo que lamentamos desde el
concilio? Los pastores han abandonado el rebaño a los enemigos de la
Iglesia y el rebaño se pierde, se va a las sectas, abandona la verdadera
religión de Nuestro Señor, olvida la moral, la Ley de Dios. Nuestro Señor
no se cansó de prevenir a las almas contra los malos
pastores. Cuando el pastor anda a través de los precipicios, es muy
natural que el rebaño caiga en ellos. Los papas conciliares llevan al
rebaño a los precipicios del protestantismo: Misa protestante, catecismo
protestante, nueva religión ecuménica, dependencia protestante y la mayor
parte del rebaño ha adoptado la nueva religión, fácil y cómoda, de la libertad
para todo. Pero, cuando el pastor se transforma en lobo toca desde luego,
nos dice el gran liturgista Dom Guéranger, siglo XIX, quien restauró la
liturgia en Francia y, se puede decir, en el mundo. “Cuando el pastor se
convierte en lobo, toca, desde luego, al rebaño, defenderse”. Dice: “Por
regla la doctrina desciende del Papa y de los obispos, al pueblo fiel y los
súbditos no deben juzgar a sus jefes acerca de su fidelidad a la doctrina de la
Fe, normalmente. Mas, existe en el tesoro de la Revelación de Dios a los
hombres, ciertos puntos esenciales de los que todo cristiano tiene el
conocimiento necesario y la obligación de guardarlos cueste lo que
cueste. Es una cuestión de vida o muerte del alma, de la Fe, que, por
consiguiente compromete nuestra salvación, nuestra eternidad. Hubo en la
historia de la Iglesia inmensas traiciones a la doctrina de la Fe, [tanto como
de parte..] generalmente por presiones del emperador, de algunos pocos, dos
Papas, sobre todo, y de muchos obispos como Nestorio o de la mayoría de los
obispos que naufragaron en la Fe en tiempo del arrianismo. Puede suceder
que los pastores permanezcan en silencio o a veces sigan la corriente de la
herejía general. En ciertos casos en que la religión se vea
comprometida. Fue el caso, por ejemplo en nuestros días, de la última
reunión interreligiosa de Asís por la cual monseñor Fellay no hizo más que
reproducir un texto anterior de una anterior reunión de Asís del padre
Schmidberger. Pero él no dijo palabra sobre esto. “En estos casos los
verdaderos fieles –dice dom Guéranger- son aquellos hombres y aquellas mujeres
que en tales ocasiones sacan de su sólo bautismo, de su sólo instinto de la Fe,
de su sentido de la Iglesia y de la Verdad la inspiración de una línea de
conducta, a saber, resistir a una autoridad que no cumple con su misión, sino
al contrario. Y no los pusilánimes que, bajo el pretexto engañoso de
sumisión, de obediencia a los poderes establecidos, a la autoridad religiosa,
al superior esperan para correr contra el enemigo una orden, un programa que no
necesitan recibir, lo reciben de su Fe, lo reciben del Espíritu Santo de Dios,
de la tradición de la Iglesia bimilenaria, de todos los Papas, de todos los
santos de la Iglesia. No olvidemos: “el que está parado tema de no caer”;
porque fueron muchos los que abandonaron el combate. Los quince
sacerdotes de la diócesis de Campos con su obispo, monseñor Rifan; los
doscientos sacerdotes de la San Pedro, cuyos fundadores fueron mis compañeros
en Êcone, lo mismo que los del Instituto del Buen Pastor; los monasterios de
Barroux, de Flavigny, de Chérméré, del Oasis y tantos otros. Hoy nuestros
superiores nos están transformando en otra Fraternidad San Pedro.
“Santo
Padre, -decía Santa Catalina de Siena- y podríamos añadir, los que le obedecen
están tomando el camino de la perdición, Dios nos guarde de seguirlos”.
“Los cristianos fieles a la tradición, aunque sean reducidos a un puñado -nos
dice San Atanasio, doctor de la Iglesia- ellos son la verdadera Iglesia de
Jesucristo Nuestro Señor”.
Ave María Purísima!