Non Possumus
La Sapinere
La Sapinere
Algunos
nos reprochan ser agitadores, excesivos, de estar movidos por la impaciencia o
por un celo amargo. Puedo decir en toda verdad que yo redacté las líneas
siguientes “sin ninguna amargura, ningún resentimiento” (Mons. Lefebvre,
Declaración del 21 de noviembre de 1974) respecto de nadie.
Entré a Bédoin en 1980, fui ordenado sacerdote por Monseñor Lefebvre en 1986, abandoné Le Barroux en 2002. Enseguida ejercí diversos ministerios dentro del distrito de Francia de la Fraternidad. Hasta hoy (19 de enero de 2014), estoy en el priorato de Gavrus, cerca de Caen.
Desde hace algunos años, observo con creciente inquietud los signos que manifiestan un cambio de estado de espíritu en la Tradición. Me abrí varias veces con el superior del Distrito de Francia, el Padre de Cacqueray. Igualmente escribí, en abril de 2012, al mismo Monseñor Fellay (carta que se quedó sin dar respuesta).
Muchos cofrades y fieles ciertamente ya conocen mi posición. Pero desde hace meses me fue pareciendo cada vez más clara la necesidad de expresar públicamente, oficialmente, mi rechazo categórico del cambio de orientación que la Casa general pretende imponer.
No puedo, en conciencia, eludir este deber.
El sacerdote debe amar la verdad más que todo.
El sacerdote debe dar testimonio de la verdad cuéstele lo que le cueste.
El sacerdote debe denunciar el error aunque venga de los superiores, sean cuales fueren las consecuencias que pueda llegar a sufrir.
Debe hacerlo en primer lugar porque él es el representante y el ministro de Nuestro Señor, que proclamó durante su Pasión: “Si Yo nací, si Yo vine a este mundo, es para dar testimonio de la Verdad”.
También debe hacerlo porque él está al servicio de las almas: nuestros queridos fieles tienen derecho a la verdad; ellos esperan de sus pastores una posición clara, y como consecuencia, pública.
Este es el sentido de nuestra carta a los fieles, en cuya redacción yo tuve la gracia de poder participar. No se trata de una declaración de ruptura, sino más bien de testimonio público de nuestro indefectible apego a los principios que guiaron a Monseñor Lefebvre en el combate de la fe.
Siendo nuestro texto voluntariamente breve, y dado que ciertos fieles pudieran no estar informados de los acontecimientos de estos dos últimos años en la Tradición, algunas indicaciones podrían ayudarlos a comprender el alcance de esta carta a los fieles.
I. Los dos primeros párrafos, así como el quinto (“Ninguna autoridad…”), se tomaron prestados, salvo por un detalle, de la Declaración de fidelidad (publicada varias veces, notablemente el 15 de agosto de 2013), que retoma y adapta la Declaración de Monseñor Lefebvre del 21 de noviembre de 1974, la cual es la hoja de ruta de la resistencia católica a la religión conciliar.
II. El cuarto párrafo menciona tres elementos: una Declaración doctrinal, la expulsión de miembros de la Fraternidad; la condenación de un libro.
1) “La Declaración doctrinal del 15 de abril de 2012”: este texto presentado en Roma por Monseñor Fellay es escandaloso e inaceptable. Por tomar solo un ejemplo, él reconoce la legitimidad de la promulgación de la nueva misa. Lo que es más, cuando un año más tarde este documento fue publicado en Cor Unum, Monseñor Fellay pretendió haber hecho “como Monseñor Lefebvre en 1988”. Allí hay una grave ofensa a la memoria de Monseñor; él jamás admitió la legitimidad de la promulgación de la “misa bastarda”, como la calificó en un sermón memorable en 1976.
2) “La expulsión de un obispo y de numerosos sacerdotes”: conviene agregar otras sanciones, particularmente la condenación del Padre Pinaud. Que la sentencia sea nula e inválida, no le quita en nada su carácter verdaderamente odioso.
Este segundo punto está estrechamente vinculado al primero: es muy significativo que el texto que condena al Padre Pinaud con suspensión, acusa a nuestro cofrade de haber afirmado que la Declaración del 15 de abril constituye “un peligro para la fe”, lo que es perfectamente exacto.
3) La condenación del libro Monseñor Lefebvre, “Nuestras relaciones con Roma”: esta se apoya en un estudio de 16 páginas, no firmada sino que el Padre Thouvenot precisa que este “corrobora substancialmente el juicio” de Monseñor Fellay. Esta “reseña” incluye pasajes escandalosos. Señalemos el que sin duda es lo más grave: el autor de esta nota que corrobora sustancialmente el juicio de Monseñor Fellay, reprocha al Padre Pivert de “focalizarse en los aspectos particulares” (pág.7). Y el ejemplo que da es el de… Cristo Rey. ¿Aspecto particular? Es todo lo contrario, ¡es la idea rectora de Monseñor Lefebvre! “Nosotros debemos estar siempre preocupados (del Reinado de Nuestro Señor)” (sermón por la fiesta de Cristo Rey, 1978). “Es necesario que estemos, yo diría casi obsesionados por esta necesidad de meditar este misterio de Nuestro Señor y de extender su Reino. No tenemos otra finalidad, otra razón de ser sacerdotes que la de hacer reinar a Nuestro Señor Jesucristo” (Conferencia en Ecône, 3 de junio de 1980)…
Algunos dirán que son pensamientos muy generales. Pero cuando se trata más precisamente de las relaciones con Roma, justamente dice que “el Padre Pivert afirma que es sobre esta fidelidad (a Cristo Rey) que se juega todo el drama entre Ecône y Roma” (pág. 7). Juzguemos por las mismas palabras de Monseñor: “La verdadera oposición fundamental es el reino de Nuestro Señor Jesucristo. Oportet illum regnare, Él debe reinar, nos dice San Pablo. Nuestro Señor vino para reinar. Ellos dicen que no, nosotros decimos que sí, con todos los papas” (conferencia en Sierre, 27 de noviembre de 1988). Cuando en 1976 el nuncio pretende que el reino social de Nuestro Señor ya no es posible, y que el papa no escribiría hoy la encíclica Quas primas (Pio XI), el Prelado se indigna “¡Nosotros ya no somos de la misma religión! […] “Si hay algo que nosotros hemos buscado toda nuestra vida, es el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo” (conferencia en Ecône, 20 de agosto de 1976). Y en 1987, durante una conferencia a los sacerdotes, reporta su respuesta al cardenal Ratzinger: “Nuestro apostolado, es el Reino de Nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que somos. Y usted, usted hace lo contrario” (Ecône, 4 de septiembre de 1987).
III. En el sexto párrafo ponemos nuestra declaración de fe bajo la protección de “Nuestra Señora Guardiana de la fe”. Este es el título de la Virgen de Bourguillon, santuario cercano de Friburgo, donde Monseñor condujo a sus primeros seminaristas para consagrar su obra naciente a Nuestra Señora Guardiana de la fe.
Después de más de cuarenta años, cuando una terrible crisis sacude a la Tradición, nosotros debemos hacer todo para salvar el legado de Monseñor Lefebvre: La Fraternidad en cuanto institución puede desaparecer o por lo menos perder su identidad (esto es desgraciadamente lo que está sucediendo); pero el legado de Monseñor: su espíritu, sus principios, su combate al servicio de Cristo Rey y de la Santa Iglesia, este legado no puede, no debe desaparecer. Con la gracia de Dios y la ayuda del Corazón Inmaculado de María, lo mantendremos.
“La primera prueba de fidelidad y de amor que el sacerdote debe dar a Dios y a los hombres, escribió el Padre Calmel, es el de conservar intacto el depósito infinitamente precioso que le fue confiado cuando el obispo le impuso las manos”.
Entré a Bédoin en 1980, fui ordenado sacerdote por Monseñor Lefebvre en 1986, abandoné Le Barroux en 2002. Enseguida ejercí diversos ministerios dentro del distrito de Francia de la Fraternidad. Hasta hoy (19 de enero de 2014), estoy en el priorato de Gavrus, cerca de Caen.
Desde hace algunos años, observo con creciente inquietud los signos que manifiestan un cambio de estado de espíritu en la Tradición. Me abrí varias veces con el superior del Distrito de Francia, el Padre de Cacqueray. Igualmente escribí, en abril de 2012, al mismo Monseñor Fellay (carta que se quedó sin dar respuesta).
Muchos cofrades y fieles ciertamente ya conocen mi posición. Pero desde hace meses me fue pareciendo cada vez más clara la necesidad de expresar públicamente, oficialmente, mi rechazo categórico del cambio de orientación que la Casa general pretende imponer.
No puedo, en conciencia, eludir este deber.
El sacerdote debe amar la verdad más que todo.
El sacerdote debe dar testimonio de la verdad cuéstele lo que le cueste.
El sacerdote debe denunciar el error aunque venga de los superiores, sean cuales fueren las consecuencias que pueda llegar a sufrir.
Debe hacerlo en primer lugar porque él es el representante y el ministro de Nuestro Señor, que proclamó durante su Pasión: “Si Yo nací, si Yo vine a este mundo, es para dar testimonio de la Verdad”.
También debe hacerlo porque él está al servicio de las almas: nuestros queridos fieles tienen derecho a la verdad; ellos esperan de sus pastores una posición clara, y como consecuencia, pública.
Este es el sentido de nuestra carta a los fieles, en cuya redacción yo tuve la gracia de poder participar. No se trata de una declaración de ruptura, sino más bien de testimonio público de nuestro indefectible apego a los principios que guiaron a Monseñor Lefebvre en el combate de la fe.
Siendo nuestro texto voluntariamente breve, y dado que ciertos fieles pudieran no estar informados de los acontecimientos de estos dos últimos años en la Tradición, algunas indicaciones podrían ayudarlos a comprender el alcance de esta carta a los fieles.
I. Los dos primeros párrafos, así como el quinto (“Ninguna autoridad…”), se tomaron prestados, salvo por un detalle, de la Declaración de fidelidad (publicada varias veces, notablemente el 15 de agosto de 2013), que retoma y adapta la Declaración de Monseñor Lefebvre del 21 de noviembre de 1974, la cual es la hoja de ruta de la resistencia católica a la religión conciliar.
II. El cuarto párrafo menciona tres elementos: una Declaración doctrinal, la expulsión de miembros de la Fraternidad; la condenación de un libro.
1) “La Declaración doctrinal del 15 de abril de 2012”: este texto presentado en Roma por Monseñor Fellay es escandaloso e inaceptable. Por tomar solo un ejemplo, él reconoce la legitimidad de la promulgación de la nueva misa. Lo que es más, cuando un año más tarde este documento fue publicado en Cor Unum, Monseñor Fellay pretendió haber hecho “como Monseñor Lefebvre en 1988”. Allí hay una grave ofensa a la memoria de Monseñor; él jamás admitió la legitimidad de la promulgación de la “misa bastarda”, como la calificó en un sermón memorable en 1976.
2) “La expulsión de un obispo y de numerosos sacerdotes”: conviene agregar otras sanciones, particularmente la condenación del Padre Pinaud. Que la sentencia sea nula e inválida, no le quita en nada su carácter verdaderamente odioso.
Este segundo punto está estrechamente vinculado al primero: es muy significativo que el texto que condena al Padre Pinaud con suspensión, acusa a nuestro cofrade de haber afirmado que la Declaración del 15 de abril constituye “un peligro para la fe”, lo que es perfectamente exacto.
3) La condenación del libro Monseñor Lefebvre, “Nuestras relaciones con Roma”: esta se apoya en un estudio de 16 páginas, no firmada sino que el Padre Thouvenot precisa que este “corrobora substancialmente el juicio” de Monseñor Fellay. Esta “reseña” incluye pasajes escandalosos. Señalemos el que sin duda es lo más grave: el autor de esta nota que corrobora sustancialmente el juicio de Monseñor Fellay, reprocha al Padre Pivert de “focalizarse en los aspectos particulares” (pág.7). Y el ejemplo que da es el de… Cristo Rey. ¿Aspecto particular? Es todo lo contrario, ¡es la idea rectora de Monseñor Lefebvre! “Nosotros debemos estar siempre preocupados (del Reinado de Nuestro Señor)” (sermón por la fiesta de Cristo Rey, 1978). “Es necesario que estemos, yo diría casi obsesionados por esta necesidad de meditar este misterio de Nuestro Señor y de extender su Reino. No tenemos otra finalidad, otra razón de ser sacerdotes que la de hacer reinar a Nuestro Señor Jesucristo” (Conferencia en Ecône, 3 de junio de 1980)…
Algunos dirán que son pensamientos muy generales. Pero cuando se trata más precisamente de las relaciones con Roma, justamente dice que “el Padre Pivert afirma que es sobre esta fidelidad (a Cristo Rey) que se juega todo el drama entre Ecône y Roma” (pág. 7). Juzguemos por las mismas palabras de Monseñor: “La verdadera oposición fundamental es el reino de Nuestro Señor Jesucristo. Oportet illum regnare, Él debe reinar, nos dice San Pablo. Nuestro Señor vino para reinar. Ellos dicen que no, nosotros decimos que sí, con todos los papas” (conferencia en Sierre, 27 de noviembre de 1988). Cuando en 1976 el nuncio pretende que el reino social de Nuestro Señor ya no es posible, y que el papa no escribiría hoy la encíclica Quas primas (Pio XI), el Prelado se indigna “¡Nosotros ya no somos de la misma religión! […] “Si hay algo que nosotros hemos buscado toda nuestra vida, es el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo” (conferencia en Ecône, 20 de agosto de 1976). Y en 1987, durante una conferencia a los sacerdotes, reporta su respuesta al cardenal Ratzinger: “Nuestro apostolado, es el Reino de Nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que somos. Y usted, usted hace lo contrario” (Ecône, 4 de septiembre de 1987).
III. En el sexto párrafo ponemos nuestra declaración de fe bajo la protección de “Nuestra Señora Guardiana de la fe”. Este es el título de la Virgen de Bourguillon, santuario cercano de Friburgo, donde Monseñor condujo a sus primeros seminaristas para consagrar su obra naciente a Nuestra Señora Guardiana de la fe.
Después de más de cuarenta años, cuando una terrible crisis sacude a la Tradición, nosotros debemos hacer todo para salvar el legado de Monseñor Lefebvre: La Fraternidad en cuanto institución puede desaparecer o por lo menos perder su identidad (esto es desgraciadamente lo que está sucediendo); pero el legado de Monseñor: su espíritu, sus principios, su combate al servicio de Cristo Rey y de la Santa Iglesia, este legado no puede, no debe desaparecer. Con la gracia de Dios y la ayuda del Corazón Inmaculado de María, lo mantendremos.
“La primera prueba de fidelidad y de amor que el sacerdote debe dar a Dios y a los hombres, escribió el Padre Calmel, es el de conservar intacto el depósito infinitamente precioso que le fue confiado cuando el obispo le impuso las manos”.